Sobre el analfabetismo religioso y la experiencia evangélica/pentecostal de lo sagrado

A mediados de diciembre las redes sociales se hicieron amplio eco de una experiencia religiosa relatada por la entonces futura, ahora actual, Ministra de la Mujer, de la Familia y de los Derechos Humanos de Brasil. Más allá de que coincidamos o no con varias de sus valoraciones sociales o políticas (y casi seguramente no lo hagamos) es necesario comprender de dónde sale este tipo de religiosidad, entender mejor sus características y no mezclar el desacuerdo político con el desprecio de experiencias religiosas, más cuando este tipo de religiosidad es compartida por millones de latinoamericanos/as. Traducimos aquí las reflexiones que el cientista político brasilero Joanildo Burity compartió en su momento en su muro de facebook.

La necesidad de una instrucción religiosa por Joanildo Burity  (Fundação Joaquim Nabuco, Brasil)

Esta semana circuló ampliamente un trecho de una prédica/testimonio de la pastora Damares Alves, futura ministra de la Mujer, de la Familia y de los Derechos Humanos del gobierno Bolsonaro. Además de las reacciones inmediatas (causadas por un vídeo editado) y de las subsiguientes (ya con la información contextual de que el elemento motivador de la escena aparentemente bizarra narrada por la pastora era sobre años de abuso sexual infantil), creo que el episodio merece un comentario en la dirección de la necesidad de atemperar la vigilancia por la preservación del estado laico en Brasil con una sana alfabetización [«letramento», en el original] religiosa de la población que no disfruta mucho de estos aspectos de la religión –incluyendo aquí no sólo a los que la ridiculizan, sino también a los actores supuestamente más «serios» (analistas académicos, periodistas, agentes de la justicia).

En este post me concentro sólo en el último punto: alfabetización religiosa. Esto significa una familiarización con la historia y la lógica cultural de las religiones, a través de su estudio y de la exposición a las personas de carne y hueso que practican religiones (y sabemos que hay muchas en Brasil, sin hablar de los cientos de variaciones internas del cristianismo presentes en el país). El correlato de la alfabetización es el analfabetismo religioso – la ignorancia en términos de conocimiento o la actitud de rechazo o desprecio que se acompaña de desconocimiento sobre lo que son las religiones y quiénes son sus seguidores-. Así es, las cosas han cambiado mucho en Brasil y es urgente promover una alfabetización religiosa de los principales actores sociales – aquellos que tienen la pretensión de influenciar, decidir y dirigir la sociedad.

¿Cuál es el punto, en el caso de la pastora Damares Alves? Es que el campo pentecostal es el campo de una religión de experiencia, no de confesión doctrinaria. No es que los pentecostales no tengan doctrinas. Es que no es por ellas que se rigen su espiritualidad y su identidad religiosa. En segundo lugar, el campo pentecostal es el campo de una religión popular. Esto significa dos cosas: (a) religión de personas mayoritariamente pobres u oriundas de contextos de destitución (muchas de las ahora más integradas económicamente, que vivieron en su niñez y adolescencia, en esos contextos – donde reinan las privaciones materiales, la escasez de políticas públicas de garantía de derechos y de bienestar mínimo, la violencia cotidiana de la criminalidad o de la actuación policial-); (b) religión que ve una permanente comunicación entre el mundo visible de las relaciones sociales y el mundo espiritual – sea el de la acción divina cristiana, sea el de las manifestaciones espirituales de las religiones politeístas, sea el de las manifestaciones de fuerzas espirituales malignas que causan enfermedades, sufrimiento , injusticia y muerte a las personas. Como religión popular, el pentecostalismo es religión de pobres y religión encantada: tiene en la experiencia de esa cercanía entre las personas, Dios y los espíritus una dimensión central, autentificadora de la vivencia de la fe, y una forma de enfrentamiento de las aflicciones e incertidumbres de la vida. Esta experiencia también se expresa en la comunicación posible -ya que no se trata de realidades paralelas, sino de dimensiones de un mismo mundo vivido- entre Dios, el Espíritu Santo, y las personas. Comunicación que se da por medio de la voz interior de la conciencia, de las palabras dichas por un mensajero a otras personas, por sueños y visiones. También ocurre que las personas reales son portadoras de mensajes y prácticas del mal, por influencia o por posesión de fuerzas espirituales malignas.

Los cultos, las reuniones en las casas, las conversaciones íntimas de personas pentecostales exhiben permanentemente esas características. Es la experiencia de esa cercanía y de esa comunicación que hacen que la fe personal y comunitaria pentecostal sea lo que es.

Muy bien. ¿Qué tiene que ver esto con el caso de la pastora y con el Brasil que se diseña para nosotros hoy? Varias cosas.

1- No hay absolutamente nada de inusitado en el discurso de la pastora. Podemos escoger no creer e incluso reírnos, íntimamente o en situaciones privadas con otras personas, de su discurso como imaginativo, infantil o manipulador. Pero la sorpresa que mucha gente expresó en las redes sociales -y ciertamente en conversaciones personales- tiene un único nombre: ignorancia. Analfabetismo religioso.

2- La manifestación pública de ridiculizaciones de la experiencia de la pastora, recalibrada por varias personas cuando tomaron conocimiento de las condiciones materiales y psicológicas que precedieron al encuentro narrado por ella, puede ser indicativo de prejuicios religiosos, de rechazo de la espiritualidad pentecostal o un efecto colateral de la incomodidad y crítica con que mucha gente en Brasil ha visto la performance política de los pentecostales. En un contexto de pluralidad religiosa altamente visible, incluso espectacularizada, esta reacción al discurso pentecostal puede ser un indicativo de falta de alfabetización religiosa (y hay cientos de buenas fuentes producidas por científicos sociales de la religión y por teólogos/as serios/as al respecto, que pueden encontrarse fácilmente, por ejemplo, en una búsqueda por Google Académico), pero también puede ser indicativo de un prejuicio político y cultural contra el lenguaje poco formalizado y «encantado» de las religiones populares. ¡Este pueblo no sabe hablar como se debe, no sabe separar la realidad de la fantasía, vive en un mundo en que la verdad de las cosas no importa!

3- Otra crítica posible a esta situación -que también me parece pedir alfabetización religiosa- es la alegación de la impropiedad de este discurso, en vista de la (futura) posición pública de la pastora, como ministra de estado. El caso sería una indicación de que la religión estaría tomando la política e imponiendo tanto la agenda de los líderes religiosos como esa confusión entre la realidad de la vida institucional y un código que sólo puede ser reconocido por aquellos dentro de la religión. Hablaré, en todo caso, del estado laico en otra oportunidad. Lo que quiero dejar aquí, en este texto, son dos cosas: (a) los pentecostales ya mostraron que saben separar las cosas, y que su discurso público tiene muy poco contenido «teológico», siendo mucho más expresado en términos de conservadurismo moral y político (con el cual no tengo ninguna afinidad, dicho sea de paso); (b) no hay razón para que legítimamente censuremos que el lenguaje de la pastora, como pastora, hable de lo que ella habló, por el simple hecho de que ahora ella es/será ministra. Por el contrario, en el momento en que ella actúa como personalidad pública, tiene que ir acostumbrándose a un nuevo hecho: todo lo que ella diga y haga fuera del mundo de la política podrá ser interrogado en términos políticos y no sólo religiosos. Y eso es legítimo. Cómo ella va a lidiar con eso es su problema. Pero cuando la religión -especialmente una religión de minoría- se hace pública, debe estar lista para convertirse en vidriera: todo lo que ella dice y hace como religión puede ser comentado y cuestionado por quien nada tiene que ver con ella.

 

(segundo post, 19 de diciembre de 2018)

En un post anterior hablé sobre la conmoción creada en torno a la visión infantil de la futura ministra Damares Alves. Quedé debiendo un complemento, porque estoy convencido de que son necesarias otras dos tareas en esta coyuntura. Una de ellas en la dirección de la alfabetización [letramento] religiosa – sólo que a ser desarrollada por los propios evangélicos – y otra en el esclarecimiento de la tan controvertida y en verdad doble relación religión/política y religiones/estado. En este post solo hablaré de la primera.

Muchos evangélicos brasileños necesitan tanto de alfabetización religiosa como los no evangélicos que desconocen la dinámica interna de ese campo. Desconocen y son diariamente desinformados al respeto de las otras religiones e incluso de las numerosas corrientes internas del cristianismo. Para gran parte del campo evangélico la historia del cristianismo en que creen tiene solamente tres «momentos»: el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento y su historia personal de participación eclesial hoy. «Momentos», entre comillas, porque obviamente Antiguo y Nuevo Testamento son libros, no son la propia historia. Son testimonios, inclusive, de muchas historias, entre el Israel bíblico (¡que no es el Estado de Israel contemporáneo!) y otros pueblos (potencias mundiales y vecinos concurrentes), entre diferentes corrientes religiosas judaicas y entre las muchas corrientes cristianas desde su propio origen. Esta tesitura se vuelve inexistente para quien cree que está leyendo una narrativa continua y única, y se vuelve completamente invisible para quien se le enseña a ver todo lo que pasó después del «cristianismo primitivo» como una caída de la gracia, sólo recuperada por el surgimiento de su propia iglesia y por la autoridad espiritual de su pastor o aquellos a quienes él reconoce.

Por no reconocer historia alguna fuera de las narrativas bíblicas (leídas como «material periodístico» y no como interpretaciones marcadas por su tiempo y sus debates teológicos), muchos evangélicos desconocen incluso por qué son «evangélicos» (es decir, de dónde viene ese término, a quién describe, y por qué no decir pentecostales o protestantes, etc., que ciertamente no es directamente de las páginas de los evangelios) Y desconocen cómo sus iglesias, doctrinas, jerga denominacional, costumbres y ritos llegaron a existir y cuántas disputas y diferencias internas jamás fueron resueltas y dejaron sus huellas en lo que sobrevivió.

No es que estas informaciones sean raras o inaccesibles. Al contrario. Hay mucho material circulando al respecto. Las luces no necesitan venir de fuera o de lejos. Ya están por aquí, dentro de las propias iglesias, en los seminarios, en los cursos seculares de las ciencias de la religión o de las ciencias sociales. Pero se ignora todo lo que no desciende de la narrativa oficial -producida por la cúpula eclesiástica de las iglesias, las cuales cada vez se jerarquizan más y, en el caso del pentecostalismo, pierden las características congregacionales del origen (¡sobre las cuales ni oirán hablar!). En efecto, el protestantismo pentecostal y carismático sucumbió a la forma católica de la iglesia cristiana (la monárquica, episcopal, que caracteriza a la Iglesia Romana; el Protestantismo luterano, anglicano o metodista; la Ortodoxia griega, rusa y oriental; pero también la «aristocracia republicana» calvinista). Al creer que está tomando el lugar de ese cristianismo «muerto», el episcopalismo pentecostal repite casi cada capítulo de la novela.

El resultado de esa alfabetización sería una mayor conciencia de la diversidad del campo evangélico y mayor autocrítica sobre su propia identidad denominacional. Sería un mínimo de vínculo entre el alarido de las predicaciones y la sabiduría ética acumulada en dos milenios de reflexión y práctica, que tantos contemporáneos ignoran y, por lo tanto, repiten los errores de siempre. Ninguna iglesia evangélica tiene la verdad que las demás perdieron de alguna manera. Ninguna autoridad religiosa evangélica es infalible o tiene el derecho de imponerse sobre las demás o de pretender representar el conjunto. El protestantismo es un movimiento de infinita división, precisamente porque no reconoce ninguna autoridad final, ningún órgano representativo del todo. Todo lo demás son voces – con mayor o menor pretensión de verdad – o estructuras asociativas que hablan sólo por sus miembros.

Rigurosamente «los evangélicos» no existen -no como un grupo solo, homogéneo y cohesivo. Eso es discurso político: «los evangélicos». Sólo existen personas evangélicas, iglesias evangélicas y órganos evangélicos, muy diferentes entre sí. Cientos de miles. Sin hablar de los evangélicos brasileños, en comparación con los de otros países, de las mismas denominaciones. Muy diferentes entre sí. Basta comparar los pentecostales chilenos y brasileños. Presbiterianos americanos y brasileños -etc. y sin fin.

Pero hay otra seria alfabetización religiosa necesaria para gran parte de los evangélicos. Además de sí mismos, necesitan conocer, además de las grotescas simplificaciones y de las deliberadas tergiversaciones, las otras religiones. Sobre esto, detalles son imposibles en este espacio. Pero provocativamente quiero dejar dos observaciones:

(a) Nadie crece sobre la destrucción de los demás. La cooperación y la buena convivencia con personas de otras religiones es una antiquísima lección del cristianismo antes de convertirse en religión imperial y muchas veces después, y en nada amenaza la identidad ni la verdad cristianas; antes, la historia ignorada por los que sólo ven los tres momentos de los que hablé, muestra que el auto-aislamiento nunca garantizó la ortodoxia de la fe y la arrogancia de creer saber mejor todo que los demás, de tener un acceso especial y definitivo a Dios, produjo mucho más violencia e impiedad que la defensa de la fe. Cooperar no es transformarse en el otro, ni concordar íntegramente con el otro. Es reconocer que no se puede ni se sabe todo, que se necesita la solidaridad y la sabiduría de otros. Lo contrario de eso es arrogancia y no ortodoxia. No siempre la cooperación, sin embargo, es para el bien, es cierto. Y de eso tenemos hoy abundantes ejemplos entre los políticos evangélicos y sus asesores y patronos clericales. Por otra parte, la élite política evangélica brasileña, casi pura sangre de derecha, sabe aliarse con católicos, espiritistas y gente sin religión, en todo lo que le conviene. Después continúa promoviendo la demonización de las otras religiones entre los fieles…

(b) la lógica de los números (normalmente blandida como «tradición» o como «mayoría») no es criterio de autenticidad ni de verdad segura. Las principales corrientes a dejar su marca en los escritos bíblicos -el profetismo y la apocalíptica- son fundamentalmente críticas minoritarias a la tradición y a la mayoría religiosa, moral y política. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. El genio y la ironía de estos escritos es que son la memoria de los derrotados a lo largo de la historia realmente vivida por los pueblos de la Biblia. Así, la denuncia de la tradición y de la mayoría son el blanco preferido de todos los mártires y disidentes de la historia religiosa judeocristiana, incluso Jesucristo. El discernimiento de estas falsificaciones de la fe producidas en nombre de la pureza de la fe, pero que, en realidad, son actos de fuerza de quien controla las instituciones religiosas, es una sana condición para un ejercicio de la fe que no se basa en la demonización ni en la persecución del otro religioso. Toda religión, en cualquier momento de su historia, incorpora elementos de otras. Directamente o indirectamente, por el contacto, el diálogo y los enfrentamientos. Esto es muy obvio en la religión judía y en el cristianismo, a lo largo de toda su historia. Algunas han sufrido en realidad la imposición de prácticas y doctrinas de fuerzas invasoras o dominadoras, justificadoras de la dominación, de la explotación, de la violencia, de la injusticia. Tuvieron su fe instrumentalizada por ideologías de división, intolerancia e inhumanidad. Los cristianos deberían saberlo, por experiencia propia. Pero esta nueva generación de poderosos evangélicos lo ignora o hace de cuenta que no lo sabe, difundiendo falsedades sobre otras religiones o actuando de modo disimulado, hablando de «amor al pecador», pero está mucho más preocupada por imponerse por fuerza de ley – civil o religiosa. ¡La misma fuerza que mató a su maestro!

Traducción del portugués: María Pilar García Bossio.

Se puede ver una conferencia de Joanildo Burity en Buenos Aires, aquí.

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Joanildo Burity

Joanildo Burity

Joanildo Burity es un cientista político brasilero, doctorado por la Universidad de Essex (Inglaterra) que trabaja en la Fundação Joaquim Nabuco en Recife, Brasil. Hizo un postdoctorado en la Universidad de Westminster (Inglaterra) y se dedica al estudio de la relación entre religión y política. Actualmente estudia las redes transnacionales de activismo social desarrolladas por grupos religiosos ecuménicos en Brasil, Argentina y el Reino Unido.
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