por María Bargo (IICS, Universidad Nacional Autónoma de México)
El año pasado estuve en mi primer Día de Muertos en México. Preparé mi ofrenda: puse a mucha gente porque nunca los había recordado. Les cociné sus comidas preferidas. Fueron como 10 (foto1). Preparé también la ofrenda con una amiga para su papá que había muerto algunos meses antes. Escuchamos la música que le gustaba a él mientras, con varias de sus amigas, preparamos el altarcito. Se colocan varios elementos: calaveritas dulces, sal, velas, agua, pan de muerto, flores (cempasúchil) que guían a la gente del otro plano a este justo en ese día.
Yo dejé todo listo y fui con mi amiga a Michoacán. Nos alojamos en la casa de una familia Purépecha, en San Jerónimo. Quedaba cerca del lago de Pátzcuaro, uno de los lugares más famosos para ver esa celebración. Los Purépecha son un pueblo indígena que habita o se ubica en distintas localidades. Algunas de estas comunidades mantienen su forma de organización social bajo sistema normativo propio y de manera autónoma. Tenían una ofrenda para uno de sus hijos en el comedor. Por la noche visitamos varios panteones (cementerios). En el camino, paseando por el centro de Quiroga, nos cruzábamos con hasta una policía con la cara pintada (foto 2).

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Llegando a los panteones, juegos y comida tipo feria, gente ya volviendo de haber estado el día entero con sus ollas vacías y algún banquito. Una vez que llegamos, se oían bandas que acompañaban a las familias (principalmente para los muertos más recientes), algunas cantando en el idioma local. Les compartían bebidas, a los chicos que también integraban el grupo, refrescos. Se veían las flores (también cempasúchil) principalmente naranjas aunque blancas y rosas también, iluminadas por las velas (foto 3). A la salida algún que otro hombre borracho nos hablaba mientras caminábamos. Casas con las puertas abiertas exhibiendo la ofrenda para algún familiar difunto.

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Pasé a la casa de una familia que me contó que estuvo haciendo una capacitación política en Argentina allá por los 2000. La ofrenda era para su madre. Un muñeco en tamaño real con ropas típicas que eran de ella. Una especie de pasillo techado de flores hasta llegar al fondo donde se emplazaba la ofrenda repleta de bananas (plátanos, dirían acá). Eran cientos (foto 4). Me dijeron que, como a su madre le gustaban, todo el pueblo les había llevado. También supe que a cambio se suelen dar tamales o algún alimento a quienes rinden homenaje al destinatario de la ofrenda.

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A la noche fuimos a una especie de bar/garage en el pueblo que varias bandas de rock locales tocaban, varias con canciones en idioma purépecha. Nos dormimos tarde después de algunas cervezas. A la mañana siguiente desayunamos poderoso, como se acostumbra en México, para recuperarnos un poco de los efectos del etílico. Pude ver un poco de la casa, que tenía un patio cuadrado descubierto adelante, rodeado con pasillos con habitaciones y seguía una estructura similar atrás donde vivía la familia nuclear que nos alojaba. Adelante su abuela y algún otro pariente. También adelante la pileta donde se lavaba y sacaba agua. Visitamos algunos panteones donde estaban los abuelos y otros parientes de la familia. Algunas de las flores habían sido quemadas por las velas, pero aún era un mar naranja y un poco rosa (foto 5).

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La Santa Muerte
Tras el paseo por los cementerios, pero siguiendo un poco con la temática, fuimos a un templo de la Santa Muerte. Uno muy grande que tiene como media manzana. Afuera, puestos de venta de amuletos, estatuillas, gente haciendo limpias. Adentro miles de figuras (foto 6). Mientras sacaba una foto choqué sin querer a un hombre panzón y calvo con tatuajes en la cara y una cadena que estaba de rodillas frente a una estatua de medio metro de altura de la “niña blanca” y le estaba compartiendo un cigarrillo. Me disculpé y seguí paseando.

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En uno de los pasillos del segundo piso que daba al patio interno había una fila que llevaba a un puesto de venta de pócimas, algún pájaro embalsamado y otras cosas y dos señoras le pasaban huevos por el cuerpo a la gente cuando llegaba su turno. Algunas figuras con el manto cubierto de dólares (foto 7). Eran de muchos tamaños, colores y materiales. En una de las paredes de la escalera, la foto de un hombre con un arma semiautomática y su familia sentada en un sillón que decía “gracias por los favores concedidos”.

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Fuimos después a la capilla donde se veneraba a la Santa Muerte. Afuera una especie de tinglado, donde la gente bailaba (yo homologaría el estilo al chamamé, perdón lo argentinocéntrica) al son de la banda que performaba en vivo (foto 9). Los amigos con los que fui me dijeron que seguro alguien había prometido llevar eso. Había sillas y gente sentada también.

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Recordando muertos en Chalco, Estado de México
Hace unos días fue el aniversario de un año de la muerte del papá de una amiga. Yo llegué a México justo un par de meses después y acá la conocí a ella. En menos de un año ya nos hicimos muy compinches. Junto a otra amiga argentina, nos invitó a la celebración que se hace con ese motivo. Nos fuimos en combi a Chalco, en el Estado de México. Salimos como a las 8am porque íbamos a preparar todo para el rezo de la noche y la reunión que habría después de misa el domingo. Tras pasar por una panadería fuimos a la casa de la madre de mi amiga. Nos recibió con un té, frijoles de olla y tortillas, porque dijo que antes de empezar a cocinar teníamos que comer algo. En la cocina habían varios de los ingredientes que usaríamos para preparar los alimentos y también descartables porque se repartiría comida entre quienes acompañaran a la familia esos días. Entre los ladrillos de la pared encontré unos muñequitos que son los que se encuentran en las roscas de pascua e indican quién debe cocinar los tamales para la fiesta del día de la Candelaria en febrero, pero esa es otra historia (foto 10).

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Hablando de tamales, después de visitar la casa, fuimos a una especie de quincho donde empezaríamos a cocinar. Esa noche habría tamales para quienes se acercaran al rosario, con ponche y café. También comenzaríamos los preparativos para la comida que se ofrecería tras la misa del domingo: tacos de carnitas, arroz, escabeche de nopales. Empezamos cortando la zanahoria para el escabeche del día siguiente y empezaron a llegar las tías (foto 11).

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Ya para el mediodía éramos como siete personas preparando la comida. Dos sobrinos acondicionaban el lugar y ya estaban listas las lonas debajo de las que se colocarían las sillas para quienes fueran esa noche. El hermano de mi amiga y su novia fueron a comprar las flores y pétalos. Pasamos después a los nopales y enseguida llegaron las chalas de choclo (elote) y nos pusimos a limpiar mientras una tía preparaba el relleno con masa de maíz y grasa (le dicen manteca). Empecé a aprender algunas reglas culinarias al lado de una tía que me preguntó qué estaba haciendo y cuando respondí “intentando limpiar las hojas”, dijo que lo haga, que no intente. Me enseñaron que, además de ser muy trabajoso, para hacer bien los tamales, es importante que quienes estén implicados en el proceso no se peleen porque sino no se cuece bien el alimento. Supe después que hay una suerte de contrahechizo que precisa que quienes se pelearon bailen alrededor de la olla donde se preparan. Uno de los tíos se puso a ayudar en la limpieza de las hojas. El resto estaba con nosotras aunque sin cocinar.
Ya en la sala estaba la cruz de hierro negra de como un metro 30 cms de altura con una inscripción que decía “tu legado como tu sonrisa permanecerán en nuestros corazones” pintada a mano en blanco. Según entendí la daban los padrinos, que, en este caso, era un matrimonio amigo de la familia. Se empezaron a preparar algunos arreglos florales adentro y se colocó una mesa de vidrio con un mantel blanco en el centro de la sala. Arriba, y en forma de cruz, pétalos de rosas de colores: rojo, rosa, amarillo, blanco. Sobre eso se apoyaría la cruz de hierro y los floreros alrededor. También una foto del difunto y seis veladores más dos cirios. Afuera ya estaban listos los tamales y con mi amiga visitante fuimos a dormir una siesta a eso de las cuatro o cinco porque a las siete empezaría el rezo.

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Bajamos media hora antes y ya había llegado la gente pero comenzaba a llover. Habían encendido el copal con hierbas y estaba apoyado en el patio (foto 12). Las lonas ya no soportaban la lluvia, así que hubo que entrar las sillas. Llegaron las rezanderas (una mujer guía y su ayudante) con una guitarra y palo de lluvia. La guía tenía también un cuadernito. Le dijeron a la madre de mi amiga que necesitaban unos ladrillos envueltos en aluminio asique mi amiga les dio el papel y uno de los tíos se animó a buscar, cerca de la pared del fondo del patio, los ladrillos desafiando la lluvia. Colocaron los ladrillos forrados en aluminio bajo la “cabeza” de la cruz, y fuimos entrando algunos (parte de los invitados se quedaron en el quincho) a la sala y la cocina. Con mi amiga nos acomodamos en la escalera, como si fueran gradas. El copal ya venía echando bastante humo y algunos parientes de la familia receptora se pusieron barbijo, hasta que abrieron la puerta a pesar de que entraba el agua. Al ratito empezó la guía, dio indicaciones y recitó algunas oraciones, encomendando la noche a distintos santos. Se rezaron algunos misterios del Rosario, aunque no se rezó entero. Con respecto a las oraciones que se hacen en Argentina, aquí hay algunas diferencias. Se agregan algunas palabras, son más largas.

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Las velas que se habían colocado sobre la mesa no estuvieron siempre encendidas, algunas se prendieron a lo largo de la noche y antes de ello la guía les hizo un signo de cruz arriba (foto 13). Además, dos o tres veces se arrojó humo con el copal (que se alimentó con más yuyos) a la cruz desde el lado izquierdo, tratando de alcanzar todo el largo. Entre cada misterio y algunas encomendadas, se cantaron canciones religiosas. Las dos mujeres cantaban agudo y fuerte, el público a veces acompañaba. Después de cinco rondas aproximadamente se hizo un recreo: se trajeron tamales, panes dulces y ponche calentito. Un par de veces se cortó la luz, se veía más místico así, porque la luz eléctrica era algo fría y daba directo en los ojos. Volvió aunque los truenos amenazaron con intervenir durante toda la noche. Antes de continuar, se ofreció nuevamente comida en los recipientes descartables que estaban en la cocina cuando llegamos a la mañana y las tías y parientes (mujeres) que habían estado repartiendo los alimentos, volvieron al quincho.
Continuó el momento de los rezos que se anunció con varias canciones previas. La guía usaba su cuadernito para algunas de las cosas que recitaba y cada tanto su asistente colaboraba sosteniéndole la guitarra o agarrando el cuaderno, respondiendo a la mirada de la mujer guía, pero sin que fuera necesario que esta se lo indicara con palabras. Por momentos sí se decían cosas al oído. Luego de algunos misterios y antes de proceder al momento de la levantada de la cruz, se compartió un pancito trozado (que antes estaba entero junto a un vaso de agua sobre la mesa) con los invitados. Para levantar la cruz se llamó a los padrinos, un matrimonio amigo de la familia. Se les dio una vela y se los hizo ir levantando lentamente guiados en el ritmo y ángulo por la asistente, mientras la mujer guía decía algunas palabras. Además, se fue llamando a la familia cercana para tomar objetos de la mesa: el retrato del difunto a la viuda junto con uno de los velones grandes, otra vela a su hija, otra a su hijo, otra a hermanos, hermanas, cuñados y lo mismo con las flores. La mujer guía dio indicaciones a los padrinos diciendo que ellos deberían estar presentes para la familia del muerto. Debieron sostener la cruz de pie por un rato y luego la entregaron a la madre de mi amiga que quedó rodeada por sus hijos.

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La mujer asistente comenzó a reacomodar la mesa. La guía les dijo a quienes lo conocían que agarraran pétalos y le dedicaran un momento de agradecimiento o contacto al muerto. La mujer asistente quitó los ladrillos de la cabecera del lugar donde estaba la cruz y dobló el papel aluminio, acomodó la foto, apagó las velas, reordenó los floreros, mandó a traer ladrillos para sostener la cruz en pie. La mesa se colocó de manera perpendicular al modo en el que estaba anteriormente, como un altar, contra la escalera (foto 14). Se repartieron también unos dulces de cacahuate (maní) llamados palanquetas, que habían sido los preferidos del papá de mi amiga. Antes de dar por concluída la reunión, tras las palabras de agradecimiento del hijo varón y el intercambio de palabras entre los padrinos y la familia, la mujer guía y su asistente comenzaron a cantar nuevas canciones, pero esta vez populares y, como dicen en México, «para llorar». La guía dio indicaciones para el ritual del cementerio del día siguiente: enterrar el aluminio antes de colocar la cruz y verter el agua del vaso sobre la tumba. El padrino le dio dinero agradeciéndole a la mujer guía que le dijo “que Dios se lo multiplique” y el hermano de mi amiga arregló con la mujer guía y su asistente para llevarlas a su casa. Me contaron que el día en que se hizo el velorio tuvieron que acompañar despiertos al difunto durante toda la noche, porque hay que acompañarlo en la lucha entre el bien y el mal, aunque otros dicen que es para ayudarlo a atravesar. Además, que a quienes piden, durante la noche, se les puede servir tequila. Después de saludar a los presentes, luego de tres o cuatro horas de ritual, nos fuimos a dormir.
A la mañana siguiente tomamos unos mates, le dimos de probar a un par de familiares que ya estaban en el quincho, comimos tamales sobrantes de desayuno y empezamos a preparar la comida del día. Yo le ofrecí ayuda a una tía con el arroz, pero al rato me indicaran que no lo revolviera más porque si no lo hacía una sola persona iba a salir mal, como el mole verde, así que la tía continuó su labor por su cuenta. Mientras terminaban de armar el escabeche (ya habían hervido los nopales el día anterior), fuimos a lo de la tía de al lado a hacer las tortillas. Ya tenía la masa de maíz y agua que había comprado y la iba hidratando hasta encontrar el punto en que no se desarmaran cuando las formaba aplastándolas. Quedaban enormes, quizás el doble o triple de las que suelo comer. Las calentaban en una especie de plancha que ahora usaba a gas, pero al aire libre. Cuando se inflaban, era porque estaban listas. Explicaron algo sobre los embarazos y las tortillas. Hablamos también del pasado en el campo, de la comida, las mujeres solteras, los retos en la niñez, hasta que nos llamó la mamá de mi amiga para avisarnos que debíamos salir a la misa para poder encontrar lugar adelante.

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Peregrinamos tras la cruz con las flores, el retrato, el vaso de agua, el aluminio y los pétalos en una bolsa (foto 15). La familia, los padrinos y algunos parientes se sentaron adelante de todo y con mi amiga visitante atrás. Como llegamos temprano estuve mirando los santos que decoraban la Iglesia y conversando con dos señores que me ayudaban a descifrar qué virgen era la expuesta. Les hablé de la de Luján, porque tenía cosas similares y al rato los seis monaguillos (algunas niñas) comenzaron a ingresar por el pasillo desparramando el incienso y tras ellos entró el cura. La misa duró cerca de una hora y media. El cura llamó a más compromiso y esfuerzo para sostener la fe. Frente al altar había un copal pequeño (foto 16). El coro lo componían casi 10 personas que armonizaban prolijo y bonito y me llamó la atención que incorporaran un acordeón. Cuando se acercaba a comulgar (con la boca directamente, por lo que uno de los monaguillos colocaba una patena bajo el rostro de las personas), iban con las manos colocadas en forma de oración, palma sobre palma. Una vez concluída la misa, pude ver que se habían agregado varias filas de sillas fuera del edificio donde otros fieles asistían al ritual. Salimos y el sol pegaba fuerte.

16
Afuera nos esperaba una banda que comenzó a tocar canciones principalmente religiosas y a acompañarnos en dirección al panteón. La procesión fue similar a la que hicimos para recorrer las pocas cuadras hasta la Iglesia, agregando la música (foto 17). Tras algunas cuadras más llegamos a la entrada del panteón del pueblo de San Martín Cuautlalpan. Había algún que otro letrero con publicidades de venta de cajones, lápidas, etc. Tuvimos que atravesar gran parte del terreno esquivando tumbas.

17
Una vez que llegamos adonde estaba enterrado el papá de mi amiga, dos hombres se turnaron para cavar el pozo donde colocarían la nueva cruz que se sumaría a la que estaba colocada al momento mientras algunas mujeres y el primo de mi amiga comenzaron a acomodar y componer los floreros (foto 18). El sol seguía intenso y me sumé a la tarea, tratando de esquivar el barro que el agua que agregábamos y la lluvia de la noche anterior iban dejando. La banda comenzó a cantar también canciones populares, de las que son para llorar. Tras hacer pequeños pozos a los costados para poder rodear el cúmulo de tierra con los floreros, se procedió a enterrar la base de la nueva cruz tras la que estaba allí, sobre el aluminio previamente colocado en la base del pozo. Se echó luego el agua sobre la tierra y la familia agradeció la presencia de quienes los acompañaban e invitó al público a la casa para comer.

18
Llegamos y ya había gente sentada en 3 largas mesas ubicadas en el quincho y una medialuna de más de 20 sillas rodeando la galería techada. las tías y primas de mi amiga ya estaban en sus puestos y una vez que se trajo la comida faltante se armó una suerte de cadena de producción y se empezaron a servir las bandejas de telgopor con escabeche de nopales, carnitas, arroz y canastas de tortillas. Las mesas tenían platitos con habanero, cilantro y cebolla y alguna salsa para agregar. Había refrescos y cerveza para beber. Una vez que todos fueron servidos, comieron también las tías y primas que estaban dando la comida. Más tarde, después de comer, la gente se empezó a retirar. Ayudamos a guardar lo que quedaba, armamos unos itacates (viandas) y emprendimos el regreso a la Ciudad de México.
En el Estado de México, en Michoacán, en la Ciudad de México, en su día y todos los años, en los aniversarios de un año, en algunos templos y en los panteones, a los muertos se los recuerda.
Agradezco mucho a Rubí Olvera por las fotos, la lectura y las enseñanzas..
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