Las construcciones religiosas y seculares de la vida moral

por César Ceriani Cernadas (ICA-UBA/CONICET)

Con la sabiduría y destreza de un sensei de karate, Joaquín Algranti logra articular en este libro un interrogante medular sobre las construcciones artesanales de la vida moral en una multiplicidad de escenarios, coyunturas y agentes sociales. En efecto, el tema que lo justifica recorre la pregunta sobre las formas situadas en que se definen, narrativizan y materializan elecciones de vida consideradas moralmente satisfactorias (“buenas”, “positivas”, “inspiradoras”, “reveladoras”). Sea en contextos religiosos o seculares, estas “artes del buen vivir” se enuncian en acuerdo u oposición a esquemas de valores socialmente establecidos y –por eso mismo- en permanente movimiento. La obra es fruto de un sistemático trabajo de investigación en el campo de la sociología de la religión dirigido por Algranti y con luminosos aportes de sociólogos y antropólogos socioculturales del país (que incluyen al propio director en la introducción y un capítulo de investigación). El texto es, asimismo, producto de un acopiado trabajo de largas décadas en el marco del programa Sociedad, cultura y religión del CEIL- CONICET, el centro de estudios en sociología de la religión de mayor relevancia en la academia argentina.

La sapiencia del maestro se despliega rápidamente al hacernos recordar, a través de la fundamental introducción, nuestra condición de seres morales: personas y grupos que vivimos bajo la construcción performática de regímenes de valor surtido por clasificaciones, formas de comportamiento, costumbres y estilos de vida. Nuestros ancestros – pienso en Durkheim claro, también en Weber, Evans-Pritchard y Geertz–nos advirtieron sobre la comprensión de lo social en tanto hecho moral y acción simbólica. Es decir, acerca de aquel sistema sui generis de reglas y sanciones sobre la conducta (re)elaboradas por el poder de las representaciones, motivaciones, sentimientos, mandatos e historias colectivas. Esta condición ética o moral (términos usados aquí de modo equivalente) es, como argumenta Michael Lambek (2018: 138), “inmanente a la sociabilidad humana” y se presenta al modo de “una perspectiva sobre la acción, por lo tanto, de o sobre los actores, y acumulativamente de o sobre el carácter y las vidas”( Lambeck, 218: 139).

La obra nos introduce en sus primeras páginas en el conocimiento de las “artes del buen vivir”, entendidas como una praxis o empresa moral orientada a definir, disputar y dramatizar nociones y prácticas sobre el Bien. La perspectiva asumida, que encuentra en la síntesis sociológica bourdiana y la filosofía pragmática de Charles Taylor un fino lente conceptual, se abre a la indagación de la agencia estética del hecho moral, en tanto acción valorativa intencionada, (re)clasificadora e instituyente. La imbricación entre estética y moral se plasma, entonces, en la construcción de un artificio orientado a ponderar elecciones u orientaciones ante la vida, en discriminar “lo correcto” o “lo mejor para uno”, en proyectar metáforas, relatos y rituales de identificación colectiva, en promover especialistas, emprendedores y modelos ejemplares del “buen vivir”. Las elecciones se expresan en escenarios y tramas sociales diversas, relativamente interconectadas, que implican valoraciones sostenidas en convicciones religiosas o políticas, estilos de vida o carreras profesionales.

Sin ánimos de desvirtuar la sutil organización de las partes que componen el libro, podemos delinear cuatro dimensiones en donde se despliega esta agencia estética del hecho moral. La primera refiere a paisajes éticos, donde arcadias del imaginario peronista (Attias Basso), migrantes del “buen vivir” (De Abrantes) y performances afrorreligiosas (Carrone) disponen discursos y prácticas que validan –respectivamente- convicciones políticas sacralizadas sobre “el pueblo”, decisiones de movilidad residencial hacia un poblado y una playa alejados del mundanal ruido y disonancias interpretativas sobre las formas correctas de tributar a las divinidades. La segunda, al más puro estilo turneriano, da cuenta de procesos rituales, en tanto dinámicas críticas y pautadas de transformación personal . De este modo, el análisis del “desierto” como categoría maestra (sacra) del periodo liminar en un programa evangélico de recuperación de adictos (Algranti) entra en diálogo con las sonoridades y materialidades que modelan los nuevos cuerpos de practicantes de yoga en un penal bonaerense (Mulieri). La tercera dimensión se focaliza en el carácter proteico del carisma , esa magia del crédito social hacia personas, instituciones, cargos, lugares u objetos. Aquí se enhebran, diferencialmente, la construcción de la carrera carismática del recientemente fallecido periodista Jorge Lanata (Baldoni) y la «carrera en el tiempo» de una cruz milagrosa atada a un linaje familiar y a los devenires sociopolíticos de una serrana, y serena, localidad de San Luis (Ruffa). Finalmente, notamos las inscripciones estéticas, dimensión centrada en los imaginarios y representaciones que los propios agentes deliberan sobre los vasos comunicantes entre la producción y recepción artística, tanto musical como literaria. Estas inscripciones se revelan en la imaginación neoindianista y las narrativas emancipadoras de músicos de “folclore digital” (Nachón Ramírez); en las fronteras clasificatorias y los límites de lo publicable en editoriales evangélicas y literatura de autoayuda (Bonacci); en la edición de obras literarias que fungen como modelos morales y los dilemas éticos que surcan las trayectorias de un músico y escritor evangélico cordobés (De la Cruz).

No pensemos que esta heterogeneidad temática de los capítulos se dispersa en una ecléctica ensalada de conceptos o en niveles de discusión conceptual que obturan la imaginación sociológica y la indagación empírica. Por el contrario, la construcción del dato se sostiene en una delimitación de conceptos guía y en la fuerza de la investigación de campo. La lectura del libro evita caer en una colección caprichosa de ideas sobre el hecho moral, o bien en experiencias que nos distancian en tiempos y culturas al punto de nublar sus potencialidades heurísticas. Los estudios que dan vida a esta obra, volvamos a marcarlo, son producto de un equipo de investigación que trabaja sobre núcleos conceptuales y analiza hechos y procesos socioculturales de la Argentina contemporánea. Como obra sociológica que se precie de tal, el libro abre preguntas, propone nuevas miradas, retoma tradiciones juiciosas y descarta pretensiones teóricas grandilocuentes. Invita así a pensar las vicisitudes del hecho moral en las construcciones de un “buen vivir” en contextos de acción concretos y situados, que informan sobre dinámicas culturales y actuales procesos de sacralización, estén religiosa o secularmente «marcados» (Algranti sensu). Lejos de cualquier imagen funcionalista sobre el hecho moral, la obra apuesta a problematizarlo desde su ethos confrontativo y su desborde constitutivo. Cual auténtico artista marcial, el director sostiene el interés angular del proyecto como un: “combate semi-abierto entre modos de vida que se defienden o atacan ”donde “la moral no habla el lenguaje de la moderación, sino del exceso” (Algranti p. 2 7). Y agrega: “Un exceso dirigido a la simulación de un orden y la impugnación de otro”.

Las ideas se agarran y surgen entre sí, se atraen misteriosamente unas a otras, como nos enseñó el visionario David Lynch (a él sí lo extrañamos). Siguiendo la pista arriba trazada, aventuramos pensar la producción del hecho moral en el marco de una dialéctica de la imaginación cultural (Ricoeur sensu), donde la imagen reproductiva del orden moral (su mimesis y/o simulación) se ubica en tensión con su imagen productiva, critica, impugnadora o disruptiva. Esto nos lleva a otra idea clave para el análisis socioantropológico, implícita en el argumento que sostiene el libro: el proceso de afirmación moral se despliega en una dinámica de antagonismo, confrontación, incluso hostilidad. Y aquí la sociología del consumo doméstico confeccionada por Mary Douglas (1998), con el objeto de poner a prueba su teoría de las tendencias y estilos culturales, nos ofrece un indicio interesante. “El acto de comprar”–sostiene Douglas- “es una lucha activa destinada a definir no lo que uno es, sino lo que uno no es… [cada] tendencia cultural implica una crítica a las demás”(1998: 115).

Trasladada a las “artes del buen vivir” que animan nuestra obra, observamos que una idea refuerza una elección moral. “La militancia es sacrificar tu vida personal por el pueblo”, “El periodismo debe ser incómodo al poder de turno”, “El mar tiene una fuerza sanadora”, “La rehabilitación es un camino de pruebas”, “El yoga permite conectarse mejor con uno mismo”, “El santo es del pueblo, no de los curas”, “Exú requiere la ofrenda más exquisita posible”, “La música tiene un poder concietizador”, “El libro es una herramienta de evangelización”, funcionan como mantras éticos emergentes de los diversos capítulos. Estas elecciones son relacionales y se ubican en contraste con otras marcas morales: desigualdad, materialismo, stress, consumo problemático de drogas, criminalidad, control eclesiástico, indecorosas conductas rituales, música o literatura banal. Definir un “arte del buen vivir” implica entonces señalar recíprocamente los peligros que encierra el “desconcierto del mal vivir”. Esta es la impugnación fundante que habilita toda empresa moral, estética, política y/o religiosa.

¿En qué medida la inmanencia de un orden ético-moral, socializado y practicado, performatiza nociones culturales, sean religiosas o seculares, que animan a los actores a buscar cambios personales o colectivos, a evaluar comportamientos sobre las acciones de otros, a reafirmar convicciones de vida o de fe? He aquí la pregunta madre que organiza los aportes de cada uno de los capítulos, en sus particularidades, aires de familia e inteligibilidades recíprocas. He aquí una pregunta que nos invita a nuevas reflexiones socioantropológicas con miras a establecer comparaciones con otras producciones éticas que enarbolan diferentes estéticas de lo posible. Nuevas figuraciones de las “artes del buen vivir”, movidas por la fuerza de la creencia y la materialidad del rito, revelarán sus excesos y declinaciones, sus intentos eficaces o vanos de proponer mundos significativos y sensibles que merezcan la gracia de ser vividos.

En buena parte del mundo actual, donde una gubermentalidad mega- millonaria promulga a viva voz la explotación del hombre por el hombre, debemos calibrar nuestra lente sociológica para comprender aquello que nos reclama nuestra condición moral: un compromiso activo, actuado e intencionado, en la búsqueda colectiva del “buen vivir”.

Este texto es el prólogo al libro «Las artes del buen vivir (y sus impugnaciones): sobre las producciones morales dentro y fuera de la vida religiosa” que se puede descargar gratuitamente aquí

REFERENCIAS

Douglas, M. (1998). «Ni muerta me dejaría ver con esto puesto». Las compras como protesta. En Estilos de pensar. Barcelona: Gedisa.

Lambek, M. (2018). On the Immanence of Ethics. En: Mattingly, C.; Dyring, R.; Louw, M y Schwarz, T. (Eds). Moral Engines. Exploring the Ethical Dri- ves in Human Life. New York/Oxford: Berghahn Books.

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César Ceriani

César Ceriani

César Ceriani es Licenciado y Doctor en Antropología por la Universidad de Buenos Aires (UBA).
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