Tres santuarios del Gauchito Gil en el conurbano (1)

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Florencio Varela: Entre gauchos, chamamés y velas para el santo – Por Cecilia Galera (UBA/CONICET) (fotos: Alejandro Frigerio)

Comenzamos el recorrido expectantes, con la hoja de ruta en la mano (en el celular, en realidad) y dispuestos a transitar los kilómetros necesarios para ser testigos de algunas de las varias celebraciones dedicadas al santo popular Gauchito Gil, en la zona sur del Conurbano bonaerense. Destino elegido por aquellos que no han podido llegar al santuario principal en Mercedes, Corrientes.

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La primera de las tres paradas es “El Campito de la Carolina”, ubicado sobre Diagonal Los Quilmes en la localidad de Ingeniero Allan, partido de Florencio Varela. Una zona alejada de centros urbanos, con numerosos terrenos descampados. El santuario se vislumbra al final de la calle por las banderas coloradas, los carteles, la concurrencia de gente y su imagen pintada en la pared de un gran galpón. Este es uno de los centros de devoción del conurbano con algunas menciones en los medios de comunicación y concentra a una gran cantidad de fieles que asisten a celebrar a su santo al ritmo de la música litoraleña. El chamamé constante y alegre va marcando el compás festivo y tradicional que se palpita en el predio. “Una gran fiesta gaucha” organizada hace más de diez años por la Asociación Cultural Gauchito Gil de La Carolina.

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Del otro lado de la calle, en la entrada al Campito, y casi custodiándolo, un santuario a San la Muerte -quien fuera, según la leyenda, el protector del Gauchito Gil. Un cuarto bastante grande de paredes negras, con una imagen casi tamaño natural del santo sentado, y muchas otras menores a su alrededor, numerosas botellas de whisky, banderas negras y un clima sofocante por las velas blancas y negras que arden en su honor. Lo rodea un espacio verde donde grupos de familias reposan protegiéndose bajo alguna sombra, y compartiendo la fiesta del Gauchito aún estando del otro lado de la calle (más tarde vimos que la entrada a este espacio tiene una gran estatua que representa la parte superior del esqueleto de San La Muerte, y entre los árboles hay dos pequeños altares con deidades y entidades espirituales de umbanda, que parecen algo abandonados). Casi a su lado, y también circundada por el espacio verde de descanso de los promeseros, una pequeña ermita a San Jorge completa la protección de la entrada al santuario del Gauchito.

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La puerta de entrada al Campito está, además y algo más terrenalmente, también custodiada por algunos agentes de la policía, siendo el único de los santuarios visitados en el que advertimos esta presencia estatal. Unos pocos puestos comerciales ofrecen diversos objetos religiosos (imágenes del Gauchito Gil y San la muerte, rosarios, cintas, llaveros) y atuendos tradicionales como alpargatas, chalecos y bombachas bordadas con la imagen del Gauchito Gil, indumentaria gauchesca de varios de los asistentes.

Frente a la entrada al galpón donde se baila, una fila de devotos aguarda su turno para venerar al santo, quien se encuentra, dentro de una capilla blanca de techo colorado. En su interior, hallamos una imagen central de tamaño natural y hecha en madera, rodeada de exvotos. Uno a uno pasan los fieles y en breves minutos miran y tocan la imagen, dejan alguna ofrenda, sacan fotos y prosiguen hacia el compartimento posterior, espacio destinado para prender velas.

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A un costado, otra capilla de iguales dimensiones pero en tono celeste donde reposa una imagen de la Virgen de Itatí oriunda de los mismos pagos -aunque menos visitada en esta oportunidad.

La fiesta en sí se concentra en el galpón contiguo al cual uno accede abonando $30 la entrada, y que a nosotros gentilmente nos permiten el libre acceso. En su interior un festival de chamamé cuyo animador anuncia los grupos folclóricos que se suceden en el escenario y aviva a los bailarines que pueblan la pista. En los intervalos suenan algunas canciones de cumbia que son recibidas con el mismo entusiasmo que los acordes de chamamé.

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El extenso espacio de baile está circundado por largas mesas en donde los comensales se reúnen dispuestos a disfrutar del asado, las empanadas junto con las bebidas que intentan aplacar el calor. La música chamamecera bailada y sentida crea el clima de celebración y comunidad cultural litoraleña. En varias de las mesas, las familias entronan una imagen del Gauchito Gil con alguna vela, sumándolo al festejo y creando mini-altares a lo largo del salón.

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Esta fiesta con un tinte más cultural que religioso, pone de manifiesto la identidad folclórica que moviliza la figura de este santo de consagración popular. Allí se reúnen en comunidad migrantes de provincias del norte y litoral del país, y vecinos de la zona sur del GBA. Se respira un aire festivo, caluroso y la mirada se tiñe de rojo por los atuendos y adornos del lugar, color que identifica al santo. Un gran porcentaje de los asistentes está vestido con sus trajes tradicionales, y en la parte posterior de sus chalecos una inscripción bordada identifica su lugar de procedencia (Chaco, Tucumán, Corrientes, Santa Fe, entre otras provincias). Aquellos con vestimenta colorada e imágenes religiosas, son los «promeseros» del Gauchito Gil quienes se reconocen como entusiastas devotos y que en muchas oportunidades ofrecen su baile y música al santo, agradeciendo por los favores recibidos. Con movimientos cadenciosos circulan por la pista de baile, con sapiencia, sapucais y el acompasado repiqueteo de las espuelas.

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Nuestro recorrido comienza, así, palpitando el origen de la devoción, su aire de campo, la raíz de su leyenda entre gauchos, chamamés y velas para el «santo del pueblo».

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Cecilia Galera

Cecilia Galera

Licenciada en Sociologia por la Universidad de Buenos Aires. Doctoranda en Ciencias Sociales (UBA) Becaria CONICET de Posgrado Tipo II
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