No más «Católicas» por el Derecho a Decidir: La decisión de un tribunal civil que parece eclesiástico

por Rodrigo Toniol (UNICAMP)

El 20 de octubre, el Tribunal de Justicia del Estado de São Paulo emitió una decisión que coincidiría mejor con el tono de la Congregación para la Doctrina de la Fe en el Vaticano que con el de un tribunal laico brasileño. A partir de esa fecha, según lo determinado por los jueces, a las Católicas por el Derecho a Decidir, una de las ONG más antiguas y activas del país en defensa de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, se les prohibió seguir usando el término “católicas” en su nombre. Ningún material elaborado por ellas puede contener el adjetivo y ninguna de sus integrantes tiene derecho a identificarse así públicamente, so pena de multa diaria de mil reales. Para fundamentar la decisión, los jueces citaron, entre otros argumentos y referencias, un artículo periodístico escrito por Olavo de Carvalho, gurú de la extrema derecha.

La decisión respondió a una acción interpuesta por el Centro Don Bosco para la Fe y la Cultura, organización vinculada a la derecha católica, cuya misión, según su sitio web, es formar “soldados de Cristo a través de la vía espiritual e intelectual para actuar en la cultura defendiendo la fe verdadera”. La historia del Centro Don Bosco se cruza con la ola conservadora más reciente de la política nacional. Y el enfrentamiento de sus asociados con defensores de derechos sexuales y reproductivos precede al conflicto judicial resuelto provisionalmente por el juez.

En agosto de 2018, por ejemplo, según un informe de la revista Época, un grupo de miembros del Centro Don Bosco de Río de Janeiro organizó una manifestación cuyo objetivo inmediato era «convertir abortistas» y defender la tradición de la Iglesia. Reaccionaban a la convocatoria, para ese mismo día, de manifestaciones públicas en defensa del derecho al aborto. A la larga, el grupo religioso conservador anhelaba la “recristalización de Brasil” y el fin del estado laico. La marcha siguió por la Avenida Presidente Vargas, en el centro de Río, hacia la Iglesia de la Candelaria. Asistieron manifestantes que portaban carteles con imágenes de fetos muertos, monárquicos rezando en voz alta y mujeres ancianas de organizaciones “pro-vida”. Muchos llevaban remeras estampadas en apoyo al entonces candidato Jair Bolsonaro.

En la Candelaria la marcha del Centro Don Bosco fue recibida con aplausos. Esto fue porque los manifestantes en apoyo de la marcha ya se estaban reuniendo en las cercanías de la iglesia: habían sido convocados por otra activista, Sara Winter. Reunidos por fin en una sola marcha, los grupos se dirigieron a la Asamblea Legislativa de Río de Janeiro, no sin antes demostrar una especie de disposición simbólica para proteger el patrimonio de la Iglesia (dejando a la vista algunos bastones, escudos y hasta espadas, al mejor estilo medieval). No hubo enfrentamiento, porque no había otro grupo en la plaza ni dirigiéndose a ella, tampoco era ese el lugar para una de las manifestaciones en defensa de los derechos sexuales y reproductivos convocadas para el mismo día en la ciudad.

Una de las organizadoras de la marcha del Centro Don Bosco fue la abogada del grupo, y en ese momento también precandidata a diputada federal, Christine Tonietto. Con 27 años, sería elegida diputada unos meses después, por el PSL, obteniendo casi 39 mil votos. Como abogado del Centro Don Bosco, Tonietto fue la encargada de entablar una demanda por daños y perjuicios contra el grupo de humor Porta dos Fundos, en reacción a los videos satíricos de temática religiosa producidos por los comediantes.

Podemos advertir, entonces, que la demanda recientemente juzgada por el Tribunal de Justicia de San Pablo no fue un episodio aislado. Al contrario, para los miembros del Centro Don Bosco fue un paso más en su misión mayor de proteger el cristianismo y cristianizar Brasil. En el banquillo de los acusados ​​estuvieron las Católicas por el Derecho a Decidir, quienes, además de actuar en la promoción del derecho a la salud de la mujer y de elegir sobres su propia gestación, también defienden el Estado laico. Articuladas en una red internacional que aglutina asociaciones del mismo tipo en otros doce países, las Católicas tienen una presencia frecuente en manifestaciones públicas, además de una destacada actuación en audiencias públicas sobre la criminalización de la interrupción voluntaria del embarazo.

La sentencia del Tribunal de Justicia de San Pablo es un escrito de sesenta páginas que termina confundiendo a quien lo lee sobre la naturaleza de esa corte, si es realmente eclesiástica o civil. La decisión que prohíbe fundamentalmente a las Católicas presentarse como católicas establece un nuevo hito en el Poder Judicial brasileño: además de los casos de jueces que se toman por Dios, ahora también hay quienes se otorgan la competencia de decir quién puede ser fiel.

La acusación del Centro Don Bosco sostiene que el uso del término católicas por parte de las Católicas es ilícito, ya que defienden «el homicidio de bebés en el vientre de la madre», que estaría «desfasado con la doctrina absolutamente clara de la Iglesia». Y continúa en destacado: “En lo que a la fe se refiere, los católicos no son democráticos. Si fuera católica, [la organización] estaría en plena comunión con la Iglesia. Es extraño para los verdaderos católicos la afirmación de ‘profesar tu fe como quieras y comprendas’. Las representantes del grupo acusado pueden profesar la fe que deseen. ¡Pero NO SON CATÓLICAS! »

Para cualquier analista mínimamente familiarizado con la literatura especializada en este tema, el error es elemental: se confunde catolicismo con Iglesia Católica. El catolicismo es más grande que la Iglesia católica. Después de todo, ¿alguien con honestidad intelectual podría afirmar que el 64% de los católicos autodeclarados en el último censo del IBGE están totalmente alineados con lo que exige el derecho canónico y el catecismo oficial de la Iglesia? Si ese fuera el caso, no habría católicos que nunca asistan a misa, ni quienes eventualmente participen en las sesiones espiritistas; no habría ninguna tradición de religiosidad popular, ni habría lugar para la masa del casi 35% de los católicos autodeclarados, que, sin embargo, dicen simpatizar con otras tradiciones religiosas.

El Tribunal de Justicia, al aceptar y pronunciarse a favor de la denuncia de herejía -por decir el nombre que tienen las cosas, y que deberían haberle dado al proceso-, afirmó que la ilegalidad de las Católicas en declararse católicas era autoevidente. Según la sentencia, existe «incompatibilidad PÚBLICA, NOTORIAL, TOTAL Y ABSOLUTA con los valores más caros adoptados por la asociación autora y por la Iglesia Católica de modo general y universal, según lo cual no dependen de la prueba de los hechos». La sentencia se ejecuta en estos términos, a veces incluso no es necesaria la «prueba de los hechos».

Vale la pena preguntarse, por supuesto, cuáles serían los católicos dignos de ese nombre. Pero la fundamentación de la sentencia recorre otro camino, optando por dejar claro quiénes no lo serían. Es imbuido de este espíritu inquisidor que el magistrado afirma, en la sentencia, que según “el Derecho Canónico, quien busca el aborto, siguiéndose el efecto, incurre en excomunión latae sententiae (aquella en la que incurre el fiel en el momento en que comete la falta previamente condenada por religión), se traduce en un DESERVICIO INNEGABLE A LA SOCIEDAD, cualquiera sea la existencia de un grupo con un nombre que no corresponde a su auténtica finalidad”. Y continúa, en términos legales: “Se reitera que referida doctrina [la de la Iglesia] es absolutamente clara, notoria y pública sobre el QUINTO MANDAMIENTO (NO MATARÁS previsto en la Biblia, en Éxodo 20:13)”.

Si en la decisión no está claro quiénes serían los verdaderos católicos, el Pontificio Tribunal de Justicia no rehúye señalar cuál debería ser el lugar y el comportamiento adecuados para las mujeres católicas. El relator cita al padre Paulo Ricardo, un líder conservador dentro de la Iglesia, al registrar en la decisión: “Lo mismo se dice de la pretendida ‘equidad de género’ en las Iglesias, como si la Iglesia no tuviera un carácter sublime, pero específico y propio para mujeres». Sin equidad de género y, más importante aún, como se expresa en la decisión, siguiendo obedientes con la cita al padre Paulo Ricardo: “Eva escuchó a un ángel maligno en el Paraíso, desobedeció a Dios y con ese acto entró [sic] en el mundo la esclavitud y pecado. María, en otro jardín, escuchó al ángel Gabriel y obedeció, diciendo ‘He aquí la sierva del Señor’ y nunca una mujer ha sido tan absolutamente libre y desapegada. Y por eso la llaman ‘la más feliz de todas las mujeres’, la bienaventurada».

No satisfecho con interpretar el Génesis, el relator evoca en su decisión la “oposición pública unánime” al aborto por parte de los verdaderos católicos. Cita, destacándolo en autos, la percepción de dos de estos “verdaderos” creyentes sobre los derechos reproductivos. De nuevo el padre Paulo Ricardo, ahora acompañado de Olavo de Carvalho, baluartes destacados de la fe, según sentencia. La opinión de Carvalho se extrae de una columna publicada por él en el diario O Globo, en 2005: “Aquí con mis botones, de verdad creo que los seres más despreciables del planeta son esas señoras y señoritas que quieren que les tengamos lástima porque la Iglesia malvada no les permite matar a sus bebés». El segundo tiene aspectos más escatológicos: «El aborto es simplemente el autógrafo del diablo en el vientre de las mujeres, porque es el primer abortista».

La decisión, aunque extraña, sienta un precedente importante para judicializar el derecho a la autoidentificación. Además, ataca a una de las ONG más antiguas y organizadas del país en la defensa de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Aproximadamente dos semanas después, otra decisión de la Justicia -sobre un caso de violación, en Santa Catarina- vino a recordarnos una vez más, además, que la sentencia del TJ paulista no fue un caso aislado, excepcional. En un intervalo de quince días, las mujeres brasileñas que luchan por sus propios derechos vieron restringida su acción, mientras que una víctima de abuso fue agredida mientras buscaba justicia.

De ahí la necesidad de intentar comprender la reciente ola conservadora en el país, que a su vez obliga a mirar el desempeño de los grupos católicos que participan en ella. De hecho, grupos considerados católicos precisamente porque se autodenominan así, lo que no les impide, como cualquier católico, incumplir ocasionalmente el mandamiento fundamental, el amor al prójimo, enseñado por Jesús.

 

Foto: Jefferson Coppola para Veja

 

La larga duración del conservadurismo brasileño y la invisibilidad del catolicismo en el período más reciente

Por Rodrigo Coppe Caldeira (PUC Minas) y Rodrigo Toniol (UNICAMP)  

El calor de los acontecimientos de la política brasileña en la última década ha catapultado, entre sus intérpretes, el tipo de análisis de coyuntura. La urgencia y, al mismo tiempo, lo efímero de los hechos en el país nos llevó a reaccionar ante cada nuevo hecho asumiendo, no solo la provisionalidad de las interpretaciones, sino también reduciendo el objeto de análisis a las contingencias de la política. Parece que fue solo más recientemente cuando los análisis cobraron suficiente impulso para demostrar la larga duración de los procesos descritos, poniendo en perspectiva su aparente novedad.

Esta característica también marcó las interpretaciones sobre política, religión y conservadurismo, haciendo parecer que el rostro religioso del conservadurismo brasileño es evangélico y, por tanto, tan reciente como la presencia pública de este grupo en la política nacional. Aunque comprensible, este tipo de marco es limitante de dos maneras. Primero, porque tiende a reducir la relación entre religión y política a la lógica de disputas partidarias, alianzas y elecciones. Esto puede atribuirse al énfasis persistente que los analistas ponen en los movimientos de apoyo y ruptura de los actores religiosos con los grupos políticos y los gobiernos. La miopía aquí está en raramente partir de la dimensión política intrínseca a la teología de los religiosos, optando en cambio por enfatizar las contingencias de las acciones religiosas en la política. Y, segundo, porque si los evangélicos son el rostro religioso más visible del conservadurismo brasileño contemporáneo, la fuerza de esta tendencia resuena en la tradición del catolicismo, rasgo tan fundamental de la formación societaria de Brasil y de un imaginario social que atraviesa sus experiencias históricas.

No se trata de una disputa sobre el origen o el legítimo acreedor de los elementos religiosos de nuestro conservadurismo. Lo que está en juego es deshacer las interpretaciones que tienden a eclipsar la relevancia del catolicismo en los análisis contemporáneos sobre religión y política. Las influencias del catolicismo en la formación cultural brasileña no nos permiten abandonarlo como elemento significativo para comprender los fenómenos políticos actuales. Si estamos atentos a los sustratos societales que insisten en permanecer en las estructuras y en el imaginario que atraviesa el campo religioso, debemos prestar atención al factor católico para análisis más comprensivos. ¿Cómo entender, por ejemplo, los ataques a las religiones afrobrasileñas en algunas iglesias evangélicas sin volver a la larga tradición católica de persecución de la “brujería” en la época colonial? ¿O para recordar sus prácticas deslegitimadoras de otras tradiciones religiosas en las primeras décadas del siglo XX?

En resumen, por mucho que la demografía religiosa brasileña se haya transformado radicalmente en las últimas décadas, desplazando la hegemonía de la Iglesia Católica, esto no significa necesariamente que el catolicismo haya dejado de ser un punto de referencia para las relaciones sociales en Brasil.

Foto: Jefferson Coppola para Veja.

 

Este llamado no significa dejar de reconocer las profundas transformaciones culturales de la política nacional en este período más reciente, sino más bien replantear estas propias transformaciones desde sus permanencias. O, como aboga la máxima de la antropología estructural, reconocer aquello que cuanto más se transforma, más permanece.

Los elementos religiosos del conservadurismo político brasileño – y estamos tratando este campo en su vertiente autoritaria- tuvieron en los movimientos católicos laicos al comienzo de la historia republicana su fermento y desarrollo. Fue en este nuevo contexto, en el que se hicieron más evidentes las fuerzas pluralizadoras de la sociedad brasileña, donde se encendió la chispa de la reacción. Bebiendo de la tradición contrarrevolucionaria francesa, desde la década de 1920 se ha gestado toda una estirpe de pensamiento y acción antimodernos brasileños con, entre otros, Jackson de Figueiredo, Gustavo Corção y Plinio Corrêa de Oliveira. Este último lideró desde mediados de los años 1930 un grupo de militantes católicos, incluidos clérigos, que desembocó en la creación de la Sociedad Brasilera de Defensa de la Tradición, la Familia y la Propiedad, TFP, en 1960. Este movimiento tuvo un papel destacado entre la derecha religiosa brasileña, apoyando el golpe cívico-militar de 1964 y el régimen dictatorial para garantizar su propia seguridad y existencia – recibió generales para eventos privados y les agradeció el golpe.

Después de la muerte de Plinio Corrêa (en la foto de arriba) en 1995, el último líder de la ya golpeada derecha católica, quien era considerado profeta y adorado como santo por sus seguidores, se creía que las fuerzas que la impulsaban habían desaparecido. Sin embargo, estas fuerzas se reorganizaron a partir de finales de la década de 1990. Inicialmente a través del naciente mundo de la blogósfera, y luego a través de las redes sociales, actores antes marginales, como Olavo de Carvalho, cobraron fuerza suficiente para movilizar el afecto e imaginarios, especialmente entre los jóvenes.

Con la ebullición de las guerras culturales que llegaron a Brasil y que tuvieron en las jornadas de junio de 2013 un momento clave, y el crecimiento del descontento con los gobiernos de Dilma Rousseff condensado en la ola antipetista, los grupos católicos conservadores vislumbraron una oportunidad y se unieron a algunas tendencias evangélicas, formando un caldo de potenciales partidarios de la campaña al Poder Ejecutivo de un candidato afecto a su agenda de costumbres.

Los detalles de la trama de esta historia que conecta al TFP, la blogósfera de olavista y la adhesión de los católicos al bolsonarismo están por contar. Por el momento, lo que podemos reconocer es que este alineamiento se refuerza a partir de un horizonte teológico y desde una actitud psicopolítica.

Foto: Jefferson Coppola para Veja

 

En términos teológicos, los grupos católicos que han comenzado a demostrar una actuación más contundente en los últimos años en Brasil han asumido la curiosa misión de recristianizar el catolicismo. Recristalizar, en este caso, es sinónimo de restaurar un orden perdido tras la tensa despresurización con la modernidad que trajo el Concilio Vaticano II (1962-1965). La revolución teológica que está en el horizonte de estos actores es la contrarrevolución, la restauración. Una lucha hecha en latín, una lengua cuya diferencia entre restaurar y renovar es solo un problema de extensión. En estos términos se arma la teología de una política de conservadurismo. Si hay algo nuevo en esta actitud, no es en sus efectos para el campo de la religión, sino en los contornos del lenguaje político que ha asumido en el mundo del siglo XXI.

Llevamos años enfrentando un proceso de alineación entre grupos católicos y grupos evangélicos, que han logrado articular sus demandas en la lógica de la ciudadanía. Asistimos al surgimiento de lo que el sociólogo argentino Juan Marco Vaggione ha llamado ciudadanía religiosa. Como ejemplo, basta recordar la agenda relacionada con la denominada ideología de género, tema cuya movilización inicial fue mayoritariamente católica.

Foto: Jefferson Coppola para Veja.

 

Con él no se abandona el debate secular imponiéndole contornos religiosos, sino que se asume una especie de secularismo estratégico, capaz de acomodar la defensa de un orden moral universal en términos de derecho, el derecho de la mayoría cristiana. Es así como la voluntad teológica de restauración resuena en la actitud política de reivindicación de este nuevo tipo de ciudadanía.

Si es la nueva derecha la que nos interesa como analistas, debemos reconocer los ecos de la historia que resuenan en ella. Y en ese caso, pocos pasos son posibles mientras la fuerza del catolicismo conservador quede eclipsada en nuestras reflexiones.

La primera parte de esta entrada fue publicada originalmente en la revista Piauí.  La segunda en Saída pela Direita, blog del diario Folha de São Paulo, y en en el blog del LAR -Unicamp.

Rodrigo Coppe Caldeira es historiador y profesor del Programa de Pós-Graduação em Ciências da Religião de la PUC Minas.

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Rodrigo Toniol

Rodrigo Toniol

Actualmente es Presidente de la Asociación de Cientistas Sociales de la Religión en el Mercosur. Es Profesor permanente del Programa de Pós-Graduação de la Unicamp y Profesor del Departamento de Antropologia Cultural de la UFRJ -Brasil.
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