La fiesta de Iemanjá en Mar del Tuyú. “Un lugar, muchos lugares”

por Nahuel Carrone (Universidad de Buenos Aires)

El 2 de febrero, no es un día cualquiera. Es uno de los días de mayor festividad para quienes son parte de la fe religiosa afroamericana en el país.  Se conmemora el día al Orixá Iemanjá, y esto da lugar a la emergencia de un turismo religioso, que concentra mayoritariamente sus actividades en las costas bonaerenses. Menos conocida, pero no menos relevante que la festividad de Mar del Plata, el homenaje a Iemanjá realizado desde hace más de dos décadas en Mar del Tuyú, progresivamente fue ganando adhesiones y protagonismo.

Quien participa con hábitos de conocer y descubrir diferentes experiencias de este fenómeno religioso, suele realizar una elección en esta fecha. Interesado desde hace tiempo, más sin posibilidad de estar ahí, quise conocer la emblemática imagen a Iemanjá en Mar del Tuyú -epicentro simbólico que permite que se interconecten en torno de ella una amplia variedad de fenómenos. Siempre me lamenté que los “planetas no se alinearan” para poder estar ahí. Como dicen en la jerga religiosa, “por algo ha de ser”. Mas este año si lo fue, para mi fortuna.

La experiencia de vivir la ofrenda a Iemanjá cada 2 de febrero, no es una expedición repentina o inesperada -es, más bien, una experiencia que se va gestando y organizando con bastantes días, incluso meses, de antelación.

Como yo, la mayoría de los asistentes provienen del Área Metropolitana de Buenos. Los casi trescientos kilómetros de distancia, obligan a una incipiente organización de la logística del trasporte y hostería. Las opciones son variadas: de manera individual, como parte del templo en el que se participe, o contratando algunos de los tantos servicios que han emergido hace unos cuantos años, que brindan servicios completos de traslado y hostería.

Quien está atento puede ver en las autopistas que convergen a la costa -entremezclados con los afluentes de centenares de autos- los micros, generalmente escolares, que transportan templos o grupos de creyentes. De ellos se asoman por los vidrios o se dejan ver personas vistiendo ropas blancas y brillantes colores celestes azulados para agradar a la Mãe de las aguas, Iemanjá.

Por mi interés previo creí conocer de antemano el lugar, ciertas lógicas y a los agentes religiosos que allí intervendrían. A muchos ya los conocía, como también sus opiniones al respecto. Tenía recabado ejes de ordenamientos, identificado a actores, asociaciones, incluso tensiones respecto al vínculo entre lo que abiertamente podemos identificar como “pueblo religioso” y los dueños de la imagen. Pero la gracia de “estar allí”, de haber llegado allí, es que la realidad establece criterios que son solo accesibles en la presencia.

La hermosísima imagen dedicada a Iemanjá posee la particularidad de estar enclavada en un espacio privado, sobre la pared trasera (o delantera según se entienda) del templo de Miguel y Eva. Más de treinta años pasaron desde su construcción, en agradecimiento a la “Reina del Mar”, como dice la placa, para estar a disposición de la comunidad toda -según me contara Miguel.

Las actividades comenzarían pronto, más algo siempre es seguro en este tipo de eventos: hay que estar en el lugar indicado, pero siempre es conveniente estar desde el comienzo del día. Arribé a las 18 horas del primero de febrero a Mar del Tuyú. Las noticias que pude apreciar el año anterior respecto de las sudestadas que erosionan ese lugar de la costa desde hace años me alertaban en parte de lo que luego vería. Descendí por la pasarela de ingreso a la playa por la calle 62, recién reparada. Poco después me enteré que el mar la había destruido el día anterior.  Era solo una muestra del estado de deterioro que encontraría poco después, y que entristece en muchos sentidos. Las barreras de contención que las casas cercanas realizan son progresivamente erosionadas quedando esparcidas entre la arena. La naturaleza del mar muestra su inclemencia, pero también se escuchan muchos comentarios que refieren a  la ausencia de políticas de Estado, o a la mera corrupción por el indiscriminado retiro de arena en las costas. “Quieren que la zona se caiga para hacer un negocio inmobiliario y continuar la avenida costanera”, me contaron. El cual se llevaría a cabo efectivizada la expropiación de los terrenos en riesgo de derrumbe. Por lo visto, pareciera que si existiera una lógica de intervención del municipio sería la de la no intervención. La no intervención para “dejar hacer” o, mejor dicho, “dejar caer” el estado de las cosas.

Esto da lugar una débil tracción institucional para la realización del evento con características de descentralización e informalidad, lo que decanta en cuestiones básicas que hacen a la organización de cualquier tipo de evento, con características de cierta masividad. La no disposición de baños públicos, la ausencia de elementos de seguridad e higiene, la ausencia de una “correcta” conexión eléctrica para los equipos de sonido, escenifican en parte las dificultades organizativas.

La convocatoria fue acompañada por distintos espacios y referentes, pero el lugar privilegiado de organización lo tiene la asociación “Festival y Fiestas Patronales 2 de Febrero” que se fundó hace tiempo con el propósito de resguardar lo que consideran es el único símbolo de patrimonialización de las religiones afroargentina en el país: la estatua de Iemanjá del pai Miguel y la mae Eva.

Esta asociación mantuvo siempre la intención de mostrar una lógica institucional clara y contundente. A diferencias de otros grupos, cuenta con micrófonos y equipos de audio, lo que le permite hacer más amplia su convocatoria y presencia en el lugar. Apostados al lado de la imagen, los organizadores armaron gazebos identificables,  demarcaron su espacio, incluso tenían pulseras que los identificaban como miembros de la comisión y parte de la organización.

La difusión del evento central estuvo a cargo tanto por integrantes de la asociación “Festival y Fiestas Patronales 2 de Febrero”, como por miembros y/o radio difusores: Claudio Francois (radiorisha.org.mx);  Daniel Maragato (Sin Brigas); Pai Daniel de Oxum (Radio La Romántica); Jorge Castillo (Radio Raíces) y Pai Eduardo (Tambores da Noite). También acompañaron religiosos con amplia trayectoria como los Babás Darío de Oía y Cesar ti Sango, entre otros.

Se advertían manejos formales de reglas pautadas y quienes allí se acercaban mantenían algunos de dichos criterios. El más frecuente remitía al cuidado del medio ambiente y de la naturaleza, remarcando la necesidad de utilizar elementos biodegradables en las ofrendas. Las barcas a pocos pasos de distancia mostraban que este criterio no era siempre bien comprendido o aceptado: eran fastuosas, contenían ofrendas de plástico y estaban decoradas con luces led. Mientras veía como un grupo de religiosos ofrendaba una hermosa barca, minuciosamente decorada e iluminada con luces led -sin duda una bella postal- no pude evitar preguntarme: ¿la ofrenda iría con la pila?.

La ceremonia de inicio de la festividad, a la hora cero del día 2 de febrero, se embebió de esta multiplicidad de factores. Las condiciones climáticas acompañaron y se vivieron hermosos momentos de devoción y de entrega de múltiples ofrendas, de todo tipo y tamaño que colmaban las márgenes del mar.

Al día siguiente, pensaba sobre lo ocurrido y como el criterio de validez y verdad religiosa suele tensarse aún más en estos contextos. En el aire, miradas de entrecejos sobre las formas validas de cultuar. Después de todo, lo diverso emerge en un mismo espacio compartido. El cómo, cuándo y donde suelen ser acusaciones cruzadas recurrentes. El ímpetu de la devoción, dirán, sobre el criterio de lo ofrendado, convalida la realización de este tipo de ofrendas. Pero ¿puede la ofrenda ser bella y válida, en términos religiosos, siendo austera y biodegradable? Las respuestas también son múltiples.

Como parte de su campaña de concientización, la asociación organizadora entregaba gratuitamente bolsas plásticas para desechar allí la basura o los propios residuos de las ofrendas -una buena idea que tuvo poca repercusión. Como suele suceder en eventos de concurrencia masiva, una gran cantidad de desechos era visible al día siguiente.

También habían posiciones encontradas respecto de lo que era recomendable o no “mostrar” en contextos públicos -mayoritariamente referidas al fenómeno de la incorporación y la realización de distintos rituales que hacen a la intimidad misma de los templos. También sobre el consumo o no de alcohol y el tipo de ofrendas a utilizar, más allá de su grado de biodegrabilidad. Más problemático aún que la exposición de lo que algunos practicantes consideran secretos, pensé, puede ser cómo cada una de estas ceremonias, incomprensibles para muchos legos veraneantes, impactan positiva o negativamente en su opinión sobre las religiones de origen afro.

El nexo entre la fe, el ocio y el consumo estuvo -como suele ser el caso en rituales y festividades masivas- bien presente. Durante el día, era más identificable la combinación de los aromas de las colonias y perfumes misturados con los olores de las comidas de los vendedores ambulantes. La disputa de los productos ofrecidos, se complementaba con la de los sonidos en promoción de la venta con los cantos sagrados a Orixá. Cada una de éstas, poseían una lógica de consumo imprescindible en el contexto de mistura.  Todos ellos poseían valor estratégico para satisfacer las necesidades, tanto de veraneantes, como de comerciantes y religiosos.

No es que lo sagrado y lo espiritual no tuvieran su marco especifico y singular. El tambor, el canto y la entrega corporal hacían de esto, una extraordinaria experiencia que salteaba, o burlaba, los otros marcos de sentidos.  El bellísimo casamiento realizado, las plegarias y/o agradecimientos que se llevaban a cabo principalmente a los pies de la imagen, daban cuenta de la centralidad profunda de la intención religiosa. También, de cómo la movilización emocional y espiritual alcanzaba una espesura particular. Finalizando la tarde, los toques alegóricos y la entrega comunitaria final a Iemanjá preludiaban el cierre de una jornada muy movilizadora.

Al finalizar, me quedé pensando largamente en esta vida social y múltiple que se congrega alrededor de la imagen. La representación de una imagen homogénea que permite identificar una gran cantidad diversa de individuos y/o colectivos que llegan a mar del Tuyú es algo que, como lo esperaba, llamó poderosamente la atención. Como fenómeno religioso conecta a miembros dispersos en un lugar, en un día y un horario determinado. Después de todo, está allí todo el año, pero el día del homenaje es el día del homenaje, y el símbolo asegura cada vez mayor participación. La permanencia en el espacio es un gran atributo para la fe.

Pero este día, es tan amplia y tan diversa la participación que erosiona, como el mar a sus costas, el criterio de comunidad.  Quizás sea esta condición, la que refleje la distancia misma con el homenaje realizado en Mar del Plata que muestra un marco de organización institucionalizado, normatizado que da un resultado relativamente homogéneo año tras año -pero que también acota la experiencia de la diversidad religiosa en muchos sentidos. De hecho, este año (2022) la ceremonia de Mar del Plata no se realizó por encontrarse de duelo religioso el templo que la organiza.

Más en Mar del Tuyú, como la naturaleza misma, la imagen construye una vigorosa interacción social diversa, pero también erosiona un “nosotros comunitario” posible. Como en otras ocasiones me pregunté si era válido, o fructífero, la pretensión de querer regular lo diverso de estas religiones. Y si quienes lo intentan, y lo intentaron en el pasado no se empeñaron en una tarea cuasi imposible. Al menos “estando allí”, en Mar del Tuyú, nuevamente, pareciera que lo diverso es (fue) algo constitutivo en las mismas.

Se me hacía imposible no pensar sobre el trabajo y la labor que muchos realizan por visibilizar estas religiones y que justo el terreno en que se erige un símbolo comunitario de la comunidad (aunque fruto de una iniciativa individual) se encuentre en una zona de cuasi catástrofe ambiental. Mucha mala suerte, o nuevamente como se dice en la jerga religiosa “por algo ha de ser”. La ofrenda sagrada en terreno expropiado, inmerso en un limbo de titularidad registral inconcluso que enmarca un día de sacralidad entre lo privado y lo público. No podía dejar de pensar para mí, “tenía que venir, tenía que estar”.

En el estado de la cuestión actual, sin duda la lógica religiosa y el deseo religioso de desarrollar allí un espacio de patrimonialización, no es una lógica que coexista o se correspondan como una lógica de entendimiento municipal. Las tierras han sido confiscadas. Todo pareciera estar en un compás de espera. Salvo por el sonido del tambor, salvo por esa vida social religioso, comercial y turística, que se entremezclan en ese espacio único. Pareciera que el compás de espera aletarga su culminación. La indefinición del poder ser -una definición incierta.

La imagen mira al infinito de la inmensidad del mar, sobrepasando los veraneantes que descansan en sus playas y los caminantes furtivos que vendrán desde las proximidades de Costa del Este o de Santa Teresita, mientras el compás de espera sigue demorando su definición.  Así y todo, pareciera que todo logra estar presente, lo público y la privado, mundano y lo sagrado, lo bello y el abandono. Y yo allí, en experiencia sensitiva, corporal y por momentos visceral que provoca escozor y regocijo que como en este lugar, y en muchos otros, anhelo volver a encontrar.

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Nahuel Carrone

Nahuel Carrone

Licenciado en Sociología (UBA) y Magister en Antropología Social (IDAES/UNSAM). Profesor de la Diplomatura en Diversidad religiosa, espacio público e interculturalidad (UBA).
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