Fiorito,Tierra Santa

Por Juan Pablo Romero (Universidad Nacional de las Artes) (texto y fotos)

El día después de que lo enterraron a D10S, visité Villa Fiorito -mi viejo barrio, donde viví hasta los 28 años. No era la primera vez que volvía, ya que mis padres y hermanos siguen en el hogar familiar, a dos cuadras de la casa del Pelusa. Hablé con vecinos, algunos de la época en que Diego allí vivía, otros que no pero que igual contaban anécdotas de sus visitas, de la historia del barrio -todos ahora sintiéndose parte de una historia heroica que los excede y que ya los proyecta globalmente.

A la una y diecinueve del veinticinco de noviembre del 2020, me llega un mensaje de mi amigo Fernando diciendo que se murió El Diez.  No le di importancia, acostumbrado a las noticias falsas en las redes. Estaba dando clases virtuales para una escuela secundaria. Pero poco a poco los propios estudiantes lo fueron comentando, consternados. Enseguida comenzaron a brotar relatos sobre el “Rey del Futbol”, que también vivió en La Unión del distrito de Ezeiza.

Las redes sociales explotaron de datos, de frases, de poesías. Un amigo del barrio de Fiorito, “El Atu”,  ya estaba posteando en su cuenta de facebook tres fotos frente a la casa de Azamor 523, donde vivió Diego en Fiorito.  Junto a la foto se lee: “Digan hablen pero jugador como Diego que representa ARGENTINA jamás habrá, que en paz descanses DIEGO ARMANDO MARADONA”.

Puedo notar en las imágenes que frente a la casa de la calle Azamor hay muchas personas; varios se sacan selfies, hay una bandera gigante con la foto del jugador, medios de televisión presentes, grupos de amigos con muchas camisetas de los clubes del barrio.

Cuando llegué al barrio lo primero que hice fue ir a la casa de mis padres,  sobre la calle Chivilcoy – eran  las once de la mañana del veintisiete de noviembre. Luego de saludarlos rumbeo para el (¿ex? -no, nunca puede ser «ex») hogar de Don Diego y Doña Tota. La televisión mostraba la Casa Rosada, donde se realizaron las exequias del (verdadero) Jugador del Pueblo. En la pantalla se reflejaba al pasar el colectivo de la línea 28; el mismo que te deja a dos cuadras de Azamor y Mario Bravo desde la C.A.B.A

En mi camino me cruzo con amigos y conocidos -inevitables saludos, congoja, incredulidad. Pese a la tristeza palpable, el clima estaba agradable, las calles limpias, con asfalto recientemente estrenado, a pesar de ser de día sobresalían las luces led en unos postes de color.

En mi recorrido a pie me cruzo con mi tío -que no puede parar con sus chistes de fanático riverplatense. Al dirigirme a la calle Mario Bravo, media cuadra antes de llegar, saludo a un señor sentado en la entrada del pasillo de Doña Epi -una casa famosa en el barrio, ya que aquí por muchos años se realizaron las fiestas a San Cayetano todos los 7 de agosto. Luego el matrimonio anfitrión falleció, y dejaron de hacerse.

En la esquina, sobre la calle Azamor, veo que hay varios reporteros y medios de comunicación: Canal 10 y 12 de Córdoba; los canales porteños Crónica Tv, América 2, Canal 9, Canal 13; otros internacionales como Bein Sports de Qatar, Turquía, y Kyodonews Japón. Algunos se van, otros recién llegan. Un joven en bicicleta, con una camiseta de Boca y ropa deportiva, le dice  a un señor de traje negro: «si querés te llevo a la cancha» (donde jugaba Diego de pequeño, una de las atracciones del barrio).

La ahora mítica casa que es el centro de atención posee una puerta central y dos ventanas no muy grandes a los lados. La izquierda -mirando de frente- tiene una pelota incrustada en una reja y una camiseta de Boca. En las paredes blancas está pintada la imagen de Diego Maradona en un fondo blanco. De ella cual salen líneas amarillas como si fueran rayos del sol. El Sol. con unas diez diagonales amarillas alrededor. A la derecha, un poco más abajo, dice “La casa de D10s”. Del otro lado de la puerta, hay un cartel, como el de la vieja estación local de tren, que dice, orgullosamente, “Fiorito” .

Quizás como todo a partir de ahora, el cartel de la estación tiene una historia. Ya tuvo letras en amarillo con fondo negro, que pasaron a ser blancas con fondo negro en una renovación. En octubre de 2008, el programa “Argentinos por su nombre” de Andy Kusnetzoff invitó a Diego a hacer un recorrido por Villa Fiorito, llegando en el antiguo  tren Belgrano Sur de Puente Alsina a Fiorito.  Al bajarse en la estación, el Pelusa puso su firma sobre la «O» del cartel. Esa parte del cartel no tardó en ser robada, claro.

Luego el cartel entero desapareció, no se sabe bien cómo o por qué. El pasado 17 de octubre la Sociedad de Fomento Roberto Arlt puso un nuevo cartel, similar al anterior pero ahora la con las letras “I” “O” pintadas en celeste blanco, en alusión al número 10 que lo identifica. Esta nueva versión del cartel es la que está ahora pintada en la casa.

Me acerco a un vecino, Alejandro, que me cuenta: «la pintada la hizo personal de la municipalidad de Lomas de Zamora (apenas supieron de la muerte del Diego) Esto tiene que ser un museo, una pena que recién ahora se den cuenta….»  No pudimos seguir hablando ya que la gente empezó a cantar: « Ole, ole, ole, ole Diego, Diego«. Fue imposible, claro, no unirse al coro general.

En el patio de la casa había dos sillas, un tanque de agua azul, una mesa de jardín cerca del alambre tejido que la separa de la calle, un carro, un árbol, y muchos objetos diseminados por todo el espacio.

Mientras miro, mi curiosidad vale que me entrevisten de un canal cordobés. Cuando termina la entrevista, se me acerca, curioso, Juan. Me cuenta que es un docente de teatro de Henderson, provincia de Buenos Aires, que admira a Diego por sobre todas las cosas. Intercambiamos teléfonos, quizás para seguir el duelo juntos, en alguna otra fecha indefinida.

Comienzo a (a)notar los distintos elementos que constituyen el altar armado en la vereda, sobre el tejido de alambre que separa a la casa de la calle. En el suelo de la vereda se encontraban sobre escombros y ladrillos ceras de velas consumidas. Tres maceteros con flores, un ramo de color naranja y amarillo, una revista el Grafico de los 90; también fotos, cartas y barbijos con nombre de personas.

En la parte izquierda unido a un árbol un cartel: “Diego la EP 63 Tu Escuela te recordara siempre”. [1]

Otro cartel:   “Los Ángeles se llevaron al mejor del mundo a donde se va a encontrar con toda su banda…nada ni nadie te podrá igualar, porque sos y serás el mejor del mundo Diego”

 Una foto con un Diego en la cancha de Estrella Roja[2] con la pelota en la mano y por otro lado otra del astro con la copa del mundo;  «Diego Eterno», otra similar con fileteado porteño con la inscripción «Desde Villa Fiorito: Diego Armando Maradona 1960-2020”

 Una cinta y una bandera Argentina, al lado una carta:

“Diego naciste en Lanús, en el Evita y con tú pie fuiste un artista. Fiorito fue tu cuna, así fuiste creciendo, entre calles de Tierra, cerca de la estación jugaste.
De alli unos ojos te vieron, que te llevaron a la Paternal, a jugar en Argentinos, de apodo les decían los cebollitas.
Nadie hubiera pensado que de tan humilde barrio iba a surgir tan dichosa gambeta, prodigiosa y única.
La magia que llevabas encima sin saberlo quizás, pero en tu corazón lo intuías.
Grandes logros nos diste, es por eso que te escribo, siempre quise jugar aunque sea un poquito. Parecerme a vos pero me faltaba habilidad.
De River soy yo, pero te admiro lo mismo. Acá no valen los colores sino lo que se lleva adentro, yo con el corazón contento tú recuerdo llevaré, grabadas en mis retinas las jugadas que admire.
Con Cariño para Diego  (3 Junio de 2013.) Rafael Javier González, Caraza Lanús Oeste.»  [3]

Una rosa, una cala, otro barbijo de Boca, un dibujo que reproduce la famosa foto de Diego corriendo con la pelota casi atada a la pierna, una bandera argentina, una botella de gaseosa a medio tomar.

A las doce y cuarto, dos hombres, uno joven con una gorra negra con la silueta de un jugador de básquet en blanco, remera azul, bermudas de jean, y zapatillas blancas, se puso a gritar ante los presentes que venía de la provincia de Salta. También se acercó otro un poco mayor con lentes oscuros, una remera de Maradona corriendo con la pelota y su firma, unas bermudas de jean claros y zapatillas azules, en su mano la llave de un auto. Ambos abrieron una lata de cerveza cada uno brindaron miraron  la casa, tomaron un poco y luego tiraron algo sobre las velas derretidas diciendo: «lo comparto con vos

Daniel, otro de los agrupados en torno al altar, me cuenta: » en el año setenta y nueve, el Diez llego en un Ford Taunus Negro, se acercó y nos regaló a mí y a mi primo una revista El Gráfico autografiada… la Claudia siempre lo acompañaba. Siempre venia para el  festejo el día del niño, que duró muchos años y era un evento que siempre apadrinaba.»

A las doce y cuarenta, Norberto (más conocido como “El Vaca”) ya había sido entrevistado varias veces por los medios ávidos de historias: «El Pelusa no nació de una escuelita de futbol, era habilidoso, tenía doce años y lo buscaban los de veinte, veinticinco años para jugar, en el 2005 vino y le di un abrazo». Junto a él estaba su esposa. Se pone a hablar conmigo y me cuenta que su marido se pasó todo el tiempo dando notas. Mientras, Norberto sigue contando: «No me sorprendió el gol que hizo con “la mano de Dios”…El Pelusa me enseño…»cuando vas a cabecear al delantero abrí los brazos, para desplazarlo,  porque si vos me dejas al lado tuyo…yo salto y la voy a tocar con la mano y te voy a hacer el gol…»

Mientras «El Vaca» sigue hablando con los medios, entusiasmado, su esposa lo toma del brazo y dice que lo tiene que llevar a almorzar. Me dice: «a partir de este momento, él va a hablar. Antes no lo hacía porque no le interesaba, ahora me dijo de sus ganas de poder contar anécdotas.» Anécdotas de tiempos ordinarios que ahora se volvieron extraordinarios: cómo llegaron los Maradona a esa casa, sus suegros como intermediarios, las necesidades que pasaron y de la niñez maravillosa en aquellas antiguas calles de tierra. Dice ella que «El Vaca» tiene una cantidad de fotos guardadas, que en algún momento próximo van a empezar a compartir.  Ahora todo recuerdo vale su peso en oro.

Uno de los habitantes de la casa mítica sale y se acerca a la calle para hablar con la prensa. Dice que no dejarán entrar a nadie más, porque que hay una persona mayor que está acostumbrada a sentarse en el patio por la mañana y de esa manera no podía. Pero que no habría problema con que nos quedemos en la vereda.

Pese a eso, se me acerca un joven y me dice que puede dialogar con ellos para que me dejen ingresar al patio de la casa. «En la casa vive Cambá» me dice.  Me cuenta la historia de los actuales habitantes: la casa habría sido  cedida a una señora que trabajaba para Doña Tota en Villa del Parque,  y en la actualidad viven alli familiares suyos. Pese a esta oferte tentadora, prefiero respetar los deseos de los habitantes y esperar, observando lo que sucede alrededor del altar erigido frente  a  la casa.

Veo que las casas de alrededor, en la calle Azamor entre Filardi y Mario Bravo, muestran una variedad de estructuras en sus fachadas. Algunas son de dos pisos, modernas y están reestructuradas. El inmueble de la calle Azamor 523, sin embargo, parece inalterado, con su aspecto un poco rústico -lo que seguramente añade al valor mítico del lugar, como muestra de los orígenes humildes de D10S.

Ahora converso con Carlos, que vive en el barrio hace años. Señala: «Yo no los conocía y eso que vivía a dos cuadras…mi vida siempre fue de la fabrica a mi casa, los fines de semana me iba a Budge a visitar a mi familia. Recuerdo que Don Recalde era un vecino que vivía a la vuelta de su casa era compañero de Don Diego….trabajaban en la Tritumol cruzando el riachuelo, ahora esta entubada esa parte. Pero bueno yo solo creo en Dios y la Virgen, pero no voy a negar que fue un gran jugador de fútbol del mundo.»

Efectivamente, Don Diego (padre) trabajaba en «La Tritumol», una fábrica de panes de sal para que lama el ganado. Un olor nauseabundo invade el barrio hasta la actualidad cuando los está produciendo. La fábrica esta a unas cuatro cuadras de la casa de los Maradona. Antiguamente había que ir hasta la ribera para ingresar por un camino alternativo para llegar, ya que estaba separado por una rama del Riachuelo.

A la una de la tarde el calor ya se siente cada vez más. Un joven con el torso desnudo, tatuado con figuras alusivas al fútbol, llora y reza mirando hacia la casa. Antes de irse nos dice a todos que llegó de la provincia de Córdoba. Esto parece merecer que algunos reporteros se acerquen a entrevistarlo. La pregunta entre todos los presentes -periodistas, fanáticos y curiosos- era la misma: ¿Cómo te enteraste de que murió?.

El sol ya no daba tregua y por eso poco antes de las dos de la tarde vuelvo a casa de mis padres, para almorzar y retomar fuerzas.

A las cuatro de la tarde estoy de nuevo en la casa de Azamor para seguir observando que ocurre. Hay un grupo de gente bebiendo, varios curiosos, ya no queda ningún medio. .

Voy a la estación, lugar de preferencia de los fioritenses por las tardes. Encaré por  El Plumerillo, cuatro cuadras después de la mano izquierda veo la antigua escuela 63, doblo por la calle Campana paralela a la vía. Al llegar al paso peatonal que da camino a la calle Murature, entre la delegación municipal y un establecimiento educativo, veo el cartel de la vieja estación de tren. Este tenía debajo dos afiches, uno con la inscripción “Diego para siempre” y otro “vas a robarle el gorro al diablo, así, adorándolo como quiere él, engañándolo, los dos – 1960-∞» ambos firmados por “La Cámpora”. En el palo izquierdo a mi frente veo unas rosas rojas atadas con cinta. Un grupo de gente rezando en la ermita de la Virgen que dicen ser jóvenes de un grupo de la Parroquia Santa Cruz, en sus peticiones mencionaban un pedido por el descanso eterno del alma de Diego Armando Maradona.

Al bajar por un camino que desemboca a la calle Pilcomayo, puedo ver otro cartel con rosas, con una bandera celeste y blanca “Maradona x100pre, Fiorito Está de Luto”. Otra: “Maradona el mejor del mundo, Q.E.P.D., te extrañaremos, nos dejaste mil historias, mil recuerdos”

El centro comercial de Fiorito congrega a muchas personas todos los días, ahí circula la mayor cantidad de líneas de colectivos, escuelas, registro civil, y la comisaria.

Varios de los locales tenían algo alusivo a la congoja por el Diez, con carteles del tipo “D10s siempre en mi corazón”, al igual que banderas argentinas con el listón de luto y fotos variadas.

Al llegar al cartel de la estación nuevamente hablo con Marcelo -un joven del barrio. Estaba encendiendo una vela con un cigarrillo en la mano y de todo lo que conversamos me dijo: “Maradona vino a tomar un helado en la heladería Venezia [4] hace mucho cuando era famoso ya… Esta heladería es la mejor del barrio, cuando Maradona vivía acá ir a tomar helado era un lujo y ya cuando fue famoso, pidió un día ir a la heladería, se sacó fotos con la gente…se emocionó con un helado. Era muy pobre cuando vivía acá, muy humilde… Espero nos ayude a salir adelante desde el cielo…”

Luego de estas vueltas el reloj marca las seis de la tarde, y encaro para el paso a nivel por la calle Larrazábal. Me dirijo hasta la calle Chivilcoy para ver qué ocurría en la ubicación actual del ex club Estrella Roja, hoy denominado “Estrellas Unidad de Fiorito”.

Al ingresar al potrero me saludan unos muchachos. El espacio futbolístico para once jugadores era todo de tierra, tenía muchas piedras pequeñas y un desnivel pronunciado en varias partes. En una esquina había un grupo de niños que parecían entrenar junto a un joven que los guiaba. Por otro lado había unos niños, de entre cinco y diez años, que armaban equipos entre sí para disputar un partido con una pelota desinflada, pero con un entusiasmo no exento de habilidad que se notaba a la distancia.

El lugar -de aproximadamente ciento veinte metros por cuarenta y cinco- estaba rodeado de varias casas en proceso de construcción. Grupos de jóvenes se encontraban dispersos en las esquinas, algunos armando cigarrillos, tomando alguna bebida y otros simplemente charlando.

También había una especie de cantina, en un rincón para la entrada y salida del lugar, que parecía estar cerrada. En un pequeño patio que estaba delimitado por un tejido había dos grupos de jugadores de truco, con diversas camisetas locales, pude notar en la pared la inscripción “Los Chalas” un dibujo de una pelota blanca y negra rodeado con una hoja (cannabis), debajo decía “Villa Fiorito”.

 Me quedé mirando y buscando alguien para conversar, pero sin mucho éxito. El reloj marcaba las siete de la tarde. Al salir  noto una bandera “Villa Fiorito está de luto por siempre Diego” en la esquina de enfrente, en un bar de barrio.

El local esta rentado por  “Cambá Vallejos” y tiene un pequeño santuario del Gauchito Gil.

Sergio, de unos cuarenta años, estaba tomando una bebida con sus compañeros en este bar al aire libre -con una parrilla- y había gente hablando en voz alta por todos lados. Me contó que todos veníamos a la cancha equivocada, que las verdaderas canchas del milagro eran las que estaban entre las calles Chivilcoy, El Plumerillo, Larrazábal y Carlos Pellegrini (La Ribera). En la década de los noventa, esos terrenos fueron dados como parte de un proyecto de desarrollo urbano.

Las canchas fueron reubicadas entre las calles Larrazábal, el límite con el partido de Lanús, y Av. Gral. Hornos, pero con un diámetro menor al que tenían en la época del Pelusa. Con el tiempo esos terrenos fueron tomados, y en las cercanías de Villa Caraza (Lanús) quedó el club Los Gauchitos y cerca del local de Vallejos la cancha de Estrella.

El relato de Sergio continúa:“Vinieron de todos los canales acá, pero no es el lugar donde jugaba. Se sacaban fotos, lloraban, nosotros no le decíamos nada.  Donde sé que hay cosas de Maradona es en la cancha donde juegan los chicos, que hay fotos y trofeos. Antes tenía el nombre de Estrella Roja y dicen que un señor se llevó plata que dio el Diego y por eso después le tuvieron que cambiar el nombre a Estrellas Unidas. Hoy hay mucho movimiento, mirá, ahí viene un móvil de canal Siete parece…”

Cambá Vallejos (Roque), el dueño del local, me cuenta que su hermano Miguel (un poderoso cuidador de San La Muerte) [5] fue compañero de escuela de Maradona y que de niños frecuentaban su casa. Al ver su imagen del Gauchito Gil,  me invitó a encender una vela roja para pedir por lo que necesite -lo que hice con mucho gusto.

Mi recorrido continuó por la calle Chivilcoy, donde hablo con Ramón, un hombre de unos cincuenta años, que frecuenta todos los fines de semana las canchas del barrio. Me confirma lo que me dijo Sergio: “los periodistas están desorientados, que vengan a Chivilcoy y Murature (hoy está todo poblado). Del fondo de mi casa se hacían los tiros de esquina. Esto era todo descampado, diferente a como es ahora, tendrían que prender una vela en mi casa.”

La noche se inicia. Las luces led marcan un paisaje de color blanco, cálido y nítido que adorna el asfalto.

Volví para despedir a mis padres, hermanos, sobrinos -algo que siempre se me hace difícil. Mi amigo Fernando me vino a buscar con su auto, y le digo de pasar frente a la casa de D10s una vez más. Al pasar nos detuvimos enfrente. Yo estaba indeciso en bajar ya que notaba que había un grupo de personas sentadas en el patio, al cual por la mañana no nos habían dejado ingresar. Ya no quedaban periodistas curioseando y pescando notas.

Pregunto si nos dejan tomar una foto en el altar armado en la cerca de alambre tejido – para captar una vez más las fotos, las velas derretidas, el cartel de la escuela, la revista El Grafico. Para nuestro asombro, una de las personas nos dice : «¿Por qué no se sacan la foto adentro?». No sólo nos sacamos la foto, sino que también charlamos con ellos y nos presentaron al dueño -a quien yo ya conocía de vista, por ser el tío de una ex alumna en mi paso docente por Fiorito. Finalmente nos despedimos -con la certeza de que terminé el día con más preguntas que al principio, pero también sabiendo que no sería un día que iba a olvidar.

En mi camino recibo un mensaje de Juan -el de Henderson, a quien conocí en la mañana en el altar, fanático de Maradona- y en el intercambio de mensajes le pregunto: «¿Qué te llevas de tu paso por la casa?». Me contesta:

“Me quedé pensando un montón sobre lo que me llevé cuando estuve ahí en Fiorito… Creo que lo más importante es saber que los que nacen en la villa sí tienen la posibilidad de construir…. sí pueden desarrollarse en cualquier actividad… como en la educación, el deporte. Y que están más que preparados y sobre todo hasta me animo a decir que tienen muchísima más empatía que muchas y muchos de aquellos que nacen en una situación de comodidad, para quienes reconocer y ver en el otro a alguien como uno les es siempre mucho más indiferente… Eso le decía a un amigo… por qué no bajar más posibilidades a todas y a todos…. a la gente de la villa de ó de lugares qué que no tienen acceso… Porque también conozco mucha gente en el interior que viven los pueblos muy pequeños … Tienen un buen pasar pero necesitan atravesarse por el otro en el pensamiento… estimular  esa independencia individual y no caer en el mandato familiar que te mantiene atado. Me quedo con ese Fiorito que respeta mucho a la vecina, al vecino. Aunque sea chupando del pico. Me quedo con esa generosidad que vi. Diego nos ha enseñado a ser más generosos y a dar … como decía otro maestro, Yupanqui, “Hay que dar hasta que duela” -hay que abrirse y dar y dar y dar. En Fiorito nadie se puede salvar solo o sola. Pienso que las villas son un despropósito de un sistema que genera desigualdad, no hay duda. Pensar en Diego, de dónde salió y hasta donde se puede llegar, es una enseñanza que nos puede servir a todos…»

La casa en la década de 1970 (aprox.) y antes de la última restauración con el mural.

 

Probablemente, con esta ilustre muerte no anunciada,  Fiorito esté atravesando el inicio de un nueva etapa.  No puedo evitar preguntarme  cómo continuará esta historia de una figura que en vida ya era canonizado por el pueblo. Los lugares que frecuentó el Diego hasta los 16 años -cuando se mudó cerca de la cancha de Argentinos Juniors- se muestran como un símbolo de identidad colectiva, para los que habitan en Fiorito y para todos los que  sintieron empatía por su historia de vida.

El pasado 28 de octubre -cuando ni siquiera imaginábamos la pérdida del Diego- el Municipio de Lomas de Zamora declaró Patrimonio Cultural a su casa de la calle Azamor 523. Con su muerte, como vimos, se pintó el mural, que devino en una especie de patrimonialización -cuando no altar- popular.

Por otro lado también se produjo todo un debate por el origen del ídolo: que si es de Lanús, de Lomas, de padres correntinos; si su casa es la de Paternal, o su casa es la de Fiorito y así continúan. Todos parecen -parecemos- querer un pedazo del Diego. Lo queríamos antes, lo queremos mucho más ahora.

Recién estamos empezando a descifrar la importancia de una persona -y un personaje- que marcó la historia argentina para siempre.

 

[1] La escuela Nro. 63 actual está construida sobre la calle Campana en terrenos del tren Belgrano Sur, donde  había una plaza y una cancha de fútbol que frecuentaba Maradona. El edificio antiguo de la escuela se encuentra sobre la calle Plumerillo y Campana, donde  hay ahora una escuela de adultos, dependiente de la DGCYE de la Pcia. De Bs. As.

[2] Actualmente llamado Estrellas Unidas de Fiorito, con sede sobre la calle Mario Bravo, a la vuelta de la casa y con anexo en la calle Larrazabal.

[3] Vale aclarar que a seis cuadras de esta casa está el límite interdistrital por la calle Gral. Hornos que separa Lomas de Zamora de Lanús. Los habitantes de Fiorito suelen frecuentar el Hospital Evita por la cercanía, contrario con lo que sucedía en su momento con el Hospital Gandulfo local.

[4] El nombre deriva del apellido del dueño y no es alusión a la ciudad italiana.

[5] Fue un dato impactante, ya que en el libro de mi autoría “El poder de mi santo» (2018), narro la historia del fallecido Miguel Vallejos, y era un dato que desconocía.

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Juan Pablo Romero

Juan Pablo Romero

Licenciado en Folklore y Doctorando en Artes por la Universidad Nacional de las Artes.
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