Inicios del Espiritismo Kardecista en Argentina (segunda mitad del siglo XIX)

por Alejandro Parra (Agencia Latinoamericana de Información Psi)

Hasta la década de 1880, los médiums porteños conducían sesiones basados en movimientos de mesas codificados, en círculos (o seánces) acompañados de pocas personas, esperanzados por contactar a sus seres queridos fallecidos u otros “espíritus guías”, sin mayor ambición que reunirse regularmente en sus casas. Pero con Kardec se evitó que las sesiones fueran llevadas a cabo en domicilios particulares por tres razones. Primero, el médium no debía estar solo sino acompañado por otros miembros del círculo porque creían que las casas no eran sitios apropiados para invocar espíritus debido a que estaban “contaminadas por su pasado”, donde las personas vivían y morían o cambiaban de dueño con frecuencia. De modo que las sesiones se terminaron realizando en salones amplios y consagrados para este propósito para evitar así “daños morales”(o psicológicos) a los médiums. Segundo, las sesiones se conducían en penumbras porque la luz dañaba la sensibilidad del médium (aunque otros criticaban que la oscuridad también facilitaba el fraude). Tercero, los kardecistas, y luego otras orientaciones espiritistas, mostraron un fuerte sentimiento nacionalista y una defensa de los valores patrios. Muchas sociedades espiritistas exhibían con orgullo símbolos y retratos de figuras políticas y próceres, como San Martín, Belgrano o Sarmiento, al punto de que no era extraño que, durante las sesiones, algunos médiums dijeran incorporarlos como “guías”espirituales.

Usualmente, las sesiones de simpatizantes del espiritualismo estaban compuestas por una dupla: el o la médium y un intérprete, a menudo un matrimonio o una familia, cuyas esposa o hijas funcionaban como médiums y su padre o abuelo como “director” de la sesión, junto a otros integrantes (vecinos o amigos de la familia). Las revelaciones del médium durante la sesión, o más de una, seguían un régimen de encuentros hasta la adopción de un nombre con el que se bautizaba al naciente grupo, por lo general inspirado o revelado a través de un espíritu guía que protegía a los médiums y asistentes. Los mensajes y las enseñanzas de los espíritus se conservaban por escrito y servían como un “manual de operaciones” donde, para la constitución de algunas entidades, se adoptaba el nombre del guía (por ejemplo, “Hilario” para la Sociedad Constancia), los nombres de los líderes del espiritismo europeo (por ejemplo, “Allan Kardec”o “Léon Denis”) o aquellos que revelaban auspiciosamente una pródiga nueva era (por ejemplo, “Luz del Porvenir”, “Progreso”, “Fraternidad”, “Victoria”, “Fe y Esperanza”, etcétera), a menudo basados en ideales de secularización religiosa (menor apego a los valores religiosos tradicionales), principios del socialismo y garantías de libertad. Los grupos conformados duraban tanto como la o el médium funcionaba como tal, pero a menudo se disolvían por el fracaso de una apropiada conducción del líder. Era frecuente que los miembros de estos círculos rotaran a otras pequeñas comunidades que se creaban con mayor o menor éxito.

Los kardecistas confrontaban tanto la especulación filosófica como el escepticismo científico que, desde sus postulados, habían intentado resolver el problema de si el alma sobrevivía a la muerte. Les llovieron ataques, desde opositores del espiritualismo (ateos y hombres de ciencia) que se burlaban de las pretensiones científicas de su doctrina, hasta creyentes en una inteligencia sobrenatural pero incrédulos de la posibilidad de establecer comunicación con los espíritus (católicos, metodistas y protestantes en general), quienes acusaron de “irreverentes”a las ideas espíritas de acuerdo con el modelo de creación divina, la moral y la vida espiritual desde sus respectivas instituciones religiosas. De ahí que los kardecistas quedaron en medio de una polémica y cayeron en el escarnio público que ridiculizaba sus prácticas e ideas como actos de locura, excentricidad y charlatanería. A menudo, los kardecistas letrados temían cargar el estigma de “espírita vergonzante”a causa de sus convicciones, por consiguiente, ocultaban su identidad en escritos y presentaciones públicas bajo el uso de seudónimos por temor a ser declarados herejes, brujos o locos.

Varios grupos comenzaron tímidamente entre 1870 y 1877, pero en lugar de practicar una sesión como mera tertulia doméstica, se vieron compelidos a organizar una comunidad más representativa entre aquellos que compartían sus intereses progresistas. De modo que un grupo muy heterogéneo de intelectuales y figuras de la cultura argentina, tanto escritores modernistas como figuras tradicionalmente ligadas al cientificismo, políticos socialistas y liberales, comenzaron a participar en sesiones con médiums. En el contexto de estas corrientes de pensamiento, el ámbito de ese neoespiritualismo intersecó con un gran número de intereses y creencias: un sistema moral que adoptó ideas religiosas cristianas para adaptarse a la sociedad, ligadas al mismo tiempo con el orientalismo, sobre todo con las cosmogonías hindo-budistas, que eran totalmente desconocidas pero resultaron fascinantes para las sociedades progresistas de la generación del 80, como la reencarnación y la ley del karma. Además, las prácticas filantrópicas, el culto al racionalismo y la ciencia mediante la observación e investigación de los médiums y el estudio crítico de la doctrina kardecista confrontaban al incuestionable dogma del clero dominante.

En Buenos Aires y Montevideo, el kardecismo se adaptó hasta echar raíces entre criollos e inmigrantes decepcionados con la Iglesia, miembros de la masonería y otros representantes de la élite intelectual. Incluso antes de que la codificación kardecista fuera conocida, el más antiguo antecedente registrado se remonta a 1847, con el prolífico proselitismo del médium malagueño Justo José de Espada, quien, mediante los golpeteos de una pequeña mesa trípode, concluyó la totalidad de un libro titulado Lecciones espirituales, con fuertes convicciones revolucionarias. En 1872, Justo de Espada publicó en Montevideo la Revista Espiritista. Periódico de estudios psicológicos y en 1876 Leopoldo Nóvua publicó La Revelación, en rigor, la primera revista kardecista de Buenos Aires. En 1875 se radicó en Buenos Aires el primer médium de “efectos físicos”de origen francés, Camille Brédiff, fotógrafo de oficio, quien había pasado por las manos del diplomático y espiritista Alexander Aksakoff, consejero del zar, y el astrónomo francés Camille Flammarion. Brédiff ofrecía sesiones mediúmnicas en Montevideo y Buenos Aires, donde los asistentes, entre ellos el matemático Carlos Encina, director del Observatorio de La Plata, dijeron oír golpes (raps) y ver levitaciones de mesas, “dedos”que tocaban a los participantes y varios desplazamientos de tazas y floreros de porcelana.

Estas primeras sociedades surgieron de una explosión de interés rioplatense por el espiritismo que, bajo las imposiciones de la codificación kardecista, pasaron de abandonar el uso de trípodes y médiums improvisados a un régimen de lecturas algo más restrictivas, menos interesado en fenómenos y más cercano a la beneficencia social. El kardecismo alcanzó su pico en tiempos de ideas liberales, como parte de un movimiento cultural encarnado en una élite de dirigentes políticos, terratenientes, abogados y comerciantes que rodeaba al presidente Julio A. Roca. El nuevo liberalismo, con figuras como Eduardo Wilde, Carlos Pellegrini, Martín García Mérou, Lucio V. Mansilla, entre la política y las letras, caracterizaba a estos aristócratas liberales. La organización de la vida social a través del conocimiento científico, acompañada de administraciones que promovían la apertura de las fronteras a hombres, ideas y mercancías, tuvo como soporte ideológico al positivismo. En la década de 1880, las instituciones políticas definieron los rasgos centrales de la sociedad argentina, que sufrió profundas transformaciones al influjo del crecimiento económico y demográfico y de las políticas de educación pública. De hecho, había consenso en la idea de que la república letrada era parte constitutiva de la cultura nacional y debía convocar a hombres con intereses diversos para sostener proyectos colectivos; una época que puede inscribirse en asociaciones culturales, como el Círculo Literario, el Círculo Científico y Literario y la Academia Argentina de Ciencias y Letras, incluyendo las sociedades espiritistas.

Sociedad Constancia (1877)

El kardecismo se consolidó en 1877 a través de la fundación del grupo Constancia (la aún activa Asociación Espiritista Constancia), por iniciativa del ingeniero agrónomo Rafael Hernández (1840-1902), hermano del autor de El gaucho Martín Fierro; junto al profesor de idiomas Ángel Scarnicchia y el hacendado Felipe Senillosa (hijo) (1838-1906), entre otros. Constancia fue presidida durante más de cuarenta años por Cosme Mariño (1847-1927), uno de los cofundadores del diario La Prensa y propietario de Imprenta Rápida, una pequeña editorial, cuyas primeras experiencias con mesas trípode sobre abecedarios improvisados, a fines de la década de 1870 en el pueblo de Dolores, terminaron convenciéndolo del espiritismo. Mariño visitó la modesta casa de la calle México, donde el grupo comenzó a reclutar en sus filas a un número creciente de miembros y a lo largo de varios cambios de locación cada vez más grandes. De hecho, la filiación a Constancia era arancelada y se exigía la asistencia a –cuanto menos–tres sesiones obligatorias, una carta de presentación de un miembro activo e incluso rendir un examen basado en las principales lecturas del kardecismo. Esta sociedad fue la representante más visible del espiritismo aristocrático porteño, mientras que La Fraternidad, creada en 1886 por Antonio Ugarte (1852-1918) y su esposa, la médium Rosa Basset (1835-1909), representaba a las clases más humildes, integrada por inmigrantes y criollos de bajos recursos. En 1900 Mariño junto con Ugarte y líderes de otras dieciséis sociedades kardecistas decidieron la constitución de la Confederación Espiritista Argentina (CEA), una entidad que nucleó a casi todas las sociedades espiritistas con el propósito de unificar al movimiento, ampliamente disperso por el territorio bonaerense y otras provincias, que llegó a censar a unos 10.000 espiritistas en todo el país hasta 1890.

Si bien el espiritismo era considerado claramente una ciencia positiva, las sesiones representaban momentos para la investigación experimental, con equipamiento e instrumentos de medición, pero también una ética, donde la caridad se traducía en formas de beneficencia social a cargo de la rama femenina, en tanto que los varones se ocupaban de tareas ejecutivas. Esta actividad combinaba la filantropía con el higienismo; por ejemplo, Mariño veía el anarquismo como un “desequilibrio social”del espíritu y el cretinismo como “el castigo de un espíritu encarnado”, lo cual explicaba la degeneración de la raza, tarea que el hacendado Felipe Senillosa procuraba corregir al sostener la educación para niñas carenciadas. Los kardecistas alcanzaron así un crecimiento inusitado al punto de que los principales medios de prensa escribían con frecuencia columnas para ponderar su filantropismo; asimismo, también representó una moda donde incluso muchos miembros de otras logias, como la masonería, actuaban indistintamente entre espiritistas a causa de sus principios comunes.

La figura del médium también experimentó transformaciones. Desde los inicios del kardecismo hasta los años 40, al menos, el número de médiums disminuyó posiblemente como resultado (1) de una declinación natural del explosivo interés por el espiritismo; (2) de cierta labor de “saneamiento interno” producto de las restricciones impuestas por los mismos kardecistas expulsando a los insurrectos a la doctrina, y (3) como resultado de las tensiones con el clero y el colectivo médico que resultaba además en prejuicios sobre el papel del médium y su estatus mental. En otras palabras, en virtud de la necesidad de contar con médiums “competentes”, lejos de “desequilibrados”o “charlatanes”, los kardecistas encontraron entre sus filas o buscaron explícitamente a aquellos que mostraran condiciones para una mediumnidad convincente entre aquellos con episodios de marginación y repudio familiar, al abrigo de un criterio moral basado en la condición de humildad y desinterés pecuniario.

A menudo, entre las clases trabajadoras que emulaban el valor del esfuerzo y el progreso individual, el kardecismo servía como un criterio de desmarcación y control sujeto a las recomendaciones dadas originalmente por Kardec. Por ejemplo, Antonio Castilla (1853-1900) era un médium que representaba un raro estilo savant (sabio): un modesto cigarrero cuasianalfabeto que, sin embargo, era capaz de responder en trance preguntas sobre diversos problemas científicos, así como dilemas morales y metafísicos con sorprendente verosimilitud, bajo la conducción de Hilario, su “guía espiritual”. Incluso era corriente que estos médiums sirvieran como prueba de legitimidad intrínseca de la acción de los espíritus frente a observadores imparciales calificados, como el presidente Victorino de la Plaza, el senador Aristóbulo del Valle, el escritor Carlos Encina o el geólogo Bernardino Speluzzi, entre muchos otros. En contraste, también había médiums altamente alfabetizados, como Carlos Santos (†1893), un ingeniero mecánico cuya principal forma era la oratoria (o “mediumnidad parlante”) y Ángel Scarnicchia (†1889), profesor de inglés y francés, que adoptó la escritura automática. Otros médiums también mostraron talentos artísticos, como lo demostraban las pinturas y los dibujos mediúmnicos (hoy desaparecidos) del fabricante de muebles Gabriel Ballech o del escribano Eduardo Becher, a quienes Mariño descubrió en una serie de sesiones en la ciudad de Dolores, donde tenía campos como hacendado.

Las mujeres también resultaron figuras relevantes en tiempos en que el género no resultaba un problema para los primeros kardecistas. Ellas a menudo eran acompañadas por sus esposos, también espíritas, y participaban de la vida familiar y social. El movimiento espiritista proporcionó a las mujeres autonomía física, emocional y espiritual en una variedad de formas, de modo que las médiums resultaron una pieza clave, en particular porque algunas de ellas eran capaces de producir más de una forma de comunicación, combinando oratoria, curaciones y movimientos de trípode u otros dispositivos. Una de las más reconocidas a fines del siglo XIX fue Estela Guerineau (†1911), quien arribó a Buenos Aires desde su Tucumán natal, donde formó parte de un círculo en torno al cual algunos testigos calificados fueron invitados a presenciar movimientos de mesas durante su trance mediúmnico.

Las médiums más experimentadas de las sociedades espiritistas cumplían un rol pedagógico y tutorial para con las médiums jóvenes, si bien por entonces no era común el estilo de “escuela espírita” para la educación de los médiums. Por ejemplo, Juana de Razzetti (†1921) era una médium cuyo guía, llamado “el Socio”, practicaba curaciones mediante “fluidos magnéticos” del espíritu de un curandero que, según ella, le dictaba a sus oídos el diagnóstico y prescribía recetas naturales con solo saber el nombre y la dirección del enfermo; un estilo de mediumnidad asistencial que además tenía un propósito proselitista para la Sociedad Constancia, ya que atraía a muchos enfermos y dolientes en busca de alivio para sí mismos o sus seres queridos. En efecto, el rol de la médium y la curandera a menudo se superponía a los ojos de sus consultantes, pero no siempre fueron bien vistas por el colectivo kardecista en su conjunto porque animaba a las autoridades higienistas a imponer sanciones por prácticas médicas no reconocidas. Sin embargo, en una etapa inicial, a fines del siglo XIX, las sociedades Constancia y La Fraternidad proveían turnos para tales prácticas en sus sedes sociales.

Otras médiums en cambio, reconocidas como escribientes y/u oradoras, como María de Dadín, María de Sacierain, Josefa de Aramburu, María de Rolland, María de Blandin, Elsa de Ronco, Esperanza de Pu, Palmira de Rinaldini, Emilia de Prando y María de Corneille, eran cooperativas en el estudio de sus “fluidos”para los magnetizadores o resultaron médiums de incorporación mediante diferentes técnicas y estilos que asistían a los dolientes que habían perdido a sus seres queridos. Aunque los espiritistas en general tenían formas contradictorias para tratar este delicado tema, consideraban inmoral poner precio a la mediumnidad. De hecho, los kardecistas defendían la mediumnidad gratuita como un don de Dios y, por lo tanto, los médiums no debían cobrar para comunicarse con los espíritus. Los kardecistas consideraban a la mediumnidad como un servicio que exigía un sacrificio moral, de modo que era vista como una tarea de entrega y renunciamiento que “ni las tareas domésticas ni la distancia debían opacar”. Además, creían que los intereses pecuniarios no iban a atraer a los espíritus elevados sino a los inferiores, lo cual contrastaba no solo con el estilo de espiritualismo americano o británico sino también con las prácticas de adivinas y curanderas que eran vistas como formas de engaño y fraude.

María Dadin y Pepita Rodríguez, médiums

 

El espiritismo resultó un movimiento vanguardista en varios niveles, por ejemplo, en 1886 sumó esfuerzos para crear el Centro Espiritista de Auxilio para los enfermos de cólera, en 1896 se fundó una escuela dominical de “catequesis espírita” para niños y organizó fondos comunes para otorgar pensiones a viudas e indigentes, así como talleres de costura que funcionaban en casi todas las sociedades kardecistas. Sin embargo, estas sociedades no solo valoraron el desempeño laboral y la asistencia social, sino que también eran activos patrocinadores de la cultura. Reconocieron el valor de la alfabetización a través de la impresión y distribución gratuita de miles de libros, folletos y donaciones de material impreso; por ejemplo, Emilio de Mársico, uno de sus principales imprenteros, fundó en 1882 la Librería de los Estudiantes en la esquina de las calles Perú y Venezuela en Buenos Aires, donde tradujo e imprimió los títulos de Allan Kardec y otros poskardecistas desde 1887. En 1885, el hacendado Felipe Senillosa, en cooperación con otras sociedades espíritas, rentó el antiguo teatro Goldoni para rendir tributo a Allan Kardec, donde se leyeron fragmentos de sus libros y se escuchó la voz de una soprano, orquesta y una copa cerraron el acto. El evento, que contó con más de dos mil asistentes, tuvo gran reconocimiento en casi todos los medios de prensa porteños. Otros no menos resonantes fueron realizados en el teatro de La Victoria (donde se representaron varios actos escritos por Mariño), el Teatro Argentino de La Plata y el salón-teatro Unione e Benevolenza que los espiritistas utilizaron durante décadas para conferencias y otras actividades culturales públicas. Incluso en 1932 inauguraron sala propia, el teatro Lasalle, gracias a la donación de Clotilde Bailléres de Lasalle, una aristocrática filántropa miembro de la Sociedad Constancia.

Los espiritistas creían que la creatividad era una forma de espiritualidad en el inicio de sus prácticas mediúmnicas de modo que estimulaban la producción de poesía, música y otras artes a través de exhibiciones, coros y una orquesta propia compuesta por músicos adherentes a la doctrina. La actividad cultural kardecista puso además énfasis en la constitución de bibliotecas espíritas, por ejemplo, mediante la recaudación de fondos por parte de miembros y donantes; por caso, la Sociedad Constancia pasó a conservar entre trescientas y tres mil obras entre 1881 y 1925, siendo categorizada como biblioteca pública por decreto municipal en 1939. Además, Constancia fue una de las muchas sociedades espíritas propietaria de una editorial con imprenta propia que produjo docenas de títulos entre 1900 hasta mediados del siglo xx. Incluso, cada 2 de noviembre, Día de los Muertos, los kardecistas imprimían 75.000 folletos para ser distribuidos a las personas que se enfilaban para ingresar a los principales cementerios de Buenos Aires, animando a los deudos a superar el duelo en virtud de las “buenas nuevas” espíritas.

Particularmente, a diferencia de otros países de América Latina, los kardecistas argentinos apoyaron vigorosamente el así llamado “periodismo espírita” a causa del número de revistas publicadas por las sociedades (unas sesenta en promedio hasta los años 40). A efectos de propaganda, en 1927, inauguraron la Broadcasting B4, una antena transmisora con frecuencia propia, impulsada por la Confederación Espiritista Argentina, que levantó una antena en el edificio de la Sociedad Constancia de la calle Tucumán. Sin embargo, algunos líderes kardecistas fueron a menudo ambivalentes respecto de su identidad religiosa: algunas sociedades se mantuvieron bajo el formato de sociedad jurídica con una comisión directiva, estatutos y filiación social; otras, en cambio, adoptaron el número de fichero de culto como un modo de respetar las decisiones del gobierno (que durante el peronismo exigió un número de registro en la Dirección de Psicopatología Social).

Por ejemplo, un criterio común, siguiendo la tradición espírita francesa, que a su vez había adoptado de otras sociedades científicas de fines del siglo XIX, era la organización de congresos y otros eventos culturales, poniendo en evidencia una identidad que promovía una perspectiva científica más que religiosa, además del estatus metódico en la investigación crítica de sus propios médiums. Además, temas de controversia como el divorcio, la sexualidad y el aborto dividieron a menudo a los kardecistas con diversos argumentos a favor y en contra, sin embargo, el colectivo femenino ganó equidad entre las comunidades espiritistas aun a pesar de los estándares de género que dominaron a lo largo de aquel período, luchando contra jornadas laborales abusivas, el analfabetismo, las diferencias de clase y varias utopías, como la búsqueda de un idioma común, por ejemplo, su adhesión al esperanto.

Colegio infantil espírita (1885)

 

En suma, el desembarco de las ideas espiritistas entre los inmigrantes creó, principalmente entre los perseguidos españoles, un gran número de grupos y sociedades que reclutaron adherentes comprometidos con la causa kardecista en torno a prácticas condenadas por la Iglesia católica; una mezcla de curiosidad y entretenimiento por parte de escritores, políticos y hacendados y una renovada esperanza para las clases más pobres, que veían en el espiritismo una reivindicación positiva de la existencia de vida después de la muerte. En este cruce de saberes e ideologías, la doctrina kardecista convenció a algunos miembros de la comunidad científica a rechazar o adoptar sus principios. Estos actores contribuyeron a otorgar un sentido diferente al pasado a partir de una nueva comprensión del valor de la comunicación espiritual en el presente, lejos de individuos elegidos por Dios como los santos y los profetas. Bajo la esperanza de una sociedad más justa y socialmente equitativa, la utopía espiritista también se apropió del reclamo de derechos que estaban bajo el dominio de una hegemonía de clase, de modo que fue un movimiento que enraizó entre sectores con intereses comunes y áreas de acción social y humanitaria.

Este texto es un trecho del libro  «Entre médicos y médiums: Saberes, tensiones y límites en el espiritismo argentino (1880-1959)» publicado por la editorial Biblos en 2024. 

Las numerosas notas al pie que acompañan el texto se pueden encontrar en el volumen publicado.

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Alejandro Parra

Alejandro Parra

Alejandro Parra es psicólogo (UAI), Magister en Investigación Histórica (Universidad de San Andrés) y Doctor en psicología (UCES). Durante quince años (1990-2004) fue editor de la Revista Argentina de Psicología Paranormal y desde 2006 del boletín electrónico Psi (E-Boletín Psi). Entre 1994 fue coordinador y desde 2004, Presidente del «Instituto de Psicología Paranormal» Asoc. Civil y del sitio “Agencia Latinoamericana de Información Psi” (www.alipsi.com.ar). Fue Presidente de la Parapsychological Association (período 2011-2013).
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