Las devociones populares en la literatura (6): El Gauchito Gil, por Leonardo Oyola

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Cinco de oro

Por Leonardo Oyola (extracto de su libro «Santería»)

Creo. Yo creo en Dios. Tengo fe. Eso es algo que uno sabe y no lo puede explicar con palabras. Porque tener fe se siente de una manera tan especial. Tener fe es tener poder. Es hacerte poseedor de una fuerza inigualable. Por algo la única sensación más parecida a tener fe es llevar vida adentro de uno.
Yo rezo. Rezo mucho. Lo que no me garantiza si Dios me va a escuchar o no. «Porque si alguien está siempre ocupado, ése es él», me había dicho la tia Chiqui.
La tía Chiqui. De ella aprendí lo mejor.
Chiquita fue quien me lo explicó: «No sabernos si Dios nos va a escuchar o no. Hay que hablar con aquellos que están más cerca de él. Con los que sabemos que tienen su favor. Esos son los que nos van a atender».

Por eso si hay alguien con el que yo hablo es con el Gaucho. Con el Gauchito Gil. Ese sí que te escucha. El Gauchito es un tipo que no tiene drama. Sacrificado. Muy generoso. Y, sobre todo, cumplidor.
Así tendría que ser, de ahí que deseara creer que él fuera Dios. Muchas veces. Que ése fuera su nombre: Antonio. ¿Qué otro nombre podría tener Dios, si no? ¿Jesús? Jesús era el hijo, ¿no? ¿Vos creés que nuestro Señor sería capaz de ponerle a su nene su mismo nombre? No sé Dios, pero el Gaucho nunca. Porque no es egoísta. Ni ahí.
A mí me gusta pensar de vez en cuando que Dios se llama Antonio. Como el Gauchito. Porque a veces tengo esa necesidad de sentirlo igual a mí, igual a vos. No el verso que te hacen los curas. Eso de que nos hizo a su imagen y semejanza. No. Yo deseo con fervor descubrir y probar que Dios es como cualquiera. Nada más que es eso: Dios. Que es lo que le tocó ser.
Sí. A mí me gusta pensar, de vez en cuando, que si Dios tiene una cara debe de ser parecida a la del Gauchito. Que tiene bigote. Que tiene el pelo largo y enmarañado. Porque yo necesito verle la cara a Dios cuando le rezo. Necesito ponerle un rostro para saber que puedo confiar en Él, que Él me va a dar una mano. Y cuando le rezo, confío ciegamente y recibo la ayuda de esa mano porque yo le rezo al Gaucho y porque yo creo en Él.

DSC09784Tener fe es tener poder. Si tenés fe no hay nada con que darte.
Se nace teniendo fe. Puro chamullo que después la vas a tener. Te lo digo por experiencia. Es algo que viene con vos a este mundo. Es algo que ya te lo dan de entrada. No sé bien si tus viejos o El. La fe viene con vos. Por eso hay tanto loco suelto hablando giladas. Esos son los que se mienten a ellos mismos. Una y otra vez. Tantas veces como sean necesarias hasta terminar de creerse que tienen fe. Fanáticos conversos. Son los que se ahogan primero. Con su propia mierda. Porque eso es lo que ahoga. No el alcohol. El vino solo ayuda a que te tragues tu bosta. Uno se hunde en su mierda porque de eso son los mares por los que navegamos. Sabelo. Si creés en Dios, por lo menos tenés un bote. ¿Que cómo lo navegás? Eso es problema tuyo.

Tener fe es tener poder. Y si tenés fe, tenés un arma.
Yo tengo fe. Tengo poder. Y estoy armada. Por eso la gente viene a consultarme. Por eso me pagan. Por-que no cualquiera habla con el Gaucho. No cualquiera habla con Dios. Y sobre todo. Porque no alcanza con rezarles.
Nunca.
De la tía Chiqui aprendí lo que soy. Lo mejor de lo que soy.
Pero la fe, mi fe, vino conmigo. Esa es mi arma. Ese es mi poder. Eso fue lo que me protegió y me va a seguir protegiendo. Eso fue lo que me salvó y me salvará.
Siempre.
Aunque te digan que caí.
Me llamo Fátima Elizabeth Sánchez. Se me conoce como la Víbora Blanca. Nací hace 27 años en otra villa, en una de Flores donde viven muchos, muchos brasileños. El Jabuti le dicen. Tengo entendido que soy hija de Berta Cavalcante Méier, a quien nunca conocí porque murió cuando me tuvo. Vi fotos de ella: era una negra hermosa. Negra, negra. No negra-katunga. Negra. Tan negra como su marido, Paulo. Que además de comerse el garrón de pasar a ser viudo cuando debería ser padre, se vino a anoticiar por el color de mi piel que yo no era hija suya y que su mujer le había metido los cuernos.

Nunca conocí a mi papá. Me adoptó la tía Chiquita. Ella me encontró donde me habían abandonado Paulo y su familia para que muriera. En un basurero del cinturón ecológico. Mi cumpleaños es el 4 de agosto. Nací en pleno invierno. Hizo mucho frío ese día. La tía Chiqui me dijo que por el frío que chupé la piel se me puso más blanca. Ella me levantó de la mugre y me trajo a vivir al Puerto Apache. Ña Chiquita me enseñó a hacer trabajos de rezo. Y de la calle; no, de la calle no: más bien de los pasillos de la villa y del puerto, aprendí todo lo demás.

Son tiempos difíciles para el Apache. Aguantamos. Aguantamos bastante. Y así y todo no sé si nos va a alcanzar. Fuimos perdiendo territorio por no caer en la transa. Pero lo que nos pasó fue que había demasiados caciques dentro de la indiada. Convivían muchas bandas y ninguna era fuerte. Antes sí que éramos una tribu. Eso pasaba cuando mi marido todavía estaba vivo.
Dos años me duró el casorio. Casi tres, en total, fueron los que compartimos con Ray. Sólo yo le decía así. En la villa le habían puesto Luca porque se afeitaba la cabeza. Ni ahí que se parecía al pelado. Pero viste como es cuando te bautizan, ¿no?

Ray tenía su santo. Yo el mío. Cada cual le rezaba al suyo para poder seguir adelante. Creo que ya les dije que el Gaucho no es para nada rencoroso, por más que digan por ahí que sí. Si vos no le cumplís al Gaucho, Antonio no te la va a venir a cobrar. Nunca. Porque sos vos el que tiene un problema. No Él. Ahora, con el Señor de Ray ése es otro cantar. Ese sí que es un jodido.

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Ray la venía juntando con pala. Y si bien era generoso con el malón, si bien era muy atento con los pibes de la villa, parece que se desentendió del Santito y que el Señor de La Muerte no se la dejó pasar. Un pendejo del orto lo hincó en una pierna y se desangró. Cuentan que Ray lo había encontrado colando rancho acá en el Puerto. Que le había pedido que se fuera de los pasillos, que todos los huecos los manejaba él, que nadie se paraba de manos sin que él lo supiera o lo permitiera porque en el Puerto mi marido era Don King. Dicen que el mocoso atrevido amagó con irse y que a traición le clavó la faca en la pierna. El boludo de Ray, por reflejo la sacó. Y por el tajo se le fugó un río y la vida. (…)

Fuente: Páginas  17 a 21 de la novela «Santería». Buenos Aires: Negro Absoluto. 2008.
Fotos: Alejandro Frigerio, Santuario del Gauchito Gil, Monte Grande.

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Alejandro Frigerio

Alejandro Frigerio

Alejandro Frigerio es Doctor en Antropología por la Universidad de California en Los Ángeles. Anteriormente recibió la Licenciatura en Sociología en la Universidad Católica Argentina.
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