La Colina de la Esperanza: Espacialidad y religiosidad en los orígenes de la aldea adventista de Puiggari

Prólogo – por Cristina T. Carballo (Universidad Nacional de Quilmes)

En el campo del análisis geográfico, los estudios culturales sobre las formas de agenciar nuestra fe y creencias por fuera del mundo católico son, sin duda, para muchos de nosotros: terra incognita.

«La Colina de la Esperanza. Espacialidad y religiosidad en los orígenes de la aldea adventista de Puiggari» nos convoca a leer críticamente el espacio en donde recreamos dinámicamente dispositivos territo­riales de orden social, y nada menos que desde la fe.

Esta obra es un testimonio material e intelectual de una pro­fusa investigación que parte de la propia biografía del autor. Pero tiene otra particularidad: la obra se convierte desde este momento en un camino iniciático para muchos jóvenes geógrafos devotos de la Geografía Cultural y Social, por la originalidad del problema y su abordaje.

Plantear el campo de investigación de la espacialidad reli­giosa adventista, de por sí, ha sido un hecho revolucionario para nuestras formas de ver al otro y a las otras geografías creyentes. Estas prácticas adventistas solo fueron reconocidas por una pe­queña comunidad, con larga data territorial de raíces inmigran­tes, que construyeron un lugar-mundo hasta hace poco parcial o totalmente invisibilizado –realidad que compartieron con otras iglesias surgidas del linaje protestante–. Los adventistas tuvieron como escenario una ruralidad dilatada inmersa en un paisaje de colonos agrícolas. Estas familias trajeron consigo otras formas culturales de vivir el territorio. Fue quizás esta diversidad olvida­da del mundo rural, palimpsesto socioespacial, lo que les permitió convivir con una mayoritaria y hegemónica argentinidad católica.

Entre muchas puertas ocultas para el común de la sociedad, la obra nos abre un portal hacia el mundo adventista y nos ilustra, desde un enfoque renovado, la complejidad de una identidad re­ligiosa tan rica en experiencias como en logros. Comienza la pro­puesta con un recorrido social y cultural de la llegada al país de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, la cual nació en otras orillas. El autor nos ofrece un derrotero atrapante de la historicidad espacial adventista de concebir el mundo religioso, concepciones sociales centradas en la vida de lo cotidiano.

Iglesia de la Universidad

Son apasionantes los capítulos de diálogo con el pasado y con sus fundadores, que les permitió concretar los principios religio­sos como resultante de acuerdos, pero también de luchas internas. Encontramos en la Iglesia Adventista del Séptimo Día los cambios de liderazgo, pero un mismo camino: la salvación del alma.

Desde el presente, casi naturalizado por todos, el autor nos invita lentamente a preguntarnos sobre el porqué de un proyec­to misionero, cuál era su mandato religioso multicultural, y del porqué de la llegada a Entre Ríos, Argentina. Esto lleva al autor a reconocer que la comunidad adventista anclada en Puiggari no ha sido un hecho simple, sino que ha dialogado entre idas y vueltas con el propio mundo interno de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, con sus principales referentes internacionales y regionales, así como con sus propias ideas de salvación colectiva.

Las relaciones multiescalares –espaciales y temporales– van conformando escenarios territoriales de identidad cultural y cre­yente, que se alimentan y re inventan hacia el adentro y hacia el afuera de la propia comunidad adventista enterriana, en diálogo con las diferentes oleadas de inmigraciones de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX.

El lugar de la Colina de la Esperanza es un lugar en el mundo… El proyecto misionero fue mutando, y la Villa que hoy conocemos se constituye en territorialidad gracias a su comunidad en sentido amplio, donde participan con vehemencia fuerzas sociales locales, regionales e internacionales. Y debido a este componente de mo­vilidad de personajes e ideas, se establecen puentes de continuo intercambio y renovación.

El concepto y la teorización crítica del lugar se convierte en el eslabón central, en la cadena de relaciones y estructuras socioes­paciales. En términos de Giddens, podemos asociar esta idea de la estructuración entendida en su dinámica dual de la estructura social tanto condicionante como habilitante. Pero Fabián Flores va más allá de los aportes de la estructura social contemporánea y recurre al lugar, desde la premisa de que la espacialidad religiosa es atravesada y atraviesa nuestras formas de ver el mundo, sentir­lo, vivirlo y de construirlo en el día a día. Así llega a Doreen Massey y otras ideas revolucionarias de geógrafos contemporáneos, que iluminan este trayecto teórico repensando y apropiándose de ca­tegorías indispensables para su investigación espacial.

La mirada atenta del geógrafo identifica en la villa adventista un lugar donde reconoce la especificidad cultural de Puiggari, y se hace preguntas… y más preguntas.

La originalidad del trabajo reside, justamente, en ofrecernos este recorrido en clave espacial.

El autor conecta el lugar con hechos socioespaciales que no re­conocen fronteras; allí se expresa una yuxtaposición de experien­cias, historicidades, hechos sociales, convicciones e ideologías de deseo y de fe que se inspiraron en su lejano fundador, William Miller, hacia 1840. Miller sintió el impulso y la necesidad de reins­taurar la cuestión inminente del retorno de Jesucristo a la Tierra. Sin duda, este hecho geográfico, para Miller, estaba pensado en función de la salvación de las almas. Sus profecías tuvieron eco en numerosos y fervientes seguidores. Resulta que de esas prime­ras profecías, se reconstruyen nuevas narraciones sobre el cuerpo como el camino para la salvación del alma. Una pista que no pode­mos olvidar en la repercusión del presente.

Sanatorio Adventista

En coordenadas locales, mutan las ideas originarias, aunque se sostiene como un principio indiscutible que el cuerpo es el lugar sagrado, y adquiere en la construcción de los colonos pro­pias agencias, que finalizan en la realidad que hoy conocemos como Colina de la Esperanza, una comunidad que se destaca por el ofrecimiento de prestigiosos servicios en salud y en bienestar. El éxito de esta propuesta le ha permitido al colectivo adventista local reconfigurarse en el presente.

A medida que avanzamos en la lectura, nos encontramos con la redefinición constante del lugar. Sus actores tienen el papel central en la dramatización territorial para adecuar innovaciones y permanencias de la fe. De esta manera, las nuevas formas de invención religiosa concurren con novedosas formas de sociabi­lidad y renovadas prácticas que se introducen en la vida cotidiana de la Villa.

El lugar de Puiggari fue tan potente desde su momento inicial que resuena hasta el día de hoy. La agencia emprendida por una comunidad rural de inmigrantes, dispersa y casi olvidada, pudo revertir esos factores adversos en oportunidad de libertad de ex­presión.

La profusa formación académica del autor, su recorrido de muchos años de investigación sobre la espacialidad religiosa, su curiosidad y pasión se comparten en esta obra.

Para cerrar estas ideas de prólogo, cabe mencionar que la construcción de un orden social y religioso como la Colina de la Esperanza plantea rupturas con lo establecido. Los mitos y mira­das deterministas del espacio no alcanzan para comprender esta realidad social. Los hallazgos que el autor presenta en esta obra nos llevan a cuestionar ideas y formas de comprensión intelectual instituidas dentro del campo. Nos propone otras formas de lectura territorial, sustentadas en la espacialidad religiosa, por cierto, en continua invención cultural. Parafraseando a D. Massey, se hace cada vez más necesario recurrir a la búsqueda del sentido global del lugar.

 

Introducción – por Fabián Flores (Universidad Nacional de Luján /CONICET)

La primera vez que oí hablar de Puiggari fue cuando ingresé a trabajar como docente de Geografía en el Instituto Adventista de Morón, en el Conurbano Bonaerense. Poco sabía de los adventis­tas del Séptimo Día, de sus sistemas de creencias, de sus prácticas, y mucho menos, de sus lugares.

Poco a poco, Puiggari se transformó para mí en una especie de re­presentación espacial, una metáfora geográfica que iba construyen­do a partir de las narraciones de mis alumnos, de los relatos de mis compañeros, de las proyecciones de estos cronistas contemporáneos.

Dos años después de mi llegada a ese establecimiento educati­vo, tuve la posibilidad de viajar con un grupo de alumnos a una Feria de Ciencias en aquella localidad tan citada: Libertador General San Martín, o como habitualmente la llamaban los alumnos, docentes y padres de la comunidad: Puiggari. Luego entendí –entre muchas otras cuestiones– que, si bien a nivel de la organización del territo­rio son dos sitios administrativamente diferentes, en el imaginario adventista ambos sitios se asimilan bajo el tópico de “Puiggari”, y pude advertir, en mi experiencia de habitar el espacio durante esas jornadas, que era mucho más que una simple toponimia; era –en términos estrictamente geográficos–: un lugar.

Y entonces fueron surgiendo los primeros interrogantes: ¿cómo abordar el estudio de un lugar donde lo religioso articula su organización?; ¿cómo descubrir el proceso socio-histórico que confluyó en la producción de ese “lugar adventista”?; ¿qué perma­nencias, qué rupturas y qué singularidades emergen detrás de estas lógicas territoriales? Luego, preguntas posteriores enrique­cerían el sendero recorrido.

La perspectiva cultural en geografía fue el faro del camino. Una perspectiva que en las últimas décadas adquirió múltiples matices, pero por sobre todas las cosas, permitió recuperar una mirada que vinculase las dimensiones materiales y simbólicas desde el punto de vista ontológico, y contribuyera a la construc­ción de una nueva forma de pensar la sociedad, desde el punto de vista político y cultural (Clua, Zusman, 2002).

Este libro se refiere a ello. Habla de lugares y de personas, de sus experiencias, de sus prácticas y de sus deseos; esto es: de su es­pacialidad. Intenta aportar al debate teórico desde la construcción de una experiencia empírica sobre los procesos de producción de lugares religiosos, y mucho difiere de aquellos que describen los espacios sagrados como algo pintoresco y desproblematizado, como una especie de metáfora romántica donde no hay lugar para el conflicto y la disidencia.

El lugar es Libertador San Martín o, como hemos menciona­do, “Puiggari”, una ciudad entrerriana de 6.500 habitantes per­manentes y unos 3.000 temporarios, de los cuales más de sus tres cuartas partes se identifican con la fe adventista.

Iglesia de la Universidad

Desde su arribo a la Argentina, hacia fines del siglo XIX, la Iglesia Adventista del Séptimo Día (IASD) no solamente desarrolló un proceso expansivo del nuevo credo importado de los Estados Unidos, sino que, a la vez, fue desarrollando una serie de transformaciones en la organi­zación del espacio (y del tiempo) que convirtieron a este sitio en el polo adventista más importante de la Argentina y de América del Sur.

Es bien sabido que todo grupo social construye y se apropia del tiempo y del espacio, modificándolo a partir de un capital cultural determinado, en pos de organizar su realidad de acuerdo con pa­trones históricamente impuestos.

Un profundo conjunto de transformaciones en la manera de experimentar y organizar el espacio, y de percibir el tiempo, se fueron cimentando a lo largo de las primeras décadas del siglo XX, cuando la acción de la IASD expandió toda su artillería sobre el espacio local. Claro que los cambios enfocaron objetivos bien claros: la conformación de una comunidad de base religiosa (ad­ventista) que materializaría su existencia real en la construcción de un lugar con fuerte identidad, basado en las prácticas mate­riales, pero también en las experiencias cotidianas de los propios actores, así como en sus deseos y aspiraciones.

Pero este proceso no se inició de cero; su génesis se viralizó a partir del montaje de estructuras físicas y mentales preexisten­tes que caracterizaban una vieja colonia poblada por alemanes del Volga que habitaba en la zona desde bastante tiempo atrás. Un proceso, sin embargo, que no debería verse como el directo fruto de la historia de una imposición o como el mero pasaje de una fase de organización a otra distinta, sino como un producto mucho más ambiguo de una negociación, de una especie de compromiso esta­blecido a futuro y en el cual habría desempeñado un papel central la imagen de construir el lugar en el posible “paraíso terrenal”.

El contenido cultural de sitios como estos, es decir, el signifi­cado que la gente les atribuye o las interpretaciones mediante las cuales son entendidos, no se mantienen fijos y estables; por el con­trario, van mutando de una manera muy dinámica y significativa con el paso de los siglos.

Un lugar religioso, ya sea un rasgo del paisaje físico o una es­tructura antrópica, conlleva algunos significados provocados por la observación e interpretación de sus características morfológi­cas (forma, tamaño, volumen, color, textura, etc.), pero también implica las prácticas que ejecutan las personas en estos sitios y que aportan otros significados; así, la interpretación del lugar se va transformando por una dinámica dialéctica entre los modos en que sujetos y grupos entienden el lugar, y las experiencias vividas en dicho ámbitos. Es por medio de esta dialéctica que un lugar llega a adquirir fuerza social (Bradley, 1998).

Considerando entonces que las prácticas sociales (como las religiosas) se materializan a menudo en algún ámbito de implan­tación geográfica, se nos plantea la siguiente cuestión central: ¿cómo establecer ese ámbito? Creemos encontrar la respuesta – sin duda y apelando a la amplitud del término– en la noción de lugar, que articulará nuestro abordaje.

Pensamos, pues, al lugar como un productor de identidad ba­sada en su historia interna (Massey, 1993),1 que de ninguna mane­ra es un ámbito armónico, sino conflictivo, móvil y cambiante, y sin fronteras fijas ni precisas.

Siguiendo estas expectativas, el libro se propone analizar el proceso de construcción de lugares religiosos, entendidos como la resultante de las experiencias, a partir de las prácticas y las repre­sentaciones de los actores. Se trata de dar sustento empírico a la idea del lugar y de las identidades como una construcción históri­ca y como una práctica espacial.

Lógicamente, plantear el tema de la constitución de lugares en estos términos implica una apuesta fuerte, imposible de ser enten­dida desde una perspectiva reduccionista; por el contrario, se hace necesario hallar una visión superadora que, si bien conserve un matiz de tinte geográfico, intente lograr una efectiva lectura inter­disciplinaria, dejando de lado los rígidos marcos de referencia que imponen las teorías disciplinares, aspirando a conseguir un encua­dre más holístico e integral, tal como es requerido, naturalmente, ante un problema de la complejidad como la que estamos tratando.

Este libro, entonces, se organiza en cuatro capítulos. En el pri­mero de ellos, se describe el proceso de formación y desarrollo de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en los Estados Unidos y su poste­rior inserción en la Argentina, en el marco de una misión mundial.

Pórtico de la Universidad

El segundo capítulo explora las formas de organización del es­pacio de la colonia agrícola; la sociabilidad en la vida cotidiana; las representaciones de los sujetos y grupos, y las derivaciones de todos estos en un ámbito de implantación territorial percibible en la construcción de lugares.

La tercera sección indaga los procesos de conversión desplega­dos por el credo religioso y los primeros cambios generados tanto en el nivel de las identificaciones como en el de los territorios in­volucrados en estas dinámicas.

En el último capítulo, se retoma el diálogo entre religión y espacialidad, analizando el proceso de construcción de la villa adventista, como lugar religioso, a través de un eje histórico que muestra el traspaso de la vieja colonia agrícola al nuevo espacio religioso organizado por la Iglesia.

Finalmente, en las conclusiones, se reflexiona tratando de poner en tensión las categorías de lugar y espacio que habitualmente son utilizados de manera vulgar, no solamente en el sentido común de la vida cotidiana, sino también en los discursos académicos; asimismo, se reflexiona sobre cómo, muchas de las veces, estas concepciones se materializan en las políticas aplicadas desde el Estado en el nivel territorial.

En síntesis, este libro aspira a entender cómo sujetos concre­tos de carne y hueso, a través de prácticas específicas y estratégi­cas, construyeron su “Colina de la Esperanza”, lugarizando un es­pacio en donde lo religioso no solo opera en el plano de lo material, sino que trasciende a todo el entramado sociocultural.

Notas

1 “La especificidad del lugar deriva también del hecho que cada lugar es un foco de mixtura distinguible, para amplias y supralocales relaciones sociales, sumado a que la yuxtaposición de esas relaciones puede producir efectos que no tendrían lugar en otra parte […] Esto es el sentido del lugar, una comprensión de su carácter, que solo puede ser edificado a través de la relación del lugar con lo que está más allá de él” (Massey, 1993: 45).

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Fabian Flores

Fabian Flores

Fabián Claudio Flores es profesor y licenciado en Geografía de la Universidad Nacional de Luján, Magíster en Ciencias Sociales con mención en historia social, Doctor de la Universidad de Luján con orientación en Ciencias Sociales y Humanas y miembro de la carrera de investigación del CONICET.
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