Crónicas Cariocas (1): Los murales encantados de Lapa

por Alejandro Frigerio (CONICET)

Vi los murales apenas pasamos con el taxi, llegando del aeropuerto. Impresionaban por su colorido, su belleza y sobre todo, por estar pintados en un inmenso y antiguo edifico semiderruido, del cual sólo restaba la fachada. Me alegró darme cuenta que estaban apenas a unas dos cuadras del hotel donde nos quedaríamos. Después supe que era para el lado por donde pasaríamos varias veces para ir al congreso, el lado contrario a donde estaban los bares concurridos, y que a la tardecita/noche ya quedaba bastante desolado. Ví también que había un bar enfrente, cuyo nombre nunca registré, que decía «desde 1907». Lo primero que hicimos, una vez instalados en el hotel, fue ir a ver y fotografiar los murales.

Visto de cerca, el conjunto era aún más impresionante. La modernidad de los graffitis -que parecían, además, bastante recientes- contrastaba con la antiguedad de la fachada que quedaba en pie, de lo que sin duda había sido un edificio importante. De unos caños endebles añadidos a la estructura colgaban unas telas, como mediasombras, que parecían gigantescas telas de arañas, añadiendo al efecto de decrepitud y quizás un tinte de terror gótico. Los graffitis eran más significativos de lo que esperaba.  En un costado, en un mural grande, estaba San Jorge, y delante suyo, mirando en la misma dirección, casi consubstanciado con él, Ogun. Los saludos Salve Jorge! Axé Ogun! daban cuenta de la relación que en Río se establece entre ambos (en Bahía, recordemos, Ogun se identifica con Santo Antonio). El mural ratificaba el lugar relevante que la devoción por San Jorge tiene en la ciudad, que en mucho supera a la de su patrono oficial, San Sebastián.

En un tamaño algo menor, pintado sobre la persiana métalica baja que cubría lo que alguna vez había sido un puerta de entrada -tapiada ahora por una pequeña pared de ladrillo- estaba Zé Pelintra. Perfectamente ubicado, ya que la antigua puerta daba justo a la esquina y al cruce de las calles. La imagen dibujada es la que llegué a preferir en estos días, con sus piernas cruzadas en un paso de baile, como Michael Jackson justo antes de hacer un giro perfecto. Sus zapatos lujosos estaban pintados sobre la pared de ladrillo que asomaba debajo de la persiana metálica -en una continuidad perfecta del trazo entre ambos tipos de materiales. Todo el dibujo transmitía elegancia, movimiento, ginga, malandragem.

A su izquierda, cerca de la esquina, una gran imagen de una temible mujer. Su larga falda roja con un tajo que dejaba ver unas de sus piernas, su ajustado corset negro, su cabello frondoso y desatado, su cara desafiante y risueña inmediatamente evocaban dos palabras: Pomba Gira. Acostumbrado a nuestra realidad religiosa local, lo primero que pensé fue: Maria Padilha. Pero por el barrio en el cual estaba ubicada, su proximidad a Zé Pelintra, y el inmenso puñal inserto en la liga que dejaba ver el tajo en la falda, pensé que quizás María Navalha fuera una posibilidad más acertada. Un interrogante quizás poco relevante, ya que según algunos ambas Marías son muy próximas, y hay quien considere que Navalha es el «brazo izquierdo» de Padilha (sabemos, claro que el mundo espiritual rige la ciencia encantada, y no la racional, por lo cual siempre hay varias versiones y cruces posibles).

Un párrafo aparte merece el bar ubicado frente a los murales de San Jorge/Ogun y del Zé. Situado en otro edificio antiguo (como casi todos los de la zona) parecía levemente remodelado, y llevaba con orgullo, como dije, el cartel «desde 1907» en el arco de entrada de la esquina -aunque todo el bar está abierto a la calle. Pasamos varias veces por el frente, a distintas horas, yendo y viniendo del congreso, y nunca entendí bien cuál sería el horario adecuado para visitarlo. Estaba ora cerrado, ora abierto con escasos parroquianos, y en un par de ocasiones vibraba de gente. En una de ellas había una leve llovizna flotando en el ambiente que le daba un aire fantasmal a la muchedumbre, como una aparición que llegaba de otros tiempos más felices.

Pero el encanto de los murales  no era solamente estético, ni dependía de qué tan animada estuviera la esquina por la presencia o no de parroquianos -verdaderos o fantasmales- en el bar. En mi pequeño morral/mochila que me acompañó en todas las salidas en Río llevaba uno de los pines DIVERSA que hizo con ingenio y maestría artística Darío La Vega. Me pareció que para deambular por Río, la «protección» que podría ofrecer el pin con el ponto riscado de Exú era más adecuada que la del Gauchito Gil o de San La Muerte (aunque su imagen igual siempre me acompañaba en un pequeño payé de plata en mi bolsillo). En uno de nuestras caminadas al congreso, el pin se desprendió y cayó exactamente (y el exactamente no es exageración) a los pies de María (Navalha? Padilha?). Algo sorprendidos por la coincidencia (?) resolví que se lo iba a dejar, pero al término de nuestro viaje.

Así fue que el domingo, horas antes de viajar, fuimos a llevarle el pin. Era difícil encontrar un lugar donde dejarlo (que no fuera el mero suelo) pero oh casualidad (de nuevo) el cemento que cubría la pared y sobre el cual habían pintado la imagen justo tenía una pequeña rajadura al lado de la liga con el puñal donde se podía insertar el alfiler de gancho del pin. Ahí quedó, entonces, el pin prometido que nos había acompañado en las calles cariocas.

Pero no fuimos los únicos en dejar una ofrenda en el mural. A los pies del mural del Zé manos anónimas habían dejado una prolija y suculenta ofrenda: un plato de files de pescado, prolijamente arreglados y con un limón cortado en cuatro en el centro, sobre un mantelito rojo y blanco; con un cigarrillo encendido y un vaso con cerveza y una lata al lado. A ojos religiosos argentinos quizás no era la ofrenda más «ortodoxa», pero evidenciaba el amor y el deseo de algún creyente de agradecer y compartir su comida con Zé Pelintra, el dueño encantado de Lapa, quien seguramente hacía de su vida algo mejor.

Para nosotros, la confirmación indudable de que en el supérstite mundo encantado de la macumba carioca, los murales no son meros hechos artísticos sino que pueden ser lugares de comunicación, propiciación y encuentro

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Alejandro Frigerio

Alejandro Frigerio

Alejandro Frigerio es Doctor en Antropología por la Universidad de California en Los Ángeles. Anteriormente recibió la Licenciatura en Sociología en la Universidad Católica Argentina.
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