
Iglesia de Santa María de las Ánimas del Purgatorio en Arco
por Luciano Martucci (antropólogo italiano)
En las entrañas de la ciudad de Nápoles, allí donde la piedra toba (roca calcárea típica de la zona) se encuentra con la memoria colectiva, sobrevive un culto que habla de la muerte, pero también de la relación, la esperanza y la justicia invisible. Es el culto de las ánimas pezzentelle: almas pobres, olvidadas, sin nombre ni historia, que, sin embargo, gracias a un lazo de piedad popular, son adoptadas por los vivos. Un gesto íntimo y comunitario que entrelaza espiritualidad, magia, antropología y cultura material.
En dialecto napolitano, pezzentella significa pobre, miserable, indigente. Las ánimas pezzentelle son, por tanto, las almas de los muertos sin nombre, no reclamados, enterrados en fosas comunes. Un ejército silencioso e invisible de espíritus que, según el imaginario popular, no han encontrado paz porque fueron olvidados por sus seres queridos o nunca pertenecieron realmente a nadie.
Estas almas vagan por el purgatorio o el limbo, esperando que alguien se haga cargo de ellas. En Nápoles, sin embargo, la muerte es una presencia cotidiana, parte del paisaje simbólico y doméstico. Así, con el tiempo, estas almas sin rostro han encontrado quien quiera escucharlas. Son sobre todo las mujeres —viudas, ancianas, mujeres del pueblo— quienes se encargan de estas almas, adoptando una capuzzella, es decir, un cráneo, y construyendo con él una relación personal, afectiva, casi familiar.

Cementerio de las Fontanelle
La relación con el alma adoptada no es unidireccional. Se reza por su salvación, se enciende una vela, se le ofrece un pequeño obsequio: agua, pan, un rosario. A cambio, se espera que el alma, agradecida por la atención recibida, devuelva favores. La forma más común de esta reciprocidad es la ayuda en los sueños: el alma se manifiesta, tal vez revelando números para jugar a la lotería o dando indicaciones simbólicas. Es un pacto, un contrato espiritual: yo te adopto, te cuido, te recuerdo – tú me proteges, me guías, me traes fortuna.
Esta lógica se acerca a formas de “intercambio ritual” que la antropología ha descrito en muchas culturas, donde el don nunca es gratuito, sino que crea una red de obligaciones y respuestas. Aquí, sin embargo, el elemento singular es que el pacto se establece con el más allá, con un alma despojada incluso del nombre, con una alteridad radical que se reintegra en el círculo social mediante el rito y el cuidado.
El centro más conocido y poderoso de este culto es el Cementerio de las Fontanelle, en el corazón del Rione Sanità. Antigua cantera de toba, se convirtió en osario tras la peste de 1656 y el cólera del siglo XIX. Miles de huesos, ordenados pero anónimos, ocupan cada rincón de la gran gruta. Las capuzzelle reciben nombres atribuidos por los devotos —“’A capa che suda”, “Donna Concetta”, “O’ capitano”— que reflejan características asignadas a lo largo de los años: sudor milagroso, sueños reveladores, supuestos roles militares o nobiliarios.

Iglesia de Santa María de las Ánimas del Purgatorio en Arco
Otros lugares significativos del culto incluyen:
– Iglesia de Santa María de las Ánimas del Purgatorio en Arco (via Tribunali), con una cripta enteramente dedicada a cráneos adoptados. El símbolo de la iglesia es la «muerte alada» que recibe a los visitantes en la entrada, recordando que la muerte no es un final, sino un paso.
– Iglesia de Santa Luciella ai Librai, donde se encuentra el famoso “cráneo con orejas”, con dos aperturas óseas que parecen pabellones auriculares. Se cree que puede “escuchar” mejor las oraciones.
– Iglesia del Purgatorio en Materdei y San Pietro ad Aram, menos conocidas pero frecuentadas por devotos silenciosos.
– Criptas menores, altares domésticos y edículos votivos, diseminados por los barrios populares, a menudo invisibles a los ojos de los turistas, pero aún vivos en la práctica cotidiana.
Han sido sobre todo las mujeres quienes han cultivado y transmitido este culto. Mujeres mayores, a menudo viudas, que encontraban en el cráneo adoptado una compañía, una presencia. Estas mujeres cuidaban de la capuzzella como si fuera un pariente: la limpiaban, le hablaban, le encendían velas. Algunas desarrollaban una verdadera competencia onírica: sabían “leer” los sueños, interpretarlos, extraer números o señales. Un saber oral, transmitido de madre a hija, entre la cocina y la sacristía, nunca formalizado pero profundamente eficaz.

Cementerio de las Fontanelle
La adopción de la capuzzella era también una respuesta al sufrimiento: ofrecía un canal para la memoria, para la elaboración del duelo, para la resignificación de la soledad. En muchos casos, era también una forma de resistencia: contra la pobreza, contra el anonimato impuesto por el poder, contra la exclusión simbólica de la memoria oficial.
El culto de las ánimas pezzentelle se mueve en una línea fina entre la religión popular y las prácticas mágico-simbólicas. No está reconocido oficialmente por la Iglesia, y de hecho en varias ocasiones ha sido combatido. En los años sesenta, las autoridades eclesiásticas prohibieron la adopción de cráneos y cerraron muchas criptas. Pero el culto sobrevivió, subterráneo como sus sedes, transformándose, adaptándose, resistiendo.
La Iglesia ha mirado siempre con sospecha esta forma de piedad popular, considerándola superstición. Pero para el pueblo napolitano, la distinción entre lo sagrado y lo profano es mucho más porosa. El milagro puede suceder en el nicho de un callejón, la bendición puede surgir del sueño de un alma olvidada. E incluso la muerte, si es bendecida con un gesto de afecto, puede volver a hablar.

Iglesia de Santa María de las Ánimas del Purgatorio en Arco
Además de espiritual, el culto es profundamente material. Los pequeños altares construidos en torno a las capuzzelle están repletos de objetos: rosarios, estampas, monedas, flores secas, botellitas de agua, velas, exvotos, billetes con números de la lotería. Cada elemento tiene un valor simbólico, y su acumulación recuerda las prácticas votivas presentes en muchas religiones del mundo.
En este sentido, la antropología del don (de Mauss a Godelier) encuentra aquí un caso fascinante: el don no es solo un acto religioso, sino una estrategia de construcción de vínculos sociales, incluso entre vivos y muertos. Donar algo a un alma significa incluirla en un circuito de intercambios, de obligaciones, de reciprocidad.
Adoptar un cráneo es, en el fondo, un acto de justicia simbólica. Significa devolver un nombre al anónimo, una memoria al olvidado, una dignidad al marginado. En una sociedad que tiende a eliminar la muerte, Nápoles la reintegra, la coloca en el centro, la adorna. El culto de las ánimas pezzentelle nos muestra que la memoria no es solo conservación del pasado, sino construcción activa del presente a través del diálogo con lo invisible.

Iglesia de Santa Luciella ai Librai
Es también una operación política: recordar a los olvidados es una forma de impugnar las jerarquías impuestas, de reescribir la historia desde abajo, de transformar la exclusión en relación.
En los últimos años, el culto ha adquirido nueva visibilidad gracias al turismo. Las visitas guiadas al Cementerio de las Fontanelle son muy solicitadas, y algunos de los cráneos más conocidos se han convertido casi en “celebridades espirituales”. Pero, pese al riesgo de folklorización, el culto sigue vivo.
Junto al turista curioso, aún está la mujer que deja una flor, el joven que enciende una vela, el anciano que murmura una oración. Nuevas formas de devoción, a veces híbridas, pero siempre capaces de mantener abierto el diálogo con el más allá.
Algunos grupos de espiritualidad contemporánea, como los vinculados a la recuperación de cultos ancestrales, ven en las ánimas pezzentelle un ejemplo de comunicación sutil, un modelo de alianza con lo invisible. En una época en la que muchos buscan nuevas formas de sentido y pertenencia, el culto napolitano se ofrece como matriz de resistencia cultural y antropología de lo cotidiano.

Iglesia de Santa María de las Ánimas del Purgatorio en Arco
Las ánimas pezzentelle cuentan otra Nápoles: una Nápoles invisible, hecha de silencios, de susurros, de pequeños gestos cargados de significado. Son el rostro oscuro y piadoso de una ciudad que no olvida, que rechaza el olvido, que transforma el dolor en gesto, la muerte en relación.
Para el antropólogo, este culto representa un laboratorio viviente de estudio: sobre la muerte, la memoria, el don, la ritualidad femenina, la negociación entre la religión oficial y la espiritualidad popular. Pero también para el ciudadano, el viajero o el devoto, el culto de las ánimas pezzentelle sigue siendo una experiencia transformadora.
Nos enseña que la piedad no es debilidad, sino una forma elevada de justicia. Que el olvidado puede convertirse en familiar. Y que la muerte, si es acogida y acompañada, puede enseñarnos más que la vida.
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