Entrevista a Juan López Fidanza y Darío La Vega, en Diario Norte de Corrientes.

Foto: Diario Norte (Corrientes)«El delito y la Magia»
Criminalización mediática del devoto

Por Nicolás Silva Lotero, para Diario Norte.
Publicado el 02/03/2014. 

El truculento asesinato de Ramón González es un hito en la historia criminal de la provincia de Corrientes. El cuerpo violado, mutilado, desfigurado y decapitado de aquel niño mercedeño de 12 años al que llamaban (y llaman) Ramoncito conjugó, como expresión sublime del horror y crueldad humana, dos aristas que –al corporizarse– desconcertaron a la Justicia y sus agentes: el delito y la magia. Aquel homicidio, descubierto el 8 octubre de 2006, fue investigado y llevado a juicio como un “crimen ritual”; fue evidente, con las pruebas y testimonios recogidos en la etapa de instrucción, que los autores aniquilaron a la víctima con el propósito de obtener un poder proporcionado por entidades sobrenaturales. La carne y la sangre como vehículo y canal para la conexión con el mundo de los espíritus. Ramoncito fue una ofrenda. En los años siguientes emergió una tendencia a nivel nacional en la que el periodismo, en sus distintas ramas, propulsó la imposición de la impronta del rito mágico (o, incluso, satánico) en una serie de casos policiales. La construcción –muchas veces infundada– de que ciertas muertes fueron consumadas durante rituales religiosos; obviamente, de cultos minoritarios y, por lo general, vistos con extrañeza por una mayoría que profesa la creencia católica apostólica romana. Por ejemplo, en el caso de Melina Romero, la adolescente asesinada el 24 de agosto tras ser abusada y luego arrojada a un basural en Buenos Aires, muchos medios de información (sobre todo los noticieros de cable de alcance nacional), desvían el eje de la noticia hacia el vínculo de los involucrados con el umbandismo (religión de origen afrobrasileña). La construcción explícita y artificial de un nexo entre un hecho criminal y un tipo específico de credo. La disyuntiva aquí yace en el Código Penal de la Nación Argentina: no existe el “crimen ritual” en su tipificación punitiva. El caso Ramoncito fue calificado como un “homicidio triplemente calificado por ensañamiento, alevosía, y en concurso de dos o más personas; y abuso sexual con acceso carnal y privación ilegítima de la libertad”. No es que la ceremonia en la que fue masacrado no existió sino que ese contexto esotérico no atañe a las leyes racionales de la Justicia. Para profundizar en el debate LA CORRENTINA entrevistó a Darío La Vega y Juan Martín López Fidanza, dos especialistas que postulan la idea de la criminalización del devoto.

-¿Estamos hablando de un fenómeno reciente?
-Juan López Fidanza: En toda época el “otro”, sea religioso, étnico, sexual o de clase, tiende a ser considerado como una amenaza potencial, habitualmente sin un fundamento real que sustente esa construcción. Desde esta óptica, cualquier hecho que atraiga la atención de la prensa tiende a focalizar y magnificar este carácter distintivo, generando una asociación injustificada con el carácter delictivo que se atribuye a ese individuo. Por otro lado, este “ser distinto” también tendió a volver a estas minorías víctimas potenciales del hostigamiento policial. Basta pensar, poniendo un ejemplo de tenor religioso, en tantos curanderos de principios o mediados de siglo XX que fueron detenidos por las fuerzas de seguridad por “ejercicio ilegal de la medicina”, o bien meramente por estafa. O durante la década del 80 -hasta mediados de los 90- con la acusación del “avance de las sectas”, las cuales eran imputadas de lavar cerebros y abducir jóvenes inocentes. Sin embargo, en los últimos años da la impresión de un crecimiento de la vinculación de hechos delictivos con ciertos colectivos religiosos: umbandistas, devotos de San La Muerte y aun algunos pentecostales de sectores populares (no así con los que pertenecen a las clases medias).
-Darío La Vega: Al menos desde principio del siglo pasado encontramos manifestaciones mágico religiosas que han sufrido una fuerte regulación tanto gubernamental como social. Y los medios de comunicación han sido parte importante de esta regulación. Alejandro Frigerio, antropólogo especialista en religión y referente a nivel regional en este tema, advierte algunos motivos por los que expresiones mágico-religiosas han sido criminalizadas, medicalizadas y, frecuentemente, demonizadas: por no respetar, entre otras cosas, las divisiones que se establecen en una sociedad secularizada (tal como pensamos idealmente a la nuestra) entre “medicina”, “magia” y “religión”; por no responder al modelo socialmente vigente establecido por la religión hegemónica; y por proponer saberes y especialistas alternativos –o complementarios– sobre la salud física, emocional, espiritual. En este sentido, podemos afirmar que esta estigmatización o, peor aún, esta criminalización no deriva solamente de una supuesta “matriz cultural católica” sino también de la imagen ideal que tenemos de nosotros mismos como argentinos “modernos, europeos y racionales”, en base a la cual las cosmovisiones mágico-religiosas poco secularizadas que no respeten el “lugar” hegemónico de la medicina, la psicología o de la religión (dominante, secularizada) son perseguidas.

Foto: Diario Norte (Corrientes)-¿Quiénes lo promueven? ¿Qué rol tienen los medios en esa construcción?
-JLF: No creemos que existan promotores activos. En la “batalla contra las sectas” de mediados de la década de los 90, ciertos activistas antisectas -como José María Baamonde o Alfredo Silleta impulsaron con su raid mediático una estigmatización en la prensa de aquellos grupos pasibles de esta etiqueta (en la práctica, cualquier grupo minoritario, especialmente aquellos que se apartan en mayor grado de la cultura local y del formato religioso cristiano en particular). Actualmente, a excepción de Pablo Salum -activista de escasa repercusión fuera de ciertos programas televisivos de opinión- no se percibe ningún agente que promueva esta estigmatización. Los medios tienen un rol central en este fenómeno de la interpretación criminalizante de estos grupos religiosos. Tienen una función amplificadora de intereses, preocupación y aún prejuicios. Sus profesionales están permeados por la cultura dominante de la sociedad en cuestión e interpretan los fenómenos religiosos desde los recursos disponibles que este marco pone a su disposición, principalmente desde las religiones más difundidas en la región. Las empresas periodísticas “construyen realidad” en un proceso de retroalimentación con sus audiencias. La agenda pública es fijada en un ida y vuelta con los consumidores de la prensa. En esta línea, en los últimos años hubo un tópico que -a excepción de temas económicosacaparó la atención de gran parte de los medios: la inseguridad. De este modo, mientras que estas religiones minoritarias habitualmente no concitarían el interés de la prensa, sí lo han hecho en un contexto que tenga que ver con la inseguridad. Adicionalmente, algunas situaciones de coyuntura permiten la consolidación de esta lectura: el caso de Ramoncito o el de Marcelo Antelo -el supuesto “asesino ritual” de San La Muerte en el Bajo Flores- con su repercusión ayudaron al asentamiento de esta perspectiva estigmatizante. Ciertas religiosidades fueron así dotadas de una carga delictiva injustificada. Ante un delito cometido por un fiel de estos grupos minoritarios, se presenta este hecho como si fuese una propiedad de su religión.

-¿Cuáles son los objetivos de la criminalización?
-JLF: Al no tratarse de una acción planificada y deliberada, creemos que no tiene objetivos en sí.
-DL: Claro, esta criminalización es más bien una resultante de la regulación estatal y social. Y esta regulación deriva de nuestra “matriz cultural católica” y de la idea de cómo los argentinos nos pensamos, “modernos, europeos y racionales”. A partir de esto podemos entender por qué, como bien dice Juan, este “otro” es considerado como una amenaza potencial.

Dario y Juan entrev 1.jpg-El antropólogo correntino, llamado Humberto Miceli, insiste en investigar ciertos delitos como “crimines rituales” ¿Qué opininan?
-DL: Creo que las ciencias sociales pueden dar un gran aporte a la cuestión criminológica, ya sea participando en el planeamiento de políticas públicas por parte del Estado para prevenir o reprimir el delito, como también siendo utilizadas a manera de herramienta de análisis por parte de la Justicia. Es probable también que la sociología y la antropología puedan ser instrumentos eficaces a la hora de la investigación penal. Pero específicamente no comparto la utilización de la categoría “crimen ritual” porque, además de inusual, es inexacta y segregacionista. Es inusual en tanto no es una categoría de análisis dentro de las ciencias sociales, no existen trabajos académicos que desarrollen o utilicen la idea de “crimen ritual”. Un trabajo aislado no legitima una teoría, sino la aceptación académica y el alcance que la teoría tenga dentro de la comunidad. Por otro lado, para utilizar esta categoría se debería demostrar que existen prácticas religiosas que efectivamente conlleven la concreción de delitos. Sin embargo, no existen trabajos prestigiosos dentro de la comunidad académica que revelen prácticas religiosas que induzcan o incentiven a cometer un homicidio ni ningún otro crimen. Por eso, creo que deben tratarse como delitos tal como son tipificados en el Código Penal, sin importar las supuestas aristas religiosas que el caso pueda tener, o repensar otro marco teórico que que no caiga en las mismas falencias y prejuicios. Y digo “supuestas aristas religiosas” porque utilizando la categoría de “crimen ritual” podemos caer en una escalada discriminatoria que atribuya culpas a las religiones por causa de los supuestos creyentes. Por culpa de individuos que se adjudican pertenecer a determinadas religiones o creencias y que cometen delitos puede convertirse en una “caza de brujas”, mayor aún de la que sufren ciertas religiones por estos días.

-¿Qué reflexión hacen sobre el caso Ramoncito, el niño sacrificado por una secta sincretista en Mercedes? Es evidente que los que participaron del crimen creían que con esa ofrenda obtendrían poder sobrenatural.
-DL: Los antropólogos y sociólogos preferimos ya casi no utilizar la palabra “secta” para referirnos a grupos religiosos –que puedan haber cometido delitos o no–. El mayor o menor grado de “sincretismo” presente en un grupo religioso tampoco es una variable que consideremos particularmente relevante para predecir posibles comportamientos. El caso de Ramoncito difícilmente pueda ser considerado representativo de algún tipo de actividad religiosa –es un caso sin duda excepcional–, por la edad de la víctima, por las vejaciones que sufrió, por las mutilaciones que tenía el cuerpo y por las conjeturas que surgieron posteriormente. Las afirmaciones que pretenden tipificarlo como un “crimen ritual” paradigmático son meras conjeturas que no se sostienen con ningún tipo de investigación etnográfica ni se encuadran dentro de ningún marco teórico que podamos encontrar en los últimos 100 años de la antropología. Afirmaciones como que el cuerpo de Ramoncito fue una ofrenda porque fue encontrado en un basural, o esgrimir que fue un ritual “siniestro” porque tenía quemaduras y heridas en el lado izquierdo del cuerpo, o que el hallazgo en un cementerio de un gato ahorcado mirando al noreste indica que allí hubo un “ritual”, se desprenden de un supuesto “conocimiento experto” que no corresponden a la cosmovisión o a las creencias de ningún grupo específico, sino que son más bien un compendio de creencias “brujeriles” o “esotéricas” de procedencias muy diferentes, que sólo se combinan con coherencia en la mente de quien hace el diagnóstico –ningún grupo existente en esa zona tiene efectivamente–, esas creencias. Los “expertos” que las sostienen no fundamentan empíricamente sus afirmaciones, no exponen trabajos propios ni ajenos que fundamenten su hipótesis y no brindan pruebas de ninguna de sus conclusiones. Este tipo de análisis basado en supuestas creencias mágicas o esotéricas universales no tienen ningún sustento en la antropología contemporánea que hace tiempo se alejó de este tipo de pensamiento evidenciado por algunos de sus fundadores (como George James Frazer en La Rama Dorada de 1922).

Foto: Diario Norte (Corrientes)-¿Por qué el periodismo ha caído en esta tendencia de vincular la devoción, por ejemplo un simple tatuaje o una estatuilla de San La Muerte es elemento suficiente para que hablen de un “crimen ritual” cuando su poseedor esta sospechado o involucrado en un homicidio? ¿Y cuánto tiene que ver la honestidad intelectual y rigurosidad del propio periodista? ¿Es una actitud inconsciente de su parte?
-JLF: Analizando las noticias referidas a San La Muerte encontramos un modelo reiterado que denominamos “uso estigmatizante”. El mismo consiste en la utilización de esta figura como una etiqueta que refuerza el carácter criminal de la persona señalada como delincuente. En el contexto de una noticia que trata de un hecho delictivo, se resalta la presencia de algún elemento que hace referencia a esta devoción, por más que éste sea un factor marginal. Así, se resalta el hecho que el supuesto criminal tenga un tatuaje de San La Muerte –o de cualquier figura esquelética,
que inmediatamente será reconocida como tal–, de poseer una imagen o aún una estampa de este santo. En algunos casos la inclusión responde a alguna lógica –por ejemplo, un tatuaje ayudó a reconocer la identidad de un cadáver–, pero mayormente se trata de un agregado por fuera del hilo del relato. El hecho de que el sospechoso posea una imagen del santo, un tatuaje, una estampa u otro objeto similar se torna -en el discurso periodístico- en una marca que acrecienta el carácter criminal de la persona imputada, dándose una trasposición de lo penal a lo religioso. Este no es el único mecanismo que crea el perfil “criminal” de estas religiosidades. Otros tales el modo de titular, las fotografías que ilustran la noticia o la creación de noticias-síntesis que, pretendiendo ampliar la información sobre el caso es cuestión, suelen hilar eventos negativos que tendrían a estos grupos religiosos como protagonistas, cimentando una sensación de peligrosidad evidente. No creemos que estos mecanismos sean fruto de una deliberada intención de perjudicar a estos grupos por parte del periodismo. Ciertamente influyen los marcos interpretativos desde donde se piensan los fenómenos religiosos –desde las religiones socialmente preponderantes–.

Dario y Juan entrev2.jpg-¿Qué consecuencias avizoran si el fenómeno se agudiza?
-JLF: Superado el temor a la “invasión de las sectas” de las décadas pasadas parecía difícil que prosperase una dinámica como la que describimos. En caso de agudizarse, debe señalarse en primer término el perjuicio que sufrirán estos grupos religiosos. Los mismos, especialmente en el caso del umbandismo, habían logrado ciertos avances en lo que hace a lograr cierta legitimidad. La consolidación de este cariz criminalizante aumentará las dificultades y costos que asumen diariamente sus fieles. Por otro lado, esta construcción queda como un mecanismo disponible a ser aplicado ante cualquier grupo religioso divergente que aparezca en escena.
-DL: El caso de las religiones afrobrasileñas es paradigmático: hace más de 60 años que existen estas expresiones religiosas en nuestro país y sin embargo sólo en los últimos años han sido vinculadas con homicidios. A partir de la llegada de la democracia emergió una visibilización de estas minorías religiosas que les permitió expandirse por todo el país, pero este crecimiento también las ubicó como una amenaza potencial del orden socio-religioso hegemónico. Los umbandistas se encuentran frente a un clima absolutamente hostil, ante una mirada de la sociedad que los ha etiquetado como criminales sin importarle la buena o mala praxis religiosa.

Un diputado correntino y su proyecto para controlar los cultos
El 26 de agosto Carlos Rubín, el diputado nacional del Frente para la Victoria por la provincia de Corrientes, presentó un proyecto de ley para brindar asistencia a “víctimas de grupo-dependencia, y líderes grupales o unipersonales que ejerzan persuasión coercitiva y abusos” y crear un marco normativo de los cultos y sectas en el país. “No hay año en que no se conozca por lo menos una docena de hechos en los que las víctimas son de estos grupo”, afirmó el legislador oriundo de Curuzú Cuatiá.
“El proyecto se desprende del presentado anteriormente por (Pablo) Salum y que fuera aprobado y actualmente está en vigencia en Córdoba.  Creemos que sufre las mismas falencias y desaciertos”, advirtió Darío La Vega. “Lamentablemente este proyecto se fundamenta casi exclusivamente en opiniones periodísticas sobre casos de crímenes resonantes que presentaban vínculos, muchas veces espurios, con distintas creencias subalternas. La única voz académica que fundamenta el proyecto es la de Miceli. Entonces, con los prejuicios e imprecisiones que tanto periodistas como el propio Miceli manifiestan resulta imposible coincidir con el proyecto”, acotó.
“Rubín plantea en el texto la necesidad de debatir sobre esta problemática pero redacta un proyecto sin la más mínima posibilidad de debate, tanto académicos como los propios practicantes deberían tener posibilidad de alegar sus respectivas posiciones.
“Además, el texto plantea que, por ejemplo, ‘en muchos casos estos grupos o individuos integran redes más amplias que mantienen  su cohesión y se retroalimentan de la comisión de otros delitos, como trata y tráfico de personas, narcotráfico, pornografía infanto-juvenil, entre otro géneros delictivos”. Afirmaciones como éstas tienden un manto de sospecha gravísima sobre cualquier grupo que más o menos cuadre dentro de la confusa noción de secta que brinda el proyecto».


(Crédito de imágenes: Diario Norte)

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Dario La Vega

Dario La Vega

Darío La Vega es estudiante de Antropología Social y Cultural en la Universidad Nacional de San Martín y fotógrafo.
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