La insoportable levedad (y el peligro) de las teorías sobre «lavado de cerebro»

«Hipnosis» – Sascha Schneider – 1904

 

por Massimo Introvigne (CESNUR)

Periódicamente, libros y medios de comunicación reviven la vieja discusión sobre el “lavado de cerebro”. Sólo hay un problema al respecto: eso no existe..

Estamos en ello otra vez. Con gran fanfarria se lanzan nuevos libros que reviven viejas teorías sobre el “lavado de cerebro”, y se acusa a casi todo el mundo, desde Donald Trump a Bill Gates, de utilizar “técnicas de control mental” para reunir adeptos. Y, por supuesto, que utilizan el “lavado de cerebro” es una vieja acusación contra grupos discriminados y etiquetados como “sectas.”

¿Existen estas técnicas? Que la respuesta es “no” es una de las conclusiones clave de la disciplina académica del estudio de los nuevos movimientos religiosos (NMR). Una diminuta minoría de estudiosos de los movimientos religiosos, con conexiones con los activistas antisectas, rechazó esta conclusión, se separó de la mayoría y creó una disciplina diferente de “estudios de las sectas”. Sin embargo, como subraya Mike Ashcraft en su autorizado libro de texto sobre el estudio académico de los nuevos movimientos religiosos, mientras que los estudios sobre los NMR se consideran en general una parte legítima del estudio académico de las religiones, los “estudios de las sectas” “no son la corriente académica dominante.”

Los humanos tendemos a creer que algunas ideas y religiones son tan “extrañas” que nadie puede adoptarlas libremente. Los romanos creían que el cristianismo era una religión tan absurda que los que se habían convertido a ella habían sido hechizados mediante técnicas de magia negra. Los chinos creían lo mismo desde la Edad Media con respecto a las religiones no aprobadas por el Emperador (incluido, inicialmente, el budismo). Estas religiones sólo podrían ganar adeptos mediante la magia negra. En Europa, cuando los cristianos se convirtieron en una mayoría apoyada por el Estado, adoptaron la misma explicación para la conversión a credos “heréticos” como el que predicaban los valdenses, que a su vez fueron acusados de “embrujar” a sus conversos.

Después de la Ilustración, la creencia en la magia negra disminuyó, pero la idea de que las religiones extrañas no podían ser adoptadas voluntariamente, sino sólo a través del embrujo, se secularizó como hipnosis. Los mormones, en particular, fueron acusados de hipnotizar a sus “víctimas” para que se convirtieran.

En el siglo XX, ideas que algunos creían tan “extrañas” y peligrosas que nadie podría abrazarlas libremente surgieron en un campo distinto al de la religión: la política. Los eruditos socialistas alemanes, sin saber qué decir para explicar cómo pudieron convertirse en masa al nazismo no sólo los burgueses, sino también los obreros y los pobres, hablaron de “hipnosis en masa” o “manipulación mental”. Más tarde, con la Guerra Fría, en Estados Unidos se utilizó la misma explicación de por qué algunos pueden adoptar una ideología tan absurda como el comunismo.

En el caso del comunismo, la Agencia Central de Inteligencia estadounidense (CIA), fundada en 1947, creía haber encontrado un arma humeante en las técnicas utilizadas contra los misioneros occidentales detenidos en las cárceles y campos de concentración comunistas chinos y norcoreanos y, más tarde, contra los prisioneros de guerra estadounidenses capturados durante la Guerra de Corea. Se pidió a psiquiatras y psicólogos estadounidenses como Robert Jay Lifton y Edgar Schein que entrevistaran a aquellos que habían sido liberados de las cárceles y campos comunistas. Sus conclusiones fueron muy cautelosas, ya que observaron que, de hecho, las técnicas chinas no habían convertido a muchos, y la mayoría de los que habían firmado declaraciones de lealtad al comunismo lo habían hecho para escapar de la tortura o los malos tratos en la cárcel, y no habían sido realmente persuadidos. También fueron criticados por su enfoque psicoanalítico y, en el caso de Lifton, por una idea libertaria de la agencia humana que más tarde le llevó a apoyar el movimiento antisectas. Sin embargo, ellos mantuvieron que las técnicas chinas de manipulación mental o bien funcionaban en un número muy limitado de casos, cuando iban acompañadas del uso de drogas que alteraban la mente y de tortura, o bien no funcionaban en absoluto.

La CIA, sin embargo, decidió presentar la tesis de que la gente no se convertía libremente al comunismo en términos mucho más simples y de blanco y negro, afirmando en su propaganda que tanto los comunistas chinos como los soviéticos habían desarrollado una técnica infalible para cambiar las ideas de su víctima tal “como se cambia un disco [de vinilo] en un fonógrafo”, según explicó en 1953 el director de la CIA Allen Welsh Dulles.

La CIA dio instrucciones a uno de sus agentes cuyo trabajo encubierto era el de periodista, Edward Hunter, para que “inventara” y difundiera la frase “lavado de cerebro”, presentándola como la traducción de una expresión supuestamente utilizada por los chinos. De hecho, la CIA y Hunter habían tomado el concepto de “lavado de cerebro” de la novela “1984” de George Orwell, en la que el Gran Hermano “limpia” los cerebros de los ciudadanos de un régimen ficticio calcado de la Rusia soviética.

La idea de que los comunistas de China y Rusia y los espías comunistas en Occidente dominaban las técnicas del “lavado de cerebro” se hizo inmensamente popular. Podemos ver su triunfo en la cultura popular en la novela de 1959 “El candidato de Manchuria” y su versión cinematográfica de 1963 protagonizada por Frank Sinatra y Angela Lansbury. Pronto, sin embargo, la propia CIA tuvo que admitir que el lavado de cerebro no funcionaba.

Poniendo a prueba las teorías del “lavado de cerebro”: La CIA y el experimento MK-Ultra

Paradójicamente, la CIA llegó a creer en su propia propaganda e intentó reproducir el “lavado de cerebro” comunista en sus propios experimentos.

El proyecto secreto de “lavado de cerebro” de la CIA recibió el nombre en clave de proyecto MK-ULTRA. Al principio, sólo fue mencionado en un puñado de publicaciones críticas del gobierno estadounidense y a menudo tachadas de apoyar teorías conspirativas. Más tarde, sin embargo, la CIA se convirtió en la parte acusada en varias demandas presentadas por “voluntarios” que habían sufrido daños permanentes en los experimentos MK-ULTRA y sus familiares, el más importante de los cuales dio lugar a un acuerdo en 1988. A través de las demandas, se hicieron públicos varios documentos clave.

Así se confirmó que, para llevar adelante sus “experimentos de lavado de cerebro”, la CIA se había asegurado la cooperación de varias universidades y académicos estadounidenses destacados, que estaban en la cúspide de la investigación avanzada en ciencias del comportamiento. No todos ellos eran plenamente conscientes de los objetivos últimos del proyecto, y la CIA se escondió bajo tres fundaciones supuestamente privadas.

Los primeros resultados no fueron alentadores. Cada equipo de investigación adoptó uno o más métodos específicos, como drogas alucinógenas, medicamentos psicotrópicos administrados en dosis superiores a las normales, privación sensorial, tratamientos repetidos de electroshock, lobotomía y otras formas de psicocirugía, e hipnosis. Algunos de los “voluntarios” eran presos, otros eran pacientes psiquiátricos de los investigadores o ciudadanos sin hogar a los que se les habían prometido importantes cantidades de dinero.

El proyecto de la CIA dio un salto de calidad cuando se unió a él Donald Ewen Cameron, un distinguido psiquiatra escocés que era catedrático de Psiquiatría en la Universidad McGill de Montreal. Cameron sería más tarde presidente de la Asociación Americana de Psiquiatría y fundaría la Asociación Mundial de Psiquiatría. En una prolongada serie de experimentos con sus pacientes canadienses, combinó muchas de las técnicas que anteriormente habían sido probadas por separado. La CIA también valoró positivamente que Cameron trabajara en Canadá, eludiendo así las restricciones legales que prohibían este tipo de experimentos en Estados Unidos.

Cameron basó sus experimentos en una teoría de dos fases. En la primera fase, que denominó “borrado de esquemas”, se propuso eliminar las ideas, hábitos y apegos existentes en el sujeto, generando una especie de “amnesia selectiva”. El resultado de esta etapa, en palabras de un ejecutivo de la CIA, fue la “creación de un vegetal”, un sujeto no especialmente útil para fines de contraespionaje. Pero entonces Cameron pasó a la segunda fase que denominó “conducción psíquica”, en la cual el sujeto era “reacondicionado” para adoptar nuevos modelos de comportamiento e ideas permanentes.

De hecho, Cameron tuvo incluso demasiado éxito en la creación de “vegetales”. Algunas de las técnicas que utilizaba incluían tratamientos de electroshock que eran de veinte a cuarenta veces más fuertes que las dosis medias administradas en los hospitales psiquiátricos, y se los administraba a los pacientes tres veces al día durante varios días. También administraba medicación para inducir la privación del sueño durante periodos de quince a sesenta y cinco días. Daba a sus pacientes cócteles de drogas psicotrópicas y alucinógenos, en cantidades muy superiores a las de su uso recreativo normal. No es de extrañar, como revelarían los tribunales en años posteriores, que la mayoría de los pacientes sucumbieran a enfermedades mentales y de otro tipo, y que nunca se recuperaran. Algunos murieron.

Sin embargo, el paso del borrado de esquemas a la conducción psíquica nunca tuvo éxito. Cameron grabó en cinta sus propias “instrucciones”, así como frases pronunciadas por el paciente. Los pacientes con aspecto vegetal producidos por el borrado de esquemas eran obligados a escuchar las cintas hasta dieciséis horas al día. A veces, se introducían parlantes en cascos de fútbol que los pacientes no podían quitarse. También se escondían parlantes bajo la almohada, para que pudieran seguir escuchando las cintas incluso mientras dormían. Pero nada funcionó.

De hecho, los experimentos de Cameron sí demostraron algo. Demostraron que no era posible “lavar el cerebro” a una víctima para que cambiara sus ideas u orientación fundamentales. Habiendo llegado a las mismas conclusiones, en 1963 la CIA puso fin al proyecto MK-ULTRA, incluida la parte que había dirigido Cameron.

Para utilizar su propia metáfora afortunada, la CIA aprendió que era posible “lavar” el cerebro hasta que pierda su “color” y se vuelva “blanco”, ya que el paciente queda reducido al triste estado de una ruina humana. Pero “recolorearlo” con nuevas ideas no es posible.

Cómo las teorías del “lavado de cerebro” fueron aplicadas a la religión

Uno que, probablemente sin ser consciente de que se estaba planeando el proyecto secreto MK-Ultra, había anticipado que el único resultado posible del “lavado de cerebro” violento sería la producción de víctimas tipo zombi fue el fundador de la Cienciología, L. Ronald Hubbard. Él tuvo una participación periférica en el debate de la Guerra Fría sobre el “lavado de cerebro”, ya que la Iglesia de la Cienciología publicó en 1955 (y luego retiró rápidamente, al parecer a raíz de una sugerencia de los organismos gubernamentales estadounidenses) un folleto titulado “Lavado-de-cerebro: síntesis del libro de texto ruso sobre psicopolítica” (“Brain-Washing: A Synthesis of the Russian Textbook on Psychopolitics”). Ostensiblemente, se trataba de un manual comunista de “lavado de cerebro”, y si Hubbard lo compiló él mismo o editó materiales recibidos de otros (posiblemente una de las agencias de inteligencia estadounidenses) es una cuestión de debate que he discutido ampliamente en otro lugar.

Los críticos han alegado que, al publicar el folleto, Hubbard “confesó” que existía el “lavado de cerebro”, con la implicación de que la Cienciología lo practica, lo cual, según ellos, está respaldado por la afirmación de que “Podemos lavar el cerebro más rápido que los rusos (20 segundos para una amnesia total frente a tres años para una lealtad ligeramente confusa)”. Sin embargo, los críticos han pasado por alto que Hubbard presentó el “lavado de cerebro” como algo que no debe hacerse y que no funciona. El “lavado de cerebro” que él tenía en mente era el que se atribuía a los comunistas, en el que los resultados se buscaban infligiendo dolor y atiborrando a la víctima con drogas pesadas. Hubbard llamó a esta técnica “hipnosis dolor-droga”. Era algo diferente del “lavado de cerebro” que se acusaría de practicar décadas más tarde a los nuevos movimientos religiosos, en los que normalmente no había dolor ni drogas de por medio.

Este tipo de “lavado de cerebro” no sólo no era ético, dijo Hubbard, sino que nunca funcionaría. “Lo repito,” Hubbard lo afirmó en una de sus conferencias del Congreso de los Juegos (Games Congress Lectures) de 1956. “No es eficaz. No funciona. […] Es una farsa –una farsa de primera magnitud. El comunista no puede lavar el cerebro a nadie que no lo tenga [ya] lavado. No puede hacerlo; no sabe cómo. Es una de esas armas de propaganda. Eso es todo lo que es. Ellos [los comunistas] dicen: ‘tenemos esta arma fabulosa llamada lavado de cerebro –vamos a lavarle el cerebro a todo el mundo’. Bueno, sería terriblemente peligroso si pudieran. Pero, ¿saben ustedes que no hay prácticamente ninguna persona en esta sala que pudiera ser dañada de forma permanente por el lavado de cerebro, excepto en lo que se refiere a pasar hambre y ser mantenido en condiciones de coacción? En otras palabras, si metes a un tipo en una empalizada militar y lo alimentas mal durante dos o tres años, va a estar en condiciones de segunda mano, ¿no? Bueno, ese es exactamente el efecto que el lavado de cerebro tuvo en ellos. No tuvo más efecto que éste”.

Pero, ¿cómo viajó la acusación de practicar “lavado de cerebro” desde los comunistas a las “sectas”? El primer autor que aplicó la retórica de la CIA del “lavado de cerebro” a la religión fue el psiquiatra inglés William Walters Sargant en su libro de 1957 “La batalla por la mente: Fisiología de la conversión y el lavado de cerebro”(“The Battle for the Mind: A Physiology of Conversion and Brainwashing”), que se convirtió en un bestseller internacional. Sargant popularizó la idea de que las técnicas de “lavado de cerebro” se habían derivado en Rusia de los famosos experimentos del científico estalinista Ivan Pavlov, en los que un perro, acostumbrado a oír sonar una campana cada vez que se le daba comida, acababa salivando cuando sonaba la campana, aunque no se le sirviera comida. Algunos psiquiatras siguen creyendo en esta teoría, aunque las fuentes soviéticas y chinas no confirmaron que Pavlov desempeñara ningún papel principal en sus estudios sobre técnicas de adoctrinamiento.El argumento central de la obra de Sargant era que los comunistas no inventaron el “lavado de cerebro”. A lo sumo, creía, gracias a Pavlov, llegaron a una mejor comprensión del proceso, que adaptaron a partir de procesos preexistentes de revivalismo religioso y conversión. Sargant escribió: “Cualquiera que desee investigar la técnica de lavado de cerebro y obtención de confesiones tal y como se practicaba tras el Telón de Acero… haría bien en comenzar con un estudio del revivalismo estadounidense del siglo XVIII desde la década de 1730 en adelante”.

Aunque en la tercera edición de su libro, publicada en 1971, Sargant incluirá a la Cienciología entre las religiones que practican el “lavado de cerebro”, él no creía que existiera una diferencia entre las religiones tradicionales, que no utilizaban la manipulación mental, y las “sectas”, que sí lo hacían. Por el contrario, Sargant era decididamente anticristiano, y mencionó a los católicos romanos y a los metodistas como dos grupos que típicamente utilizaban el “lavado de cerebro”, y acusó del mismo pecado a los primeros cristianos. El psiquiatra inglés creía que sólo el “lavado de cerebro” podía explicar el rápido crecimiento del cristianismo primitivo.

Según Sargant, incluso la conversión del apóstol Pablo, tal como se recoge en la Biblia, podría explicarse mediante un esquema de “lavado de cerebro”, en el que el cristiano Ananías le “lavó el cerebro” al judío, y originalmente anticristiano, Pablo. “Un estado de inhibición transmarginal parece haber seguido a su [de Pablo] fase aguda de excitación nerviosa [… y] aumentado su ansiedad y sugestionabilidad […]. Ananías vino a aliviar sus síntomas nerviosos y su angustia mental, implantando al mismo tiempo nuevas creencias”.

Muchos leyeron el libro de Sargant, sobre todo dentro de la comunidad psiquiátrica, donde sin duda alimentó una actitud hostil hacia la religión en general. Sin embargo, su objetivo era demasiado amplio para que el libro sirviera de algo a la hora de promover políticas públicas. Fue en Estados Unidos donde la psicóloga Margaret Thaler Singer reelaboró las ideas de Sargant afirmando que no todas las religiones utilizaban el “lavado de cerebro”, sólo algunas recientemente fundadas que no eran exactamente religiones sino “sectas”. Esto sucedió en el clima de los años sesenta y principios de los setenta, cuando recién se estaba creando el movimiento antisectas, sobre todo entre los padres de estudiantes universitarios que habían decidido abandonar sus universidades para convertirse en misioneros a tiempo completo de la Iglesia de la Unificación o de los Hijos de Dios, o en monjes hindúes rapados del Movimiento Hare Krishna. Como ocurría con las “herejías” del pasado, sus padres no creían que esas elecciones hubieran sido voluntarias, y psicólogos como Singer les ofrecían el “lavado de cerebro” como una explicación conveniente.

Singer desempeñó un papel decisivo en la creación de la ideología antisectas, basada en la idea de que las “sectas”, que utilizan el “lavado de cerebro”, pueden distinguirse de las religiones legítimas, que no lo hacen. Con el tiempo, sin embargo, esta teoría fue desacreditada por los estudiosos y rechazada por los tribunales de justicia.

La caída de las teorías del “lavado de cerebro” a finales del siglo XX

Una de las consecuencias más trágicas de las teorías del “lavado de cerebro” aplicadas a las minorías religiosas es que se utilizaron para justificar la práctica ilegal de la “desprogramación”, creada por Ted Patrick en California y que floreció en la década de 1970. Si a sus hijos e hijas les habían “lavado el cerebro”, sus padres se sentían justificados para contratar “desprogramadores” que decían ser capaces de secuestrar a los “sectarios”, detenerlos y persuadirlos, de forma más o menos violenta, para que abandonaran las “sectas”.

En esos mismos años nació el estudio académico de los nuevos movimientos religiosos, tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido. Los académicos que estudiaron los movimientos criticados como “sectas” descubrieron que las conversiones a ellos se producían de forma muy parecida a las conversiones a cualquier otra religión, y sólo un pequeño porcentaje de los asistentes a los cursos y seminarios de grupos como la Iglesia de la Unificación, estudiada en profundidad por Eileen Barker y en la que supuestamente se utilizaban técnicas milagrosas de “lavado de cerebro”, se unía a los movimientos. Las pruebas empíricas confirmaron que no había “lavado de cerebro” ni manipulación mental, y estas etiquetas y teorías no eran menos pseudocientíficas que las antiguas afirmaciones de que las “herejías” convertían a sus seguidores mediante magia negra.

Los académicos consiguieron marginar el uso de la palabra “secta” y las teorías del “lavado de cerebro” en la comunidad académica, pero la polémica se trasladó a los tribunales de justicia. La desprogramación se había convertido en una profesión muy lucrativa, y en una tapadera para otras actividades ilegales, algunos bufetes de abogados creían que los antiguos miembros podían demandar a los nuevos movimientos religiosos reclamando daños y perjuicios por “lavado de cerebro”, y habían entrado en el campo importantes intereses financieros.

Tuvo que pasar una década para que la opinión académica mayoritaria, según la cual el “lavado de cerebro” y el control mental eran teorías pseudocientíficas, se impusiera en los tribunales de justicia. La confrontación decisiva se produjo en el Tribunal de Distrito de EE.UU. del Distrito Norte de California en 1990, en el caso Fishman. Steven Fishman era un “alborotador profesional”, que asistía a las juntas de accionistas de grandes empresas con el propósito de demandar a la dirección con el apoyo de otros accionistas minoritarios. Después firmaba acuerdos y se embolsaba el dinero pagado por las empresas, dejando con las manos vacías a los demás accionistas que habían confiado en él. En un juicio entablado contra él por fraude, Fishman alegó en su defensa que en aquel momento era temporalmente incapaz de comprender o formarse juicios sensatos, porque era miembro de la Iglesia de la Cienciología desde 1979, y como tal había sido sometido a un “lavado de cerebro”. La Cienciología no formaba parte de la demanda, y no tenía nada que ver con las fechorías de Fishman (aunque años más tarde Fishman afirmaría falsamente lo contrario).

Este libro clásico de la socióloga británica Eileen Barker cumplió un rol relevante en la descalificación de las teorías pseudocientíficas acerca del «lavado de cerebro»

Tras examinar en detalle los documentos del debate académico sobre el “lavado de cerebro”, el juez D. Lowell Jensen concluyó que el “lavado de cerebro” y el control mental “no representaban conceptos científicos significativos” y, aunque defendidos por una diminuta minoría de académicos, habían sido rechazados como pseudocientíficos por una abrumadora mayoría de los eruditos que estudiaban los nuevos movimientos religiosos. El testimonio de Singer fue declarado no admisible, y Fishman fue a la cárcel.

“Fishman” fue el principio del fin del uso de las teorías antisectas del “lavado de cerebro” en los tribunales estadounidenses. Para los antisectas, lo peor llegó en 1995, cuando el desprogramador Rick Ross se vio envuelto en un juicio civil tras intentar sin éxito desprogramar a Jason Scott, miembro de la Iglesia Pentecostal Unida, una confesión cristiana de 5 millones de fieles que pocos considerarían una “secta” o un nuevo movimiento religioso. Scott contó con el apoyo de abogados y detectives de la Cienciología, que demostraron que su madre había sido remitida a Ross por la Red de Concientización sobre Sectas (Cult Awareness Network –CAN), en aquel momento el mayor movimiento antisectas estadounidense. CAN fue condenada a pagar millones por daños y perjuicios, y quebró. El nombre y los activos de CAN fueron adquiridos por un grupo relacionado con la Cienciología, lo que permitió al sociólogo Anson D. Shupe y a su equipo acceder libremente a los archivos de CAN. Llegaron a la conclusión de que la práctica de la antigua CAN de remitir a los padres de miembros de “sectas” a desprogramadores no era un hecho ocasional, sino que se producía con regularidad. A cambio, los “desprogramadores” devolvían al “antiguo” CAN cuantiosas (y probablemente ilegales) comisiones.

Tras el caso Scott, la desprogramación pasó a ser ilegal en Estados Unidos, y los desprogramadores que continuaron con sus actividades tuvieron que alegar que ahora operaban de forma voluntaria mediante “intervenciones” o “asesoramientos de salida”. La mayoría de los países democráticos, y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, también prohibieron la desprogramación. En Japón, la desprogramación no fue detenida por los tribunales de justicia hasta la decisión seminal del Tribunal Superior de Tokio en el caso del miembro de la Iglesia de la Unificación Goto Toru en 2014, confirmada por el Tribunal Supremo en 2015. Human Rights Without Frontiers hizo campaña durante años en favor de Goto y desempeñó un papel crucial para asegurar esta decisión.

Solo en Corea del Sur la desprogramación continúa hasta la fecha, en particular contra un nuevo movimiento religioso cristiano, Shincheonji, a pesar de las masivas manifestaciones callejeras de 2018 después de que una mujer miembro de ese grupo, Gu Ji-In, muriera estrangulada por su padre mientras intentaba escapar de los desprogramadores.

Pero en general, la desprogramación ha sido verdaderamente desacreditada, y las decisiones “Fishman” y “Scott” han creado una seria barrera contra el uso de teorías de “desprogramación” en casos judiciales estadounidenses.

¿Las teorías del “lavado de cerebro” están regresando?

La idea de que las “sectas” practican la manipulación mental o el “lavado de cerebro” sobrevivió en los medios de comunicación populares e inspiró leyes y decisiones judiciales fuera de Estados Unidos, sobre todo en Francia. Sin embargo, los argumentos formulados por una amplia mayoría de los principales estudiosos de los nuevos movimientos religiosos, y mencionados en la decisión “Fishman”, no se refieren únicamente a Estados Unidos. “Lavado de cerebro” y manipulación mental siguen siendo conceptos rechazados como pseudocientíficos por una vasta mayoría de los estudiosos de la religión (aunque aceptados por una minoría, y por algunos psiquiatras y psicólogos no especializados en religión).

En la segunda mitad de la década de 1990, James T. Richardson, que había desempeñado un papel importante en la crítica de las teorías antisectas del “lavado de cerebro”, estudió sistemáticamente con algunos colegas todos los casos judiciales estadounidenses en los que aparecía la frase “lavado de cerebro”. Continuaron con el estudio en el nuevo siglo. Descubrieron que después de Fishman, el uso de argumentos de “lavado de cerebro” en litigios contra nuevos movimientos religiosos casi había desaparecido, pero la frase sobrevivió en otros campos del derecho.

“Lavado de cerebro” se utilizaba por parte de diversas fuentes (incluidos profesores, pastores, terapeutas e incluso el gobierno de EE.UU.), aunque rara vez con éxito, como defensa en casos penales, al igual que había ocurrido en el anterior juicio contra Patty Hearst. Mucho más éxito tuvo la idea, utilizada en litigios por custodia, de que uno de los padres divorciados les había “lavado el cerebro” a los hijos para que odiaran al otro progenitor.

Esto fue llamado “síndrome de alienación parental” (SAP), una teoría creada por el psiquiatra infantil estadounidense Richard A. Gardner, que se basaba explícitamente en el “lavado de cerebro”. Respondiendo a sus críticos en un artículo publicado póstumamente (murió en 2003), Gardner escribió que “es cierto que me centro en el padre que realiza el lavado el cerebro, pero no estoy de acuerdo en que ese enfoque sea ‘excesivamente simplista’. El hecho es que cuando hay SAP, el principal factor etiológico es el padre que realiza el lavado de cerebro. Y cuando no hay un padre que lava el cerebro, no hay SAP”.

La teoría de Gardner fue ampliamente criticada. En 1996, un Grupo de Trabajo Presidencial de la Asociación Americana de Psicología concluyó que “no hay datos que apoyen el fenómeno llamado síndrome de alienación parental”. Sin embargo, el SAP sigue utilizándose como argumento en casos de divorcio y custodia, no sólo en Estados Unidos, y la acalorada discusión sobre las teorías de Gardner mantuvo viva una polémica internacional sobre el “lavado de cerebro”.

California y Hawai, Inglaterra y Gales, y Tasmania y Queensland en Australia, seguidos por otros, aprobaron leyes contra el “control coercitivo”, definido como intimidación, vigilancia y aislamiento dentro de un contexto de maltrato doméstico o acoso. Aunque las leyes se refieren a un comportamiento abusivo específico, la sombra del “lavado de cerebro” se cierne sobre los estatutos, lo que dificulta su aplicación. A veces, argumentan los críticos, son los agresores quienes acusan a las víctimas de manipulación mediante “control coercitivo”.

El “lavado de cerebro” también fue propuesto después del 11-S como explicación popular de cómo los terroristas, algunos de familias adineradas, se habían unido a Al Qaeda y más tarde al Estado Islámico. Los antisectas se ofrecieron como expertos en radicalismo islámico, afirmando que Al Qaeda y otras organizaciones musulmanas radicales eran básicamente “sectas”, lo que también era cierto para otros grupos terroristas no musulmanes. Sin embargo, su falta de información sobre el contexto islámico y sobre el campo académico especializado de los estudios sobre terrorismo no tardó en hacerse evidente, y fueron ampliamente ignorados por la comunidad académica y los organismos gubernamentales que se ocupan de la lucha antiterrorista.

Las teorías del “lavado de cerebro”, sin embargo, regresaron como explicaciones del fenómeno Trump y de cómo era posible que millones de ciudadanos estadounidenses (y no pocos no estadounidenses) apoyaran a QAnon y a otros movimientos y redes que promueven teorías conspirativas descabelladas. Viejos conocidos del movimiento antisectas, como el ex desprogramador Steve Hassan, recientemente aplicaron la teoría del “lavado de cerebro” de Singer al “trumpismo” y a QAnon. El título del libro de Hassan de 2019, “La secta de Trump: un destacado experto en sectas explica cómo el presidente usa el control mental”(“The Cult of Trump: A Leading Cult Expert Explains How the President Uses Mind Control”) ya lo decía todo.

Las descabelladas afirmaciones de QAnon y el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 dieron credibilidad a la teoría de que la franja extremista pro-Trump incluía a víctimas de un “lavado de cerebro”, e incluso Hassan fue tomado en serio por algunos medios.

Paradójicamente, QAnon y movimientos similares estaban ellos mismos persuadidos de que el “lavado de cerebro” estaba siendo utilizado en la escena política estadounidense –por el Partido Demócrata, el “Estado profundo” y lo que un autor que escribió un opus de no menos de 43 volúmenes sobre el asunto llamó la “secta de la muerte marxista-sionista-jesuita-masónica-Nobleza negra-iluminati-luciferina”.

Hubo, sin embargo, una diferencia en cómo los sectores anti-Trump y pro-Trump se refirieron al “lavado de cerebro”. Los críticos de Trump y los que denunciaron a QAnon como una “secta” básicamente revivieron el modelo antisectas de “lavado de cerebro”, basado en el control mental logrado a través de la manipulación psicológica. En QAnon, por otro lado, uno encontraría más a menudo, junto con referencias al proyecto MK-ULTRA, que supuestamente había sido continuado en secreto por operativos canallas del “estado profundo” después de su desaparición oficial en 1963, la idea de que el “lavado de cerebro” se lograba a través de la magia. A veces, era la magia moderna de misteriosos rayos controladores de la mente dirigidos desde satélites hacia hogares estadounidenses desprevenidos, chips implantados por médicos sin escrúpulos, o drogas ocultas en vacunas anti-COVID-19 por conspiradores dirigidos por Bill Gates o George Soros. En otros casos, los posts de QAnon mencionaban que el “lavado de cerebro” del Estado profundo funcionaba movilizando magia negra en un sentido muy tradicional, a través de hechizos, rituales de brujería, sacrificios humanos de niños, o invocaciones a Satán y sus secuaces. El bando de Trump siempre incluyó creyentes en la magia, como demostró Egil Asprem, y denunciar a Hillary Clinton y otros líderes demócratas como involucrados en el satanismo fue una parte clave de la narrativa de QAnon.

En cierto sentido, el discurso del “lavado de cerebro” había cerrado el círculo. La idea de que quienes abrazaban creencias desviadas habían sido hechizados mediante magia negra se había secularizado dos veces, primero como hipnosis y luego como “lavado de cerebro”. Ahora, la magia negra, con su parafernalia tradicional de encantamientos siniestros y adoración del Diablo, volvió para ser adoptada por algunos seguidores de QAnon como la única explicación posible de por qué estadounidenses por lo demás cuerdos, patriotas e incluso republicanos habían sido persuadidos primero de que Trump no tramaba nada bueno, y luego de que él había perdido las elecciones de 2020 en lugar de que fue estafado en su victoria por la capacidad del Estado profundo para “lavar el cerebro” simultáneamente a millones de ciudadanos. A su vez, confrontados con el extraño hecho de que millones en el siglo XXI llegaran a creer en teorías tan extrañas, otros concluyeron en cambio que a Trump y a los seguidores radicales de QAnon les habían “lavado el cerebro”.

Más de setenta años después de que el agente de la CIA Hunter acuñara la frase “lavado de cerebro”, todavía estamos experimentando la contradicción entre una mayoría de estudiosos académicos de la religión, que han rechazado ampliamente el “lavado de cerebro” como pseudociencia, y una cultura popular y segmentos de las profesiones de la salud mental, donde la explicación del “lavado de cerebro” sobre por qué muchos se unen a grupos e ideologías “desviados” sigue siendo tan poderosa que se niega a desaparecer. Vuelve cada vez que nuevas y aparentemente inexplicables formas de desviación crean un mercado para explicaciones fáciles.

Este texto fue publicado originalmente en el sitio Bitter Winter , dividido en 5 partes consecutivas (las publicaciones originales se pueden ver aquí y en 2, 3, 4 y 5)

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Massimo Introvigne

Massimo Introvigne

Es uno de los mayores expertos europeos en el estudio de nuevos movimientos religiosos y del movimiento anti-sectas mundial. Dirige el CESNUR (Centro Studi sulle Nuove Religioni) de Turín, Italia.
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