“¿Es como la virgen de Guadalupe?” Una mirada mexicana a la fiesta de San Cayetano en Argentina

por Erick Adrián Paz González (FLACSO, México)

Un día antes de la fiesta de San Cayetano, un colega argentino me contó de su existencia y la describió como una manifestación religiosa mezclada con manifestación política. En México, las peregrinaciones son comunes y diversas: se caminan 70 kilómetros a Chalma, se va de rodillas a la Basílica de Guadalupe, se hace fila en el santuario de la Virgen de Zapopan, pero nunca, desde la Guerra Cristera en 1926, una manifestación religiosa tan importante se ha mezclado con movimientos sociales o políticos. Por eso tuve que ir.

San Cayetano, patrono del pan y el trabajo, tiene su santuario en los límites de la ciudad de Buenos Aires. Cada 7 de agosto, esta fiesta de origen italiano resuena en Argentina y personas de todo el territorio, y de otros países, se unen para la celebración religiosa. A la par, una manifestación política de los barrios populares camina por casi dos horas hacia el Congreso Nacional por la lucha obrera, por la vida en los barrios, por el pan y el trabajo. Así, estos dos movimientos comparten un origen: el pedir justicia laboral y alimentaria.

En esta crónica, describo la fiesta de san Cayetano en diferentes momentos, con respecto a las similitudes y diferencias con las peregrinaciones y la religiosidad popular mexicana: la llegada al santuario, las mercaderías y el proselitismo, la importancia del trayecto, la fusión de política y religión, el acercarse al santo y la llegada al Congreso Nacional.

La llegada al santuario

Llegué a la estación de Liners a las 8:30 de la mañana, antes de la hora convocada para salir hacia el Congreso Nacional -junto con la Casa Rosada (de Gobierno) uno de los dos más importantes centros políticos argentinos. En el tren no vi personas llevando imágenes grandes del santo -como sí se ven en el Metro de la Ciudad de México las de San Judas Tadeo o los cuadros de la Virgen de Guadalupe llevados sobre la espalda durante sus fiestas patronales que congregan a miles de creyentes.

Salí y me encontré de frente con la cabeza de la manifestación política: un cuarteto de hombres que preparaban una imagen de la Virgen de Luján para llevar, frente a una enorme manta con la frase de “Barrios de a pie” y otra con colores rojinegros; una hilera de hombres y mujeres con casacas que ponían orden a los primeros bloques de la organización; un reportero con su camarógrafo que preparaban tomas para que la Virgen y San Cayetano lucieran como líderes del contingente.

La fusión de política y religión

El liderazgo de estas dos imágenes religiosas se volvió interesante. Sobre las 9:00 de la mañana, cuando se dio el mensaje ante las cámaras, una comitiva encuadraba la imagen oficial a los medios para que un pastor evangélico y un sacerdote católico dieran un discurso cada uno. El primero habló de ecumenismo y de que la Pastoral Social Evangélica respalda la lucha popular en Argentina; el segundo, de amor, de dar la vida y de justicia. En México, los encuentros entre líderes religiosos de diferentes creencias se han dado en marcos meramente institucionales y con grandes críticas pues aún no se acepta que se difuminen las barreras entre iglesias cristianas católicas y no católicas, y menos entre movilizaciones políticas y religiosas.

La organización fue otro aspecto interesante. Por ejemplo, en la procesión anual de la Arquidiócesis Primada de México hacia la Basílica de Guadalupe, la segunda unidad pastoral más grande de América Latina después de la de São Paulo, los tropiezos eran recurrentes: al frente, un grupo de sacerdotes eran seguidos por un carro alegórico con coros de jóvenes cristianos y constantemente se cruzaba con la gente que transitaba a los lados y detrás; entre los contingentes, donde había divisiones, también había repetido desorden. En cambio, en San Cayetano los espacios estaban perfectamente definidos para los contingentes que marcharon alrededor de las 9:30, incluso, había gente con casacas por cada uno de ellos para organizar de forma endógena. Al marchar, se respetaban los espacios designados. En todo ello, resaltó un numeroso grupo que colocaba a la ex primera dama “Evita” Perón en sus mantas con alusiones a lo religioso, así como los carteles y casacas con referencias al papa Francisco.

Las mercaderías y el proselitismo

La movilización salió. Sobre la calle Cuzco, poco a poco, llegaba gente a ver al santo, como en cualquier peregrinación. En la entrada a un ancho pasillo lleno de mercaderías, se movía de un lado a otro un insistente y sonriente hombre que regalaba unos pequeños volantes con un resumen de la vida de San Cayetano, que además formaba parte de una colección para educar en la fe; pasos más adelante, unos carteles se levantaban para recordar la importancia de Dios ante los santos, mientras más y más hombres y mujeres repartían volantes y también pequeñas estampas con la imagen; al centro del camino, una, dos o tres filas de sacerdotes atendían hileras de peregrinos, los escuchaban, les bendecían.

Las espigas decoraban el paso y, a los lados, la mercadería mezclaba figuras del santo con amuletos y elementos de santería. En los santuarios mexicanos más importantes se ausenta todo esto: el proselitismo es escaso, o bien es nulo, y pocas veces los sacerdotes salen al encuentro de los fieles a excepción de eventos misioneros que se realizan con esa intención; también, la jerarquía ha luchado por erradicar toda expresión no cristiana, donde se incluye la Santería o el tarot, aunque los “ojos de venado”, aquellos arreglos rojos para protegerse de la mala suerte, y otros amuletos se venden por personas de a pie.

La importancia del trayecto

La fila para entrar al santuario de San Cayetano se pierde a la vista, recorro tres calles y no llego al final. Media hora después me entero de que, en años anteriores, la gente se formaba hasta una semana antes para poder tocar la imagen del santo.

— ¿Es como la Virgen de Guadalupe? —, me pregunta una amiga por Instagram, y es que cada 12 de diciembre la gente también hace largas filas para acercarse al ayate de San Juan Diego, donde la imagen mariana se estampó allá por 1531. Pero ahí la gente no espera para entrar y acercarse, sino que el tiempo se invierte en el trayecto: los más de 7 millones de personas que llegaron en esa festividad en 2017 (cifra que rompió record), se ponen en marcha en autobuses y caravanas, o caminan desde otros estados en recorridos de días. Hay prácticas que aún prevalecen como aquella donde se recorre el trayecto final de rodillas, con nopales como rodilleras o sólo con su ropa, y llegan con raspones y sangre. Lo mismo sucede en otros santuarios. En Chalma, por ejemplo, donde no existe una festividad del santo sino trece fiestas católicas que resuenan con más fuerza, se camina por la montaña y junto al río, por horas o días, hasta el ahuehuete[1] sagrado donde una imagen del Señor de Chalma descansa. Allí las diez mil personas que llegan al día, en promedio, se presentan con un baile y se bañan en el agua que brota del árbol, pero muchas no llegan al Santuario ya que el recorrido, y no el templo, es la manifestación más fuerte de fe.

Acercarse al santo

La fila alterna para entrar al Santuario de san Cayetano, donde no se puede tocar el cristal que se fusiona con su imagen, da acceso en menos de 10 minutos. Dentro, un sacerdote repite constantemente un breve sermón sobre la obra del santo: habla de amor, de perdón, de dar la vida por la familia y los vecinos, y esparce agua bendita; además, un pequeño batallón de sacerdotes bendice a los asistentes y sus imágenes, los escuchan y atienden los lugares para confesiones. Esto marca una diferencia con saltuarios mexicanos como el ya mencionado de Guadalupe, o el que alberga a San Judas Tadeo, donde no se dan sermones, sino misas completas, donde se ven confesionarios vacíos por sacerdotes y asistentes y casi nunca se trata directamente con la gente.

Las madres, las tías, las abuelas que explican a los niños quién es san Cayetano y algunos dogmas de fe, les hablan de los Evangelios, del Papa argentino, de la virgen de Luján, pues en México pocas veces he escuchado esta trasmisión de fe dentro de eventos de religiosidad popular. Los asistentes, además, llevan fotografías de sus familiares, hasta en sus celulares, con las que piden bendiciones para ellos. La distancia no es un impedimento.

Este tema de la distancia y la cercanía con el santo me puso a reflexionar. En todas las peregrinaciones, como ejemplo la de san Judas Tadeo, patrono de las causas difíciles y desesperadas, los fieles llevan estampas, collares, escapularios, bultos, cuadros, banderas, estandartes, ropa estampada con la imagen del santo; los niños cargan la imagen familiar, se lleva a bendecir aquella que se coloca en el “altar” de la casa. Se camina con el santo para ver al santo. Pero en san Cayetano no es así, son contados los que llevan algo que le haga alusión, la constante son las imágenes y las espigas que se compran fuera.

Por otro lado, quienes hacían la larga fila quedaban minutos frente a él, se tomaban selfies, y quienes se mantenían lejos, hacían oración dirigidos a su imagen, con las manos en posición de rezo o levantadas en señal de bendición, y buscaban colocar donaciones en su alcancía. La búsqueda de un contacto físico era constante.

Un común con santuarios mexicanos, y de otras partes del mundo, es que las reliquias de san Cayetano, a la vista de todo público, pasaban ignoradas por los peregrinos. Vale más la imagen milagrosa que el trozo de cuerpo del mismo santo.

También, la presencia del agua bendita se repite. Dos tinacos almacenan agua que se reparte entre los asistentes, pero no en pilas bautismales o sólo por los sacerdotes, son los laicos, en este caso dos alegres mujeres, que ayudan a llenar pequeños contenedores al tiempo que ungen con agua bendita las cabezas y el cuerpo de quienes se acercan. Es un acto que tampoco he visto en México y se vuelve tan íntimo que las charlas sobre el lugar de origen, el tiempo de espera, las motivaciones del viaje y los deseos de buen regreso se repiten una y otra vez entre gestos suaves.

La llegada al Congreso Nacional

La manifestación llegó a su destino, aumentó en asistentes y cobró otra dinámica. Sobre la plaza se organizaban los contingentes para tocar música, comer, o simplemente descansar. Los elementos religiosos eran casi nulos, sólo se rescataban un par de pancartas con alusión al papa y personas con casacas del Movimiento Misionera de Francisco y similares.

Muchos asistían en familias, incluso en zonas de la plaza parecía un día de campo: comían, charlaban, querían que les tomara fotografías como un testimonio de que estuvieron ahí.

Así, la fiesta de san Cayetano sobre el pan y el trabajo llegó a su fin. Las diferencias con festividades mexicanas como la de la Virgen de Guadalupe, de San Judas Tadeo o de Chalma son evidentes. San Cayetano muestra la fe a través de la espera, del contacto, de una aparente comunidad con los sacerdotes, rasgos que le otorgan formas que en México pocas veces se encuentran; sin embargo, igual que otras fiestas mexicanas, se ha convertido en un símbolo por el poder de convocatoria y el espacio que brinda para vivir la fe.

[1] Un ahuehuete es un árbol que era considerado sagrado por los pueblos indígenas. El que se encuentra en Chalma destaca una edad de más de 200 años, un tronco grueso y un río que brota de sus raíces y llega al Santuario del Señor de Chalma, a unos kilómetros de ahí.

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Erick Adrián Paz González

Erick Adrián Paz González

Comunicólogo por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Estudió Maestria en Ciencias Sociales en Flacso-México. Doctorando en Ciencias Políticas y Sociales en la UNAM / Sociología en la Universitat Autònoma de Barcelona.
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