por Nicolás Panotto (Otros Cruces)
El documental realizado por Petra Costa sobre el fenómeno evangélico en Brasil, Apocalipsis en los trópicos, es una producción de excelente fotografía, acompañada por un relato en off que va tejiendo de forma cautivadora para el/la espectador/a una serie de impresiones e ideas organizadas con sutileza, como suele ser característico del estilo de esta directora. La obra ha generado no pocas controversias, tanto en el ámbito religioso brasileño como en el campo del análisis político y las ciencias de la religión. Su eje temático es el apoyo de un importante sector evangélico del país durante la campaña presidencial y posterior derrota de Jair Bolsonaro, conectando este fenómeno con diversos hitos relevantes del desarrollo democrático tanto de Brasil como de América Latina.
Representaciones, simplificaciones y omisiones
Algunas de las críticas apuntan a una representación algo estereotipada del mundo evangélico, a la forma en que se construye la genealogía de los hechos relatados (desde la dictadura hasta la actualidad), y al modo limitado —o incluso silenciado— en que se aborda la presencia del catolicismo (especialmente en su vertiente popular) en varios de los sucesos mencionados. Muchas de estas observaciones tienen sustento. Si la intención del documental era mostrar las dinámicas de todo el espectro evangélico, sin duda quedó corto. Por ejemplo, la voz de evangélicas y evangélicos disidentes quedó reducida a unos pocos minutos hacia el final. Tal vez hubiera sido más pertinente delimitar con mayor claridad el objeto de análisis, aclarando que —aunque mayoritario y masivo— se trata de una expresión particular dentro del campo evangélico, pero que no representa la foto completa.
También es cuestionable la forma en que los hechos históricos se encadenan, o al menos resulta llamativo el modo en que se enlazan para mostrar sus ecos con el mundo evangélico: el film traza una línea que va desde la recuperación democrática hasta el apoyo religioso a fuerzas antidemocráticas —representadas en la figura de Bolsonaro—, lo que levanta algunas preguntas respecto de la complejidad que tiene la relación entre los evangélicos y la democracia en el país, cuya historia ha sido mucho más zigzagueante que la que allí se refleja.
En cuanto al lugar que se le otorga al catolicismo, limitarse a mencionar la figura de Pedro Casaldáliga y la emergencia de la teología de la liberación resulta a lo menos reduccionista. Sin embargo, no hay que olvidar que el documental trata sobre el mundo evangélico, no sobre el cristianismo o el fenómeno religioso en general, lo que constituye una delimitación argumental que debe ser considerada frente a esta observación. Tal vez sí sea una omisión relevante con respecto a este punto la falta de referencia a los vínculos entre el catolicismo conservador y el campo evangélico en los hechos descritos: no se puede pasar por alto que una de las razones del ascenso público y de la creciente influencia política de los sectores evangélicos —tanto en Brasil como en otros países de la región— se debe al beneplácito y al apoyo de grupos católicos institucionales, ya consolidados en el poder desde mucho antes, quienes les abrieron las puertas para facilitar su incidencia.
La necesidad de un enfoque más preciso
Concuerdo con que esta producción podría contribuir una vez más a reforzar estereotipos o a simplificar la complejidad del campo evangélico. Sin embargo, en el caso de Apocalipsis, considero que el problema no radica tanto en el contenido en sí como en la falta de precisión del enfoque a los espectadores. En otras palabras, el documental logra retratar con profundidad una expresión religiosa nacional con suficiente visibilidad y capacidad de influencia como para merecer un análisis dedicado. Da cuenta de un tipo de articulación entre lo evangélico y lo político que tiene ecos en otros países, y cuya genealogía amerita ser examinada con detenimiento y rigor. Tal vez esa precisión pudo haber quedado más clara, para evitar las reacciones defensivas de sectores que se percibieron como “dentro de la misma bolsa”.
En este sentido, sin duda la asociación que se establece entre “lo evangélico”, la figura del pastor mediático Silas Malafaia y las multitudes que salieron a las calles reclamando el regreso de la dictadura, constituye una sobre-simplificación si se piensa que ello representa la imagen de lo evangélico como conjunto. Y no solo frente al campo evangélico progresista, sino incluso dentro de los mismos sectores conservadores, los cuales no son necesariamente golpistas ni bolsonaristas. No obstante, este fenómeno revela un entramado político-religioso que forma parte de un proceso histórico con raíces y sedimentaciones que merecen un estudio focalizado por los efectos que está gestando en diversos escenarios políticos contemporáneos a nivel regional.
Es justamente en esta línea donde identificó uno de los desaciertos más importantes del documental, que se relaciona con lo que considero un problema sistémico en el análisis político y académico sobre estos temas. Más allá de la estereotipación del campo evangélico, lo que más preocupa es la insistencia en una lectura simplificada y unidireccional del vínculo entre religión y política. Se sigue asumiendo que incluso aquellos sectores “mayoritarios” del campo evangélico que apoyaron a Bolsonaro lo hicieron porque comparten íntegramente su agenda, porque son golpistas, o porque son racistas. Pero esto no necesariamente es así —y me atrevería a decir que esto se aplica más allá del campo religioso. Los procesos de identificación entre religión y política distan mucho de obedecer al modelo que propone cierto pensamiento ilustrado y racionalista, en el que se espera una correspondencia entre convicciones ideológicas, conciencia de clase y decisiones políticas. Esta reducción es frecuente en algunos sectores progresistas y críticos.
El apoyo de personas creyentes a determinados discursos políticos no surge necesariamente de una asociación esencialista entre fe e ideología. Existen múltiples factores que entra en juego: temores frente a ciertas agendas públicas, reacciones frente a problemas estructurales, lecturas particulares de los problemas sociales y la forma en que determinados liderazgos los abordan (sin que ello implique una adhesión total a sus postulados), vínculos comunitarios o lealtades internas (que no suponen necesariamente convicciones personales), entre muchos otros. Lo que está claro es que cualquier segmentación dentro del campo religioso —y el evangélico en particular—, por más aglutinante que se muestre (incluso dentro de una movilización popular) no se mueve como una masa homogénea a partir de una analogía directa entre fe e ideología, entre política y decisión. Dicho de otro modo, los evangélicos que apoyan este tipo de narrativas no lo hacen exclusivamente por una convicción doctrinal o por una afinidad ideológica explícita, sino por una serie de factores interrelacionados, muchos de ellos de naturaleza religiosa, pero no por eso monolíticos ni definitivos.
Más aún: ¿podemos afirmar que toda esa multitud mostrada en el documental es realmente “evangélica”, incluso cuando así se autodenominan? La tendencia al esencialismo, que simplifica las posiciones asumidas por personas religiosas, no sólo se manifiesta en el plano político o ideológico, sino también en el estrictamente religioso. Cabe preguntarse si muchas de las personas que se movilizan exhibiendo gestos y símbolos propios del campo evangélico —como la oración, la imposición de manos, el uso de frases comunes al campo, el exorcismo o la exaltación emocional— pueden ser consideradas evangélicas en el sentido tradicional del término, es decir, como sujetos que asumen una fe estructurada, una comunidad eclesial o un proceso de conversión personal.
A estas alturas, la relación entre lo evangélico y lo político debe pensarse también en clave cultural o, en otros términos, como una cultura política evangélica la cual está presente y estructura universos de sentido muchos más amplios, y no solamente a quienes se inscriben en la fe evangélica. La performance de “ser evangélico” ya no se reduce a una pertenencia institucional o a una experiencia de fe personal, sino que puede entenderse como una matriz sociocultural que atraviesa diversas capas sociales, sin que ello implique necesariamente una adscripción religiosa en sentido estricto. Estamos frente a un fenómeno similar al del catolicismo popular: un lenguaje cultural transversal, más que una identidad religiosa definida.
Por lo tanto, la pregunta clave que deberíamos hacernos es: ¿por qué un sector importante de la sociedad brasileña escoge el “formato evangélico” como vehículo para expresar sus demandas y reclamos? Este interrogante desplaza el foco del análisis del documental. Ya no se trata simplemente de cómo lo evangélico adopta determinada ideología, sino de cómo esta expresión religiosa ha devenido un marco sociocultural capaz de canalizar con mayor eficacia una serie de demandas sociales, frente a otras formas de representación —como el liberalismo histórico, el Partido de los Trabajadores o incluso el catolicismo de base— que han perdido, por diversas razones, su capacidad de conexión con amplios sectores de la población.
Un ejemplo ilustrativo se encuentra en una escena del documental donde se muestra a Luiz Inácio Lula da Silva asistiendo a un culto evangélico, recibiendo la oración de varios pastores y formulando promesas electorales sobre temas sensibles. ¿No indica esto que tanto Lula como Bolsonaro han operado dentro de una misma lógica de comprensión del rol político del campo evangélico? En este punto conviene señalar que algunas de las crítica s formuladas desde sectores progresistas —incluso desde el propio campo evangélico progresista— frente a las alianzas simbólicas y rituales entre la derecha y lo evangélico, podrían también aplicarse al progresismo mismo. ¿Dónde radica, entonces, el problema? ¿En la asociación entre religión y política como tal, o en la orientación ideológica que dicha asociación adopta? Si el problema es lo segundo, entonces convendría afinar un poco más la crítica y trabajar, en realidad, desde el reconocimiento de ese vínculo y de cómo operativizarlo en términos democráticos.
La problemática linealidad entre religión-política
En este sentido, resulta fundamental distinguir —desde un punto de vista analítico— dos dimensiones dentro del mismo fenómeno que vincula política y religión: por un lado, la instrumentalización política de la religión, es decir, cómo ciertos líderes utilizan lo religioso para canalizar sus intereses particulares; y por otro, los procesos de identificación política que se dan al interior de las bases religiosas, que no siempre coinciden con los objetivos de esos líderes, aunque puedan articularse en determinadas coyunturas. Aquí es donde podemos ubicar el papel del pastor Silas Malafaia. Siguiendo a Ernesto Laclau, podríamos decir que este pastor no es tanto un “líder” -en términos institucionales- que moviliza masas, sino más bien un significante o figura simbólica que condensa múltiples posicionamientos presentes en la discursividad colectiva, los cuales pueden diferir —e incluso oponerse— a los suyos. Sin embargo, no debemos olvidar que un documental, en tanto pieza de arte, requiere de ciertos personajes para crear un hilo narrativo. Por ello, debemos tener cuidado en hacer una relación tan lineal entre esta figura religiosa y ciertas conclusiones sociopolíticas del análisis, para no atribuir al documental aseveraciones que no pretende.
Considero que la simplificación más importante que deja este documental no reside tanto en su visión sobre “lo evangélico” como identidad particular, sino en la forma en que aborda la relación entre religión y política. Al igual que en otros relatos contemporáneos, se insiste en pensar esta relación de manera unidireccional, abstracta y esencialista, sin atender a la complejidad de las razones por las cuales las personas vinculan su fe —o la performance de esta— a determinados acontecimientos políticos.
Cabe advertir que esta observación no pretende quitar peso al objeto del documental ni licuar el impacto de las voces documentadas. Por el contrario, el propósito es complejizar más su impacto, teniendo en cuenta que de fondo existen entramados que hacen de este fenómeno, no tanto la emergencia de un bloque que gana por su peso o extensión demográfica sino más bien por su capilaridad en fisuras y raíces muy subrepticias que necesitamos advertir para dar cuenta de su real extensión, limitación y potencial, elementos que también influyen en el devenir de otros grupos y voces.
¿Apocalipsis?
Permítanme cerrar con una observación de orden teológico. El uso del término “apocalipsis” como eje simbólico del documental podría caer en ciertos riesgos, al menos si no se habilita una apertura hermenéutica más amplia sobre él. Comprendo que su inclusión responde a una estrategia narrativa de la directora, quien incorpora expresiones surgidas durante la pandemia y, en especial, las vinculadas con la teología del dominio en estos sectores. Esa decisión me parece muy acertada, ya que, con frecuencia, se omite el impacto de las narrativas teológicas en los análisis sociopolíticos.
Sin embargo, el uso de esta figura bíblica reproduce y refuerza las simplificaciones ya mencionadas, sugiriendo que esta interpretación es la única presente en el campo evangélico. Afirmar que el Apocalipsis es “una guerra que culmina en la paz”, es una lectura muy discutible en ese contexto. Ciertamente, representa una de los posibles acercamientos al texto bíblico. Pero en su raíz, el Apocalipsis es un relato político, escrito para posicionar a una comunidad creyente en resistencia frente al Imperio romano. Hubiera sido valioso incorporar también esta lectura alternativa —que, de hecho, es más adecuada en contraste con los literalismos reflejados en el documental, incluso desde la propia narración en off— para evidenciar que, desde sus orígenes, el cristianismo y su interpretación bíblica implican una lucha de sentidos que da cuenta las complejas identificaciones sociopolíticas que lo atraviesan, y que no es, necesariamente, una identidad de talante “apocalíptico” en el sentido mencionado. Tal lectura habría permitido presentar una imagen más matizada —y más precisa— de las enmarañadas relaciones entre el campo evangélico y la democracia.
Este texto fue publicado originalmente en el blog Otros Cruces.
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