¿Postsecularidad?

postsec1Las exigencias del pluralismo: La comunicacion de un mundo postsecular

Por Ignacio Sánchez de la Yncera y Marta Rodríguez Fouz (Universidad de Navarra, España). Fragmento de la introducción a su libro Dialécticas de la Postsecularidad.

(…) Decidimos hablar de un mundo postsecular. Fijamos la atención en esa nueva categorización que invita a identificar el mundo actual como escenario de una postsecularidad asentada tanto en el subrayamiento de los fallos de diagnostico de la teoría de la secularización como en la constatación empírica de una inusitada presencia de la religión cómplicemente inadvertida. Y lo hacemos con la convicción de que tampoco esta palabra permite atrapar la complejidad del mundo actual. Un mundo cuyos retos más urgentes los hemos localizado en la gestión de la pluralidad dentro del espacio público, o dicho mas singularmente, en la articulación en la «conciencia pública» de las dispares visiones acerca del orden social que van compareciendo. Una vez que la mirada se ha fijado en ese signo de nuestro tiempo, la oportunidad de identificar un cambio de rumbo, de clausurar un horizonte, en particular el de la modernidad que confió «emotivamente» en la materialización de un mundo racional libre de las ligaduras asociadas al mito y  las tradiciones incuestionadas, aparece como una tentación difícil de vencer. Así, al final, emerge la nueva etiqueta, y nos lanzamos al agua pertrechados con ella, pues parece flotar y permitirnos seguir las mareas que prometen conducirnos a tierra firme.

En este libro está contenido el resultado más visible de una primera inmersión ensayada con la ayuda del concepto de postsecularidad. Ese «equipamiento» nos ha permitido, creemos, sondear el terreno profundizando mas allá de las capas superficiales que pueden cegarnos con destellos que serian reflejo de las luces y fuegos de artificio lanzados por nosotros mismos desde el puente. La modernidad, y en particular sus supuestos acerca de la progresiva debilidad de la religión para definir los destinos de la humanidad, acerca de su paulatina retirada de la primera plana de las vidas de los seres humanos, y acerca de la necesidad de racionalizar la esfera pública y los ámbitos del poder; habrían cegado la mirada sociológica durante décadas propiciando que el espejismo que se celebraba como triunfo de la autonomía moderna fuese tomado como real. Se dejaba de ver que bajo esa superficie reflectante fluctuaba una realidad menos susceptible de dominio que lo que llegó a pensarse. La complejidad de la vida en común y de los resortes que se activan continuamente en la articulación de las diferencias acaba emergiendo, evidenciando los limites de una mirada demasiado prescriptiva e incidiendo en la necesidad de agudizar nuestros sentidos para reconocer las expresiones más autenticas de aquello que alcanzamos a advertir. Si vamos buscando determinada melodía correremos el riesgo de no oír muchos sonidos.

Con esa advertencia, agarramos cautelosamente la idea de postsecularidad y nos dispusimos a empaparnos. Lo que hemos visto cada uno de nosotros desde nuestras particulares perspectivas en esa tentativa de convertir la idea de un horizonte postsecular en definitoria de los nuevos tiempos aparece recogido en tres grandes apartados.

El primero, «La presencia de la religión y sus desafíos para la conciencia pública», contiene los trabajos cuya atención prioritaria ha sido la religión como foco de sentido convivencial y como elemento que interpela a la teoría incapaz de incorporar las disonancias con su discurso secularista. Los desafíos que supone la presencia de lo religioso en un mundo que quiso vincular modernidad y racionalidad con la desaparición de la religión, o cuando menos, con su reclusión a la esfera intima, no afectan exclusivamente a la gestión de la vida pública. También cuestionan los presupuestos de la teoría, acomodada en una visión del mundo que habría cometido el error analítico de definir como atávicos determinados rasgos del presente. No en vano, esa categorización solo cabe cuando los teóricos se arrogan la decisión de seleccionar qué merece o no ser considerado digno para definir el presente. Desde ahí es desde donde los trabajos agrupados en este primer bloque pueden considerarse como desafíos que se centran en la penetración de la religión en la conciencia colectiva pero que igualmente extraen conclusiones sobre el buen hacer del sociólogo que busque comprender nuestro presente. (…)

El segundo apartado, «Los valores cruciales de la modernidad y su revisión en el horizonte postsecular», agrupa los trabajos cuyo centro de atención ha sido el proyecto moderno. En particular el proyecto moderno expresado como propósito secularizador. Se reflexiona, desde distintos frentes, sobre como esa apuesta combativa con el poder definitorio de la religión se traduce en determinada concepción de la historia, del progreso, de los ritmos, de las dinámicas sociales… También en cómo afecta a los presupuestos sobre la «verdad» y el conocimiento y a las expresiones normativas asentadas sobre principios morales; esto es, en como inciden en la revisión de la ambición cognoscitiva de la fe y de las creencias religiosas y en las discusiones públicas sobre la articulación del derecho y los valores. Y, en todos ellos, se presta igualmente atención a como queda interpelada la mirada sociológica. (…)

Por último, en el tercer apartado, «Relevancias y disputas: los resortes del dominio público», aparecen los trabajos más ceñidos a  situaciones especificas donde vendrían a cobrar sentido e incluso a rendir cuentas de su pretensión de validez buena parte de las revisiones conceptuales recogidas en los bloques anteriores. En todos ellos el foco está situado sobre un caso concreto de la vida pública, extrayendo de el reflexiones que enlazan con el núcleo temático del conjunto del libro;  aquel que podría expresarse como la gestión del pluralismo en un mundo que habría desestimado la posibilidad del cumplimiento pleno de la promesa de un entendimiento puramente racional. (…)

postsec2En todos esos trabajos aparece la dificultad para gestionar el pluralismo en un mundo que ya no puede identificar modernización con racionalización, democratización, pacificación o secularización. El título del libro, «Dialécticas de la postsecularidad. Pluralismo y corrientes de secularización» quiere apuntar en esa misma dirección. Se trata de advertir como ese concepto de postsecularidad, que, como ya hemos dicho, no pretende compartir la misma ambición designativa de su predecesor pues nace avisado de los riesgos de la categorización omnisciente, nos sitúa más allá del horizonte de la secularidad moderna y de sus promesas. Las corrientes de secularización que todavía arrastran restos del naufragio hasta las orillas de nuestro mundo dejan la impresión de una catástrofe cercana que muchos han interpretado como pérdida de la orientación moral (Hiroshima, Nagasaki, el Gulag, el Holocausto, la indiferente e interesada posición general ante la tragedia africana, esa pústula del gigante moderno…) y que se incorpora como aviso para un tiempo que ha sido inevitablemente transformado por el recuerdo de esos cadáveres. (…)

Vista esa estrecha interrelación entre secularidad y postsecularidad nos parecía oportuno recurrir al termino «dialécticas» para atrapar el sentido que queremos dar al concepto postsecular. Tanto en su aplicación mas dinámica como en su significado mas estático. Es decir, tanto cuando se pretende caracterizar un movimiento histórico, como cuando se utiliza para expresar recursos analíticos y discursivos buscando desentrañar el significado de un concepto.

Ambas vertientes son abordadas en el conjunto de los trabajos contenidos en el libro sin que eso signifique que se da por sentado que los procesos históricos ocurren según las «leyes» de dialéctica o que ésta presta las herramientas más idóneas para el discernimiento conceptual. El uso es mucho más sutil y libre. Apunta flexiblemente a la necesidad de advertir la incorporación en la complejidad de cada presente de las ingobernables trazas del pasado y de las proyecciones futuras que muchas veces vienen de lejos, pero que también son creadas en cada «ahora». Y apunta también hacia la necesidad perpetua de no absolutizar nuestras categorías. Los seres humanos no podemos dar un paso sin tomar algún apoyo, pero el paso avanza en presente hacia un después que no ha sido ni puede haber sido nunca nombrado con conocimiento de causa; siempre viene pendiente de denominación. Su aparente anécdota reclamará una categoría. Y ésta mostrará enseguida su obsolescencia en el siguiente paso.

De ahí que el plural aparezca también en un título con el que podríamos haber intentado hacer un guiño a aquella singular y magnífica Dialéctica de la Ilustración que firmaron Adorno y Horkheimer y que, entre otros aciertos, advertía el peligro de la mitificación de la racionalidad. Renunciamos a ese guiño estilístico por nuestra convicción de que sólo el plural  permite recoger el doble sentido desde el que se aborda el mundo postsecular y las múltiples direcciones ingobernables que asoman cuando se pretende ceñir en un modelo, por dinámico y susceptible de apertura que sea, el curso de los acontecimientos.

El problema que se plantea un vez explicitados esos fundamentos de partida es cómo pensamos la religión en un escenario que vendría recibiéndola como un elemento discordante en la imaginación del orden social planteado desde la perspectiva moderna. La presencia de la religión en la esfera pública, esgrimida como necesidad para corregir despropósitos de un laicismo que habría identificado la reclusión de lo religioso en el ámbito privado como clave de la auténtica autonomía de los sujetos en la articulación de su vida en común, aparece como uno de aquellos hechos incómodos que Weber situaba en el frontis de la ciencia social.  Ahí se localiza una primera exigencia que atañe a la mirada sociológica y al eventual propósito prescriptivo que pudiera llegar a tener.  Se trata de reflexionar sobre qué implica esa presencia de la religión en el ámbito público y cómo la llamada al respeto del pluralismo religioso desafía a la propia comprensión de los limites y fundamentos de la convivencia democrática. De ese modo es imperiosa la obligación de despejar la ceguera ideológica que comporta una concepción secularista de la teoría de la secularización. Resulta ésta desenmascarada como un ejemplo palmario de la falacia en la que se incurre al apresurar la concreción de un concepto intempestivo sobre la base de un deseo o de una furia ciega que a uno le bautiza como «moderno», y que nos impide describir, comprender, explicar la riqueza feraz de las realidades vivas, las que permanecen y las que irrumpen con toda la virulencia de la disrupción. (…)

postsec3Una vez establecida una descripción de la realidad social que pone de manifiesto el error de considerarla religión como un reducto atávico propio de sociedades premodernas y como un fenómeno tendente a desaparecer con los procesos de racionalización, la mirada tiene que dirigirse hacia la participación efectiva de la religión en la esfera pública. Aceptado el error de aquella predicción, la discusión acerca del protagonismo de las cosmovisiones religiosas en la articulación de la convivencia democrática resulta inesquivable. La tensión entre el proyecto de secularización moderno y los reclamos de respeto hacia una concepción religiosa de la vida y del orden social suponen un desafío para la mirada sociológica, pero también para la gestión cotidiana de los pluralismos. Y ahí es donde el presupuesto de que habitamos un mundo postsecular encuentra su plasmación empírica; es así como se dibuja la figura completa de su desafío. Pues ya no cabe ignorar el reclamo de protagonismo público por parte de las cosmovisiones religiosas, tanto el llevado a cabo desde las diversas jerarquías e instituciones eclesiásticas como el que se plantea desde las comunidades de creyentes, formadas, a fin de cuentas, por ciudadanos. Como tampoco cabe ignorar el legado de la sospecha sistemática contra las cosmovisiones asentadas sobre verdades absolutas. No es casual que la propia modernidad haya sido acusada de fundar un nuevo absolutismo de la Razón, incoherente con sus postulados de partida sobre el cuestionamiento de toda verdad, incluida tal vez la que convierte la Razón en la clave de la autonomía y la libertad humanas. Esa apertura a cuestionar lo incondicionado, convertida en la fórmula de acceso a un conocimiento más ajustado y trasladada al campo de las decisiones normativas, se presenta como un rasgo de las sociedades postseculares que necesariamente han de posicionarse con o frente a ese modelo de resolución de los problemas convivenciales. En realidad, lo que comparece es la cuestión múltiple de la dialéctica (y del diálogo) de las creencias y de las prácticas en sus precarios procesos instituyentes. Y eso no se puede perder de vista ni dentro de las diversas tradiciones específicas de la pluralidad de la experiencia religiosa ni en los cuadros más amplios de la organización de la convivencia política en la tierra.

Con independencia de que se comulgue con un ideario religioso que participe activamente en la vida pública o se apueste por el laicismo que exige apartar de las discusiones normativas los argumentos fundados en creencias religiosas, el escenario parece articularse desde la necesidad de compatibilizar el respeto a ambas concepciones sobre la organización de la convivencia. Una exigencia grande que muestra la dificultad de corregir los rumbos del presente pretendiendo sellar determinado proyecto como si nunca hubiera existido. El proyecto secular se topó en su día, y viene topándose, con la resistencia de las concepciones de lo sagrado alentadas por un sentido de la trascendencia ultramundana para ceder su protagonismo en la esfera pública; pero la postsecularidad, en la medida en que se convierta a su vez en proyecto, también se encontraría con la resistencia de quienes rehúyen la religión para aceptar los condicionantes impuestos por la  querencia humana de acudir a divinidades como dotadoras de sentido. Quienes viven en el supuesto de un universo creado por un Dios omnisciente no pueden en realidad concebir que podamos apartarnos de la referencia a Dios al aplicarse con inteligencia a dar con el mejor sentido posible para arreglo de las cosas de la convivencia de tos seres humanos. Como quienes viven en el supuesto de un Universo absolutamente azaroso e innecesario y cuyo sentido lo escribirían los propios hombres al intercalar la inteligencia de su imaginación proyectiva, no pueden entender que el destino de las cosas humanas se condicione a los mandatos de una divinidad para ellos fantasmagórica. Así, las dificultades para entenderse en la resolución de problemas específicos de articulación de la vida en común se incorporan como desafíos inesquivables de ese mundo postsecular que habría abierto los ojos a la presencia cotidiana de la irreversible pluralidad de cosmovisiones dotadoras de sentido.

La postsecularidad vendría a identificar un mundo donde se constata la penetración de lo religioso en el tejido social (con todas sus consecuencias a la hora de resolver las decisiones colectivas que afectan al conjunto de la sociedad) al tiempo que se advierte el legado de un laicismo que promulga la sospecha sistemática contra las fuentes de sentido ultramundanas, con todas las trampas de autoengaño y de justificación de lo injustificable en el dominio de unos seres humanos sobre otros que han propiciado y que, como la experiencia histórica nos advierte, seguirán propiciando de manera inevitable. (…)

Fragmento de la introducción a Dialécticas de la Postsecularidad: Pluralismo y corrientes de secularización. Ignacio Sánchez de la Yncera y Marta Rodríguez Fouz, eds. Barcelona: Anthropos. 2012

Ver también entrevista a ambos en: http://es.paperblog.com/entrevista-a-los-editores-de-dialecticas-de-la-postsecularidad-pluralismo-y-corrientes-de-secularizacion-1340944/

Ignacio Sánchez de la Yncera y Marta Rodríguez Fouz son profesores en el Departamento de Sociología de la Universidad Pública de Navarra en España.

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Alejandro Frigerio

Alejandro Frigerio

Alejandro Frigerio es Doctor en Antropología por la Universidad de California en Los Ángeles. Anteriormente recibió la Licenciatura en Sociología en la Universidad Católica Argentina.
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