Crónica: «Iemanjá 2017, fe y devoción contra el temporal»

Foto: Darío La Vega

Foto: Darío La Vega

(Advertencia: El orden de las fotos no tiene que ver con el de los hechos sino más bien con el proceso de escritura y las imágenes que de él surgieron.)

Luego de que el “núcleo duro” de la organización de la Fiesta -del Centro de Estudios Africanistas Reino de Iemanjá Bomí (CABA)- terminara la volanteada para difundir e invitar a la fiesta del día siguiente en la Rambla de Mar del Plata, nos fuimos al Club San José en donde se realizaría la reunión organizativa para repartir y asignar tareas y responsabilidades a los participantes durante el evento. El Babá Jose Luis de Iemanjá, del Templo Ilé Omí Axé, fue quien se encargó casi enteramente de esto, asistido por el Pai Miguel de Bará, que tomaba nota de quiénes se postulaban para asumir las tareas.

Así y todo, aún no se sabía si se llegaría a hacer toda la Ceremonia o tan sólo una parte. ¿Por qué? Todo dependía de la lluvia, pronosticada para gran parte del domingo. Si llovía toda la ceremonia se acortaría: sólo se iban a entregar las ofrendas y se acercarían al mar únicamente “los hermanos que quieran”. Si el tiempo estaba en buenas condiciones, entonces se podría hacer todo el desfile por la Rambla hasta llegar al mar y entregar las ofrendas.

Foto: Gala Coconier

Foto: Gala Coconier

La repartición de las tareas: ¿Quién llevaría los jarrones de lirios blancos? ¿Los cestos con frutas (en la cabeza, en los hombros, en las manos)? ¿Las barcas con las ofrendas y los pedidos? ¿Quiénes serían los encargados de llevar y cuidar a los niños durante la procesión? ¿Quiénes llevarían el alá -cubierta ornamental de tela que simboliza la bendición de Oxalá- y desfilarían debajo de él? ¿Quiénes serían los hombres encargados de llevar el altar con la imagen de Iemanjá –traída desde Nigeria desde hace más de quince años? ¿Y los cestos con perfumes? ¿Quiénes serían los encargados de llevar las bolsas de residuos para limpiar la basura al finalizar la ceremonia?

Foto: Gala Coconier

Foto: Gala Coconier

Todo perfectamente calculado, cada detalle para que todo salga bien. Y no se trataba únicamente de atender el detalle desde adentro, también había que construir la imagen para el afuera. Se notan en las palabras del Pai José Luis los años de experiencia en la organización de este evento. Su ojo con un peculiar sentido de la estética. Un nivel de meticulosidad, de qué es lo que se ve “lindo”, lo que “queda bien” y qué es lo que “queda mal” y termina arruinando la fiesta en términos visuales. “Por favor, los que se metan al agua para acompañar el ofrecimiento de las barcas, no se saquen la ropa… después en las fotos queda feo ver a los hermanos con el torso desnudo”. “Se ve feo si se ponen a hablar y están fumando a un costado del desfile”.

Me llamó mucho la atención ese nivel de cuidado en cada detalle, casi como si toda la procesión fuera una obra de arte en movimiento con la gran impronta femenina, por cierto. No por nada se trataba de la Fiesta de Iemanjá, la Orixá regente del Mar, la Fertilidad, la Familia y los Pescadores.

Detalles: como que una bahiana (religiosa ataviada con las ropas típicas) cargara un cesto de mimbre con las frutas que agradan a la Reina del Mar (sandías, melones con mazamorra, uvas, bananas, manzanas…). Otra bahiana, llevando perfumes de rosa y collares de mostacillas en su cabeza (“en la cabeza queda más lindo que en la mano”).

Foto: Gala Coconier

Foto: Gala Coconier

Foto: Gala Coconier

Foto: Gala Coconier

El Pai José Luis preguntando quiénes se encargarían de tal o cual tarea. Los “postulantes” ofreciéndose, algunos con cierta timidez y dando su nombre de religión y su adscripción al templo. “Ana de Oxúm, del templo del Pai Hugo”. “A ver, parate… párense, que quiero ver la estatura…”. Y así…

Foto: Darío La Vega

Foto: Darío La Vega

Pasamos varias horas en esta reunión. El Pai Hugo de Iemanjá, organizador principal de esta Fiesta, hacía algunos agregados. Más que nada sobre el tema del pronóstico. Había que esperar hasta último momento. También estaban planeados dos casamientos a orillas del mar; las barcas iban a ser llevadas por los guardavidas del balneario que tendrían puesta la remera de la Ceremonia. Los guardavidas tomarían las barcas una vez entradas al agua por los devotos, y a nado pasarían la rompiente para que sigan su curso mar adentro.
También tomó la palabra la gestora cultural de la Fiesta, Virginia Ceratto, una mujer muy comprometida con todo lo relacionado a los aspectos bucrocráticos del uso del espacio para la fiesta, los permisos, los horarios, las entrevistas con la prensa, etc. Se la notaba una mujer muy agradecida y aplaudida por todos. Llegó además un representante de AMADI (Asociación Marplatense de Derechos a la Igualdad) presentándose ante la comunidad y avisando que ellos también participarían de la procesión llevando la bandera del Orgullo Gay, como muestra y símbolo de apoyo en nombre de la diversidad sexual, étnica y religiosa.

Foto: Gala Coconier

Foto: Gala Coconier

Antes de terminar, el Pai Hugo aclaró que era muy posible que en algún momento de la Ceremonia «llegaran los Orixás», a quienes habría que “camuflar entre las Bahianas” para que no sean fotografiados. Aclaró que habría curiosos, simpatizantes y gente que no es de la religión. Luego de casi dos horas, la reunión se deshizo. Saludos con doble beso en mejilla y mano típicos, la sociabilidad a pleno.

Llegó el domingo: despertamos con lluvia. Llovió durante toda la noche y seguía lloviendo, y seguía lloviendo. ¿Iría a parar? El año pasado también fue así. Todo quedaba a merced del clima. Siempre con la esperanza de que en el momento de la Fiesta la lluvia parara. Nos acercamos más a la tarde al Club para estar en los preparativos. Seguía lloviendo. Todos los fieles vestidos con sus atuendos, yendo y viniendo, tomándose fotos frente a la imagen de Iemanjá, incluidos nosotros.

Foto: Gala Coconier

Foto: Gala Coconier

Las barcas, la gente poniendo los pedidos en unas barcas tan femeninas…! Llenas de collares, caracoles, plumas de color celeste/turquesa, espejos, maquillajes, pulseras de perlas, pedazos de sandía, melón con mazamorra, los papelitos doblados con los pedidos, lápices de labios, perfumes de rosas, frascos de colonia, jabones, miel…

Pasó un largo rato y seguía lloviendo. El Pai Hugo tenía una notable expresión de preocupación, pero cada tanto se reía. Es que hasta último momento no se podía definir nada! Los Pais se fueron a cambiar de ropa. Me llamaba la atención que ellos hablaban del “pronóstico”, del “clima”, del “servicio meteorológico” y en un momento dado empecé a exasperarme o sentir un poco de impotencia: era desesperante ver esa cantidad de preparativos y tremendo caudal de energía puesta en el ritual y que aún así exista la posibilidad de que todo se despilfarre en un segundo.

Foto: Gala Coconier

Foto: Gala Coconier

“¿Pero no se puede hacer algo para que pare de llover? No sé… pedirle a Iemanjá, a Iansã (Orixá de los relámpagos, vientos y tempestades) para que se aplaque el clima… ¿o había que aceptar que Iemanjá esta vez no quería?”, pensé. Y bueno, el temperamento de Iemanjá no siempre es el de la madre buena y eternamente condescendiente, calma y contenedora. Ella también es madre severa, hiperexigente, intempestiva, inestable. A veces las aguas superficiales del mar parecen calmas… y en las aguas profundas hay remolinos, pozos, agua sucia del fondo que sale a flote, movimientos bruscos y agresivos. Un poco de todo eso convive en Iemanjá. En ese momento la tromba marina de Pinamar y de otros lugares de la costa tomaban protagonismo. En esa misma tónica, se inmiscuyó un pensamiento que me dio cierta gracia “¿Será que con mi compañera Lucía Bidart somos yeta?”. Mejor que no. Encima que somos etnógrafas infiltradas, ¿somos yeta? ¡¡¡NO!!!

Foto: Gala Coconier

Foto: Gala Coconier

Por fin llegó el momento tan esperado. Y ahí, justo en ese instante ¡¡¡paró de llover!!!
Todos saliendo del Club, las bahianas corriendo descalzas a sus micros.
Ánimo por demás jolgorioso en el micro de las bahianas. Nosotras apenas entramos. Al lado nuestro, el Pai José Luis que arengaba para que todos aplaudan, griten, festejen que se venía la fiesta… para que las bahianas sonrían para las fotos que él estaba tomando, que festejen a viva voz que había parado de llover. El Pai chisteaba a las bahianas y estaba muy alegre. Ahí nos pidieron que llevemos las remeras para los guardavidas.

Llegamos, se acomoda la gente en la Rambla; cada grupo tenía un lugar determinado en la procesión, había un orden determinado y por si había alguna duda el mapa del desfile estaba perfectamente plasmado en una lámina. El Pai José Luis yendo y viniendo.

Foto: Gala Coconier

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Nos regalaron una remera de la Ceremonia para que vistamos en ese momento. Las remeras funcionaban como un símbolo de pertenencia de la Ceremonia, para distinguir quiénes eran participantes y tenían un rol más activo y quiénes eran los simpatizantes externos o “curiosos”. Usar la remera nos permitió circular más libremente dentro del círculo de la procesión. Una vez más contacté con el lugar liminal antropológico de nunca terminar de saber si estás adentro, si estás afuera o de qué se trata ese “intermedio”. Sacando mis fotos a veces sentía que estaba interfiriendo en la estética de la procesión. Tan equivocada no estaba porque en un momento dado, una Mãe de Santo nos corrió y pidió que nos apartásemos hacia el costado.

Eso me dio mucha gracia. Creo que fuimos una especie de figurita desubicada en el folklore de la ceremonia.

Empezó a soplar mucho más viento. Se volaban las polleras con miriñaque de las bahianas. Quería tanto fotos del viento haciendo volar a los pollerones… pero al hacer click mi pulso temblequeaba.

Foto: Gala Coconier

Foto: Gala Coconier

Foto: Darío La Vega

Foto: Darío La Vega

Foto: Gala Coconier

Foto: Gala Coconier

 

De un momento a otro empecé a ofuscarme con la cámara y el registro fotográfico. El gris del cielo nublado de las diecinueve y pico de horas, el mal humor de las olas del mar y el viento empezaron a enfriarme los huesos un poco más profundo. Así y todo, el paisaje de los colores de las ropas y el fondo gris de la playa eran estéticos. El viento también puso su ingrediente en la tonalidad de los colores que se movían en la ceremonia. Cada paso frío y liviano que daba se reforzaba por el son de los tamboreros cantando “rezas” de Batuque en lengua Yorubá.

Foto: Gala Coconier

Foto: Gala Coconier

Bajar las escaleras de la Rambla e ir entrando a la playa. Empecé a sentir una gran emoción, una inmensa alegría; aquí encontraba el sentido íntegro de estar presente. Era una ceremonia religiosa que entraba al mar. La arena fría, la gente entrando a la playa popular. La dicotomía entre sacar buenas fotos y dejar que lo que estaba pasando me penetrara entera se me hacía cada vez más tangible, pero todavía no abandonaba la cámara. Estábamos preocupadas porque teníamos que darle las remeras al Pai José Luis a quien perdíamos de vista todo el tiempo. Y se las teníamos que dar en el momento crucial de la entrada al mar. En un momento no sé de dónde el hombre aparece y me las pide. Pero las tenía Lucía y ella se había desaparecido entre la gente. De pronto la veo a lo lejos, pego el grito, se las entrega. Hasta lo más pequeño era una responsabilidad y nada podía salir mal.

La imagen de Iemanjá apoyada en la arena, plena de lirios alrededor; sólo veía a los devotos de blanco. Querían armar una barrera humana de ambos lados, con espacio en el medio, para cuando se acercaran las ofrendas. Algunos diciendo que se les iba a entregar flores a los simpatizantes para que también ofrendaran. Los guardavidas ya tenían las remeras puestas. Hacía frío. Empecé a sentirme diferente, más tocada… el mar, la arena, la oscuridad… todo pasando al mismo tiempo, microsituaciones a donde mirara. La gente empezó a alcanzar las barcas a los guardavidas y a entrar al agua.

Foto: Gala Coconier

Foto: Gala Coconier

Foto: Gala Coconier

Foto: Gala Coconier

Todo en el mismo momento. “Odoia”, “Omio Iemanjá” parecía escucharse de parte de algunos. Entrar al agua, viene una ola, nos moja bastante, el agua estaba caliente en comparación con el frío del ambiente; me h-a-r-t-é de la cámara de fotos, decidí apagarla definitivamente. Me cansé de ese estado indefinido que me hacía estar más pendiente de fotografiar que de experimentar todo lo que :::me::: estaba pasando y :::estaba pasando::: más allá de mí. Decidí tomar mis fotos y grabar mis videos internos.

Una señora en solitario emitía un cántico que no tenía letra, caminaba para atrás… con el agua por debajo de las rodillas. El Pai Hugo en estado quase meditativo, en un momento con brazos abiertos hacia el mar, quieto, en silencio, mirando el horizonte sostenido del brazo de una mujer más joven… algunas personas entrando al agua… otra señora que se acerca al agua y ejecuta unos pasos, parecían como de una pequeña danza… movía los brazos y las manos con una dirección clara, el torso apuntando un poco hacia el suelo, una especie de paso circular, también en solitario. Y de pronto: los fuegos artificiales. Todo era como una especie de configuración desalineada, una communitas fragmentada y corporizada en distintos espacios y vínculos en la misma playa.

Foto: Gala Coconier

Foto: Gala Coconier

Un simpatizante bastante metido en el mar. En paralelo, la “Comisión Limpieza de Playa” (así los nombré yo!) con bolsas negras de residuo juntando los restos y la basura… flores blancas abandonadas en la arena… una bahiana acercándose a la gente y repartiendo guías, aquellos largos collares de mostacillas de color celeste. Una fuente de manos extendidas sobre la mujer, “hay para todos, tranquilos”, la gente empujando. También extendí la mano pero era más para participar del cuadro que para recibir una guía. Una señora cubriéndose el rostro con una tela de seda blanca con puntillas, un poco encorvada, sostenida del brazo por un hombre que la acompañaba en su caminar. Algo estaba pasando en un pequeño círculo que se había conformado desde hacía un rato, mientras los otros seguían con el agua hasta la rodilla, el cuerpo y rostro dirigidos hacia el mar. Me quedé atrás, no veía, no entendía, los tamboreros que seguían con sus toques… empecé a sentir demasiado frío. De pronto parecía que la humedad me había calado la médula. Temblé. Pero no era sólo el frío. Había algo que me impresionaba, o acaso era todo? No era tanto que me impresionaba como una “sorpresa”. Más bien era como cuando uno dice “me dio impresión”. Me recorría cierto halo de numen, de mysterium tremendeum et fascinans. La fuerza de la devoción y la fé de la gente, el mar que estaba cada vez más oscuro y tempestuoso, con esas olas que sin querer avanzaban… o quizás éramos nosotros los que avanzábamos sin darnos cuenta. El frío, el agua, sentirme débil, no entender, emocionarme… a veces el extrañamiento puede estar tan próximo. Algunos hablando en portugués: “Bom dia”, decía uno de los pais. Saludaba y tenía una sonrisa casi infantil. Se encontraba en un estado de trance intermedio, con su axêro, que llega luego del momento de ocupación del Orixá y antes de la vuelta a la conciencia normal. A la señora que estaba con el rostro cubierto -todavía ocupada por su Orixá- se acercaban algunos; ella los abrazaba y los cubría con esa telita. Les hablaba. ¿Qué pasaba en el microclima de esa tela y esos rostros que se decían cosas?
Efectivamente, los Orixás habían pasado a visitar…!

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Gala Coconier

Gala Coconier

Gala Coconier es Licenciada en Antropología por la Universidad de Buenos Aires y actualmente se encuentra realizando su doctorado en la misma universidad.
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