Documento: «El gremio de las curanderas y santeras» por Roberto Arlt (1928)

«Adivina junto a su altar» (Caras y Caretas 1901)

¿Quién no ha tenido entre sus manos una de esas clásicas tarjetitas que dejan tiradas en los zaguanes de las casas los propagandistas de las curanderas? Siempre rezan lo mismo: «No sea usted infeliz. Cure sus sufrimientos. ¿Lo han traicionado en el amor? ¿Una mujer no lo quiere? ¿Su esposa les es infiel? ¿Quiere ganar la lotería? ¿Quiere saber dónde se encuentra el ser que puede hacerlo feliz? ¿Quiere poner re-medio a sus desdichas? Acuda a Doña Juanita, que acaba de llegar de Europa y trae la auténtica clavícula de Salomón, y la piedra talismán legítima. Cuídese de las imitaciones. Doña Juanita C., calle Sarandí… se atiende los domingos y días feriados».

Dónde se reparten las tarjetas

Claro está que estas tarjetas no reparten por las calle Juncal, ni en Arenales. Pero en cambio se distribuyen profusamente en Villa Luro, en Villa Soldati, en Villa Lugano, en el Sur de Flores, en el Oeste de Chacarita, y por ciertas partes de Caballito en las proximidades de avenida San Martín.

Por lo general, la tarjeta está estéticamente decorada de una piedra imán, o de un bergante con gorro turco que lanza rayos magnéticos por los ojos. Esto conturba a las lavanderas y estremece a las planchadoras que sufren mal de amores.

Las modistas las leen de reojo. Las que emocionan con Luis de Val se burlan de esas trapacerías. En cambio otras señoras guardan celosamente el papel y, riendo con risa falsa, piensan en el marido, y en las múltiples recetas que ofrece el talismático impreso.

Un  día el chico se enferma

Un día el chico se enferma y la vecina le cuenta su caso a la carbonera.

«Adivina» (Caras y Caretas 1909)

La carbonera reflexiona un rato y dice:

—¿No tendrá mal de ojo?

—¡Ave María Purísima!

—¿No le habrán echado sal en el umbral de la puerta? ¡Vea señora que hay cada mujer!

—¡Pero si yo no le hago mal a nadie!

—Le envidiarán el marido. No es por hablar mal, pero la sinvergüenza esa de enfrente.

—¿La que le debe las dos cuartillas?

—Sí, y que se da tanto corte, no sé por qué me parece que la mira mucho a su marido.

—No me diga!

—No me extrañaría que le hubiera echado sal, para que se le muera el chico, y que él se fije en ella.

—Si habrá gente… ¿Pero será posible?

—Yo conozco a esa señora que cura por «afección». No cobra nada. Eso sí, si quiere puede dejarle una limosna, para los pobres. Todo lo que le dan a ella, ella se lo da a los pobres. Fíjese que la visitan señoras ricas, de esas copetudas; en auto la visitan.

—¿Y me atenderá a mí?

—Espere, ahora le voy a dar la dirección.

Y así, la santera adquiere una nueva dienta

«Rueda Cabalística» (Caras y Caretas 1901)

 

Las curanderas

Las curanderas son casi siempre unas «furbas»’ de más de treinta años. Gastan lutos en la garganta una cinta de terciopelo negro, que agrisa el polvo de arroz y la natural grasitud de sus pescuezos de gallina. Generalmente son amigas del comisario seccional. Dicen ser profesoras en ciencias metafísicas, y hacen más visajes hablando que un arlequín. Nunca hablan de hombres sin posponer «El doctor tal…», ni nunca nombran a una señora que no sea «mi amiga Arialos Olmos de Portezuela». Se restriegan las manos con suavidad y son «conqueridoras»2, intermediarias y otras cosas peores. Tienen la cara blanca y el alma negra como el fondo de una olla. Allí adentro se cuece de todo… hasta «habas… y por calderadas».

Reciben a determinada hora, y siempre son viudas. Cuando hablan del esposo dicen: «qué en paz descanse el bendito». Conocen más nombres de santos que el mismísimo martirologio y más milagros que los propios bolandistas. Hablan de hectoplasma y del periespíritu. Hacen confidencias de revelaciones, y tienen un gato negro con una cola que parece alambre de púa.

Cuando conversan con una desdichada tienen siempre preparada una criadita que entra a decirle: «Señora allí está el doctor tal que dice si usted puede recibirlo».

Y la «furba» contesta.

—Ya te he dicho que cuando estoy con gente no me interrumpan, y la desdichada se deshace en agradecimientos hacia la santera que lo «hace esperar al doctor».

«Maleficios y Brujerías» (Caras y Caretas 1907)

 

Trafican con:

Trafican con el agua químicamente pura, con la cera virgen, con los pastos, con los escapularios, con los dientes de los ancianos, con las sogas de ahorcado, con sapos, y con todo lo creado y por crear.

Tienen una lechuza embalsamada en su consultorio tapizado de paños negros y hacen cruces con sal en el piso.

Para curar el mal de amores recomiendan clavarlo con agujas a un sapo; para atraer a un novio esquivo piden una prenda de él, envuelven con ella su retrato y a la damnificada le dicen que entierre el bultito en el suelo y que arriba haga una fogata donde arrojará algunos cabellos. El novio tiene que volver.

Propaganda actual – Palermo

 

Conocen recetas para mal casadas y mal casados, descubren la infidelidad conyugal en el corte de una uña y en la rotura de los botones, conocen cuando una amiga le es infiel a otra, y cuando un chico ha sufrido el mal de ojo, o el mal de la sal, o el mal de envidia. Dan consejos y preparan las futuras grescas conyugales, y las terribles pejigueras que los maridos se encuentran al volver a sus casas. Lanzan amenazas ocultas y siempre piden para los «pobrecitos de Dios».

Cuando la desdichada consultora está por retirarse dice toda agradecida:

—¿Cuánto le debo señora?

Y la «furba» responde; señalando una bandeja sobre la que vela la Virgen de Luján:

—Lo que usted quiera dejar para los pobres señora.

Y la damnificada, deja cinco pesos «para los pobres».

Texto publicado originalmente en el diario El Mundo, 29 de julio de 1928.

Incluído en «Aguafuertes inéditas» de Roberto Arlt. Daniel Ochoa Editor. Buenos Aires. 2020.

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Alejandro Frigerio

Alejandro Frigerio

Alejandro Frigerio es Doctor en Antropología por la Universidad de California en Los Ángeles. Anteriormente recibió la Licenciatura en Sociología en la Universidad Católica Argentina.
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