por Manuela Rodríguez (Universidad Nacional de Rosario)
Presentación del libro «Giros de una mãe de santo»
El salón es grande, techo muy alto, piso de madera, aberturas antiguas, al fondo una tarima con una mesa de conferencias, abajo muchas sillas que disponemos en semicírculo. Decidimos ubicar todo al mismo nivel, bajamos la mesa que situamos a la derecha con los micrófonos y el parlante. A la izquierda los tambores sobre una tela africana en donde también se acomodaron bandejas de mimbre con hojas y pororó, y otros instrumentos musicales como un agogô, un shékere y pezuñas. Por delante una tela blanca con hojas verdes de diferentes tamaños. El círculo de sillas es grande, como para que las bailarinas se desplacen con comodidad. Al fondo una mesa con jarras de limonada y fuentes con maní y pasas de uva, y otra mesa con los libros para vender. La gente fue llegando cerca de las 19 horas: estudiantes de antropología, devotos y devotas afroumbandistas con sus atuendos religiosos, amigos, amigas, curiosos/as y mi familia. En ese entorno, proyectado y cuidado, el 8 de mayo de 2025 presenté mi primer libro, resultado de una investigación doctoral sobre las religiones afroumbandistas en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe, Argentina. El evento se realizó en el Salón de Actos de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario[1], lugar en el cual se dieron cita religiosos, estudiantes, investigadores/as, periodistas y artistas de danza y percusión afro. Una situación inédita en la ciudad que reconfiguró el sentido del libro hacia lugares inimaginados en el momento en que decidí su publicación.
La apertura estuvo a cargo de David, babalawo Ifasope de la ciudad de Corrientes, quien entonó rezos y cantos para pedir permiso, protección y bendiciones para quienes estábamos presentes.[2] Luego, el grupo artístico Iró Bàradé -danzas de orixás-, con María Laura Corvalán a la cabeza, bailó y tocó tambores para Iansá, Xangó y Oxalá[3], acompañados por cantos del babá e incorporando al público en un ritual que dispuso las sensibilidades a una escucha atenta y comprometida con lo que allí estaba sucediendo. Los comentarios sobre el libro fueron realizados por Diego Mauro, historiador e investigador del CONICET; Araceli Colombo, periodista y comunicadora social; y el babalawo. Moderó la presentación María Cecilia Picech, antropóloga y gran amiga y el equipo del Área de Antropología del Cuerpo que coordino y de la cátedra[4] en la que soy titular colaboró en la organización, acomodando el espacio, sirviendo la bebida y la comida, vendiendo los libros, haciendo los registros y sosteniendo los movimientos del encuentro.
Al final de los comentarios se abrió a preguntas. Las primeras fueron dirigidas al babá, sobre aspectos religiosos, enseguida tomaron el micrófono hijos e hijas de religión convirtiendo el momento en una conversación entre pares. Finalmente, una estudiante preguntó sobre el proceso de investigación, pidió consejos sobre cómo acercarse a mundos ajenos, lo que nos llevó a hablar de diversidad, marginalidad, prejuicio, arrogancia académica y honestidad. Había un espacio para decir, para mostrarse, para compartir. Nos legitimábamos mutuamente: la presencia del Baba habilitaba la danza y la percusión fuera del contexto religioso; el espacio universitario daba un marco de visibilidad a la religión; la presencia de tantos fieles reconocía que mi trabajo de investigación tenía un sentido y estaba dando sus frutos. Hijos e hijas de santo que hacía años no veía, hablaban y lloraban, contaban sus experiencias, su crecimiento, su agradecimiento. Jefaturas religiosas de la ciudad y de ciudades vecinas tomaron la palabra, reconociendo la importancia de un espacio como ese. Devotos y devotas sacando fotos y filmando las danzas, algunos/as bailando, otros/as con lágrimas en los ojos. Era la primera vez que en la ciudad practicantes afroumbandistas se juntaban en un evento ajeno al ámbito religioso.
La situación me sobrepasó tanto que al comienzo me ubiqué entre el público, como espectadora, hasta que el llamado de atención de una amiga me señaló una silla en la mesa de comentaristas. Sólo al final comprendí que estábamos allí presentando mi libro, cuando la gente se acercó para que…. ¡se lo firmara! Fue en ese momento que registré la responsabilidad de estar brindando palabras propias sobre mundos ajenos. Y entendí que yo también podía ser una mediadora, aunque no una médium. De repente, se acortaba una distancia.
Finalicé la escritura de la tesis en 2016, luego de casi 10 años de inmersión en el universo religioso, con momentos de repliegue vinculados a la maternidad, en los cuales tracé un recorrido que va desde el desconocimiento casi total, al conocimiento profundo, aunque parcial, de las vivencias narradas por una mãe de santo. El libro es la mitad de la tesis, fue recortado con el objetivo de centrar la escritura en su historia de vida y que fuera recibido por gente no perteneciente al ámbito académico. Tenía un objetivo explícito: “contar lo que me contaron”, difundir una versión de la religión, la que había conocido gracias a largas charlas con la mãe Griselda de Obatala Efunbunmi Aworeni. Habían pasado muchos años desde que había finalizado esa investigación, Griselda había fallecido en condiciones muy desafortunadas en 2019, su familia se había disgregado, su casa religiosa, cerrado. No había vuelto a tener contacto con ellos y ellas luego de su muerte. Varios factores retrasaron la publicación: la falta de fondos económicos, los cambios en los intereses de investigación y cierta insatisfacción respecto a los resultados esperados que consideraba no eran lo “suficientemente exhaustivos” respecto a los fundamentos religiosos, incluso respecto al análisis antropológico y sociohistórico que sentía que eran aún parciales. También algunos prejuicios y temores sobre la recepción que podía tener para los mismos actores del campo religioso, en especial, los que habían estado involucrados en la investigación.
Mi contacto con el universo afroreligioso tiene dos aristas. Conocí primero las danzas de orixás en el contexto artístico y luego busqué acercarme a sus fundamentos religiosos desde la antropología. En el 2024, cuando decidí finalmente recortar y seleccionar el material escrito para armar el libro, mi vínculo con los dos espacios estaba más ligado a una pregunta por el racismo en mi país. Habíamos trabajado con dos colegas amigas el lenguaje simbólico y estético de la religión para abordar la problemática racial, intentando poner mi conocimiento al servicio de un problema que me atravesaba como conciudadana, y busqué alejarme del universo religioso que sentía ajeno, incluso luego de tantos años de estudio. De alguna manera había tomado la decisión de dejar de “hablar de otros”, haciendo frente a una tradición disciplinar que empezaba a sentir una carga. De todas maneras, también sentía el peso de la reciprocidad: había obtenido mi título de doctora gracias al saber de mucha gente, en especial de una mujer, y tenía escritas muchas páginas sobre sus experiencias, muchas de ellas vinculadas a la marginalidad, a situaciones de rechazo social con historias de esfuerzo, valor y mucho trabajo que quedaban guardadas y ocultas en mi escritorio. Y, además, lo había prometido.
Con cierto pudor me contacté con Sabrina, quien era la pareja de Griselda cuando las conocí, para contarle el proyecto del libro y pedirle permiso para la publicación de fotos y escrituras sobre ellas. Ese llamado abrió una puerta inesperada, fue la excusa para retomar un hilo que se había cortado y comenzar a tejer nudos de sentidos y encuentros, para mí, sorprendentes. Enseguida, Sabrina tomó contacto con religiosos de la ciudad, convocó a su familia biológica y de santo y llamó al pai de Griselda que vivía en Corrientes; su entusiasmo me incentivó, me animó, me apuró, encendió un fuego que estaba apagado. Y fue así, porque fue así también para ella. El libro pasó a ser claramente un homenaje, pero un homenaje complejo. Su relación con Griselda había concluido un tiempo antes de su muerte, los lazos familiares habían quedado algo resentidos y su familia religiosa se fue desarmando. Ella había abandonado por un buen tiempo la religión, en parte porque el proceso había sido difícil y doloroso. Sin embargo, el libro, que tiene como tapa una imagen contundente de Griselda que elegimos juntas, fue un mediador que reparó lazos, historias y memorias en su familia, amigos y amigas cercanas, y en el campo religioso de la ciudad. De pronto, el objeto libro era un articulador de mundos, una excusa para encontrarnos cuerpo a cuerpo en Rosario, por primera vez, con la danza, los tambores, la universidad, la religión y los medios de comunicación.
Parte de la gran convocatoria estuvo vinculada a una nota periodística que Araceli Colombo había gestionado una semana antes en uno de los portales de noticias más conocidos de la región. Súbitamente, el afroumbandismo de la ciudad pasaba de la sección policiales a la sección cultura; del hostigamiento constante a la revalorización. Así se enteró la mãe Gabriela, de Rafaela, que, sin conocer a Griselda, viajó tres horas en auto para ir a la presentación. Su interés estaba vinculado a una Fundación que acababa de gestionar sobre cultura afro, producto de su trabajo de más de 20 años como jefa religiosa en esa ciudad. Cuando leyó la nota se preguntó si sería una actividad “seria”, y como vio que estaba organizada por una Universidad y por investigadores del CONICET sintió confianza, según sus palabras. Ese viaje nos puso en contacto, y un mes después hicimos la presentación del libro junto al grupo Iró Bàradé en su ciudad. Nuevamente fue el espacio religioso el que se hizo presente. Preguntó y me interrogó sobre aspectos íntimos de la investigación, me recordó la importancia de la traducción y de los diálogos posibles y necesarios.
Me interesa reflexionar sobre la importancia que adquiere la forma en que decidimos dar a conocer nuestras investigaciones, y sobre cómo las estrategias de visibilización y de articulación de actores pueden reconfigurar incluso el sentido de las mismas. La presentación del libro se convirtió en un acontecimiento que no sólo homenajeó y revalorizó el trabajo realizado por una mujer en el contexto del culto, dando a conocer su historia, la historia de su familia y desde allí la historia de la religión en la ciudad, sino que permitió también cruzar los caminos de trayectorias urbanas que, en la cotidianidad, andan de manera paralela, rozándose apenas, sin generar intersecciones a pesar de compartir un mismo territorio, un mismo río. La pregunta por la ciudad y la vecindad se volvió crucial, así como la emergencia de nuevas solidaridades que podrían desplegase a futuro. Reconozco el valor que tiene la letra impresa, pero también el saber oral y popular que no se escribe, pero más entiendo ahora que pueden volverse recíprocos y otorgarse validez cuando dialogan. Si algo me enseñaron las religiones afroumbandistas es la potencia vital y sagrada del cruce de lenguajes, de caminos, de trayectorias. La diversidad y la multiplicidad, como modos habilitadores, potenciadores de salud, redes de sostén y contención. Ese sea tal vez el aprendizaje más certero y el punto de partida para un nuevo camino colectivo, compartido, de preguntas, búsquedas y movimientos.
El libro»Giros de una mãe de santo» se puede adquirir aquí.
[1] El evento fue respaldado por la Escuela de Antropología de esta Facultad, el Laboratorio de antropología de las corporalidades Situadas que coordino, radicado en el Ishir (CONICET-UNR) y el Departamento de Comunicación, Cultura y Territorio (Fac. Cs Pol y RRII-UNR).
[2] Como él me informó, primero realizó un rezo denominado Ijuba, para reverenciar. Luego recitó un Oriki a Ifa (una oración a Ifá, considerado el vector y el camino por el cual Orunmila canaliza todos los mensajes que Olodumare y los ancestros envían a los seres humanos) y un verso llamado Odu Osa Meji, para pedir protección y éxitos para los presentes; por último una oración, Adura ire Gbogbo, para bendecirnos. Luego cantó para los Orixas Xangó, Oya y Obatalá.
[3] Bailaron: María Laura Corvalán, Sabrina Bernal, Yamile Ranzoni, Natacha Gattarello; tocaron: Germán Bluhn, Agustina Cerbello e Indiana Oggento.
[4] Del Área de Antropología del cuerpo: Malena Oneglia, Etienne Degreéf, Cecilia Aríngoli y Vera González. De la Cátedra “Problemas Antropológicos Contemporáneos”: Marilín López Fittipalde, Julia Puzzolo, Paula Lagraña y Lucía Pérez Robledo.
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