Un año del Papa Francisco: Visiones desde las ciencias sociales (1). Opinan Nicolás Viotti, Fabián Flores, Renée de la Torre y María Bargo

Francisco y pesimismo-001 optFrancisco y la autonomía como modo de vida
por Nicolás Viotti (antropólogo, investigador del CONICET-FLACSO)

En las charlas cotidianas del colectivo, el taxi o las cenas familiares, entre los actores políticos de diferente rango, entre los periodistas, publicistas y, aun, entre los expertos en ciencias sociales, el Papa Francisco funcionó como un agujero negro-simbólico. Durante el año que paso, si no queríamos quedar fuera de las conversaciones, nos vimos obligados a decir algo sobre el Papa. Pero esas formas de decir algo no siempre fueron (y no son) del todo felices cuando la intervención también quiso (y quiere) ser un ejercicio de reflexión desde unas ciencias sociales que cuestionen las miradas institucionalistas y católico-céntricas o que, en cierto modo, quieran decir algo desde una perspectiva antropológica (en el sentido amplio del término).

En los que va del año, hay dos pistas que me parece pueden ir en una misma dirección y que podrían perfilar una mirada en ese sentido que sea, al mismo tiempo: 1) comparada; 2) relativista tanto del catolicismo como de una definición dura de lo religioso; 3) con prioridad en los saberes y prácticas cotidianas de las periferias del llamado campo religioso, y 4) con prioridad en los saberes y prácticas de la vida cotidiana de colectivos específicos. Y digo esto con la vocación de que la mirada comparada, el relativismo radical, las periferias del llamado campo religioso y la vida cotidiana no solo son prismas para entender de otra manera un mismo problema, sino una forma diferente de construir problemas que explican mas y mejor porque rompen con más sentidos comunes.

La primer pista es que el “efecto Francisco” funcionó como un revelador de formas de pensar católico-céntricas fuertemente arraigadas en diferentes espacios. Sería interesante pensar en otros como el de los medios de comunicación y, concretamente, el de los periodistas y publicistas o incluso el de los políticos. Por ahora solo queda recordar que, en el horizonte de las ciencias sociales las miradas institucionales sobre el catolicismo son las que mayor legitimidad pública tienen. Los debates sobre las bondades o defectos del Papa y los cambios en la Iglesia, muchas veces leídos desde una lógica progresista y secular como modelo deseable, fueron la grilla sobre la cual giraron la mayoría de las intervenciones expertas. Habría que preguntarse, todavía, por las condiciones de su eficacia y la persistencia no solo de un católico-centrismo en el análisis de lo religioso como tema de investigación, sino en la definición misma de lo religioso como sinónimo de una Iglesia. Habría que preguntarse también por las condiciones de recepción de esas intervenciones, que legitimaron y consideraron más “efectivas” a las lógicas institucionales que a lo que Alejandro Frigerio describió recientemente como la dimensión cultural del «efecto Francisco». Un hecho que mostraría la centralidad de ese católico-centrismo epistemológico en la definición misma de lo religioso arraigado en los saberes expertos pero también en los formadores de opinión y, por supuesto, en la vida cotidiana.

La segunda pista es más una hipótesis: hay un cambio cultural (y religioso) que resulta sociológicamente determinante tanto de los “gestos” del Papa como de una importante corriente cultural contemporánea que puede apropiarse positivamente de los mismos. Los “gestos” del Papa en relación a la pobreza, la sexualidad, la autoridad, la espiritualidad o el diálogo interreligioso, aun siendo tímidos y más allá de las acusaciones de gatopardismo y “pura retórica” (como si la retórica no fuese performativa), muestran un movimiento innegable que cambia el panorama de una institución donde la palabra del Papa es una de las herramientas más centrales (aunque no la única) de su sistema normativo. Me parece que los “gestos” del Papa dan cuenta de un modo de diálogo con un estilo de vida autónomo que incluye, entre muchos otros, a los saberes y prácticas centrados en la intimidad personal, el confort y el bienestar, el emprendedorismo, la creatividad y también una cosmización de la experiencia cotidiana que dialoga con los procesos de secularización realmente existentes. Esa cosmización, solo en parte, incluye a las versiones espiritualistas del catolicismo o el mundo alternativo. Ese estilo de vida incluye, aunque tampoco puede reducirse a, un lenguaje que, como ha señalado Pablo Semán, se traduce en “energías y vibraciones que, todo lo superficial que se crea, es además penetrante y transforma el lenguaje a partir del cual los sujetos se apropian de otras verdades religiosas.” El alcance de este estilo de vida autónomo llega diferencialmente a la sociedad argentina, pero se percibe con cierta centralidad en el mundo de las clases medias y en ámbitos de fuerte legitimidad social. Por eso insisto en que si queremos preguntarnos por las razones de su eficacia social, entre muchas otras, habría que mirar en ese espacio de recepción particular del mensaje aggiornado de Francisco.

Creo que la experiencia de un año del Papa fue “exitosa” porque hubo algún tipo de sincronía entre lenguajes. Francisco supo capitalizar un estilo de vida emergente e interpelar su gramática simbólica. Logró dialogar con este estilo de vida cada vez más legitimo que “tolera” la diversidad religiosa, evita la descalificación moral de la homosexualidad, promueve la vuelta a lo “simple” e insiste en un “capitalismo a escala humana” y en la espiritualidad frente a las organizaciones sin sentido trascendente (La Iglesia no es una ONG!).

A contracorriente de muchos de los ámbitos que se hicieron eco del Papa, donde el “efecto Francisco” fue leído desde la inercia católico-céntrica de la institución, pareciera como si el propio Francisco hubiese leído a la sociedad con las herramientas de un saber des-institucionalizado y sensible a los cambios en la vida cotidiana. Tal vez también allí, en esa antropología silvestre atenta a los nuevos devenires, radique parte de su eficacia social.

Fabian xa Francisco superman¿»La Iglesia es una casa para que entren todos»? – (o El héroe mediático)
por Fabián Claudio Flores (geógrafo, investigador del CONICET, UNLu, GIEPRA)

El año de Papado de Jorge Bergoglio me deja más interrogantes y dudas, que certezas o afirmaciones.

Creo que no se puede evaluar el “agitado” e intenso año del Papa Francisco al margen de la construcción mediática del “héroe” que se logró imponer desde diversos sectores/actores y que confluyó en la tan mentada y poco explicada idea del “Efecto Francisco”.

Un año colmado de “gestos” – la mayoría de poca transcendencia, pero de gran difusión mediática – que abarcan un amplio arco de prácticas y discursos, ha acarreado algunas pocas sorpresas y mucho más de lo mismo (al menos hasta ahora).

La pregunta sería: ¿qué expectativas ponemos en el “conductor” y en una institución como la Iglesia Católica que siempre ha sido reticente a los cambios, más aún si éstos son profundos? ¿Hasta dónde veremos verdaderas reformas o simples lavadas de caras?

Como bien expresó Pablo Semán: “la expectativa de un Papa ‘progre’, hay que decirlo, es un espejismo de ateos”, sin embargo en este año cargado de ambivalencias, prefiero al Francisco que propone repensar la comunión para los divorciados, que al Bergoglio de “la guerra de Dios” contra el matrimonio igualitario. El interrogante es cuál de los dos es el que podrá, querrá, deberá, llevar adelante las reformas que se proponen.

 En abril del año pasado, y con todo la efervescencia de la reciente asunción de un Papa “distinto” (latinoamericano y jesuita) el diario La Nación titulaba: “Se confirma el ‘efecto’ Francisco: Pascua de misas llenas». Retomo la idea de Alejandro Frigerio de la sencillez y la superficialidad con la que se producen y reproducen procesos tan complejos como éstos, y me pregunto cuál habrá sido el destino posterior de esas personas que salían de esas “misas llenas”; quizás algunos habrán ido a dejar una ofrenda al Gauchito Gil, a consultar a su curandera, a practicarse un aborto o pasar el día de Pascuas con su pareja del mismo sexo. Después de todo, el propio Francisco dijo: «La Iglesia es una casa para que entren todos».

Renee foto Rolling StoneEl Papa (en la) Rolling Stone
Por Renée de la Torre (antropóloga, investigadora del Ciesas, Guadalajara, México)

Cuando fue nombrado el Papa Francisco el hecho fue una sorpresa: un Papa que irrumpía con la tradición vaticana por el puro hecho de ser  jesuita y latinoamericano. Desde el momento en que fue nombrado, el Papa tomó conciencia clara de su rol como símbolo dominante de la iglesia católica. Caminó con zapatos viejos para salir del lugar dogmático que ocupaba Ratzinger y se enfiló a tomar un autobús. Ello significó salir de los aposentos del Vaticano para vivir como un mortal cualquiera (aunque todo con medida). Decidió modificar la representación de la iglesia mediante gestos y no mediante discursos teológicos ni intentando reformas institucionales. Los signos que anuncian su gesticulación son los de una iglesia que se aleja del lujo y la ostentación, que busca entregarnos un rostro humano existente bajo de las investiduras, que no cambia su postura conservadora  frente al orden moral pero que procura la reconciliación con las mujeres, con los homosexuales, con los jóvenes, con los divorciados. Es un Papa especialista en el discurso gestual. En el apapacho [i],  lo usa constantemente para –como él dijo– «curar la heridas» y dejar atrás la condena.

Aun así, a un año de sumar sorpresas, no aniquiló mi capacidad de asombro cuando caminando por la calle en un expendio de revistas vi la imagen del Papa Francisco en la portada de la reciente edición de la revista Rolling Stone, revista dedicada al rock y la cultura pop. En la portada aparece su fotografía sonriente y saludando, y un texto lo  inscribe en la cultura del rock: «Pope Francis:  The Times They Are a-changing», letra de una canción de Bob Dylan. No puedo resistir a comprarla. Leo el reportaje. Podría haber sido escrito por un sociólogo de la religión. De hecho elucubro con que Francisco o sus asesores son buenos lectores de los ensayos que sobre la crisis de la iglesia católica hemos escrito los académicos, ya que todo lo que hace responde a nuestros análisis críticos. Luego, pienso: es cierto que los tiempos están cambiando: esto es inédito. Si esto es posible no sólo lo es porque Francisco se presente como «buena onda», sino porque también el rock ha perdido su alteridad de contracultura y se ha convertido en un producto más de la cultura de consumo. Y sigo pensando sobre la asimilación. Quizá los gestos de Francisco no solo borren heridas, sino que también a futuro  desdibujen las diferencias y necesarias estridencias al interior del catolicismo. ¿Será?.

[i]  apapacho: expresión mexicana que significa gesto de cariño con contacto físico (abrazo, agarrada de manos, palmadas en la espalda, o palabras de aliento)

Bargo x FranciscoRevoluciones y reacciones
por María Bargo ((casi) antropóloga, UNSAM/ IDAES)

Más allá de lo carismático de la figura y del haberlo convertido rápidamente en un emblema nacional, más allá de que los argentinos siempre necesitamos un líder o caudillo, puede servir mirar la otra cara de la moneda. En general, la figura de Francisco tuvo un buen recibimiento, e incluso despertó algo de agrado entre los no católicos. Pero no todos son fans de los «gestos» del nuevo pontífice. Me refiero puntualmente a los sectores más conservadores de la Iglesia, los tradicionalistas. Recuerdo que a partir del nombre que Bergoglio eligió para sí, muchos sectores de la Iglesia rezaron, tomando el mandato que recibió Francisco de Asis: «Francisco, ve y repara mi Iglesia». Ahora, cada uno quiere que sea «reparada» en una dirección determinada. Los sectores conservadores miran con preocupación y decepción lo que creen es la perdida de los «valores de siempre», el abandono de la tradición. Esperando que la Iglesia retome su rumbo y tal vez cansados de un «para todos todo, para nosotros nada», sintiéndose «atacados» en ciertas ocasiones por la nueva cabeza de la Iglesia (que hace explícita referencia a ciertos grupos dentro de la misma quedados en el mantenimiento de las formas) no piensan dejarse silenciar. Así, buscando impedir la perdida de la identidad cristiana, actúan en reacción a lo que ven como una amenaza al orden. Si bien el boom Francisco trae una simpatía generalizada (suave, pero simpatía al fin) también genera acciones para contrarrestar su «revolución» (light),  como fueron las sucedidas el pasado 9/11 en la catedral metropolitana. Para algunos lo light es pesado y Francisco escandaliza a unos cuantos. Con cautela, porque las reacciones pueden ser fuertes.

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Alejandro Frigerio

Alejandro Frigerio

Alejandro Frigerio es Doctor en Antropología por la Universidad de California en Los Ángeles. Anteriormente recibió la Licenciatura en Sociología en la Universidad Católica Argentina.
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