El antropólogo y los objetos de poder

OgunPor Norton F. Corrêa (Universidade Federal do Maranhão)

En 1975 volvía de Rio de Janeiro -donde había ido a pasar unos días con una novia- a Porto Alegre. De repente, al mirar  por la ventana, vi de reojo que mi compañero de asiento, que leía una revista, tenía una guía (collar de mostacillas) de Xangô por adentro de su camisa. Entonces comenzamos a conversar sobre la religión y me contó que era hijo de santo del pai Ayrton do Xangô, que vivía en el barrio Camaquã –»el mismo donde vivo, pensé». Por momentos conversábamos, por momentos dormitábamos, luego bajamos del ómnibus y nunca más lo vi.

Días después, fui a conocer a su pai de santo. Ayrton (Paixão) do Xangô tendría unos 50 años, era muy inteligente, bromista, critico, simple, inquieto, bien alfabetizado. Guerrero y ligado a las letras, como su orixá, escribia una columna (“O que Vejo”) en un diario de una federación religiosa local. En sus textos, bien escritos, realizaba críticas a los demás jefes, aunque de manera genérica,  sin dar nombres, como suele ocurrir en el batuque portoalegrense. Los acusababa, por ejemplo, de estar olvidando a Olorum – en verdad, en la época, una entidad que solo aparecía en libros de investigadores. Su buena escolarización permitió que, con la ayuda de un amigo y un diccionario tradujera partes del libro “Dieux d’Afrique” de Pierre Verger, que estaba en la Biblioteca Pública. A partir de allí, introdujo reafricanizaciones en algunos aspectos de su ritual, como un Bará da Rua que esculpió en arcilla y le colocó un espiral  en la frente, que llamaba “círculo dinámico”.

Ayrton do Xangô

De inmediato nos hicimos amigos y me dio mucha libertad para moverme por su templo, al que comencé a visitar varias veces por semana. Allí, con sus propios búzios , comenzó a enseñarme la adivinación por medio de la tirada de los 8 caracoles, además de los cantos y toques de tambor –era un eximio tamborero. Le gustaba mucho conversar sobre la religión y me pasaba mucha información  que yo anotaba en mi cuaderno, como solía hacer en los templos.

Ayrton era muy respetado y apreciado por la comunidad batuquera, sus fiestas eran muy concurridas, los sacerdotes destacados de la comunidad solían hacerse presentes y el salón siempre estaba lleno de gente. Tenía una voz potente, afinada y melódica, cantaba las rezas con la pronunciación yorubá y jêje: diciendo “bêdjis”, por ejemplo. En una ocasión Pierre Verger fue a Porto Alegre y lo llevé a la casa de  Ayrton, para que conociera a su ídolo personalmente. Cuando llegamos, el pai atendía a una cliente, cantando axés en el cuarto de santo. Cuando me tomé el atrevimiento de golpear la puerta del cuarto para avisarle que el etnólogo francés estaba allí, comenzó a cantar todavía más alto y, me pareció, que sumó nuevos cantos sólo con el fin de que el ilustre visitante los escuchara. Verger comenzó a oírlos atentamente con un gesto de sorpresa. Me dijo que lo que él cantaba era en  jêje y yorubá arcaicos, los cuales sólo eran hablados, en aquella época en el interior de Nigeria o de Benin. La explicación es simple: a diferencia del candomblé bahiano, por ejemplo, que mantuvo bastante contacto con esos dos países, a lo largo del tiempo el batuque se fue desarrollando y creciendo aisladamente, motivo por el cual mantuvo las formas lingüísticas  de sus primeros fundadores.

La primera vez que entré en el cuarto de santo del templo, quedé extasiado con una bellísima imagen de Ogum, de madera, de unos 35 cms de altura, de pie, una lanza en la mano, al estilo del arte más clásico de Africa Occidental. Estaba acompañada por un conjunto con varias piezas de hierro, algunas de hierro forjado –dos grandes gãs (agogôs) con sonidos diferentes, detalladamente labrados en los bordes;  una imitación de espada árabe; cuchillos sacrificiales; una barra de hierro terminada en un par de cuernos de buey, símbolo del sacrificio; una pequeña serpiente cuidadosamente esculpida, mordiéndose la cola y un yunque. A pesar de mi poco conocimiento de arte africano, me parecía  evidente que el conjunto era más que centenario, posiblemente africano, y que viniera pasando de mano en mano por generaciones y generaciones de sacerdotes, quién sabe de dónde,  desde tiempos inmemoriales – una rareza! Desde aquella primera vez, nunca más fui al templo de Ayrton sin entrar al cuarto de santo y quedarme mirando al Ogum, extasiado.

Ayrton

Ayrton do Xangô

Ogun

Según mi amigo, él le hacía sacrificios anuales al santo, pero un día, a través del jogo de búzios, declaró que no quería comer más. Y así quedó.

Cuando comencé a investigar sobre el batuque, en 1969, varios fieles de la religión, incluyendo las reconocidas (y ahora siempre recordadas) mãe Moça de Oxum y la mãe Ester de Iemanjá,  me dijeron que yo era hijo de Ogum. Lo propio hicieron otros sacerdotes de candomblé cuando fui a estudiar antropología a Salvador. Varios me dijeron que mi santo era muy poderoso y me daba una gran protección. Nunca hice ningún tipo de iniciación a la religión, siempre mantuve mi condición de investigador, pero era cierto que mi tipo físico, mi rostro, mi buena aptitud para trabajar con las manos y mi temperamento se adecuaban mucho a las características de este orixá. Y entonces comencé a simpatizar bastante el santo. Probablemente por ello, también, más allá de la dimensión artística, esa cercanía debe haber contribuido a mi fascinación por el Ogum de Ayrton.

El tiempo pasó, en 1990 fui a trabajar a la Universidade Federal de Maranhão, pero siempre volvía anualmente al sur y, claro, iba a visitar a Ayrton. En una de esa visitas, me contó que tenía diabetes, con un principio de ceguera y, según su mujer, no se cuidaba. Año tras año yo veía que su estado empeoraba y un día me confesó que había perdido el gusto por la vida.

Una de las veces que fui a Porto Alegre, lo vi muy mal. Entonces lo llevé a varios médicos, se hizo exámenes de laboratorio, y el diagnóstico indicaba un cuadro irreversible con muy poco tiempo de vida. Quedé realmente apenado, pero él estaba tranquilo, siempre repitiendo que ya no quería vivir más. Días después, regresando al templo y como siempre,   pasando por el cuarto de santo, tuve una gran sorpresa: el Ogum ya no estaba allí! – «Pero, ¿dónde está, Ayrton?» – «Mira, decidí pasárselo a Beth» (su hija carnal e iniciada en la religión), «pero ella dice que no puede cuidarlo y lo va a despachar».

¡Quedé helado cuando oí ésto! -«Pero, Ayrton, ¿en vez de que sea despachado me puedo quedar con él?» – «Si lo querés, entonces es tuyo, como él ya no recibe más obligaciones, no te va a dar problemas». Media hora después, con el Ogum y sus implementos bajo un paño blanco, en el auto, llevé a Ayrton de vuelta a su casa. Al llegar, me dijo que tenía algunas cosas más para mí, y entonces me dio un inhã (tambor) con grandes campanillas internas, muy antiguo, del tiempo que se hacían en madera y una bella imagen del orixá Ossanha con su muleta, también de madera, posiblemente obra de algún santero del batuque. Nunca imaginé que estas imágenes y el tambor, que yo conocía de hace mucho tiempo, iban a quedar un día en mis manos.

Poco tiempo después, cuando recibí la noticia de la muerte de Ayrton  yo estaba viviendo en San Pablo, haciendo el doctorado.

(izq. a der.) Hijo de santo de Ayrton; un investigador de Rio de Janeiro; el reconocido antropólogo bahiano Vivaldo da Costa Lima; Pierre Verger; Ayrton do Xangó y dos de sus hijos de santo.

(izq. a der.) Hijo de santo de Ayrton; un investigador de Rio de Janeiro; el reconocido antropólogo bahiano Vivaldo da Costa Lima; Pierre Verger; Ayrton do Xangô y dos de sus hijos de santo.

Un  (Bará) Lodê y un (Ogun) Avagã

Meses más tarde volví a Porto Alegre para recoger más datos para mi tesis. Un sábado fui a una fiesta de batuque en una casa tradicional, para entrevistar a algunas personas antiguas de religión. Cuando salí, ya era de día y entonces aproveché la oportunidad para volver a hacer una recorrida que me gustaba realizar algunos años atrás, cuando vivía en la ciudad e investigaba intensamente la religión: me dirigí a la costa del río Guaíba para observar y fotografiar despachos. En Pedra Redonda, entré en una de las primeras calles que llevan a la costa. Unos metros más adelante, al pie de una cerca, bien lejos del agua, había una vasija con algo adentro. Bajé del auto. Era un típico ocutá del orixá (Bará) Lodé, de unos veinte centímetros de altura y un resorte de acero grueso en espiral, que había sido transformado en una serpiente de hierro, un Ogum Avagã. Todo era muy antiguo. Era evidente que el conjunto había sido traído para ser despachado en las aguas del Guaíba, pero por alguna razón la operación no fue completada.

Recostado en el coche, con la vasija en las manos, pensaba que aquellos objetos sagrados no sólo habían pertenecido, en algún momento, a alguien, sino que ciertamente, como ocurre en el batuque, fueron partes cruciales del eje –la religión- en torno al cual giraba la vida de esa persona, con todos los sufrimientos, alegrías, tristezas, victorias y derrotas que la vida en sí misma trae. Mientras pensaba en esto y miraba detalladamente lo que tenía en las manos, me dio la impresión que de allí venia un mensaje sin voz: «¡no nos abandones!»

Hoy, el Ogum, el Lodê y el Avagã ocupan un lugar destacado en mi lugar de trabajo y mi biblioteca, en São Luís, en una vitrina que hice especialmente para ellos.

Traducción del portugués: María Agustina Battaglia

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Norton Corrêa

Norton Corrêa

Norton F. Corrêa, doctor en Antropología, es un investigador especializado en las religiones de matriz africana de Río Grande do Sul y en la cultura afrobrasilera en general. Es autor del libro "O Batuque do Río Grande do Sul: antropología de uma religião afro-río-grandense", la etnografía ya clásica sobre el tema. Mail: nortonfc38@gmail.com
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