Eisejuaz, el soñador soñado: Un encuentro con el personaje de la novela de Sara Gallardo

 Por César Ceriani (FLACSO/CONICET). Publicado originalmente en Boca de Sapo 16

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Soy un soñador”, aseveró don Lisandro Vega promediando nuestro encuentro en Misión La Loma, hacia mayo de 2011. Era una tarde relativamente calurosa, en un lugar ardiente como Embarcación, pequeña ciudad enclavada en el norte de Salta, en un costado inicial o final del territorio chaqueño. Junto a mi amigo y colega Hugo Lavazza recorríamos desde el 2009 aquellas tierras, donde planificamos una investigación antropológica sobre la misión evangélica escandinava entre los grupos indígenas del lugar. Los orígenes de la misma se remontan a 1914, cuando el pueblo recién se constituía como tal dada la llegada del ferrocarril. Conociendo la importancia que las misiones protestantes tuvieron entre los grupos aborígenes del Chaco argentino (toba o qom, wichí, pilagá, chorote y mocoví), la existencia de esta corriente misionera era toda una revelación para nosotros, pues las obras canónicas sobre el tema (y las otras también) nada decían al respecto. En viajes de campo de 20 a 30 días de duración fuimos explorando paulatinamente, en los años siguientes y hasta la actualidad, aquel complejo mundo social. Sin muchos giros, nuestros propósitos radicaron en comprender la dinámica histórico-sociológica de las misiones creadas por los nórdicos, indagando en sus formas de liderazgo y organización social, en los procesos de creatividad simbólica de los agentes indígenas a partir de la apropiación cultural del cristianismo y en las relaciones de poder con la sociedad englobante.

En Embarcación, tuvimos la suerte de generar buena sintonía con el actual pastor general de la Misión Evangélica Asamblea de Dios (nombre oficial que adquiere la institución desde 1947), hecho que nos permitió residir en la antigua casa misionera, anexa al templo central de la obra. Constituye ésta una amplia propiedad de gruesos ladrillos y un luminoso corredor abierto que mira hacia el también holgado jardín. Sus altas y profundas habitaciones alojaron a familias misioneras, predicadores visitantes y, entre otros y otras, pioneros de la antropología argentina como Enrique Palavecino. Hoy los cuartos son reutilizados como oficina administrativa de la iglesia, aula de escuela dominical de niños, estudio de radio, seminarios de educación teológica y hospedaje de creyentes y, también, antropólogos impertinentes. La casa fue construida por el pionero noruego Berger Johnsen (1888-1945) entre 1916 y 1920 bajo el expreso ideal de convertir a la fe cristiana, y así civilizar, de acuerdo al imaginario protestante de la época, a los “pobres y abandonados indios”.

De esta sinuosa historia, que en breve cifraremos, nos interesa aquí explorar el doble encuentro con Lisandro Vega, uno de los líderes religiosos y políticos centrales de dicha experiencia misionera durante 1960-1980, y con Eisejuaz, su auténtico nombre wichí y también el título de la novela que Sara Gallardo publicó en 1971. Existe un consenso general en la crítica de que nos encontramos ante una obra única, excepcional, en las letras vernáculas. Es sabido que Gallardo viajó a Salta y que fruto de esa experiencia escribió Eisejuaz. Es poco conocido, sin embargo, que la autora vivió unas semanas en Embarcación durante 1968, donde conoció al “verdadero” Eisejuaz mientras trabajaba de ayudante en el único hotel del pueblo. Narrada desde el punto de vista de don Lisandro, la novela nos introduce en un fascinante cosmos protagonizado por mensajeros chamánicos, pastores noruegos, alter egos deformes, evangelistas indígenas, frailes franciscanos, patrones criollos y mujeres esclavizadas, entre muchos otros. Cada uno de ellos tiene su parte en esta historia iniciática y sacrificial, atravesada como tal por dilemas individuales, mandatos sociales y destinos inexorables.

Lisandro VegaNos acercamos así a la apuesta de este ensayo donde se encuentran el soñador y el soñado: ofrecer una lectura antropológica sobre el hombre y su homónimo libro. Un cruce de caminos entre antropología y literatura en cuyo centro habita una persona real que se vinculó con la autora de la novela hace más de 45 años y, recientemente, con el etnógrafo que escribe estas líneas. En este sentido, la lectura que formulo concentra la mirada de un antropólogo abocado al estudio del cambio religioso y cultural de los pueblos indígenas chaqueños, que conoce de primera mano a su protagonista, al lugar donde vivió desde su temprana juventud, a su ramificada parentela y a la atmósfera sociocultural, económica y política que marcó su existencia. El mundo “subjetivo” de Eisejuaz no es ni “místico” ni “psicótico”, es una cantera de símbolos asociados al poder chamánico y político (ciertamente emparentados), como también a la memoria y al destino individual y colectivo de su gente. Sostengo que la estructura chamánica es medular en la obra, y tal vez por esto todavía les cuesta entenderla a las hijas e hijos de la Ilustración que fueron a su búsqueda. En definitiva, propongo una lectura de los símbolos vivos que anidaron en la vida de este soñador wichí soñado por una cosmopolita escritora porteña.

II

Hasta 1935 la prédica de los misioneros escandinavos avanzó lentamente. No obstante, Berger Johnsen ya contaba con un pequeño grupo de entrenados evangelistas wichí, cuyas familias residían en la zona, dada la cercana presencia del colosal ingenio San Martín del Tabacal. Allí, miles de indígenas del Chaco central y del piedemonte andino se instalaban durante nueve meses para el trabajo de la zafra en un clima de explotación laboral y nuevas relaciones inter-étnicas bien estudiadas en las ciencias sociales locales. Al igual que en el caso anglicano y de otras misiones en el Chaco (y también en otros contextos indígenas de distintas latitudes), los evangelistas indígenas tuvieron una incidencia capital en la apropiación y expansión del mensaje cristiano. En la experiencia de la misión escandinava, todos evocan la figura de Santos Aparicio, wichí de la zona y pionero evangelista indígena, que también trabajó durante décadas en YPF y fue asimismo “informante clave” del etnógrafo Palavecino y del lingüista Antonio Tovar. Aparicio y Johnsen realizaron en 1935 viajes exploratorios hacia el corazón chaqueño y la frontera delineada por el río Pilcomayo. De aquellos recorridos en el ocaso de la Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay (1932-1935), cuya caja de resonancia fueron los grupos indígenas que habitaban la frontera, surgirá el acontecimiento mito-histórico capital de esta vertiente misionera: el “avivamiento del Pilcomayo”. Según relataron sus protagonistas, grupos toba y wichí recibieron el “Espíritu de Dios” encomendado por el noruego, mientras predicaba sentado en una silla montada en una pequeña escalera. Al poco tiempo, cuando Johnsen había retornado a Embarcación, familias toba y wichí de Villa Montes (Bolivia), La Puntana, Monte Carmelo, La Curvita e Hito 1, que solían migrar hacia los ingenios y conocían bien el territorio, hicieron su parada habitual en el pueblo, pero ahora dispuestos a vivir allí bajo la protección y disciplina del misionero noruego. Aunque las condiciones e implicancias de esta historia se inscribieron en una particular coyuntura, los aborígenes chaqueños que llegaron a Embarcación estaban practicando un tipo de relacionamiento social forjado hace siglos por las misiones jesuitas y franciscanas, pero reactivado bajo nuevas formas por los anglicanos al fundar Misión El Algarrobal (luego Misión Chaqueña) en 1914.

caserio La LomaAlojados desde 1935 en unos terrenos periféricos al poblado, grupos toba y wichí dividieron el espacio social en dos barrios contiguos separados por una ancha calle principal e interdictos matrimoniales que fueron flexibilizándose con el tiempo. En prolijas hileras se dispusieron casas de adobe y caña, con techos de paja y pisos de tierra. De inusual modo en relación al patrón de las misiones protestantes en el Chaco, organizadas en espacios rurales, “el campamento de los indios” se ubicaba al interior de un creciente poblado donde, como recuerdan los ancianos, “nada nos querían los blancos”. Entre reclamos territoriales y pánicos sanitarios la misión fue desalojada en 1962, porque –como nos dijo Lisandro– “en el pueblo se decía que somos todos tuberculosos”. Algunas familias volvieron a sus lugares de origen, pero el grueso de la gente toba y wichí se relocalizó en una mansa lomada a dos kilómetros del antiguo emplazamiento, en unas tierras adquiridas por los misioneros noruegos, que miran al monte y ofrecen la gratificante sensación de una brisa nocturna. El nuevo espacio fue designado Misión La Loma, que era un monte donde los aborígenes de la “misión vieja” buscaban maderas, plantas medicinales y pequeños animales para el fuego. Una de las familias que allí se asentaron fue la de Lisandro Vega. Sus padres habían llegado a Embarcación desde el Pilcomayo superior “siguiendo el mensaje del misionero” –como relata la novela Eisejuaz–, en aquella oleada migratoria hacia fines de los años treinta. En los años sesenta ya era un reconocido y ascendente joven wichí, que hablaba bien el castellano, trabajaba en el principal aserradero del pueblo y se había casado con una de las hijas de Daniel Torres, otro de los evocados evangelistas de la misión.

III

Desde el primer viaje de campo exploratorio y las iniciales conversaciones con Marcos, el señalado pastor general, este nos remarcó sin vacilaciones: “tienen que hablar con Vega, es viejito ya, pero tiene una historia muy interesante”. En otra oportunidad, revisando el archivo fotográfico de la misión escandinava encontramos una foto donde una pareja indígena caminaba hacia el altar del templo de Embarcación; él traje negro, pañuelo y flor en el ojal, ella vestido blanco, tul y ramo en mano. Parecía situarse en los años ´60. Después vimos otras de la misma persona, de porte robusto, petiso y adusto, comiendo con el misionero noruego Per Pedersen y los principales líderes religiosos indígenas, circa 1960; con el gobernador interventor de Salta Ferdinando Pedrini en 1975, con políticos criollos de Embarcación a comienzos de los ´80, entre muchas otras.

Casamiento de Vega “Ese es Vega, ¿todavía no hablaron con él?” nos intimó Marcos, agregando, “es un personaje importante, porque es como que tiene todas las contradicciones de lo que fue esta misión en la época de los noruegos y la relación con los aborígenes, pasando de estar recontra metido con ellos hasta hacerles toda la contra cuando andaba en política”. De a poco, el camino hacia el encuentro con el soñador se iba demarcando, con algunas huellas en el medio.

¿Pero el soñado? Fue gracias a otro querido interlocutor, el profesor de ciencias políticas e historiador local José Desalín Gomez, que con Hugo escuchamos por primera vez sobre la existencia de la novela de Sara Gallardo. Entre cervezas y pizzas en su hospitalaria casa, José nos contó que el protagonista del libro no era otro que Vega y que aquel escenario central y no especificado, tan repetidamente marcado por la “bruta calor”, era el poblado de Embarcación y sus alrededores. José nos acometió así a no demorar más el encuentro con Eisejuaz, pues su edad era avanzada y su fuerza física y mental se sabía debilitada. Nos aconsejó también que no dejáramos de leer la maravillosa novela de Gallardo, “que se hicieron bastantes estudios sobre ella, vinieron investigadores de la Universidad de La Plata y todo, si mal no recuerdo… porque es increíble como capta la forma de hablar y pensar del indígena de esta zona”. Como si fuera poco, nos regaló un ejemplar de la revista Cuadernos del Trópico, editada en la cercana Orán, con un artículo de su autoría donde coteja las correspondencias históricas entre la novela, el protagonista y la ciudad de Embarcación. Ya no había excusas.

Entonces recorrimos, siguiendo nuestro habitual itinerario, los cercanos tres kilómetros que separan la antigua casa misionera de Misión La Loma. Llegamos al centro de la misma, donde no casualmente se ubica la casa de Vega y su parentela, al lado del único y sencillo aserradero del barrio. Lisandro estaba parado en la entrada a su terreno, apoyado en su hermoso bastón de palo santo con cabeza de caballo, prolija camisa blanca y pantalón gris. Ya nos había visto caminar y caminar por la misión, pero todavía no tenía certeza sobre qué hacíamos allí. Digamos que nuestra apariencia no encajaba con la de los misioneros nórdicos o criollos, donde el cuidado corporal y estético configura un habitus ciertamente distinto al de estos no muy prolijos antropólogos porteños. Le contamos que éramos antropólogos de Buenos Aires estudiando la historia y el presente de Misión La Loma. Sin mediar otras palabras, agregamos: “y ya muchos nos dijeron que tenemos que hablar con don Lisandro Vega, que es una persona muy importante”. “Pasen nomás”, nos dijo Eisejuaz, con la tranquila manera propia de su gente y su avanzada edad. Sentados en las típicas sillas chaqueñas de algarrobo y cuero de vaca vimos fotos, tomamos algún refresco y sobre todo conversamos largamente sobre destellos de su vida y pensamiento. Luego de aquella memorable charla seguimos nuestro itinerario etnográfico en los barrios indígenas de Embarcación, observando las rutinas diarias, conversando con sus habitantes y trabajando en la digitalización del archivo histórico de la Misión. Volviendo a Buenos Aires, pasé por Salta capital para tomar otro ómnibus y dispuse de unas horas para buscar ansiosamente en las ferias de libros usados la tan mentada obra. La encontré y leí de un tirón en el viaje de vuelta. Los ojos que la leyeron ya tenían la experiencia vivida y el bagaje histórico previo que reseñé. Quedé atónito.

Sara GallardoIV

La novela de Sara Gallardo edifica una poética de la realidad donde habitó (y habita) Eisejuaz desde los años ´40 del siglo pasado. La obra refiere una construcción brillante del “punto de vista nativo”, esa epifanía romántica a la que esperan llegar los antropólogos de acuerdo al canónico dictado de uno de nuestros padres, el polaco Bronislaw Malinowsky. Lo que leemos es la voz de Vega, la misma voz que escuchó y soñó Sara, la misma voz (ya cansada) que escuchamos con Hugo aquella larga mañana del 12 de mayo de 2011. Nos adentramos así en el derrotero de un hombre que promedia sus treinta años, un wichí que vive en la misión (aunque es expulsado al poco tiempo) y recibe, inequívocamente, un mandato divino que no entiende, pero debe cumplir. Eisejuaz tarda en descifrar los llamados del Señor, que se aparecen tempranamente en el monte a través de sus “mensajeros” y luego en la misión, aunque allí sea castigado por el misionero. “Pero lavando las copas en el hotel me habló Él mismo. Y el Señor de pronto, en ese remolino. «Lisandro, Eisejuaz, tus manos son mías, dámelas»” (Gallardo 2000: 18). A partir de allí, el camino que recorre Vega es uno de sufrimiento y humillación (por el inefable Paqui, su alter ego blanco y tullido que debe cuidar, por su propia gente, por los misioneros noruegos), pero también de acceso al poder y a la trascendencia.

Y la misión es cumplida. Eisejuaz nos introduce, de esta manera, en el recorrido de un niyat wichí (líder político) reclamado por el qapfwayaj chamánico, entendido como el “encanto”, el “carisma”, el “poder mágico de la voluntad” en palabras del etnógrafo John Palmer. La novela narra, de este modo, los dilemas de un tipo de liderazgo político y espiritual indígena surgido a través del contacto con la sociedad hegemónica, y en ese contexto con la particular experiencia histórica de la misionalización escandinava en el Norte argentino.

Reunion de ministerio con Per PedersenTodos los mayores de cuarenta años que viven actualmente en La Loma recuerdan “la época del portón”, cuando los encargados de la misión delegados por Per Pedersen cuidaban celosamente “que no entraran borrachos”, “que la gente no se peleara”, “que no vayan al brujo”. Vega fue el líder de aquel grupo –que en la novela lo reclama repetidas veces para que vuelva a “poner orden”– siendo capataz y luego cacique de Misión La Loma. Como acertadamente nos adelantó el pastor Marcos, la relación de Lisandro Vega con los misioneros noruegos, y que aún perdura en su pensamiento, fue de una ambivalencia radical. La misma estuvo signada por el acercamiento y alejamiento cíclico, la solicitud y la oposición abierta, en los límites de un ejercicio del liderazgo que ha aceptado y desafiado por igual el rol de estos misioneros en su vida, en la de su familia y en parte de su gente, los wichí del Pilcomayo superior migrados a Embarcación. En la novela de Gallardo se trasluce el costado crítico de esta relación, entre expulsiones, acusaciones y maldiciones recíprocas. Ante la interlocución con los antropólogos, hoy en día las memorias de Lisandro sobre (ciertos) misioneros noruegos expresan, sobre todo, un fuerte resentimiento. Esta percepción es común en muchos creyentes indígenas del Chaco argentino que vivieron durante las décadas centrales de las experiencias misioneras protestantes (1920- 1950), desgarrados –según escribí en un artículo reciente– entre la confianza y la sospecha ante estos predicadores extranjeros cuya incidencia en sus vidas nadie duda (Ceriani Cernadas 2013).

En la noción de persona wichí, según interpreta Palmer (2005), la categoría que condensa la voluntad humana es el husek, cuyos atributos vitales, morales y espirituales son centrales. La vida de Lisandro expresa una disputa entre estas voluntades, admirablemente traducida en la obra de Gallardo a partir del conflicto interno de su protagonista, reclamado por el mandato social de un líder que debe practicar la “buena voluntad” y por el llamado a cumplir con el difícil destino que implica “entregar sus manos” al Señor. De este modo, el llamado que estructura la novela –ya tal vez la vida– de Lisandro se expresa en el idioma del chamanismo wichí. En semejanza a otros pueblos indígenas chaqueños y americanos, este se enmarca en el denominado simbolismo cosmológico del Dueño de las Especies, entidades que habitan los espacios numinosos del monte, las aguas y el cielo, a las cuales el chamán se dirige con extrema deferencia, para así lograr la ayuda y compasión necesaria para llevar a cabo sus tareas de sanación y consejo. Estas tareas están siempre mediadas por sueños, cantos y diálogos entre el chamán y los espíritus auxiliares. En el relato de Gallardo, estas entidades son denominadas “ángeles mensajeros del Señor” que visitan frecuentemente a Eisejuaz cuando ellos lo disponen. De esta manera, la agencia de estas entidades es recibida por los sujetos, de la misma manera en que los sueños son enviados más allá de la elección personal. En ciertas ocasiones, los chamanes deben recurrir a la visionaria semilla del cebil, para así encontrar con mayor claridad el acceso al canto sagrado y establecer el dialogo con los espíritus de poder. En uno de los momentos centrales de la novela, Vega necesita de manera urgente la iluminación necesaria para entender y actuar conforme a su misión divina. Y entonces decide visitar a Vicente Aparicio, personaje claramente inspirado en el señalado Santos Aparicio, y va en su búsqueda hacia la ciudad de Orán. “Busqué la hombre conocedor, amigo de mi padre, que vive en Orán. Busqué a Ayó, Vicente Aparicio. Fui a donde trabaja, en la YPF” (Gallardo 2000: 47). Cuando lo encuentra intercambian palabras en el idioma chamánico, “A donde se han ido todos esos que recibiste” –le pregunta Aparicio, “¿A dónde? No sé” –responde Eisejuaz; y entonces se disponen a esperar la noche y fumar un cigarrillo de semillas molidas de cebil para recibir a los mensajeros.

«He fumado con él, mi alma salió de corrida, cantó (…) Entonces llegaron todos los mensajeros sin faltar uno, sin faltar los bichos de la noche, enemigos del sol. Todos entraron de nuevo en mi corazón, entraron por mi boca, y otros entraron por mi pecho. El Señor me los mandó de vuelta. Yo levante los brazos, les dije: “¿Trajeron sus hamacas, sus fuegos? ¿Están aquí otra vez?” (Gallardo 2000: 55-56).

Lisandro Vega 12-5-2011Pero la pena no termina, sigue siempre”, fue la frase que Lisandro repitió constantemente, cual mantra wichí, aquella mañana otoñal en el Chaco salteño occidental. También nos dijo –respondiendo a nuestra vana pregunta– que tenía 140 años, expresando simbólicamente que había alcanzado poder y sabiduría, atributos ambos de la edad. El sufrido recuerdo de su primera mujer, Delia Torres, lo continúa persiguiendo. Pero también los sueños, como aquel que nos contó sobre “su viaje a Japón”, “al lugar donde sale el sol y había una ciudad grande pero vacía, no había nada, ¿será ésa la Nueva Jerusalen?, pero en el centro de la ciudad vacía había una plaza donde estaban los gobernantes”.

Era buena mujer la escritora”, nos respondió cuando –ya cansado– le preguntamos sobre su encuentro con Sara Gallardo hace ya tantos años. Casi al comienzo de la charla nos había hecho dos veces la misma pregunta que ahora, cuando finalizo estas palabras, encuentro reveladora: “¿Usted escuchó hablar del Paraíso? ¿Y dónde queda, dónde está?”. “Nadie sabe”, respondimos con asombro, y los tres nos reímos de nuestra ignorancia.

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César Ceriani

César Ceriani

César Ceriani es Licenciado y Doctor en Antropología por la Universidad de Buenos Aires (UBA).
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