Iemanjá (en Mar del Plata) en tiempos de pandemia…

(foto: La Capital MDP)

 

por Virgina Ceratto Baños

Cuando esta ceremonia, que ya lleva su trigésimo séptima edición, comenzó, allá lejos y hace tiempo en Varese, la realizaban pocas personas del culto africanista, siempre con el organizador que ya conocemos por todos los medios locales, nacionales e internacionales: el babalorixá Hugo de Iemanjá, y en 2020 llegó a número de 15.000. El domingo pasado apenas fueron, fuimos, porque estuve ahí, unas quince… y la intensidad y la emoción no disminuyeron. Se multiplicaron en cada gota de lluvia.

Dicen que cuando algo límite nos atraviesa, una agonía, la posibilidad de la muerte, el miedo, vemos pasar como una película. Ese domingo yo vi un compilado de ceremonias a Iemanjá en caleidoscopio. Como un revival. Lo vi en el mar, lo vi en los pies descalzos de los que se internaron en el mar, en las túnicas mojadas de los africanistas… en las sonrisas que asomaban en los ojos y se notaban aún debajo de los barbijos.

Y sabemos, que una cuidada prensa omitió la hora, la localización, porque si una multitud se congregaba podía haber peligro de contagio. El resto está en las declaraciones en las que insistió en que cada uno esperara la transmisión en redes.

Esta vez no hubo miles de personas.

Porque el mundo vive una época de angustia y peligro y toda prevención es poca.

Y toda prevención es buena. Esta vez éramos pocos.

(foto: Mar del Plata Hoy)

 

Y sin embargo… como siempre, aunque en aquel siempre no se notara por la cantidad abrumadora de gente, algo sucedió. Una teofanía.

Teofanía llamaban los griegos al encuentro con uno de sus dioses. Fuera Afrodita, Zeus, Apolo… Y sabemos que cada tiempo y en cada lugar la divinidad toma otros nombres, otras formas… lo que prima y permanece es la fe.

La orixá estuvo ahí. Una teofanía. Como antes y más que nunca. Teofanía.

Y se produjo esa epifanía que nos dio la certeza de que todo cambiará para mejor. Epifanía, una revelación… Iemanjá arreció desde su mar y desde el cielo. Iemanjá cubrió a todos con su manto de agua increíblemente cálida en esa tarde y anochecer tan fríos.

La orilla casi desierta, visitada… contra viento y marea para pedir por salud, amor, trabajo por unos pocos que ofrendamos flores fue un altar perfecto, inmenso, infinito.

No depende de una multitud esa fe africanista, no depende del turista, no depende de la merecida popularidad, de las declaraciones de Interés… que claro, se agradecen. Ese domingo, cada uno representó a miles. Ese domingo se hizo el milagro, y sin peligro de contagios, la bendición se hizo más y más evidente y conmovedora.

Pai Hugo de Iemanjá y su gente, sin abrigos, descalzos, hicieron lo que siempre hacen poniendo el cuerpo con la misma devoción. Esta vez, por el resguardo debido y en contraste con la inclemencia de una lluvia que no dejó de caer en todo el día y que arreció en ese momento, se tornó una experiencia religiosa que pudo hacer llorar hasta a un agnóstico.

Un perro solitario, de esos que suelen estar en la costa y que en tardes destempladas se refugian en las recovas estuvo todo el tiempo, también firme. Presente. Se cuenta que una de las representaciones de Ogúm, otro orixá, hijo de Iemanjá, es un perro. Y así debe ser, porque ese perro enorme, negro, manso, se unió a las personas y se internó en la orilla, y solamente dejó la orilla cuando nos retiramos todos. Empapados, felices.

(foto: La Capital MDP)

 

Agradecidos por haber sido un poco protagonistas de un acontecimiento inusual. No había que hacer el homenaje masivo. El clima también lo dispuso, porque seguramente hay un orden y equilibrio en la naturaleza que a veces, se alinea con la realidad humana.

Y no es fácil contar esto en primera persona y siendo, a la vez, una más. Pero siento que es necesario. Porque lejos de dejar personas fuera de este encuentro que cada verano reúne a miles, los miles estuvieron ahí. La Orixá Iemanjá estuvo ahí. Y la emoción fue intransferible, incomparable. Como la marea, esta fiesta tuvo, en sus comienzos, muy pocas personas. Y creció a través de las ediciones, porque el sentimiento traspasa los números, los cuerpos. Porque la esperanza vive y reina aún cuando una solamente está presente para pedir por todos. Porque el compromiso es verdad. Y fue verdad. Como siempre, como lo será en el 2022, seamos 20, 100, 10.000, 16.000.

Gracias.

Publicado originalmente en Mar del Plata Hoy

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Virginia Ceratto Baños

Virginia Ceratto Baños

Es periodista y activista cultural; dirige el programa "La Corte de los Milagros" en el Auditorium de Mar del Plata.
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