por Alejandro Frigerio (UCA/CONICET)
Dos anécdotas, de hace muchos años atrás (los 90s, probablemente) para ilustrar mejor lo que argumentaré más abajo. La primera es de un programa de los almuerzos de Mirtha Legrand, en el que se presentó el sacerdote carismático colombiano Darío Betancourt, que en aquella época visitaba el país con cierta frecuencia y gozaba de gran popularidad en el movimiento carismático local. Recuerdo que, hablando del poder milagroso de la oración, le mostró a la conductora fotos de una chica que tenía una pierna torcida. Las sucesivas imágenes «evidenciaban» que, a medida que pasaban las horas de oración la pierna de la chica se iba enderezando. El sacerdote presentaba las fotos a cámara: «en ésta luego de una hora de oración»; «en esta otra luego de dos» y así sucesívamente; no recuerdo hasta cuántas horas habían orado para que la pierna se enderezara. Poco después de ese programa, la jerarquía eclesiástica local le prohibió -o desaconsejó- su presencia en los medios de comunicación argentinos en los cuales había adquirido demasiada popularidad y fama de «cura sanador».
Otra anécdota en el mismo sentido fue protagonizada por un pai de santo brasilero, hablando en otro programa de televisión -no recuerdo cuál, pero seguro que no tenía la repercusión del de Mirtha-. Allí señalaba cómo una úlcera en una pierna se podía curar a través de un «trabajo» umbandista que implicaba, entre otras cosas, la aplicación de un pedazo de carne cruda. En este momento los detalles más finos del caso se me escapan, pero sí recuerdo el revuelo que esa afirmación pública y mediática de sanación física causó entre los líderes religiosos afroumbandistas que yo frecuentaba en la época. Primero, porque el pai brasilero lo presentaba como un tratamiento de éxito seguro y segundo porque al hacerlo en un medio de comunicación quedaba muy expuesto a la acusación de ejercicio ilegal de la medicina.

revista Gente – 18/2/1988
Pese a las diferencias en legitimidad social de un sacerdote y un pai brasilero y a la dispar repercusión de sus afirmaciones en programas de muy diferente popularidad, hay elementos comunes a ambos ejemplos: eran dos líderes religiosos extranjeros hablando en medios de comunicación masivos de la certeza de sanación física a través de métodos religiosos. En un caso a través de la oración y en el otro, de un «trabajo espiritual». Al hacer estas aseveraciones atrajeron la crítica y la censura de sus colegas argentinos, que más allá de que creyeran en la posibilidad efectiva de la sanación religiosa, sabían que en Argentina no se pueden realizar esas afirmaciones públicamente y mucho menos con ese grado de certeza. Hacerlo trae múltiples consecuencias negativas que pueden ir desde la acusación de «chanta» hasta una más seria, con consecuencias penales, de ejercicio ilegal de la medicina.
En nuestra cultura argentina y en varias de nuestras religiosidades, la posibilidad de la sanación apelando a medios o a seres espirituales posee una gran demanda popular, que no siempre fue atendida por los especialistas religiosos locales. La figura del curandero(a) siempre estuvo presente en nuestra cultura a lo largo de toda nuestra historia, tanto cuando la biomedicina recién nacía, como también mucho después de que se estableciera como la forma socialmente legítima de curación. Pero la popularidad de estos especialistas siempre convivió con la desconfianza social, la estigmatización mediática y la persecución policial y judicial. Varios de esos curanderos/as también podrían ser concebidos como agentes mágico-religiosos, o religioso-mágicos, ya que casi siempre invocaban la intermediación de, o su articulación con, poderes o seres suprahumanos que eran los responsables últimos de las curaciones. En algunos casos, muy notablemente en el de la famosa Madre María y de varios de los continuadores de su linaje, las (posibles) prácticas sanadoras eran mucho menos relevantes que su re-lectura significativa del cristianismo. Sólo el prejuicio social (y también el académico) llevó a que a la Madre María nunca se le asignara el mote de «religiosa» sino el mucho más denigrante de «curandera».

diario Página 12 – 28/1/1994
De manera general, toda nuestra religiosidad popular se basa no sólo en nociones holistas de la salud,que postulan la inseparabilidad de la sanación física-psicológica-espiritual y hasta social, sino también en la posibilidad de la intervención cotidiana de seres suprahumanos para resolver cualquier tipo de problema que afecte a sus fieles, ya sea de salud, laboral o de amores. Mayormente a través de la apelación a «santos», canonizados por la Iglesia o no, a la Virgen María y también a Jesús, aunque menos frecuentemente.
Este extendido substrato cultural resulta mayormente invisibilizado -hasta el día de hoy- por nuestra imagen ideal de ser una nación «católica» (pero de un catolicismo secularizado), «europea» y «blanca». Sin embargo, es el que posibilitó, durante la década de 1980 y mediante el retorno de la democracia, el boom de templos evangélicos y de manera algo menor, de templos de religiones de matriz africana. Debido a la desregulación religiosa que se produjo desde entonces, el Estado dejó de estar al servicio de la Iglesia Católica para perseguir u obstaculizar de diferentes maneras el desarrollo masivo de otras religiones. Así, los millones de argentinos/as que viven en un universo encantado, en el cual los seres suprahumanos tienen una incidencia directa en la realidad material y cotidiana, pueden acceder a templos religiosos (pentecostales, afroumbandistas) en los cuales comunidades de creyentes se reúnen para pedir expresamente su intermediación ante los problemas que los aquejan. La Iglesia católica, por el contrario, tradicionalmente enfatizó el rol de los santos y de la Madre de Dios como modelos de vida virtuosa, que podían ciertamente interceder ante Dios pero con resultados menos inmediatos y más inciertos que, por ejemplo, el Jesús evangélico que para los pastores sin dudas «sana», «libera» y «prospera» a sus fieles. Los «curas sanadores» de la Iglesia como el Padre Mario fueron tradicionalmente ocultados, hasta que la visita del entonces presidente Carlos Menem y los libros best-sellers de Víctor Sueiro los hicieron socialmente visibles, para la incomodidad de la jerarquía eclesiástica. Fue sólo con el desarrollo de la Renovación Carismática Católica, impulsado también por la competencia pentecostal, que los «milagros» encontraron algún lugar en las parroquias barriales -aunque en realidad sólo en algunas y en horarios restringidos.
Este largo prólogo es sólo para argumentar que no es de extrañar que pese a reunir al 15% de la población argentina, y en algunos lugares geográficos y estratos sociales alcanzar y superar el 20% (según las investigaciones realizadas por el CEIL/CONICET), los evangélicos continúan siendo una religión mayormente invisibilizada, cuando no temida o ridiculizada. Ello se debe a que su práctica religiosa se aparta demasiado del modelo socialmente dominante de lo que sería una religión «moderna», que está basado en el catolicismo secularizado. Esta modalidad actual del catolicismo ve lejana o infrecuente la posibilidad del milagro (que debe ser certificado por la ciencia) y cede la sanación física a los médicos y la mental a los psicólogos, reservándose únicamente el dominio del bienestar espiritual. La religiosidad propugnada por los evangélicos, por el contrario, es «demasiado emocional» y es llevada a cabo en lugares poco «religiosos» (cines reconvertidos, plazas, garajes de casas pequeñas en el conurbano bonaerense). En esta propuesta religiosa, al decir de Pablo Semán, «los milagros están a la orden del día». El Jesús «vivo» de los evangélicos y pentecostales (un adjetivo que resaltan una y otra vez para diferenciarse del catolicismo) realiza milagros cotidianos de toda índole y estos se proclaman orgullosamente mediante testimonios en casi cada culto religioso. Al no creer en los santos, Jesús y el Espíritu Santo reúnen el total del poder mágico-religioso y para su cosmovisión fuertemente dualista cualquier otro ser espiritual sólo puede estar del lado del mal. El Espíritu Santo puede «tocar» a sus fieles durante los cultos, dando lugar a escenas de estados alterados de conciencia que alarman a observadores secularizados y los seres espirituales negativos pueden y deben ser exorcizados cotidianamente en cultos de «liberación» cuyas escenas también provocan estupor en ojos seculares acostumbrados a que «religión» sea sólo rezar comunitariamente con algunas canciones discretas entremezcladas.

revista Gente – 10/11/2014
La visibilización mediática de esta religiosidad en Argentina siempre fue mayormente negativa, comenzando de manera más masiva en la década de 1980 con reuniones multitudinarias en estadios de fútbol y con la reconversión de cines en templos evangélicos, algo siempre considerado amenazante para la cultura de la ciudad. Los pastores siempre fueron personajes casi anónimos, mayormente desconocidos para el gran público y los periodistas, con la excepción conveniente del Pastor Giménez, un personaje demasiado estrambótico para ser considerado un «religioso» «serio» y que saltó a la fama por ocupar un ex-cine en plena avenida Rivadavia, un espacio secular demasiado céntrico para este tipo de manifestaciones religiosas. Las campañas multitudinarias de pastores (estos si, evangelistas) como Luis Palau tampoco fueron reflejadas positivamente por los medios: los titulares mayormente resaltaban que cortaban el tránsito y ensuciaban la ciudad. Todas estas eran manifestaciones de una fe que no era suficientemente «secular» y para peor en el lugar por excelencia de nuestra argentinidad «católica», «moderna» y «europea»: el centro de la ciudad de Buenos Aires o sus barrios más próximos y de clase media o media-alta.
Recién después de la segunda (o tercera?) gran reunión masiva de los evangélicos en el Obelisco los medios se tomaron a este colectivo religioso con algo de seriedad. Pero, mayormente, también con inquietud: su conservadurismo en temas de género, sexualidad y fecundidad los sindicó inevitablemente como «antiderechos» y la posibilidad de su conexión con la política (mucho mayor y cierta en países vecinos que en el nuestro) fue siempre señalada con preocupación. Una serie televisiva cargada de prejuicios como «El Reino» (criticada por todos los estudiosos locales serios de este fenómeno religioso) concitó nuevamente la atención mediática porque servía para confirmar, reforzar y también aumentar los estereotipos negativos.

diario La Nación – 22/8/2021
La reciente visibilización mayormente negativa del megatemplo evangélico del Chaco a cuya inauguración asistió Javier Milei muestra que a los evangélicos les conviene que los medios de comunicación los ignoren, ya que más allá de los méritos o deméritos del pastor en cuestión, los periodistas muestran serios problemas para entender su forma de religiosidad. La intervención cotidiana de Jesús en el bienestar de sus fieles resulta muy poco creíble para periodistas secularizados y mostraría, en vez, la naturaleza engañosa y deshonesta del pastor. Las escenas de «caídas en el Espíritu Santo» o de transmisión de la «unción» y las «liberaciones» de malos espíritus resultan incomprensibles. Una explicación circunstancial de un pastor o de un sociólogo especializado invitados a un programa de televisión o de streaming poco pueden hacer para «normalizarlas». El modelo social de lo «religioso», naturalizado aún por quienes se consideran ateos, resulta incompatible con estas prácticas.
La afirmación del pastor Ledesma acerca de que cien mil pesos guardados en una caja de seguridad se convirtieron «milagrosamente» en cien mil dólares remite a los ejemplos del sacerdote carismático y del pai de santo mencionados al comienzo de este texto. Estas declaraciones sobre intervenciones sobrenaturales resultan inevitablemente exageradas e incluso poco creíbles para interlocutores y audiencias ajenas al sistema de creencias religioso en el que se formulan. Independientemente de la sinceridad del pastor, tales afirmaciones, cuando son realizadas públicamente en contextos seculares como programas televisivos o transmisiones vía streaming, acarrean consecuencias sociales inmediatas. Es posible que el pastor estuviera demasiado habituado a hacer este tipo de declaraciones frente a audiencias creyentes o en medios locales chaqueños donde gozaba de prestigio social y económico suficiente para evitar burlas o cuestionamientos. Sin embargo, al difundirse estas afirmaciones en medios más amplios junto con imágenes de ceremonias religiosas marcadamente emotivas, éstas resultaron inexplicables y condenables para públicos acostumbrados a entender la religiosidad como una experiencia espiritual más discreta y controlada.

diario Clarín – 12/7/2025
Como ya se ha señalado en este trabajo y coinciden especialistas en estudios evangélicos, los relatos sobre milagros son frecuentes en dicho ámbito religioso. Sin embargo, muchos de estos «milagros» permiten explicaciones alternativas de índole mundana: obtener un empleo o experimentar una recuperación extraordinaria pueden atribuirse igualmente a factores humanos o médicos. En contraste, afirmaciones tales como la regeneración pública de un dedo, la transformación de un anillo de plástico en uno de diamantes o la conversión sobrenatural de pesos en dólares son únicamente sostenibles ante audiencias profundamente creyentes y predispuestas a aceptar lo milagroso sin reservas críticas. Inclusive para muchos pastores evangélicos estas manifestaciones pueden parecer excesivas, aunque por solidaridad religiosa no cuestionarían públicamente a quien las formula, limitándose en privado a expresar discretamente su incredulidad y malestar por la audacia del colega.
La (im)posibilidad del milagro
En conclusión, las anécdotas y reflexiones aquí desarrolladas muestran la persistencia de un imaginario hegemónico que asocia «religión legítima» con prácticas discretas, ritualizadas y en sintonía con la modernidad secular -modelo encarnado por el catolicismo tradicional-. A la vez, existe un imaginario subalterno, más extendido pero menos visible, caracterizado por la emotividad religiosa, la cotidianeidad milagrosa y la intervención tangible de seres suprahumanos.

diario La Nación – 8/7/2025
Es fácil criticar la des-ubicación contextual de un agente religioso que, acostumbrado a hablar ante sus audiencias creyentes, no percibe lo extraordinario -o lo imposible- de sus «milagros» para otros interlocutores y en base a ello juzgar su honestidad -algo que no me compete-. Sin embargo, junto con la condena a su proclamación de ciertos milagros -como la transmutación de pesos en dólares- que ciertamente también le habrían valido la duda de varios de sus colegas que pregonan prodigios menos espectaculares, la cobertura mediática desacreditó asimismo a una cantidad de prácticas religiosas comunes a buena parte del mundo evangélico. Esta reacción fue sólo una más de la serie de descalificaciones que los periodistas argentinos suelen hacer de las prácticas religiosas evangélicas que, les guste o no, son las elegidas por millones de argentinos/as.
Con consecuencias negativas que van mucho más allá del amplio y diverso mundo evangélico, estas reacciones revelan la persistencia de un paradigma secularizado en los medios de comunicación que contribuye sistemáticamente a invisibilizar, excluir y estigmatizar formas legítimas y extendidas de nuestra religiosidad que no responden al modelo católico secularizado. Se limita así, de manera preocupante, el reconocimiento social y la comprensión pública de la amplia diversidad religiosa existente en el país.
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