por José Zanca (Universidad de San Andrés/CONICET)
Giuseppe Lanza del Vasto llegó a la Argentina en agosto de 1957, invitado por Victoria Ocampo. Lanza había nacido en el sur de Italia, en el pequeño pueblo de San Vito dei Normanni. Estudió en París y luego en Pisa, en los años de 1920, donde como tantos otros de su generación vivió los influjos del renacer del tomismo. En los años treinta se sintió atraído hacia la figura y las acciones de Gandhi, y en 1937 viajó a la India para colaborar con su movimiento. Lanza se convirtió en su «discípulo católico» y recibió de su maestro el nuevo nombre de Shantidas. Su experiencia con la filosofía de la no violencia sería descripta en su libro Peregrinación a las fuentes de 1943 (J. J. Lanza del Vasto 1955b). Al final de la Segunda Guerra inició un proyecto comunitario en Francia, al que bautizó El Arca. La adopción de tan significativo nombre daba la pauta de la expectativa escatológica del movimiento, de la noción de pacto y la ilusión utópica que se iniciaba, claro, con la metáfora de la nave (Abramson 1999). Su intención era conformar una micro sociedad basada en valores e ideas que sintetizaran las distintas tradiciones religiosas de las que se había alimentado.
Lanza del Vasto protagonizó distintas protestas no violentas a lo largo de la década del sesenta. Una de las prácticas comunes en este tipo de manifestación era el ayuno, la movilización y las «sentadas». Los objetos de esas protestas fueron variados, pero idiosincráticos del período: el repudio a las torturas infringidas por las tropas francesas en la guerra de Argelia, la oposición a la proliferación de armas nucleares en Europa, especialmente en Francia; las esperanzas que despertó el Concilio Vaticano II y el deseo que condenara las armas de destrucción masiva y adoptara la no violencia como método. Pero las expectativas de Lanza no estaban puestas en una conversión global de una sociedad a la que creía, per se, condenada. Su programa era el de organizar miles de comunidades que rompieran con el mundo, basadas en un programa común de funcionamiento.
En 1955 la editorial Sur publicó el Comentario al Evangelio, una extensa obra en la que Lanza proponía una interpretación personal del Nuevo Testamento, uno de los puntos más controversiales para los sectores tradicionalistas del catolicismo. Lanza del Vasto poseía una amplia erudición religiosa, que le permitía elaborar intrincadas comparaciones y asimilaciones entre la tradición judeocristiana y la hinduista. Sostenía, por ejemplo, que la unción de Cristo era análoga al avatar. Si bien los hinduistas no podían reconocer a Jesús como «hijo único», podían entender la noción de encarnación. Entre algunos de los argumentos de Lanza pueden leerse ideas heréticas para la Iglesia Católica, como el principio de la libre y profunda interpretación del texto para encontrarse «con la verdadera religión», así como su preferencia por una iglesia invisible que uniría, más allá del acto sacramental, a todos los verdaderos cristianos.
Lanza cuestionaba en forma descarnada a la modernidad y al hombre moderno, en especial al maquinismo y sus consecuencias. Era necesario retroceder, el hombre debía «ensombrecerse», apagar las luces de su propia vanidad, que no le permitían acceder a la luz verdadera. Debía abandonar los falsos saberes de la razón y liberar la capacidad de observación de una meta-realidad que la cultura aprisionaba. La vía de acceso a ese estado era la introspección a través de la experiencia del autoconocimiento: el ayuno, las técnicas de respiración, la represión del sueño, etc. (J. J. Lanza del Vasto 1955a, pág. 88).
Lanza se declaraba católico y no admitía la crítica racionalista a la religión. Como en el Antiguo Testamento, solo el profeta debía hacerlo, «tal es la seña de quienes tienen derecho para erigirse en jueces de una tradición religiosa». La crítica del racionalismo no había dado nada a cambio «¿Qué señas nos dan? ¿Qué han construido y reconstruido? ¿Acaso el templo de su cuerpo? ¿Acaso surgirá de ellos una nueva iglesia?» (ibíd., pág. 209). Pero él no ahorraba críticas a los sacerdotes, homólogos de los mercaderes del templo, que profanaban el verdadero sentido de lo sagrado «. . . en los templos de la India aún podemos encontrar a los mercaderes sentados, y también en nuestras iglesia, entre los cirios y la pila del agua bendita, frente a una modesta mesa. . . En todas las iglesias pueden verse muchos mercaderes; y los sacerdotes los protegen y armonizan con ellos. Y en ocasiones los reemplazan» (ibíd., pág. 208).
El proyecto contracultural al que Lanza dedicó su vida después de la Segunda Guerra fue la construcción y difusión de las comunidades del Arca. La Asociación de amigos del Arca de Buenos Aires en 1961 recogía distintos documentos internos y testimonios que daban cuenta de las autodefiniciones de sus miembros. En primer lugar, se aclaraba que El Arca no era una secta, da- do que tradicionalmente las sectas rechazaban a la religión instituida. Por el contrario, El Arca respetaba la autoridad religiosa institucional, aunque afirmaba que ese respeto era distinto a la obediencia ciega y no disimulaba ni el abuso, ni las deficiencias del clero, ni la tibieza de sus correligionarios. Reconocían que al igual que las sectas, ellos renegaban del mundo. Renunciaban al mundo en el mismo sentido en que lo hacían las órdenes religiosas, y se daban votos, una regla, y la práctica de una disciplina interior. Por eso preferían titularse una orden patriarcal, dado que tenían cargas de familia y que no solo la persona sino la familia entera estaba ligada a la regla por los votos. Esta orden patriarcal pretendía ser una tribu. Opuesta a las ciudades, a las naciones, a los reinos y a los imperios, la tribu era el sinónimo de la horda salvaje que pretendían encarnar, de cara a la ciudad. Al ser perfecta desde el principio, la forma tribal no debía sufrir evolución ni reforma.
Rechazaban tanto la «colectivización anónima» como la «atomización individual», así como «el hacinamiento de las masas en las grandes ciudades, que a la larga provocará un retorno a la tierra». El Arca pretendía realizar el añejo sueño de conciliar la obediencia y la libertad, superando las contradicciones de la modernidad. Si bien reconocían que la regla obligaba, se trataba de un lazo contrario a la coerción. Marcada por una programada ritualidad, en cada una de las hogueras de la fiesta de San Juan sus miembros renovaban el lazo que los unía a la tribu. El jefe –el «patriarca-peregrino» – debía velar por la regla y aplicarla, pero no tenía derecho a imponer su voluntad.
Las tribus eran micro sociedades de ínfima diferenciación: un patriarca, un maestro de obra a cargo de los trabajos, un maestro de escuela, un médico, un cierto número de solteros, de parejas y de novicios. El funcionamiento económico de la orden se subordinaba a un modelo que hacía propias las críticas al capitalismo y al maquinismo. Los miembros debían obtener su alimento de la tierra y de su propio trabajo sin recurrir al dinero, a las máquinas o los productos exógenos. Las tribus podían intercambiar sus productos y comerciar con el exterior, pero debía evitarse estrictamente la acumulación. A tal efecto el patriarca debía hacer girar la rueda de los gastos de manera de impulsar la expansión de la orden. Todo el dinero ingresado en la caja por la ganancia o la dádiva debía ser gastado durante el año. En la fiesta de San Juan las cajas debían estar vacías.
En términos religiosos, El Arca se postulaba como un lugar de encuentro entre las tradiciones de Oriente y Occidente. «La purificación del corazón y la entrada en la verdad (. . . ). La purificación de sí, el conocimiento de sí, la posesión de sí, el don de sí, el contacto real, la experiencia directa de nuestra propia alma comunidad interior y con imagen de Dios, el acercamiento a Dios por su imagen que está en nosotros». En este punto el discurso de El Arca sintonizaba muy bien con las características de los nuevos movimientos que surgirían en los sesenta y explotarían programáticamente en la new age de fines de los setenta (Carozzi 2000). El Arca negaban de plano que pretendiera instaurar una nueva religión. La orden invitaba a cada hombre a profundizar en el conocimiento de su propia religión y observar su culto. Todas las creencias eran toleradas, excepto «la intolerancia» y la «irreligión» (G. Lanza del Vasto 1961).
El proyecto de El Arca puede inscribirse en la dilatada tradición utópica de Occidente (Manuel 1984). No es casual que Lanza fuera filósofo y poeta, dado que la utopía fue, antes que un proyecto político, un fenómeno literario. Las experiencias utópicas en América se multiplicaron en el siglo xix, cuando los herederos del 48 europeo confluyeron con los deseos de las elites posindependentistas, en sus imaginarios de construcción de naciones «blanquedas» en el desierto (Rama 1977; Abramson 1999). Muchas de esas comunidades tenían un componente religioso central, en especial aquellas surgidas en Estados Unidos. En los años sesenta se produjo un renacimiento del utopismo, que coincidió con la crítica que distintos segmentos de la nueva izquierda formularon el bloque soviético, al que se le achacaban las mismas deficiencias humanas que al capitalismo. Martín Buber expresó, en ese sentido, una voz tutelar en la reivindicación de la comunidad autogestionaria en contra del capitalismo que había disgregado a la sociedad en individuos y masas; y al marxismo de los países socialistas que habían desarrollado un centralismo opresivo (Buber1955). Las nuevas comunas de los años sesenta no fueron, sin embargo, una re- petición de sus predecesoras. Se caracterizaron por su fluctuante membrecía y su fugaz existencia. Mientras que la mayoría de las comunidades utópicas del siglo xix tenía estrictos requisitos de aceptación, como período de prueba, aportación de la propiedad o abandono de las relaciones familiares, las nuevas comunidades desconfiaban de estas restricciones que serían contrarias a su idea de libertad y apertura (Ungers 1972).
La visita de Lanza del Vasto de 1957 (que se repetiría al menos cuatro veces, en las décadas de 1960 y 1970) fue ampliamente cubierta por los medios de comunicación. En Argentina su red de contactos originaria estaba en el grupo Sur. Con Victoria Ocampo y Adolfo Fernández de Obietaman tuvo una larga relación epistolar. El filósofo Conrado Eggers Lan, de viaje por Europa visitó la comunidad y entabló una relación con Lanza, adhiriendo a su filosofía de la no violencia. Ya en la Argentina, Lanza construiría su propia red de seguidores, que intentarían reproducir la experiencia de El Arca francesa con distinta suerte, tanto en Córdoba como en El Bolsón, a donde Lanza fue invitado a dar charlas en la década de 1970. Sus conferencias de 1957 en la Universidad de Buenos Aires y la Universidad del Sur tuvieron el auspicio de la Liga Humanista, un grupo que adhería a un ideal integralista de catolicismo, pero al mismo tiempo rechazaban la intransigencia preconciliar y cuestionaban a la jerarquía y al clero católico.
El 5 de agosto de 1957 el diario La Prensa anunciaba el arribo «del poeta y escritor italiano» Lanza del Vasto. En la conferencia que brindó a su llegada reafirmó que su propósito era buscar un sistema económico no violento, que evitara el abuso del poder establecido. Según informaba la crónica, el pacifismo era para ellos «una resistencia no violenta como lo demostraron en su crítica a la cuestión argelina». La imagen que ilustraba el anuncio mostraba su infrecuente vestimenta, tejida a mano según las tradiciones artesanales de El Arca. Su larga barba blanca, su inusual altura y la cruz de madera de la orden –similar a la cristiana pero que se abría en forma de ramas en sus puntas –nos revelan que más allá del discurso, Lanza pretendía ejercer –y efectivamente ejercía –un modelo de reclutamiento basado en su propia imagen, en el atractivo disruptivo que generaba su sola presencia. Conrado Eggers Lan se había ofrecido a traducir sus conferencias al español, para que Lanza las leyera. Sin embargo el italiano creía que de esa manera se perdería la espontaneidad, que para él era «esencial». Prefería que interviniera un traductor simultáneo, que reduciría el tiempo de la exposición, pero la haría «más natural».
Las crónicas repiten lo que los testigos han confirmado: que la gira de conferencias de Lanza tuvo una amplia repercusión. En el consejo de mujeres, Lanza habló frente a un público «que desbordó la capacidad de la sala» ávido por conocer especialmente sobre la figura de Gandhi, a quien Lanza consideraba un santo que había producido un milagro de orden profano: la liberación de la India por vías pacíficas. En el aula magna de la Facultad de Derecho de la UBA Lanza criticó la resistencia violenta del pueblo húngaro del año anterior, dado que esta solo había enardecido a «la tiranía policial que los gobernaba». También dictó conferencias en la facultad de Filosofía y Letras, y fue agasajado por la SADE (Sociedad Argentina de Escritores).
La reacción del universo católico fue polivalente. La revista Criterio, representativa de la intelectualidad católica más vinculada al humanismo cristiano de la segunda posguerra, lo recibió en forma escueta pero positiva. Criterio subrayaba el desconocimiento que existía en el país sobre la figura de Lanza, y el temor de que se tratara de «. . . una de las tantas aventuras pseudoreligiosas en que propenden a caer tantos intelectuales». Había temor por su forma de vestir y «que llegara predicando váyase a saber cuál variante del sincretismo. . . ». Por el contrario, la revista destacaba la «ortodoxia» de sus libros y la mirada positiva de la jerarquía francesa sobre la iniciativa de El Arca. Luego de una descripción muy detallada de la vestimenta de Lanza, que pretendía exorcizar su extravagancia, afirmaba que solo vino a recordarnos «la locura de la mentalidad con que se usa el progreso» y la efectividad de la no violencia a la que la revista, menos radical, traducía como «mansedumbre cristiana».
A diferencia de Criterio, la reacción de los sectores más tradicionalista del catolicismo fue claramente negativa. El historiador Guillermo Gallardo consideró que la visita ameritaba la redacción de un volumen donde se «clarificara» la relación entre las ideas de Lanza y la ortodoxia católica. Coincidía con Lanza en la crítica a la modernidad y al perverso fetichismo del progreso técnico. Sin embargo, desde su perspectiva la técnica carecía enteramente de signo moral. En todo caso era buena en sí misma en cuanto implicaba la legítima aplicación de las potencias del hombre. Por otro lado, Gallardo sostenía que era absolutamente lícito utilizar la fuerza para resistir a la violencia, la injusticia, la opresión, no solo en defensa propia sino más aún en defensa del pobre del oprimido, del débil, del necesitado, del huérfano. Pero también para defender la religión, la familia, la casa, el campo, el país, contra los agresores injustos, entre los cuales estaba, claro, el comunismo.
La convivencia entre las distintas creencias en el proyecto de El Arca también caía bajo la crítica de Gallardo. Lo único que se les pedía a sus miembros era que cada uno profundizara el conocimiento de su religión. Expresarse así, tan a la ligera, «ante un auditorio sin preparación religiosa», era la afirmación lisa y llana de que todas las religiones eran igualmente buenas. Esto ya había sido dicho en el mundo católico. Eran idea cercanas al modernismo condenado por Pío X. Gallardo descubría entre las frases de Lanza, un solapado anti- clericalismo. Sostener que no había civilización cristiana en Occidente y que los cristianos estaban «como corderos entre lobos», equivalía a afirmar que solo podría existir ahora que Gandhi, «sin haber aceptado nunca un bautismo», revelaba el verdadero sentido del Evangelio que la Iglesia de Cristo no había sabido mostrar con eficacia.
En el fondo de su cuestionamiento, Gallardo repudiaba la veleidad de autonomía de Lanza respecto a la jerarquía. Su discurso estaba demasiado emancipado, era demasiado fuerte su personalidad y demasiado surtidos, religiosa e ideológicamente, eran sus seguidores. Su error fundamental era el de cualquier católico que pretendiera «fundar, al margen de la Iglesia, una asociación donde los hombres encuentren su perfeccionamiento moral con sus medios propios para ello, distinto de los que propone la Iglesia, única y exclusiva sociedad fundada por Dios para que en ella toda la humanidad encuentre el verdadero camino de perfeccionamiento moral y de salvación». En el fondo era «completamente vano y perjudicial» afanarse por encontrar nuevos caminos para la realización plena de la vida dado que
«Los católicos tenemos, en la Iglesia fundada por Jesucristo y fuera de la cual no espera salvación, el medio irremplazable para la consumación de nuestra vida en plenitud (. . . ). Sin necesidad de acudir a fuentes o ríos de aguas turbias, cuando no contaminadas, podemos saciar nuestra sed de verdad, de bien, de justicia, de belleza, en la fuente de aguas vivas que emana del estado abierto de Cristo y que la Iglesia nos dispensa con cariño de madre» (G. Gallardo 1957, pág. 58).
Héctor Merino, quien acompañó a Lanza en sus conferencias de 1957 relata un encuentro conflictivo con un cura párroco de Mar del Plata. Luego de una misa a la que asistieron con Lanza, fueron interpelados de mala manera por el sacerdote que le preguntó «si creía en Dios, en la Virgen María». Lanza habría preferido no responderle e invitarlo a leer Comentario del Evangelio. Merino reflexionaba sobre el tenso encuentro:
«. . . el sacerdote magnificado por el culto, un interlocutor entre el Supremo y nosotros que preguntaba sobre la Fe y quería respuestas directas. De pronto tomé conciencia que en realidad se trataba de un sepulcro blanqueado que se había sentido con la autoridad de juzgar a un prójimo sin saber siquiera la trayectoria espiritual y las profundas investigaciones que él mismo había efectuado» (Merino 2012).
Más allá de estos cuestionamientos, no existieron pronunciamientos oficiales de instancias superiores de la Iglesia argentina en contra de Lanza. En la visita de 1966 fue cuestionado en otro sentido. A los sectores «modernizadores» su figura les resultaba claramente antipática. El rechazo a la modernización, tan deseada por políticos, intelectuales y militares, era visto ahora como un juego estéril. El imaginario de la eficiencia entraba en clara contradicción con el renunciamiento al mundo que proponía Lanza (Smulovitz 1993). La revista Confirmado contrastaba la convocatoria de Lanza a rechazar el mundo moderno y la tecnología, con el uso que él mismo hacía de los bienes tecnológicos y el dinero que ganaba gracias al capitalismo. Por su parte, la prensa masiva prácticamente no registró su visita, en un claro contraste con 1957.
La figura de Lanza del Vasto se convertiría en un referente y guía tanto para los sectores defensores de la no violencia de raíz gandhiana, como para diversos grupos contraculturales de los años sesenta y setenta, un período en el que la modernización generó reacciones encontradas. La búsqueda de formas «auténticas» de relación interpersonal, en oposición a la vida en las grandes urbes, llevaron a las experiencias de comunidades juveniles en la Patagonia, o a las expresiones del comunitarismo onganiano o de diversas formas de comunitarismo expresadas en las propuestas anticapitalistas del socialcristianismo. El músico Miguel Cantilo vinculaba los distintos ingredientes que hemos mencionado. El rechazo a la sociedad de consumo lo llevó a formar una comunidad en el sur de país, con referencias e imágenes que pueden rastrearse en cualquier escena de Kerouac. «Nos hacíamos eco de las fórmulas de desobediencia civil importada del mayo parisino (. . . ) y adheríamos a los principios no violentos de Gandhi y Lanza del Vasto» (Cantilo 2000, pág. 23).
Lanza como profeta pone de relieve las demandas religiosas de la época. La concepción profética –como sostiene Claudia Touris al estudiar el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo – sigue la tradición del Antiguo Testamento, en la que líderes espirituales del pueblo judío más que entregarse a la liturgia, denunciaban las contradicciones e injusticias de la situación política reinante (Touris 2012, pág. 11). Y en los años sesenta, la oposición profecía- sacerdocio se convirtió en un clivaje esencial, en torno al cual giraron muchas de las prácticas de los agentes religiosos.
La figura de Lanza del Vasto aparece como un traductor del hinduismo a la cultura argentina, un católico que podía, a través de una religión «afincada», incorporar elementos que aparecían difíciles de asimilar a simple vista, o mucho más disruptivos en el caso de otros visitantes. Es evidente que el católico Lanza fue un puente de oro para que muchos jóvenes –de familias tradicionales, como el caso de los Cantilo –se conectaran con la filosofía oriental y el naturalismo. Estos nuevos vagabundos del Dharma criollos estaban en un proceso «de un autoexilio dentro del país (. . . ) un retiro a las fronteras de la civilización (. . . ) la frenética búsqueda de un por qué para nuestra existencia, de un camino de realización» (Cantilo 2000, pág. 65). El orientalismo y la contra- cultura se vinculaban entre los seguidores de Lanza, en tanto ambas se unían en la explotación de las capacidades individuales, el desarrollo de una autonomía y autoconciencia, en contra de una sociedad a la que juzgaban alienante y consumista (Roszak 1981; Rognon 2003).
1.–Distintos testimonios de participantes en las experiencias de El Arca han confirmado que a pesar de sus buenos deseos, la tensión entre la búsqueda de una mayor autonomía individual y las demandas de la vida comunitaria entraron eventualmente en colisión. Ana Garrido, entrevista con el autor, 30/5/2013.
2.–«Lanza del Vasto explica su posición religiosa», La Prensa, 5 de agosto de 1957.
3.–Lanza del Vasto a Victoria Ocampo, 2 de julio de 1957 (Archivo Victoria Ocampo). Teresa Eggers Bras (comunicación personal)
4.–«Sobre “los tres milagros de Gandhi”hablo Lanza del Vasto», La Prensa, 6 de agosto de 1957.
5.–«Lanza del Vasto en Buenos Aires», Criterio, núm. 1.290, 22 de agosto de 1957, págs. 581-682.
Este texto es parte del capítulo Profetas de otra tierra. Viajeros religiosos en la Argentina de los años sesenta, publicado en el libro Experiencias plurales de lo sagrado La diversidad religiosa argentina, compilado por Fabián C. Flores y Paula Seiguer (editores) y publicado por Imago Mundi en Buenos Aires, 2014. Las referencias citadas se encuentran en el libro, que se puede comprar aquí.
[…] Seguir leyendo […]
[…] Los bienes religiosos pueden ser ahora distribuidos y consumidos en forma masiva. Tanto Graham como Lanza del Vasto exhiben el punto liminar de la modernidad, el ideal de libre elección muestra el horizonte de […]