Cómo el capitalismo convirtió a las mujeres en brujas

Sobre Brujas, Caza de Brujas y Mujeres, el último libro de Silvia Federici – por Sady Doyle

La obra de la feminista y socialista italiana Silvia Federici es lectura obligatoria para comprender las políticas del género en 2019. Las frases iniciales de su ensayo de 1975 Salarios contra el trabajo doméstico: «Ellos dicen que es amor. Nosotras decimos que es un trabajo sin salario ”, quedarán rondando en tu mente y cambiarán todo tu concepto de familia. Caliban y la bruja, su titánico trabajo de 1998 sobre los juicios a las brujas como una herramienta del capitalismo temprano, desarmará tus preconceptos y rearmará tu manera de ver las cosas.

Federici no sólo es relevante, sino que con cada segundo que pasa se torna más importante. A lo largo de su trabajo, ella describe cómo el capitalismo afecta e infecta la esfera «privada» femenina del trabajo doméstico y reproductivo no asalariado; examina la intimidad, descubriendo todas sus capas tóxicas de pintura con plomo y amianto, hasta que sus cimientos basados en la explotación quedan claros. Su trabajo es esencial para descifrar el momento presente, ya que el capitalismo y el patriarcado se entrelazan para producir descendencia cada vez más grotesca: las agencias de adopción depredadoras que obligan a las mujeres a renunciar a sus bebés; el exorbitante costo del cuidado de los niños que hace que las madres trabajadoras solteras quiebren; industrias enteras donde la oportunidad de abusar de las mujeres con impunidad es usufructuada por hombres poderosos. Y, gracias a Dios, parece que nos damos cuenta; la mitad de las mujeres jóvenes de izquierda que escriben hoy están influenciadas por el trabajo de Federici.

El último libro de Federici, Brujas, Caza de Brujas y Mujeres, actualiza y amplía la tesis principal de Caliban, en la que argumentaba que la «caza de brujas» era una forma de alienar a las mujeres de los medios de reproducción. En la transición del feudalismo al capitalismo, argumenta Federici, hubo un impulso revolucionario intermedio hacia el comunalismo. Los grupos comunales a menudo abrazaban el «amor libre» y el igualitarismo sexual, hombres y mujeres solteros vivían juntos, algunas comunas eran exclusivamente femeninas e incluso la iglesia católica solo castigaba el aborto con unos pocos años de penitencia.

Para los siervos, que cultivaban la tierra a cambio de una parte de los cultivos, el hogar era trabajo y viceversa; hombres y mujeres cultivaban las papas en conjunto. Pero en el capitalismo, los trabajadores asalariados tienen que trabajar fuera del hogar todo el tiempo, lo que significa que alguien más necesita estar en casa todo el tiempo haciendo el trabajo doméstico. Entonces, los roles de género y la subyugación de las mujeres se volvieron necesarios.

Las primeras élites feudales en la Europa rural tomaron las tierras públicas, haciéndolas privadas y controlables, y el patriarcado encerró a las mujeres en matrimonios «privados», imponiéndoles la servidumbre reproductiva de tener los hijos de los varones y el trabajo emocional de cuidar de todas las necesidades de los hombres. El embarazo y el parto, que antes eran una función natural, se convirtió en un trabajo que las mujeres hacían para su esposo-jefe, es decir, el parto se convirtió en trabajo alienado. Las «brujas», según textos de caza de brujas como el Malleus Maleficarum, eran mujeres que mantenían el parto y el embarazo en manos de mujeres: parteras, abortistas, herboristas que proporcionaban anticonceptivos. Fueron asesinadas para cimentar el poder patriarcal y crear la clase obrera doméstica subyugada necesaria para el capitalismo. «El cuerpo ha sido para las mujeres en la sociedad capitalista lo que la fábrica ha sido para los trabajadores asalariados», escribe Federici en Caliban, «la base principal de su explotación y resistencia».

La elegancia de este argumento, la forma ordenada en que une lo público y lo privado, es emocionante. Hay momentos en que Federici comprende las cosas de manera única. En este pasaje, explica cómo la sexualidad, una vez demonizada «para proteger la cohesión de la Iglesia como un clan patriarcal y masculino», se volvió subyugada en el capitalismo: «Una vez exorcizada, negado su potencial subversivo a través de la caza de brujas, la sexualidad femenina sólo podía ser recuperada en un contexto matrimonial y con fines procreativos (…) En el capitalismo, el sexo puede existir pero sólo como una fuerza productiva al servicio de la procreación y la regeneración del trabajador varón/asalariado y como un manera de apaciguamiento social y de compensación por la miseria de la existencia cotidiana».

En otras palabras: un hombre puede tener relaciones sexuales con su esposa para tener un hijo y heredero, y puede tener relaciones con una trabajadora sexual para desahogarse, pero le conviene mantener a la trabajadora sexual criminalizada y a la esposa dependiente; ambos son trabajadores, y él, como jefe, no quiere que comiencen con exigencias. (Ver: la saga Stormy Daniels-Donald Trump, o la reacción de pánico de los hombres ante #MeToo cuando las mujeres que han tratado como meros artículos de lujo comienzan a responder y enfrentárseles).

Los placeres de la lectura de Brujas se producen en pequeñas y rápidas ráfagas de iluminación. Federici entra y sale de su famoso argumento, ampliándolo, actualizándolo y encontrándole nuevos ángulos. Algunos ensayos funcionan mejor que otros. Su análisis de los chismes y su criminalización es sobresaliente; traza una historia concisa y condenatoria de cómo «un término que originalmente indicaba una amiga íntima se convirtió en uno que significaba murmuración ociosa y crítica», y cómo este acto de mujeres hablando entre sí, a menudo sobre hombres, -y de una manera en que esos hombres podrían no apreciar- se castigó con la tortura y la humillación pública, como en el caso de la «brida de regaño» (N del T: en inglés, scold bridle, una máscara de hierro usada como forma de tortura y castigo). Este dispositivo de tortura, que se usó hasta principios del siglo XIX, era una máscara con un freno (a veces bordeado con púas) que entraba en la boca de la mujer y le impedía mover su lengua. Los chismes, como las brujas, fueron criminalizados por ser mujeres. Federici es siempre oportuna: las actuales «redes de susurros» , en las que las mujeres comparten las identidades de abusadores y acosadores para protegerse mutuamente, también son chismes. Y, como demuestra la presentación legal del acusado de violación Stephen Elliott contra Moira Donegan y la lista de «Shitty Media Men», muchos hombres todavía quieren que se envíen los chismes a la corte.

Otros aspectos examinados por el libro resultan menos convincentes. Federici pasa mucho tiempo analizando la caza de brujas africana contemporánea en el contexto de la globalización. Aunque está profundamente interesada en la política africana, me hubiera gustado que hubiera pasado más tiempo explorando las diferencias entre la Europa medieval y la África actual.

El concepto de «bruja», o usuario de magia negra, varía según la cultura. Un hombre de Ghana, una mujer navajo y un predicador evangélico blanco en Louisiana definirán «brujería» de manera diferente. Federici a menudo parece estar exportando a África el modelo medieval europeo, en el que las brujas son mujeres que supuestamente ganaron sus poderes al tener relaciones sexuales con Satanás y comer bebés, y cuya amenaza estaba inherentemente vinculada a la «desviada» (por independiente) sexualidad femenina -un modelo que en otro contexto cultural parece no encajar del todo.

No dudo de Federici cuando dice que los asesinatos de brujas en África provienen de las mismas fuentes que el pánico medieval: el capitalismo, la influencia del cristianismo fundamentalista, la necesidad de apoderarse de la tierra mediante la eliminación de sus dueños. Pero las diferencias sí importan. En partes de África Central y Occidental, el prototipo de bruja acusada no es una anciana (como en Europa) sino una niña, a menudo la hija de un padre recientemente divorciado o viudo. Hay algo vital que decir acerca de cómo el capitalismo elimina cruelmente a los niños que ponen a prueba los recursos de su comunidad, y al considerar a la «caza de brujas» como un fenómeno intercultural homogéneo, se pierde la oportunidad.

Estas son cuestiones menores sobre un libro que sospecho que los lectores amarán de todos modos. El punto de leer a Federici no es estar de acuerdo con ella en todo, sino dejar que quite el polvo y las telarañas de tu mente, que abra nuevos caminos de pensamiento y despierte nuevas curiosidades. Abrir este libro al azar siempre lleva a una oración que hará exactamente eso, como cuando Federici explica por qué las brujas suelen ser ancianas: «Las mujeres mayores no pueden ya procrear niños o proveer servicios sexuales y, por lo tanto, aparecen como un drenaje en la creación de riqueza”; o vincula a las brujas con otras insurrecciones históricas: «la representación de los desafíos terrenales de las mujeres a las estructuras de poder como una conspiración demoníaca es un fenómeno que se ha manifestado una y otra vez en la historia hasta nuestros días» (Brujas se publicó unas semanas antes que un sacerdote exorcista católico celebrara una misa especial para proteger al acusado de depredación sexual Brett Kavanaugh de …. una conjura de brujas contra él).

Cada oración también abrirá puertas a sus otros trabajos. Este no es el libro de Federici con el que terminar la lectura de su obra, pero puede ser el que debes recoger cuando estés listo para comenzarla….

Publicado originalmente en inglés en In These Times. Traducción al español de Alejandro Frigerio. El libro de Federici se puede comprar (en inglés y en e-book) aquí

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Sady Doyle

Sady Doyle

Sady Doyle contribuye regularmente a la revista online In These Times. Es la autora del libro "Trainwreck: The Women we Love to Hate, Mock and Fear... and Why" (Melville House, 2016) y es la fundadora del blog Tiger Beatdown. Se graduó del Eugene Lang College en 2005, y ha contribuído con numerosos medios norteamericanos.
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