
por Renée de la Torre (CIESAS Occidente, México)
Es una costumbre en México –igual que en otros países de América Latina- que los familiares coloquen distintas marcas materiales en los sitios donde ocurrió una muerte por accidente, o en los sitios donde sucedió una muerte trágica o incluso valorada como injusta. Los lugares se definen por el evento, por tanto, pueden estar en cualquier espacio público donde haya ocurrido la muerte. Por lo general son los familiares o amigos muy cercanos quienes toman la iniciativa de marcar el lugar como un territorio para recordar tanto el suceso como a la víctima.
Tradicionalmente en estos lugares se colocaba una cruz que llevaba el nombre del difunto con la fecha de nacimiento y de su muerte. Por eso en México, a diferencia de otros lugares, se les conoce simplemente como “crucecitas”. Estas marcas son también consideradas como “cenotafios”, porque son practicadas como tumbas sin cuerpo. Si bien, como lo explica Felipe Gaytán (2020) los cenotafios tienen la función de marcar simbólicamente que en ese lugar alguien perdió la vida, y con ello generar memoria, yo quiero argumentar que son actos icónicos que habilitan una comunicación entre lo invisible (el alma, espíritu o lo que queda del difunto) y el mundo terrenal y material. Esta hipótesis me permite tratar de entender nuevos usos de los cenotafios en una nueva situación generalizada en México que es la de los decenas de miles de desaparecidos, a causa de las violencias perpetuadas por diferentes células del crimen organizado. La situación que expondré es que para los familiares al no haber cuerpo del desaparecido se les niega vivir el duelo. Y esto además de ser un problema social, es también un problema emocional muy trágico.
Algo que no se ha dicho, es que – como muestro en algunas fotos – frecuentemente las cruces que marcan los cenotafios incluyen también un epitafio con mensajes amorosos que expresan el deseo de perpetuar la relación con el difunto más allá de la muerte. Son actos icónicos, en el sentido que le brinda Bredekamp (2017), para quien la imagen no solo asimila el lugar de las palabras, sino la función enunciataria del que habla. En este sentido atenderé los cenotafios como acto icónico expresivo que deviene de la agencia de la imagen.
Colocar cenotafios es un acto que transforma el espacio en un lugar de memoria. Pero no solo eso, lo transforman en un lugar donde lo invisible se comunica con lo visible. Los vivos establecen un contrato con los muertos, o con los ausentes (aquellos sin presencia corporal). Me explico. Una crucecita, en sus múltiples formas y regímenes estéticos, es a simple vista un signo reconocible de que ahí murió alguien. Pero también, las crucecitas tienen la capacidad de generar espacios que activan una comunicación entre lo invisible (la persona ausente) y lo visible (su marca) arraigado al hecho o el lugar del suceso. Es decir, la crucecita queda anclada en la materialidad del espacio donde sucedió.
Entre las fotos que he tomado sobre crucecitas he encontrado mensajes que remiten a la intención de un acto comunicativo con el alma o el espíritu del difunto: “Mirza Razo Rojas. Te fuiste sin decir adiós. Te fuiste sin avisar, porque un día te volveré a mirar. Te damos gracias por enseñarnos a amar. Ahora tú no estás, pero al final de este camino nos volveremos a encontrar. Con amor cariño tu padre y hermanos” (Foto 1. Crucecita a Mirza Razo Rojas). Este epitafio genera el acto comunicativo con quien se fue sin dar lugar a la despedida (sin decir adiós), por tanto, es un acto de despedida que también expresa e instaura la promesa de volver a encontrarse.

Foto 1. Crucecita a Mirza Razo Rojas. Nos volveremos a encontrar. Renée de la Torre, Chapala, Jalisco, agosto de 2021.
Hace algunos años escribimos un artículo (Fabre, Perrée, de la Torre 2021) para entender los exvotos como la materialización del pacto de reciprocidad establecido por seres humanos con entidades sobrehumanas (dios, santos y vírgenes) a través del acto votivo. Quiero aquí detenerme, para demostrar que con las crucecitas o cenotafios ocurre algo similar a lo que sucede en el acto de los exvotos, pero a diferencia de éste que van dirigidos a un santo o virgen con poderes milagrosos, en los cenotafios se establece un contrato con el alma del difunto (similar a las animitas chilenas), y en contraste con los exvotos hay promesa, aunque no hay petición. Solo promesa para extender la relación más allá de la muerte.
En un cenotafio encontrado al borde de la carretera el nombre del difunto fue cubierto por el retrato; y junto a él aparece la siguiente promesa: “Te buscaré en el cielo. Tu mamá” (Foto 2. Crucecita al hijo). La promesa también se cumple en el más acá cuando vemos que su crucecita está limpia, cuidada y con flores. La materialidad cumple con el contrato establecido por los que se quedan en este mundo para honrar su memoria, para visitar el lugar donde murió, para cuidar de ese lugar. Pero también los mensajes habilitan una comunicación personal con el difunto estableciendo una promesa que va más allá de la vida terrenal y que se cumplirá en el más allá o en el cielo, expresado como un lugar y tiempo de reencuentro.

Foto 2. Crucecita al hijo. Te buscaré en el cielo. Tu mamá. Renée de la Torre, Chapala, Jalisco, septiembre de 2025
En otro dice: “Max Uriel Rao Vega (23-05-85; 1-06-20): te recordaremos siempre con mucho amor y cariño. Tus padres, hermano, hijos y demás familia”. La colocación implica no solo un recordatorio, sino el acto de mantener la relación mediante ofrendas que se colocan en los días del cumpleaños o el día del deceso del difunto. Las crucecitas siempre están “practicadas”. Estas inscripciones hacen que el cenotafio no sea una mera señal colocada para recordar el suceso, sino que cumple la promesa del acto icónico de ritualización de la comunicación con el ausente.
Estos sitios son reconocidos como cenotafios, lo cual indica que son tumbas sin cuerpo. La mayoría de estos difuntos que murieron en accidentes están enterrados en panteones, pero la instalación de cruces delimita el espacio donde sucedió su muerte, y genera un espacio de ritualización a donde las familias le llevan flores, veladoras, artículos de su agrado.
Recientemente ha habido una apropiación popular entre las culturas juveniles de las pandillas, que construyen cenotafios colectivos practicados como territorios barriales de las pandillas. Un ejemplo es el cenotafio construido en el barrio Derrumbes en la cabecera municipal de Chapala, Jalisco. Se erigió en el sitio donde en 2009 perdió la vida Jesús Melchor a causa de una riña a pedradas con los miembros de otra pandilla del barrio vecino. Entonces se incluyó el siguiente epitafio que dice:
Vivo en una estrella
No llores por mi ausencia
Piensa en mi
Y regálame una sonrisa
Para descansar
piensa en que los amo
Búscame en el cielo azul
Y en la flor
Que yo estaré latiendo
siempre en su corazón
(firmado Pablo Met)
Este mensaje pareciera emitido por el difunto que desde el más allá comunica su presencia inmaterial latiendo siempre en sus corazones. Si bien pide que sus seres queridos no le lloren, también les pide que lo piensen y lo recuerden. E incluso pide que se le busque en el cielo azul, aludiendo al destino del reencuentro de almas en la muerte, pero también al lugar mismo del cenotafio ya que éste fue pintado como un cielo azul (como se ve en la foto 3).
El lugar donde se erigió el cenotafio se transformó en ese entonces en territorio de reunión de los miembros de la pandilla. Pero la violencia cotidiana continuó cobrando vidas de más jóvenes del barrio. En 2013 murieron otros tres jóvenes cuyo deceso se inscribió en el mismo mural representado por palomas blancas que se dirigían al cielo al encuentro con Jesús Melgar. Para 2019 decidieron transformar completamente el mural de cenotafio pues había que incluir 10 jóvenes difuntos del barrio (Foto 4). El nuevo epitafio colocó el lema “Descanse en Paz” y el siguiente mensaje:
Me voy amándolos con todas mis fuerzas
No pierdan la calma, tranquilícense
Esto es solo un momento
la vida sigue para todos ustedes.
Quédense con mi amor y mi recuerdo.
Gracias por todo lo que viví me basto para ser feliz …
(firmado Pablo Met)

Foto 3. Cenotafio a Jesús Melchor y tres amigos 2013. Fuente Renée de la Torre.

Foto 4. Cenotafio a Jesús Melchor 2019 convertido en memorial de los miembros de la pandilla Derrumbes del barrio de San Miguel. Fuente Renée de la Torre.
Según cifras del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas hasta 2025 se suman más de cien mil los desaparecidos forzados en México; y 15,000 en el estado de Jalisco (donde yo resido y estudio). Las cifras son alarmantes. Desaparecer en México no se refiere a un acto mágico de invisibilización, tampoco se trata de desaparecidos políticos (como ocurrió durante las dictaduras en América Latina), sino de la sustracción forzada de personas que son reclutadas por el crimen organizado. Esto consiste en un secuestro sistemático de jóvenes que fueron capturados con violencia o bajo engaño de un empleo inexistente y que fueron reclutados en sitios de entrenamiento y exterminio. A partir de “su desaparición”, sus conocidos y familiares no vuelven a tener noticias de ellos, aunque los familiares se organizan para realizar la búsqueda de sus restos enterrados en fosas clandestinas.
Los desaparecidos dejan a los familiares en una situación permanente de liminalidad. Son cuerpos sin duelo (ver Ileana Diéguez, 2013). Y de ahí surge la necesidad de experimentar duelos sin cuerpos. En este estado de zozobra emergen las necesidades de materializar y visibilizar los rostros, las pertenencias, los rasgos, para poder dirigir hacia algún lado los afectos sentidos hacia los desaparecidos.
La materialidad y la simbolización ritual del cenotafio como tumba sin cuerpo es un recurso importantísimo para vivir el encuentro sentimental y para simbolizar la promesa del reencuentro en el más allá con el desaparecido. En distintas ciudades de México los diferentes colectivos de familiares buscadores han intervenido monumentos públicos (fuentes, glorietas, arboles, plazas) que son resignificados. En el caso de Guadalajara se transformó una glorieta-monumento patriótico dedicado a la memoria de los Niños Héroes, quienes defendieron la patria de la invasión francesa en tiempos de la independencia en un lugar de memoria y protesta por los desaparecidos (ver Foto 5).

Foto 5. Glorieta de los Niños Héroes transformada en Glorieta de las y los desparecidos. Renée de la Torre, Guadalajara, 5 de abril de 2024.
Hoy es un lugar donde están presentes cientos de fichas y losetas con los rostros, lo datos y los rasgos de las y los desaparecidos. Es un sitio que fue tomado inicialmente para exigir justicia y verdad en un régimen político que ha intentado invisibilizar el problema. Pero, más recientemente, las madres de los desparecidos lo han apropiado como un lugar para experimentar comunicación con el hijo o hija ausente. Así lo explica Carlos Valencia, el arquitecto que lideró esta iniciativa:
Ellas [se refiere a las madres] nos dijeron “esto era lo que queríamos: un lugar donde poder venirles a llorar a nuestros hijos. Que no es un cementerio, no, porque no están muertos nuestros hijos. Hasta que nos demuestren que están muertos, para nosotras siguen desaparecidos.
Y en este lugar vinieron a hacerles memoria, a honrarlos y a llorarles. Y era muy común ver a las madres llegar, colocar flores y veladoras debajo de las fichas, y luego verlas llorando y comunicándose con sus hijos ausentes. Y luego cuando son los cumpleaños de cada uno de los que están ahí, me ha tocado ver que muchas veces llegan sus familiares y les pegan ahí letreritos de feliz cumpleaños. Es un lugar donde encuentran conexión con los que no están (Entrevista a Carlos Valencia 15 de mayo de 2024).
Los familiares no solo son víctimas de la injusticia, sino que cotidianamente enfrentan el dolor de la pérdida, acompañada del vacío del cuerpo del difunto, que genera la necesidad expresiva del duelo. La idea de los cenotafios cobra en esta situación de crisis humanitaria un nuevo sentido: al no haber restos tampoco hay tumbas, pero sí hay dolor. Como lo reflexionó el filósofo colombiano Jesús Martín Barbero:
Cada vez que veamos las imágenes de los muertos, de las madres que gritan por sus hijos, comprendamos que en la secreta relación entre imagen y desaparición se está jugando la posibilidad del duelo sin el cual este país no podrá tener paz, pues la desproporción de nuestras violencias quizá sea paradójicamente proporcional a nuestra incapacidad de duelo: ese tiempo del sentimiento en el que elaboramos las pérdidas y expiamos nuestros olvidos (Martín Barbero 2021, p.8).
En la hoy ya reconocida como Glorieta de las y los desaparecidos ocurren los mítines de los colectivos de búsqueda de los desparecidos. Sin duda, es un lugar de apropiación política: cada 30 de agosto se conmemora ahí el Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas en México. Pero es también un lugar que ha cobrado usos sagrados propios de un cenotafio. Los viernes últimos de cada mes se convoca a rezar el rosario. Ahí, en la calle, se celebran misas de conmemoración y esperanza por encontrarles. Cada día de las madres (10 de mayo) realizan la marcha pública del dolor y se reúnen con las fichas o lozas de sus hijos e hijas para vivir la reconexión. Es un lugar donde se cumple la promesa de cuidar su memoria. Ahí donde están sus placas se les practica como tumbas o como altares donde se les depositan ofrendas: flores, cartas, regalos y se encienden veladoras que dan luz a la esperanza por encontrarlos con vida.
La iconicidad de la fotografía de cada ficha, la ritualidad del cenotafio (tumba sin cuerpo), y el cumplimiento del don mediante las ofrendas es practicado como vehículo para restituir lo negado, pero también al crear un espacio de communitas practicado entre el conjunto de madres, padres y hermanos dolientes se convierte en instrumento de la esperanza. Transformar el espacio público en un cenotafio colectivo cobra una manifestación y exigencia política, pero también es el cumplimiento para lograr el reencuentro con aquellos cuyos cuerpos que han sido desaparecidos, continúan existiendo en la práctica de su evocación (Diéguez Caballero 2021).
Guadalajara es una de las sedes del futuro mundial de fútbol 2026. Sus autoridades consideran que las intervenciones de fichas de búsqueda de los desparecidos, que se encuentran pegadas en distintos lugares de la ciudad, y principalmente cubriendo la Glorieta de los Niños Héroes, son expresiones vandálicas y proyectan limpiar la ciudad. Lo que no entienden es que la Glorieta de Las y Los desaparecidos es el escenario de la memoria de los invisibilizados, pero también es el lugar de la esperanza pactada por miles de familias para reencontrarse con sus queridos desaparecidos. Transformarla sería un genocidio a la esperanza.
Referencias
Bredekamp, Horst. Teoría del acto icónico. Barcelona: AKAL/Estudios visuales, 2017.
Diéguez Caballero, Ileana. Cuerpos liminales. La performatividad de la búsqueda. Córdoba: Ediciones DocumentA/Escénicas, 2021.
Diéguez, Ileana. Cuerpos sin duelo. Iconografías y teatralidades de dolor. Córdoba: Ediciones DocumentA/Escénicas, 2013.
Fabre, Pierre Antoine; Perrée, Caroline; de la Torre, Renée. “Desde la confección hasta la exhibición: cuando el exvoto se establece como sistema”. En Caroline Perrée (ed.) L’Ex-voto ou les métamorphoses du don/El exvoto las metamorfosis del don. México: CEMCA, 2021, pp. 7-52.
Gaytán Alcalá, Felipe. “En la senda de las tinieblas: humilladeros y cenotafios religiosos frente a la maldad en la ciudad”. Sociedad y Religión: Sociología, Antropología e Historia de la Religión en el Cono Sur, vol. 30, núm. 54, 2020, Mayo-Septiembre, pp. 155-174.
Martín Barbero, Jesús. “Medios, olvidos y desmemorias. Debilitan el pasado y diluyen la necesidad de futuro” Revista de Ciência da Informação, junio de 2021, – v.3, n.3.
Este texto fue publicado originalmente en el blog brasilero Religião em Debate.









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