Diez años del Papa Francisco – según los medios argentinos

Francisco, ¿comunista, peronista o evangélico?  por Diego Mauro (Universidad Nacional de Rosario)

A lo largo de estos diez años en Roma, Francisco ha generado debates de todo calibre y tenor, tanto dentro como fuera de la Iglesia. Entre ellos, uno de los más habituales ha sido el relacionado con su identidad política e ideológica.  Mientras entre los movimientos populares latinoamericanos, así como en las fuerzas de centroizquierda en Europa y Estados Unidos, sus dirigentes suelen sintonizar con las declaraciones del pontífice, desde las centroderechas y las denominadas “nuevas derechas” se multiplican los cuestionamientos y las críticas, muchas veces feroces.

Durante 2020, las tensiones se profundizaron cuando el papa recordó en su encíclica más importante, Fratelli tutti, el carácter secundario del derecho de propiedad. La histeria tocó uno de sus puntos más altos en Argentina, cuando la periodista Cristina Pérez, visiblemente alterada, llamó por radio a resistir la postura “desopilante” del papa. En la misma línea, Alberto Benegas Lynch, uno de los intelectuales del neoliberalismo argentino, calificó al papa como comunista y consideró que la encíclica introducía definiciones netamente marxistas. Francisco, claro está, niega estas acusaciones y argumenta que se trata de un malentendido puesto que su postura es sencillamente evangélica.

Es cierto, sin embargo, que las acusaciones no parecen incomodarlo tanto como gustaría a los sectores conservadores en el Vaticano o a las derechas y centroderechas en Argentina y otras partes del mundo. En los últimos días, sin ir más lejos, se conoció una entrevista en la que Francisco volvió a aclarar que no es ni fue peronista pero que no habría nada de malo en serlo o haberlo sido. Una opinión que desató la ira del antiperonismo local. Por otro lado, si bien suele remarcar las diferencias entre el Evangelio y lo que define como la “reducción sociopolítica” del mensaje de Jesús, se toma con humor la preocupación de sus enemigos de derechas y, sin que le tiemble la voz, señala que no es que él sea comunista, sino que, más bien, son los comunistas los que se “robaron algunos valores cristianos”. Declaraciones como estas no hacen más que enfurecer a sus detractores.

Más allá de las acusaciones cruzadas, los descargos y las aclaraciones. ¿Qué hay de cierto en todo esto? ¿Es el papa, a fin de cuentas, filo comunista? ¿Qué tan “peronistas” son sus ideas? Dejemos por un momento de lado el ruido mediático y vayamos a las fuentes. ¿Qué dice Francisco en sus principales documentos y entrevistas?

Más allá del catolicismo social

A través de sus dos principales encíclicas, Laudato si’ y Fratelli tutti, Francisco ha llevado a cabo una actualización importante de la doctrina social de la Iglesia. Por supuesto, como suele ocurrir en toda institución que se considera la manifestación de una dogmática invariable, Francisco subraya las continuidades con los papados anteriores. Pero, más allá del recurso retórico, sus diferencias con el catolicismo social e incluso con la teología del pueblo en la que abrevara en su juventud resultan relevantes y políticamente muy significativas.

En este aspecto, aunque desde la vereda de enfrente, coincido en parte con la lectura de Benegas Lynch, para quien el papa decidió dejar atrás la doctrina social de la Iglesia para abrazar un anticapitalismo más profundo. Si bien exagerada, la preocupación de los neoliberales no deja de encerrar algo de verdad. En primer lugar, porque, si leemos con atención los escritos de Francisco, lo que propone el papa es, nada más ni nada menos,  pensar más allá de las ideas de conciliación de clases y justicia social, los conceptos medulares que vertebraron el pensamiento sobre la cuestión social de la Iglesia desde la segunda mitad del siglo XIX y, por cierto, los que, entre otros factores, dieron origen al peronismo en Argentina.

En este sentido, en coincidencia con lo que plantean economistas de diferentes orientaciones ideológicas, Francisco parece acordar en que no existen ya las condiciones estructurales para alentar un nuevo ciclo de capitalismo keynesiano duradero capaz de mantener vigente la doctrina socialcristiana defendida a lo largo del siglo XX. Por el contrario, el papa argumenta que los niveles de desigualdad generados por el neoliberalismo y la degradación de los recursos naturales no solo vuelven cada vez más incierta la vuelta a los años “dorados” del capitalismo, sino también la propia supervivencia de la humanidad.

Por ende, el capitalismo, incluso en su modalidad keynesiana o neokeynesiana, no puede ser ya la salida alentada por un pensamiento socialcatólico que aspire a ser una opción real para los desafíos sociales, políticos y ambientales del siglo XXI. Como lo hiciera León XIII con la encíclica Rerum Novarun un siglo y medio atrás, Francisco intenta con sus documentos demarcar las fronteras de un pensamiento social católico a la altura de los desafíos actuales.

Guerra de dioses

Desde el vamos, para hacerlo arremete nada más ni nada menos que contra uno de los dogmas de fe neoliberales por antonomasia: la propiedad privada. Sin eufemismos, Francisco opta por ir directo al hueso y cita a san Juan Crisóstomo para quien «no compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida» y a san Gregorio Magno quien argumenta que «cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les damos nuestras cosas, sino que les devolvemos lo que es suyo». Si bien es cierto que se trata de una postura tradicional en el catolicismo, sostenida desde los primeros tiempos del cristianismo, la contundencia con que Francisco lo recuerda en el contexto actual no deja de ser un hecho político en sí mismo.

Por otro lado, desde el punto de vista de la doctrina social de la Iglesia, su postura también resulta desafiante en tanto y en cuanto tensiona uno de los pilares del catolicismo social delineado a finales del siglo XIX. Allí, la Iglesia había establecido que la propiedad era un pilar intocable de la sociedad, resultante de la natural existencia de desigualdades sociales, y, por ende, insustituible. Por supuesto, esas desigualdades tenían que mantenerse dentro de ciertos márgenes, lo que se buscó establecer a través de la idea de justicia social o justo medio. Nada de esto, sin embargo, se encuentra ya en Fratelli tutti, donde se leen consideraciones como estas: «siempre, junto al derecho de propiedad privada, está el más importante y anterior principio de la subordinación de toda propiedad privada al destino universal de los bienes de la tierra y, por tanto, el derecho de todos a su uso”.

Un papa “lector” de Benjamin

Los planteos de Francisco, como sucede también en otros segmentos del pensamiento contrahegemónico contemporáneo, pueden sonar políticamente inviables. En este caso, sin embargo, la virulencia de las críticas que despierta sugieren que, al menos en un cierto grado, preocupa bastante más que las ritualizadas proclamas antisistema de las izquierdas tradicionales.

Asimismo, otra prueba de la vitalidad de la apuesta de Francisco es su impacto en parte de las izquierdas humanistas que buscan algún tipo de salida, así como en los movimientos populares en América Latina. Francisco, por su parte, no hace leña del árbol caído. No condena al comunismo y reconoce que los comunistas y los socialistas se inspiran en ideas cristianas, aunque, eso sí, con errores. El principal de ellos es sustituir el fundamento religioso de la idea de igualdad por argumentos científicos y postulados teleológicos. Una crítica que recuerda mucho a la que sistematizara el filósofo alemán Walter Benjamin hace casi un siglo.

En este sentido, si se quiere, Fratelli tutti puede interpretarse como una crítica benjaminiana a la idea de progreso de las izquierdas en el siglo XX y como una apuesta por restituir el fundamento metafísico de la política ante la constatación de que sin una idea de Dios, entendido como un jugador externo, no hay forma de defender lógicamente los principios de igualdad y fraternidad frente al avance y transformación del capitalismo global. Sin la postulación trascendente de un vector exterior que introduzca la idea de fraternidad ¿por qué debería considerarse la igualdad un valor en sí mismo?

Para los neoliberales, dicho sea de paso, no lo es. Por otro lado ¿por qué quienes pueden dominar y someter a los demás y cuentan con los recursos para hacerlo no lo harían? Francisco lo dice, además, sin eufemismos ni medias tintas: “la razón, por sí sola, no consigue fundar la hermandad […] Solo la conciencia de hijos de Dios”, argumenta, “puede asegurar la fraternidad”.

De momento, contra todos los pronósticos iniciales, en estos diez años Francisco ha logrado avanzar mucho más de lo que parecía posible y mover el avispero tanto dentro de la Iglesia como en la política internacional. El futuro, de todos modos, claro está, es incierto. En los próximos años se verá si su proyecto perdura y prospera o sucumbe a los feroces embates de sus enemigos dentro y fuera de la Iglesia. «

Publicado originalmente en el diario Tiempo Argentino

 

Un papa “italianizado”: la metamorfosis de peronista en democristiano –  por Loris Zanatta (Universidad de Bolonia)

¡El papa Francisco me parece cada día más italiano! No sé si por inercia o elección, igual llama la atención. Por otra parte: hijo de italianos, ¿por qué no debería estar en casa en Italia? Descendiente de piamonteses,parece sin embargo más romano, más a gusto con la rosca capitalina que con el austero noroeste semicalvinista. Antes de que nadie se ofenda: hablo de una italianización metafórica. ¿De qué se trata? ¿Cómo se expresa? ¿A qué se debe?

Para empezar: veo una sutil metamorfosis. El Papa parece haberse dado un baño de realidad. Se entiende: como los órdenes políticos, también los pontificados pasan por distintas fases. En la primera son audaces y revolucionarios, disparan contra el cuartel general. En la segunda son maduros e institucionalizados, un “régimen” defendido con cuchillo entre los dientes. La tercera fase es la lucha por la continuidad, la sucesión, la historia. A ojo, Bergoglio se encuentra ahí: defiende su fortín, corta cabezas, prepara la posteridad. Pocos, en mi memoria, se han creado un cónclave tan a su medida.

Pero, ¿cómo se manifiesta la metamorfosis? Los síntomas son innumerables, me limitaré a los macroscópicos: los ámbitos económico y político.

La economía: ¿quién recuerda las palabras encendidas, los tonos ulcerados, el ardor polémico del Papa de los primeros tiempos? ¿Las filípicas a los movimientos populares, las catalinarias antineoliberales, las cruzadas contra “el sistema”? Llamas y fuego. Demagogia incluida. Excluyo que haya cambiado de opinión, pero ¡cuánta agua hay hoy en su vino! Ahora aclara y tranquiliza, halaga y desmiente: no soy anticapitalista, no estoy en contra del mercado, viva la empresa, viva la cultura del trabajo. El problema son las finanzas, antiguo tabú. Y punto. Antes tribuno de balcones, parece haberse convertido enel más herbívoro de los leones: lo mío es doctrina social de la Iglesia, dice. ¡Me imagino a León XIII o Pío XI arengando a violentos piqueteros y radicales cocaleros! En fin: de revolucionario a administrador, de pirómano a bombero.

Luego está la política. En el trono de Pedro, Bergoglio trajo consigo las categorías en las que se había formado: pueblo mítico y antipueblo ilustrado, campo nacional popular y cipayos coloniales.Un ejército de hagiógrafos entonó al comienzo himnos a la teología del pueblo. Curiosidad y simpatía arraigaron por doquier. Pronto, sin embargo, contrastadas por dudas y escepticismos: ¿no eran típicas antinomias populistas? ¿Ajenas a las democracias liberales europeas? Como el Papa tenía antecedentes peronistas y el peronismo es prototipo de populismo, arraigó entonces la idea del Papa peronista, del Papa populista. La imagen de Francisco sufrió. De ahí la contraofensiva: no soy populista, asegura, no soy peronista, repite, nunca lo he sido, exagera. Nunca antes había evocado tanto la democracia y el estado de derecho.

¿Por qué esta metamorfosis? Comencemos con la economía. El Papa apunta ahora como modelo a la “economía social de mercado”. Aspira a conciliar libre mercado y justicia social. Extraño: se remonta a la posguerra, ¡pero nunca lo había mencionado antes! Su horizonte económico era hasta ahora el estatismo justicialista, la justicia social enemiga del libre mercado. ¡Qué giro! Aquí es donde creo que Italia entra en juego. Sospecho que sus expertos economistas católicos contribuyeran a desperonizar “la economía de Francisco”, a frenar su tosco voluntarismo populista, a iniciarlo en un enfoque más realista y menos ideológico de una moderna economía de mercado.

Lo mismo en el campo político. Debe haber apuntadores tanos detrás de la campaña bergogliana para distinguir populismo de popularismo, para acreditarse como popular y antipopulista. Un golpe lexical al servicio de una operación política. ¿El objetivo? Sacarse de encima una etiqueta que suena a estigma y adoptar otra identificada con la más genuina tradición democrática del catolicismo italiano, la del partido popular de Luigi Sturzo. Un hombre en realidad ajeno a Bergoglio, admirador de lo que él siempre combatió: el liberalismo político y la revolución burguesa. Se entiende que el precio del restyling democrático lo obligue a descargar lastre populista, a abandonar a su destino el peronismo. ¿Como evitarlo? ¿Si para caer bien en Roma conviene mostrarse diferentes que en Buenos Aires?

Queda una duda: ¿la italianización del Papa es táctica o estrategia, camuflaje o cambio, jesuitismo o convicción? ¿Implica un nuevo repertorio ideal o un cambio necesario para seguir igual? ¿Para continuar la eterna lucha contra el eterno enemigo, la modernidad liberal, el racionalismo occidental, la cultura secular, al amparo de una pantalla más eficaz? No lo sé, pero me inclino por la segunda hipótesis, coherente con toda su vida. Hombre poliedrico y astuto, audaz y culto, Bergoglio sabe jugar diferentes roles al mismo tiempo, ser a la vez democristiano italiano y peronista argentino, cruzado anticapitalista y cultor del mercado social, populista y popular, italiano y argentino. ¿Por qué no? ¿Hay nada más parecido?

Publicado originalmente en el diario La Nación

 

El Papa que llegó del Sur – por Washington Uranga

Jorge Bergoglio completa diez años este lunes como Francisco, máxima autoridad de la Iglesia Católica Romana (ICR).  Primera vez que un argentino y un latinoamericano llega a ese cargo. En esta década Francisco se instaló en el escenario político mundial como un líder y estadista –si bien puede decirse que en un escenario contemporáneo carente de figuras descollantes-, introdujo temas de debate en la agenda mundial y lejos de limitarse a cuestiones internas de la comunidad católica se hizo presente con intervenciones –no siempre públicas- en el intrincado escenario internacional.

Trató de mantenerse al margen de la vida política de la Argentina, aunque se sabe que sigue de cerca los acontecimientos y hasta casi la cotidianeidad de su país natal. Habla con muchas personas, cercanas y no tanto. Desde que partió a Roma para el cónclave que lo elegiría como Papa no regresó al país, una “deuda” que muchos y muchas le echan en cara.

En lo interno decidió abrir las puertas de la ICR, retomar las orientaciones (olvidadas por muchos) del Concilio Vaticano II, renovar los cuadros dirigenciales de la Iglesia e internacionalizar la curia, al tiempo que generó nuevos modos de participación interna por la vía del camino de la sinodalidad. Todo lo cual le trajo aparejada la reacción permanente y sistemática de los sectores internos conservadores, entre quienes se cuentan cardenales, obispos y organismos eclesiásticos.

Francisco, el mundo y la política internacional

No solo en sus documentos más importantes como pueden ser las encíclicas, sino en sus intervenciones públicas en los viajes y en foros como el de Naciones Unidas (2015) el Papa se ha mostrado siempre como un trabajador en favor de la paz. Bergoglio –como otros analistas mundiales- señala que estamos viviendo una nueva conflagración mundial que hoy se plantea en forma de múltiples micro conflictos, detrás de los cuales siempre existen intereses económicos y el negocio de las armas.

Francisco sostiene que las grandes religiones monoteístas tienen un papel a jugar desde una ética y una moral común basada en el bienestar de los pueblos. En eso radica también su búsqueda del encuentro interreligioso y ecuménico, el acercamiento al Judaísmo, al Islam y a sus líderes. En ese escenario -que no le es totalmente propicio- Bergoglio cree que puede encontrar aliados en favor de la paz.

En su prédica el Papa no desvincula las cuestiones de la guerra y la paz de los asuntos derivados de la inequidad en las relaciones internacionales, la ineficacia del sistema de Naciones Unidas para ponerle fin a las guerras, pero también la incidencia en todo ello delinjusto sistema financiero internacional, la deuda externa que pesa sobre los países pobres y, en general, la pobreza en el mundo. De estos temas habla y escribe Francisco en sus documentos. Pero también utiliza la diplomacia vaticana para discutir en foros y espacios internacionales. Él mismo y sus colaboradores inmediatos plantean estos asuntos a jefes de Estado y funcionarios de organismos internacionales. El Secretario de Estado de la Santa Sede, cardenal Pietro Parolin, es uno de los voceros habituales en estos foros, pero lo es también un hombre de suma confianza y cercanía con el Papa: el cardenal hondureño Oscar Rodríguez Maradiaga, quien además coordina la comisión de cardenales que asesora al pontífice.

La mayoría de estas cuestiones han quedado plasmadas en las dos encíclicas en las que Francisco abordó la cuestión social. Laudato si’ (24 de mayo de 2015) sobre “el cuidado de la casa común”  y Fratelli tutti  (3 de octubre de 2020) sobre “la fraternidad y la amistad social”.

En esos documentos el Papa dejó plasmadas posiciones tales como entender el derecho a la propiedad privada como un “derecho secundario” que debe estar sometido al “destino universal de los bienes creados” y la exigencia de que la política se apoye en la defensa de la dignidad humana, esté orientada hacia el bien común a largo plazo y no se someta a la economía.

En este camino Bergoglio eligió como principales aliados a los movimientos sociales, a quienes invitó en varias ocasiones al Vaticano y a los que visitó personalmente en su II Congreso Mundial en Santa Cruz (Bolivia), 9 de julio de 2015, para decirles que “el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas, en la búsqueda cotidiana de «las tres T» (trabajo, techo, tierra) y también, en su participación protagónica en los grandes procesos de cambio, nacionales, regionales y mundiales”.

Francisco y (la política) Argentina

Bergoglio se mantiene enterado e interesado en forma permanente de la realidad argentina. A pesar de su cargada agenda está comunicado con quienes le facilitan información y análisis acerca de la situación del país. Es asiduamente visitado por gente que llega desde Argentina. No todas esas visitas son públicas y protocolares y, probablemente, los más sustanciosos son los encuentros reservados en la residencia de Santa Marta donde vive el Papa austeramente y sin protocolos. A eso se suma la documentación que desde nuestro país llega por las vías oficiales y extraoficiales y los llamados telefónicos que –de forma reservada- el Papa hace de manera frecuente.

La pregunta que siempre surge –y que algunos medios de comunicación alimentan permanentemente- es ¿por qué no viene a la Argentina? En algunas últimas entrevistas públicas Francisco no ha descartado la posibilidad. Sin embargo, todo indica que ello no ocurrirá en tanto y en cuanto su presencia sea motivo de tensiones y tironeos sociales y políticos entre distintas facciones. Bergoglio pretende ser factor de encuentro y unidad entre argentinos y argentinas. Su regreso al país –que sin duda sería un acontecimiento multitudinario- tendría que ser una fiesta del encuentro. Para decirlo en términos de la política argentina actual: una manifestación “anti grieta”. Por el momento no parecen estar dadas las condiciones para que ello ocurra de esta manera.

Tendrían que reunirse una serie de circunstancias favorables y coincidentes para que Francisco vuelva a pisar y transitar las calles de su país natal.

Francisco y la resistencia (interna en la Iglesia)

A poco de su instalación en el Vaticano quedó en claro que Bergoglio tendría la oposición militante de los sectores más conservadores de la Iglesia Católica, en particular de aquellos que han controlado la curia romana durante el papado de Juan Pablo II y Benedicto XVI.

¿Qué molesta a los conservadores? Podría decirse –para generalizar y haciendo una burda aseveración- que lo que incomoda es el cambio. Son muchos –de adentro y de afuera de las filas eclesiásticas- los que habrían preferido que todo siguiera como estaba.

Pero a la hora de enunciar algunos de los motivos hay que señalar que el Opus Dei no se resigna a perder espacios en el poder eclesiástico, que a los cardenales “curiales” –particularmente a los italianos- les disgusta la “internacionalización” del gobierno de la Iglesia y que, por añadidura, allí ingresen laicos y, para “peor”, laicas mujeres.

Molesta sobre todo que Francisco se haga vocero de los pobres y de los “descartados”, pero también que en términos eclesiásticos evite la condena a divorciados y homosexuales mientras le pone límites a los lefebvristas y dialoga con los teólogos de la liberación –aun señalando diferencias- y al mismo tiempo inaugura instancias de mayor participación en vista de una iglesia más asamblearia mediante el llamado “camino sinodal”.

¿Se puede decir que Bergoglio es, en determinado sentido, un “revolucionario” en la ICR? De momento no lo es y no lo pretende ser. Tampoco es un análisis que corresponda hacer en este momento. Habrá que esperar el tiempo necesario para evaluar los cambios que está generando. O quizás sea como señaló en Roma el teólogo estadounidense Richard Gaillardetz el 21 de octubre de 2022 en una conferencia en el Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y la Familia: “Francisco abrió de par en par una puerta que muy bien podría conducir a una Iglesia completamente reformada, inspirada en la enseñanza conciliar, pero en su mayor parte se ha mostrado reacio a atravesarla por su cuenta. Para que eso suceda, sospecho, debemos esperar a otro obispo de Roma”.

¿Va a renunciar? Ha dicho que no y subrayó que la renuncia del Papa no debe convertirse en “una moda”. Sin embargo, no habría que descartar esa posibilidad. Pero antes –afirman quienes más lo conocen- está dispuesto a dejar en marcha reformas institucionales irreversibles que deben estar garantizadas también por la elección de un sucesor que, lejos de echar todo atrás, pueda continuar sus pasos.

Texto publicado originalmente en Página 12

 

Diez años de doctrina “bergogliana”: las sombras le ganan a las luces  – por Carlos Lombardi

El aniversario de la designación de cualquier papa católico romano no es un hecho que pase desapercibido. Mucho menos si se trata de los diez años de pontificado del argentino Jorge Mario Bergoglio, primer papa latinoamericano.

Sin caer en la obsecuencia de valorar sus cualidades personales para el ejercicio del cargo de Jefe de Estado, o líder espiritual – tarea que les incumbe a sus apologistas -, interesa abordar, brevemente, su gestión en algunos de sus procesos de reforma.

Hablamos de procesos de reforma, por cuanto él mismo es partidario de esa política institucional, máxime si se trata de una institución anquilosada en el tiempo, como es, la Iglesia Católica.

Con altísimos niveles de corrupción institucional, Bergoglio asumió luego de la renuncia de su antecesor, el fallecido Benedicto XVI y, de inmediato, manifestó su intención de iniciar procesos de reforma en la última monarquía absoluta que existe en el continente europeo.

Generalmente, analizar el funcionamiento de la iglesia implica hacerlo en dos planos: el interno y el externo. Internamente, escenarios como el doctrinal, religioso estricto sensu, estructura, organización y funcionamiento, son algunos a los que hay que referirse. Mientras que el plano externo, comprende el pensamiento que, como legado, los pontífices brindan a la humanidad; la política exterior del sujeto de derecho internacional “Santa Sede”, cómo se relaciona con los demás países y, como estado totalitario que es, el modo de manipular la política interna de aquellos países donde la iglesia tiene presencia.

Como podrá observarse, es ardua la tarea de evaluar diez años de pontificado del argentino en los escenarios mencionados. Sin embargo, pueden destacarse algunos aspectos para sacar las respectivas conclusiones.

La doctrina bergogliana ha dejado tres encíclicas, Lumen fidei, sobre la fe; Laudato si (sobre el cuidado de la casa común), muy utilizada por algunos grupos de políticos argentinos en materia ambiental; y Fratelli tutti, sobre la fraternidad y la amistad social, una muestra más de la tradicional hipocresía y doble vara moral del catolicismo. También cinco exhortaciones, más de veinte cartas y seis constituciones, todas apostólicas.

La producción intelectual, entonces, no ha sido poca, pero no deja de ser un refrito de la decadente ideología clerical contenida en documentos anteriores, que se manifiesta en doctrinas poco originales, mandatos morales perimidos, que ni los propios católicos aceptan y un culto empobrecido, pueril, practicado por una exigua minoría.

Es que la perspectiva clerical de la vida ha devenido un fósil, mientras que la conducción del laicado adolece de autonomía. Viven para obedecer curas.

En este escenario, puede observarse una fuerte dicotomía entre las declaraciones públicas del papa, con lo que pasa realmente en el interior de la institución. Dos ejemplos ilustran lo expuesto: la situación del colectivo gay, mayoritario entre el clero, y la de las mujeres.

Se hace presente la frase del filósofo italiano Piergiorgio Odifreddi en su “Diccionario de la estupidez”, perfectamente aplicable a Bergoglio: “A los jesuitas precisamente se debe la invención de la ”verdad jesuítica“, que es el arte de decir la verdad mintiendo o de mentir diciendo la verdad”.   

La estructura y organización de la iglesia durante la monarquía de Bergoglio también reconoció reformas, en especial, a través de la Constitución Apostólica Praedicate evangelium, sobre la Curia Romana y su servicio a la Iglesia en el mundo, confirmación del modelo monárquico-sacerdotal, jerárquico, discriminatorio y anti cristiano, el mismo con que el catolicismo traicionó y se separó del cristianismo originario, horizontal e igualitario. Se suma a ella otra constitución – Pascite gregem Dei –, con la que se reformó el Libro VI del Código de Derecho Canónico, el mamotreto legal que rige la vida interna de la institución, contrario a los derechos humanos.

Dentro de la estructura, los ámbitos económico-financieros tuvieron su reforma. Uno de los mayores estados capitalistas y multimillonarios del planeta, con Banco Central incluido, propietario de un patrimonio mobiliario e inmobiliario cuantioso, con activos financieros, acciones, inversiones en bolsas y mercados y heredero de un pasado vergonzoso – venta de indulgencias incluida – le tocó el turno para poder ser un poco más transparente, un auténtico oxímoron si hablamos de la Iglesia Católica.

Al flagelo de los abusos sexuales del clero, enquistado hasta la fecha en la estructura, le tocó un barniz de “transparencia”. Con el objetivo de dar una respuesta a las víctimas, sobrevivientes y a la opinión pública, se elaboraron una serie de documentos, instrumentos, protocolos y vademécums dirigidos a blindar la institución y donde la expresión que brilla por su ausencia es “derechos humanos”, todo un signo de que lo que lo prioritario es la institución por sobre, incluso, en contra de las personas.

Dos son las Convenciones Internacionales que la Santa Sede viola sin miramientos: la Declaración de los Derechos del Niño y la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, con sendos incumplimientos en la presentación de los informes periódicos.

Pasando al plano externo, el papa argentino continuó con la tradición de los “viajes apostólicos”, es decir, una manifestación de política internacional, con tinte religioso donde, justamente, se utiliza a la religión para defender intereses económicos y políticos de la iglesia.

Intermediación entre EE.UU y Cuba, a las “periferias” (Kazajistán, Baréin, Mozambique, Madagascar, Mauricio), o visitas a países europeos como Rumania, Irlanda o Suiza son algunos ejemplos.

Esta herramienta se relaciona, también, con el clericalismo político, uno de los objetivos del papa Francisco, sea para hacer pie en aquellos países laicos que rechazan la tradición invasiva y totalitaria de la iglesia, sea para influir directamente en la política interna como es el caso de países con institucionalidad débil como la Argentina.

Párrafo aparte merece el análisis de la relación con la dirigencia política argentina, en el sentido amplio del término, donde el clericalismo surge con toda su plenitud. Salvo en el mandato presidencial de Néstor Carlos Kirchner, que lo consideraba “el jefe de la oposición”, cuando era cardenal, con el resto de los presidentes tuvo una relación ambigua, pero siempre con la mira en entorpecer proyectos de leyes laicos, actos de gobierno o sentencia judiciales.

Y dentro de esa relación, está el tan mentado “viaje” a la Argentina, una quimera sostenida por la grieta social y alimentada, también, por el catolicismo y el papa.

A diez años del nombramiento del papa argentino, las sombras le ganan a las luces. Pocos son los avances en materia de derechos para los católicos, puertas adentro de la institución; nulos los cambios en el modelo institucional monárquico-sacerdotal, en la doctrina moral represiva, en la antropología negativa, en su liturgia banal y repetitiva.

El catolicismo sigue siendo la misma religión triste y pesimista de siempre, donde las personas son vampirizadas por un estamento clerical cada vez más obsoleto. Mientras, en el espacio público, continúa la nefasta tendencia de usar al Estado para la obtención de fondos, o para influir en sus políticas sociales.

Será que como “hijo de la iglesia”, al decir del papa, le comprendan las generales de la ley, en el sentido de que el catolicismo, aún con Bergoglio, nada cristiano tiene para decir.

 

Luces y sombras de diez años de pontificado de Francisco: “Con Bergoglio cambió todo” -por El Diario

Hace ahora justo diez años, el humo blanco en la capilla Sixtina anunciaba la elección de nuevo Papa tras la sorprendente renuncia de Benedicto XVI. Poco después de las ocho de la tarde del 13 de marzo de 2013, Jorge Mario Bergoglio aparecía en el balcón central de la plaza de San Pedro para, en un gesto inédito –el primero de muchos–, pedir la bendición del pueblo. Francisco, como así se llamó en otro gesto para los más pobres (nunca otro Papa se había llamado como el santo de Asís) se convertía en el primer pontífice jesuita, en el primer Papa latinoamericano de la historia.

Diez años después, ¿qué cambió en la Iglesia? “Todo, comenzando por la economía”, explica el cardenal hondureño Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, considerado uno de los principales electores de Francisco y uno de sus grandes apoyos a lo largo de esta década. “La economía era un caos y el Papa se dio cuenta desde el principio. Ahora el Vaticano está reconocido por las autoridades de la Unión Europa, hay prácticamente un ministerio de Economía y la mayoría son laicos, y eso indica por dónde va el Papa y por dónde debemos ir”, sostuvo durante un diálogo dentro de la semana de actos organizados por Religión Digital.

Maradiaga, hasta esta misma semana coordinador del grupo de cardenales que ha asesorado al Papa en su proyecto de reforma de la Curia, estuvo presente en el cónclave que eligió a Bergoglio, y diez años después constata que “la llegada de Francisco propició un cambio en la Iglesia que ya no tiene marcha atrás”. De hecho, a los dos días de ser elegido Papa, convocó a Maradiaga y le explicó su idea de crear una comisión de cardenales, así como su decisión de vivir en Santa Marta, y no en el palacio apostólico. “Yo no puedo vivir en una prisión, me dijo, yo necesito el contacto con la gente. Allí empezó la reforma”.

Un pontificado “en proceso”

El cardenal peruano Pedro Barreto, uno de los puntales de las reformas de Francisco en Latinoamérica, sostiene que Bergoglio “es fruto de un proceso sinodal” que hunde sus raíces en el Concilio Vaticano II y que debe tener continuidad en los próximos años. De hecho, sostiene, el de Francisco es un pontificado “en proceso” cuyos frutos seguramente se verán dentro de unos años, “con otro Papa en Roma”.

Algo similar apunta el arzobispo de La Plata, y considerado teólogo de cabecera de Bergoglio, Víctor Manuel Fernández, quien destaca “la desmitologización del Papado” llevada a cabo por un pontífice que, como ocurrió en Chile o, más recientemente, con sus polémicas declaraciones sobre la homosexualidad y el pecado, “no tiene miedo a pedir perdón”. Y, añade, “eso asusta, y mucho, a los sectores que ven al Papa como un ser perfecto”.

Porque “Francisco abre un proceso que no tiene marcha atrás. Muchos dicen que se acabará con él, pero él recupera el Concilio Vaticano II, que genera tantas críticas, y la sinodalidad, que no es un invento del Papa sino que forma parte de la tradición de la Iglesia, pero que él pone de nuevo en marcha”, opina el teólogo venezolano Rafael Luciani.

“Representa un sistema eclesiástico obsoleto”

Por el contrario, el teólogo vasco José Arregi sostiene “no sin pesar”, que sigue “sin ver señales de aquella primavera anunciada”. En su opinión, Bergoglio “tiene su mentalidad, su teología, su modelo de Iglesia, con todo derecho, como cualquiera de nosotros. Y hace como mejor piensa y puede que con la mejor voluntad. No le reprocho nada ni le exijo nada más de lo que hace, a sus 86 años y con su salud quebrada. Pero representa un sistema eclesiástico obsoleto. Es rehén del papado y de su historia y de sus dogmas inamovibles”, especialmente en lo tocante a la moral sexual, sostiene.

Para Xabier Pikaza, uno de los grandes teólogos españoles de la actualidad, “Francisco avanza en la buena dirección, aunque quizá ni él mismo sabe todo lo que implica su movimiento de Iglesia”. En su opinión, las reformas del Papa “van por buen camino”, aunque admite que “tardarán en cumplirse todavía mucho más que otros diez años”. Es la dinámica de Iglesia “en proceso”, tal y como añade el cardenal de Madrid, Carlos Osoro.

Para Alessandro Gisotti, quien fuera portavoz interino de la Santa Sede y ahora ejerce como número dos de los medios de comunicación del Vaticano, Francisco “tiene una capacidad innata de tocar las heridas del mundo, de abrazar a los que sufren”, lo que se traduce en una comunicación “alimentada por el testimonio y que, por tanto, no necesita muchas palabras”.

La mujer, “mayoría pendiente” en la Iglesia

No todos, ni todas, lo ven del mismo modo. “Somos una mayoría pendiente”, gritaba este martes en la previa del 8M la teóloga María José Arana. La religiosa del Sagrado Corazón, que lleva décadas reivindicando el diaconado y el sacerdocio femenino, observa el pontificado de Bergoglio con escepticismo. “Este Papa va más hacia las reformas administrativas dentro de la Curia, y menos por la línea sacramental. Y esto es una cuestión de igualdad por la que tenemos que trabajar”. Arana lamenta la “oportunidad perdida” que supuso la comisión por el diaconado, que acabó sin consenso y sin decisiones.

“Es verdad que es el Papa que más ha hablado y recordado a las mujeres, y lo ha hecho ampliando espacios, generando procesos, haciendo algunos nombramientos importantes, pero es un 3% dentro de la estructura de toma de decisiones”, añade Julia Almansa, miembro de la comisión antiviolencia contra la mujer de la diócesis de Madrid. “Creo que no ha sido suficiente, con muchos mensajes ambiguos y un mensaje que no ha llegado a calar”, sostiene. “Habría que recordar a la Iglesia y al Papa Francisco que la Iglesia del siglo XXI será de las mujeres, o no será”.

“En la Iglesia sigue existiendo un patriarcalismo espantoso”, analiza Lorenza Ortegón, una de las responsables de la Revuelta de Mujeres en la Iglesia, que advierte de un “inconsciente colectivo” que sigue considerando a las mujeres como “ciudadanas de segunda en la Iglesia”. Y este Papado, admite Almansa, no ha contribuido a erradicar este pensamiento, aunque “sí lo ha identificado como problema”.

“La Iglesia mejoraría si la mujer entrase en igualdad de condiciones con los varones. Es una cuestión de igualdad en el bautismo, y ahí tenemos que trabajarlo. Hay que seguir adelante, hay que seguir trabajando, por el bien de la Iglesia y por el bien de todos, porque el Señor nos dice que hay que empujar”, añade Arana. “Hay una mirada directa contra la pederastia, pero todavía no la hay para atajar los abusos contra las religiosas”, denuncia. “Falta escucha. Estamos todavía muy lejos de que ese mensaje esperanzador llegue a la realidad”.

Un Papa hereje: la crítica más feroz, la interna

Desde dentro de la Iglesia, son muchos los críticos a la gestión de Francisco. Casi todos, desde una orientación ultraconservadora, que se intensificó tras la muerte de Benedicto XVI. No es algo que preocupe a Bergoglio, según el arzobispo de La Plata, Víctor Manuel Fernández. “El Papa tiene el umbral del dolor muy alto, no solo físico, sino también psicológico. Por eso las criticas, incluso las más duras, no le afectan”, subraya, aunque también muestra su pesar por el hecho de que las principales muestras de odio vengan de los sectores que tradicionalmente siempre han ido de la mano. “¿Qué catolicismo es ese, que pasa de adorar a los papas a la crítica más feroz? Pero Francisco, sin embargo, sigue adelante no solo con firmeza, sino con alegría”, añade.

“Francisco tiene una capacidad muy grande para el dolor, porque es un contemplativo”, explica Maradiga. “Soy testigo de que se levanta a las cuatro y media de la mañana y hace oración contemplativa. Los que le atacan no le quitan la paz”.

“Hay profetas de calamidades, incluso hoy, que llaman al Papa hereje, pseudopontífice, y me alegra poder decir aquí que el fundamento de la unidad es el Romano Pontífice”, apunta el cardenal Barreto.

De cara al futuro, son muchos los retos que se plantean. Para Barreto, es imprescindible “extirpar los tres cánceres” que sacuden a la Iglesia en la actualidad. “El primero son los chismes, que hay que desterrar. Lo segundo es el clericalismo, que todavía está muy metido. Y lo tercero es la falta de corresponsabilidad en la Iglesia”.

Para Victor Manuel Fernández es imprescindible “asegurarnos que el pueblo se sienta acogido, que participa, y que pueda ser libre para opinar”, algo que cree que sólo puede darse con Bergoglio. “Tenemos un Papa profeta contracultural”.

Texto publicado originalmente en El Diario

 

Elige tus propias batallas: los diez años de Francisco – por Martín Rodríguez

“Venía en un remís y escuchábamos la radio. Ya llegando a Perito Moreno y Cruz escuchamos al locutor decir que había humo blanco. Ahí le dije al remisero: ‘salió elegido un Papa’. Llegué, llamé a dos sacerdotes que estaban ahí conmigo, a Hernán y a Nicolás, y prendimos la televisión. Apareció entonces el cardenal francés que dijo ‘Jorge Mario Bergoglio’. Saltamos los tres, nos abrazamos, y fuimos a tocar la campana de la parroquia. Algunas personas se fueron acercando.” La parroquia es la “Santa María Madre del Pueblo” de Bajo Flores, el día es el 13 de marzo de 2013 y el momento es la certeza de pocos: casi nadie sabía qué significaba exactamente tener un Papa argentino, aunque, más precisamente, tener a ese Papa argentino. La felicidad y las campanadas del gran cura Gustavo Carrara sonaban sobre ese silencio: llegaba la hora de saber quién era de verdad Jorge Mario Bergoglio. Los atajos del tratamiento periodístico (quienes lo querían o lo odiaban) eran insuficientes para comprender la complejidad real del hombre. Hay libros y especialistas notables: la periodista Elisabetta Piqué o Sergio Rubín, entre otros.

El viejo “¿qué estabas haciendo cuando…?” es la primera selfie de la historia. El tren de la historia y cada uno: el hierro de los hechos y las medias de lana que llevamos puestas. Las palabras sobre ese día de Gustavo Carrara, joven e histórico “cura villero”, no ostentan una teoría del poder o una crónica de las intrigas de palacio, sino una de las otras facetas de Bergoglio y sus fieles: el olor a ladrillo y oveja de quienes construyen un poder paciente, barrial, clerical. Lo que Carrara lleva en sus zapatos. Bergoglio, como arzobispo porteño, convirtió en Vicaría la pastoral de Villas (“Dale poder a un hombre y lo conocerás”, repite Carrara). La Iglesia de Bergoglio anticipaba su papado: no tanto las reformas de una institución sino el lugar de la institución. Esto es: habitar el centro del problema. En la campaña electoral porteña previa a la llegada a la intendencia de Macri en 2007 tomó cuerpo una referencia: una carta de esos curas villeros para pedir “integración urbana”. Una Iglesia que pedía más (y mejor) Estado. Después, fue incómodo para el macrismo porque era el observatorio del daño social de su política. Durante la presidencia, Macri miraba de reojo cada gesto del Papa.

Hace años entrevistamos a Gustavo Carrara con Mario Santucho y pidió si podía ser en un bar del centro. ¿El motivo? Traía en el bolsillo del jean los datos de un chico de Flores al que había ido a pedir una vacante a un colegio de microcentro donde tenía un director amigo. Carrara ya era obispo auxiliar de Buenos Aires y la imagen sencilla del papelito en el bolsillo no se parece en nada a la de quienes, en estos largos diez años, ostentaron el supuesto crédito de una relación con Bergoglio (Carrara recién lo vio personalmente en 2018), con la foto desgastada de un besamanos que venía a pedir el atajo para el óleo sagrado. Más papistas que el Papa: consumir el derrame de un poder hecho de imágenes. Hubo demasiado tiempo en que la política buscó la conversión de la Santa Sede en la nueva Puerta de Hierro. Claro, en 2013 se jugaban los últimos años de Cristina y el peronismo supuso que desde Roma habría un pulgar selectivo que iluminara al heredero.

De supuesto “colaboracionista” a ídolo de los pueblos del sur. Porque el nombramiento del Papa argentino se contuvo en el vaivén de las primeras horas. ¿Los que adoraban a Bergoglio se decepcionaron con Francisco, los que odiaban a Bergoglio se ilusionaron con Francisco? Primero tenemos el cementerio de “tuits borrados” de muchos cristinistas que se apuraron para ver en Bergoglio el encumbramiento de quien venía a romper el bloque populista de Sudamérica. Lo comparaban con Juan Pablo II, a quien -en resumidas- cuentas le adjudicaban la caída del comunismo como si esa caída no tuviera el propio peso de las viejas carnicerías estalinistas y el deterioro del socialismo real. (Juan Pablo II, el Papa polaco que el 10 de abril de 1987 diera una misa en el Mercado Central rodeado de miles de trabajadores argentinos.) Para otros tenía el sabor invertido en ese espejo: llegaba, como lo llamaban, “el jefe de la oposición” al kirchnerismo. Bergoglio fue Francisco, fue otro y fue él mismo.

Detrás de estos menudeos superficiales de la política, y en otro ángulo, Mariano Schuster y Florencia Hidalgo rastrean en un texto (“El hermano de Roma: la recepción protestante del Papa del Sur”) la acogida del nuevo Papa para el protestantismo histórico con quien los “unía la comunión en Cristo, la prédica de la importancia de la oración, y el mensaje de un cristianismo hecho desde la sencillez y la humildad del pueblo”. En su texto, compilado por Diego Mauro y Aníbal Torres en el libro “Construir el Reino: política, historia y teología en el papado de Francisco”, Schuster e Hidalgo dicen: “las declaraciones del protestantismo histórico argentino no tenían solo un efecto local, sino que constituían un mensaje claro a las organizaciones globales del universo protestante. Les decían, en sus términos y a su manera, que el hombre a quien habían conocido como Jorge Bergoglio, no estaba solamente comprometido con el diálogo ecuménico, sino que era también el portador de un mensaje teológico y social que los protestantes podían sentir cercano”. Los pastores protestantes tenían la ventaja que los obedientes no: conocían a Bergoglio y no se basaban en lo que habían leído en la prensa.

Pero probablemente con el tiempo se fue enfriando la relación del Papa con la política argentina, menos fotos también a partir de cuentas básicas: el Papa no es portador de ideas electorales, es profeta de una noción incómoda y concreta de “los últimos” y de lo último en el mundo (África, Irak, los adictos, los trabajadores descartados). Durán Barba en sus años de acumulación electoral miraba socarronamente a quienes buscaban en la Santa Sede los votos que no eran capaces de buscar en la calle. Francisco es incómodo justamente por su previsible voluntad de ir contra la corriente, diríamos, y para allanar camino, una voz en un mundo de individuación. El Papa que fue tapa de la Rolling Stone no está de moda.

Encarna una teología del pueblo para el pueblo del siglo XXI: su novedad se podría rastrear en viejos libros de Rodolfo KuschJuan Domingo PerónGerardo T. Farrell (quien junto a Juan Lumerman publicaron una encuesta en plenos setenta sobre la religiosidad popular, “¿La Iglesia dónde está? ¿En el 1% de los militantes, en el 10% de los practicantes o en el 90% de los que se bautizan?”), la obra exquisita de Rafael Tello, incluso en Arturo Jauretche y los demás nombres que forman la teología del pueblo; y también en la mirada sobre una economía social que tiene en el Papa una primera palabra que, a fuerza de su voluntad, no sabemos si nombra lo que existe o nombra para que exista. O las dos cosas juntas. ¿Existiría en la Argentina el Registro de Barrios Populares o el Registro Nacional de Trabajadores de la Economía Popular sin el Papa? Políticas que atravesaron gobiernos de distinto signo.

Escribió acá Pablo Touzon que la Iglesia “tiene su propia forma de milenarismo y de filosofía de la Historia, una que no remite ni a la Fe en el progreso tecnológico ni a la racionalidad económica -el canon unánime del siglo que termina y del que acaba de empezar- y que le permite cuestionar algunos tabúes que la política secular ya no se permite”. El libro de José Fernández Vega (“Francisco y Benedicto: el Vaticano ante la crisis global”) marca esas líneas de continuidad entre los últimos tres Papas (Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco): “la crítica al capitalismo como forma definitiva de organización social”.

Carrara también cita. Se trata del manuscrito de un discurso que pronunció, en ese entonces Bergoglio, en las congregaciones generales con los cardenales antes de que comience el Cónclave que lo hizo Papa. El texto se hizo público por primera vez en la revista del arzobispado de La Habana, ya que el mismo Bergoglio le había regalado el manuscrito de puño y letra al cardenal cubano Jaime Ortega. Leemos: “En el Apocalipsis Jesús dice que está a la puerta y llama. Evidentemente el texto se refiere a que golpea desde fuera la puerta para entrar… Pero pienso en las veces en que Jesús golpea desde dentro para que le dejemos salir. La Iglesia autorreferencial pretende a Jesucristo dentro de sí y no lo deja salir.”

¿De Papa que iba a acabar con el populismo a Papa populista? Una palabra, además (“populismo”), que Francisco desdeña (como se lee en Fratelli Tutti). La grieta argentina, que es nuestra última “primera versión de la Historia”, se lo quiso tragar y no pudo. El Papa elige sus propias batallas, no dejan que se las elijan por él. Como le dijo en una última entrevista a Daniel Hadad: “Yo sospecharía de las decisiones en las cuales no hay ninguna resistencia”. ¿Pero qué decisiones toma el Papa? La palabra es una decisión. Emilce Cuda resume la visión laudatista: “Cuidar la vida en el planeta implica algo más que no usar aerosoles y juntar tapitas de plástico; y algo más que hacerse naturista y meditar en soledad. Cuidar la vida es generar trabajo digno, pagar salarios justos y otorgar garantías universales y continuas para formación, capacitación y organización sindical”.

Nunca conocimos un poder por derecho divino tan cercano. Dios en nuestra lengua, la versión de ese antiguo poder romano tan accesible, que incluso se quiso interpretar llevando agua a nuestra zanja (con la liviandad de decir: “¡ahhh, un Papa peronista!”). ¿Pero será profeta en su tierra? Le pregunto a Marta, una mujer única, dolorida y generosa, que es pastora evangélica en Villa Soldati, qué piensa del Papa. Copio su guasap: “A veces su manera no me gusta, es demasiado político”. ¿Qué es lo político de Francisco? Hadad, por el contrario, imagina que después de la ola eufórica de la Scaloneta, una llegada de Francisco podría replicar ese sentimiento común. Difícil imaginar algo unánime, aunque sí popular. Pero Francisco ya es del mundo. Y más allá de las circunstancias, nunca habría que dejar de mirar lo que señala con el dedo. Lo que no tiene nombre. El mensaje está en el mensajero: el Papa destruye la obviedad de lo que en boca de otros sería un lugar común. Su proclama a favor de las obediencias eternas (cuidar a los enfermos, alimentar a los hambrientos, trabajar por la paz…). Y sus palabras esenciales chocan con una cultura política global que podrían traernos un pequeño antídoto contra ese mal en Argentina (el de una política ensimismada en sus problemas y tratando de que la sociedad haga propio lo que es del César):

El tiempo es superior al espacio.
La unidad es superior al conflicto.
La realidad prevalece sobre la idea.
El todo es más que las partes.

Texto publicado originalmente en El Diario

 

Los 10 años del papa Francisco: en la plenitud del poder y el arma de los Sínodos para contener rebeliones y promover cambios  -por Julio Algañaraz

En la plenitud de su poder, bien de salud y desplegando una gran actividad, el Papa celebra hoy diez años de su pontificado a los 86 años, con sus adversarios tradicionalistas y conservadores reducidos a la impotencia por la falta de líderes y de un válido proyecto alternativo.

El otro polo de contestación, la Iglesia alemana, que en su camino sinodal plantea el celibato optativo de los curas, el sacerdocio de las mujeres y la bendición de las parejas homosexuales, con el apoyo de la mayoría de los obispos germanos, tampoco parece destinada a enfrentar al pontífice argentino con proyectos de sisma o desobediencias plateales.

El Papa goza de buena salud. La artrosis que padece en la rodilla derecha y que lo obliga a desplazarse en una silla de ruegas y a caminar poco con la ayuda de un bastón, está bien tratada a base de rayos, masajes y ejercicios. “Me estoy recuperando”, afirma.

No hay que olvidar que el papado de Francisco nació en medio de una crisis grave de la Iglesia Universal, por la experiencia única de la renuncia de su predecesor, que lo obligó a tener durante nueve años y tres meses que compartir un Papado, que aunque emérito, podía crearle problemas serios, sobre todo porque conservadores y tradicionalistas trataron de usar a Ratzinger varias veces para combatir a Jorge Bergoglio.

Ahora Francisco tiene el campo despejado. Por delante dos años, el actual y 2024, en los que el tema príncipe de la Iglesia universal serán las dos Sínodos mundiales de obispos que tratarán los principales problemas y desafíos globales. En 2025, además, habrá un Año Santo.

Los Sínodos

Creados por el Concilio Vaticano II y lanzados por Pablo VI, hasta hoy se han realizado 27 Sínodo mundiales de obispos y Jorge Bergoglio se demostró siempre ducho en su participación, que lo hicieron conocer entre obispos y cardenales, dándole el espaldarazo que finalizó en la votación del Cónclave de 2013 que lo eligió pontífice.

Suya la iniciativa de crear los Sínodos de los Sínodos que es una experiencia en marcha desde hace más de dos años. Francisco los considera una realización de las gran renovación que propagó el Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII y llevado adelante por Pablo VI.

De las miles de beatificaciones y canonizaciones que proclamó en estos diez años, se destacan tres papas que hizo santos: Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II. Es probable que elija también un camino rápido para hacer subir las escala de la santidad a su predecesor Benedicto XVI.

En situación difícil, Bergoglio supo entrar con el pie derecho de una posición definida en favor de un pontificado renovador, progresista, con un Papa que cuando lo eligieron pidió a la multitud que lo bendijera a él, y no al revés y que eligió llamarse Francisco en memoria del Pobrecito de Asís y de su vocación por los pobres.

Esos aires de novedades se refrescaron con varias intervenciones, como cuando dijo al volver de un viaje a Brasil por el Festival Mundial de la Juventud, en julio de 2013, aquella frase que se hizo histórica: “Si una persona es gay, busca al Señor y tiene buena voluntad ¿quien soy yo para criticarlo?”, que cayó como una bomba de novedad aclamada sobre todo por los jóvenes.

Aquel primer período fue de luna de miel entre el nuevo Papa venido “del fin del mundo” católico. Un Papa de 76 años simpático y de talante progresista, que enseguida firmó una primera encíclica, que había preparado en gran parte su predecesor. Otra novedad, el documento fue firmado a cuatro manos por Bergoglio y Ratzinger. En su primer año de Papa lanzó también la exhortación apostólica Evagelii Gaudium, La Alegría del Evangelio, que definió un “sentido programático” central de su magisterio en sentido renovador.

En 2015 llegó la encíclica Laudato si (Alabado seas), un manifiesto contra las consecuencias socioeconómicas del cambio climático, que se convirtió en un texto de referencia de muchos movimientos ecologistas.

El nuevo estilo papal logró otro triunfo en la pequeña isla de Lampedusa, en el extremo de Sicilia con Africa, adonde Bergoglio hizo su primer viaje en Italia en julio de 2013 y arrojó una corona de flores en el lugar donde se había hundido una nave de migrantes en la que se ahogaron 336 personas.

El pontífice argentino condenó “la globalización de la indiferencia”. Lo mismo hizo en 2016 cuando visitó un campamento de migrantes en Lesbos, Grecia, y se llevó de vuelta al Vaticano a tres familias que recibieron asilo en Italia.

Los cambios dominaron el panorama de la gestión bergogliana. Hace poco el Papa comentó que en el centro de su acción estuvo la reorganización de la Curia Romana, el gobierno central de la Iglesia, como se lo habían pedido los cardenales que lo eligieron. “Lo hice”, comentó.

Tardó casi diez años y había comenzado con una inédita provocación, cuando en diciembre de 2014 pronunció un discurso de la “15 enfermedades” que padecía la Curia ante obispos y cardenales boquiabiertos.

A mediados del año pasado la reorganización histórica de la Curia Romana, cuyos escándalos se convirtieron en una de las razones que llevaron a la renuncia a su predecesor Benedicto XVI, quedó terminada y Francisco firmó la nueva Constitución Apostólica, que desplaza de la cúpula de los dicasterios (ministerios) de la Santa Sede al de la Doctrina de la Fe y coloca al de la Evangelización.

El Papa también hizo una reorganización completa del IOR, Instituto Obras de Religión, el banco de la Santa Sede que fue protagonista de grandes escándalos de corrupción y manejos irregulares de fondos, sobre todo en la época de la regencia del arzobispo norteamericano Marcinkus, durante el reinado de Juan Pablo II. Tres mil cuentas corrientes fueron cerradas.

El doble sínodo de la Familia, celebrado en el Vaticano en 22014 y 2015 obligó a Francisco a remodelar algunas reformas. En el documento final, la exhortación apostólica Amoris laetizia, el pontífice argentino incluyó en una retorcida nota al pie de página el único cambio doctrinario hasta ahora de su reinado, que autoriza a los católicos divorciados y vueltos a casar por el civil a seguir un camino bajo la guía de su obispo, que si es positiva lo autoriza a recibir la confesión y otros sacramentos.

Las disputas

Tradicionalistas y conservadores que atacaron todo el tiempo las orientaciones progresistas de Bergoglio, insistieron en este tema como clave de sus “desviaciones” doctrinarias. Cuatro cardenales le enviaron una carta con los “dubia”, las dudas respecto a la orientación de lo sínodos de la familia.

El arzobispo de Nueva York, Timothy Dolan, encabezó las firmas de los 13 cardenales norteamericanos que objetaron las modalidades organizativas del Sínodo de la Familia de 2014 y 2015. En la exhortación final se impone el silencio sobre la doctrina de los “absolutos morales” y de la insistencia de “valores no negociables”, de los tiempo de los dos anteriores papas, Juan Pablo II y Benedicto XVI.

La critica del Papa al neocapitalismo, la defensa de los pobres del sud de la tierra, también encendieron las polémicas.

La defensa doctrinal del Papa con su critica a la explotación indiscriminada del planeta y de lo más débiles en la encíclica “Laudato si”, no gustó a los conservadores, sobre todo en Estados Unidos.

Un muy cercano consejero del Papa, el cardenal hondureño Oscar Rodrigo Maradiaga, denunció la existencia de una red ya conocida contra el Papa argentino. La fuente y motriz venía de la derecha conservadora norteamericana, con un papel protagónico del político de extrema derecha Steve Bannon, que fue consejero del presidente Donald Trump.

En realidad la única oposición organizada al Papa provino de una misma poderosa Iglesia, la norteamericana. Su líder es el arzobispo de Nueva York, Timothy Dolan, que incluso envió libros sobre el próximo Cónclave para elegir al sucesor de Jorge Bergoglio contrarios al actual pontífice a todos los cardenales del Sacro Colegio.

Dolan no ocultó su iniciativa y niega ser un conspirador contra el Papa. Pero un hecho político acentúa el enfrentamiento. La Iglesia norteamericana apoya a los republicanos y sobre todo ha seguido a Donald Trump cuando era presidente.

Sostiene que la cuestión de la lucha contra el aborto no tolera medias tintas y se opone al partido Demócrata, que cuenta con muchos millones de católicos votantes de los sesenta millones que hay en el país.

En especial Trump, el cardenal Dolan y la mayoría de los cardenales y obispos condenan al presidente demócrata Joe Biden, que es católico pero se niega a vetar el aborto fruto de una ley válida. La cuestión se ha vuelto aún más árida despues que la Corte Suprema de Justicia favoreció la decisión de cada estado por la prohibición.

La oposición más peligrosa al Papa provino de los Tradicionalistas y Conservadores y se ha ido debilitando con los años, por el envejecimiento de algunos cardenales y la pérdida de impulso de los ataques. Francisco es un reformista, un innovador, pero no ha embestido la tradicional estructura de la llamada Iglesia Inmóvil, que cambia muy lentamente.

Una prueba fue el Sínodo de la Amazonia de 2019, convocado bajo el lema “nuevos caminos para la Iglesia y por una ecología integral”. Se habían acumulado fuertes tensiones en favor de reformas. Los obispos sinodales aprobaron medidas que en conjunto significaban una media revolución.

La creación de los Viri Probati, una institución que existió en la Iglesia de hace muchos siglos y que autorizaba a elevar al sacerdocio a hombres mayores, jefes de comunidades, padres de familia. En Amazonia la falta de sacerdotes es enorme. La decisión estaba restringida a las zonas más despobladas de curas.

Los obispos sinodales aprobaron también medidas que acercaban las mujeres al diaconato.

Pero en el documento final “Amazonia Querida” que firmó el Papa ninguna de las medidas de renovación doctrinal fueron confirmadas.

Las mujeres y el futuro​

El problema más arduo e injusto que padece históricamente la Iglesia es que ha impedido en su larga historia que las mujeres, que constituyen más de la mitad de los 1.300 millones de bautizados del mundo, salgan a los altares.

La exclusión de las mujeres al sacerdocio y al gobierno de la Iglesia ha sido confirmado por los últimos papas y Francisco no hará cambios de fondo. Pero de acuerdo a su mentalidad jesuita del discernimiento ha elegido el único camino posible para ir en la buena dirección.

Durante los diez años de pontificado el número de mujeres que trabaja en el Vaticano ha aumentado el cuarenta por ciento. Algunas han llegado a altos cargos en los dicasterios.

El Papa elogia continuamente el genio femenino. El cambio es más que difícil en la arraigada mentalidad patriarcal de la Iglesia universal.

La resistencia a los cambios ha llevado a un explosivo estado de protesta en la Iglesia de Alemania, resuelto con un “camino sinodal” que lleva varios años. Ante la caída del número de católicos germanos y los escándalos por abusos sexuales que han sembrado el desprestigio entre los fieles, los obispos alemanes han sido ganados por la voluntad de cambiar mucho.

Por gran mayoría florecen entre los germanos las propuestas por implantar el celibato optativo entre los sacerdotes. No es una medida popular en el ejército de medio millón de curas que hay en el mundo. Con la disciplina del celibato en el rito latino, la Iglesia les garantiza mantenerlos desde que entran al seminario hasta el retiro “ad vitam” garantizado.

En Alemania el “camino sinodal” aprobó también medidas en favor del sacerdocio femenino y aperturas como la bendición de las parejas homosexuales. El Papa no está disponible para estos cambios. Desde ya no modificará su oposición al sacerdocio femenino ni a la negación de la línea tradicional doctrinaria que enseña que Dios creó a Adán, varón, y Eva mujer. No existe un tercer género.

Contener los impulsos que le vienen por los dos frentes contrapuestos e impulsar a la vez algunos cambios es el panorama que tiene el Papa por delante en el ámbito de los Sínodos de los Sínodos a partir de octubre próximo y 2024.

La Iglesia de Jorge Bergoglio no ha logrado resolver el problema de los abusos sexuales en la Iglesia. Se ha conseguido disminuirlos pero persiste la costumbre de realizar los procesos internos manteniendo el secreto. No se conocen datos generales sobre las condenas y las absoluciones. El dicasterio de la Doctrina de la Fe mantiene un riguroso secreto sobre los obispos que han sido condenados, sobre todo por tapar la actividad de los curas y religiosos abusadores sexuales.

Se recuerda que en los más de ocho años de pontificado de Benedicto XVI fueron condenados más de 800 curas. Y ahora, ¿cuántos? Las noticias sobre los abusos sexuales y las condenas o absoluciones siguen proviniendo de los tribunales de justicia ordinarios nacionales. Desde dentro del Vaticano sigue predominando el silencio, la costumbre de “evitar el escándalo público” que predomina, perjudicando a las víctimas y favoreciendo a los culpables.

Ver un resumen con fotos de todos los viajes que realizó el Papa Francisco aquí.

Texto publicado originalmente en el diario Clarín.

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Alejandro Frigerio

Alejandro Frigerio

Alejandro Frigerio es Doctor en Antropología por la Universidad de California en Los Ángeles. Anteriormente recibió la Licenciatura en Sociología en la Universidad Católica Argentina.
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