Las devociones populares en la literatura (10): «Curandera» (con San La Muerte) por Selva Almada

Perla Rodríguez, cuidadora de San La Muerte (CABA). Foto: Alejandro Frigerio

 

Introducción: Las «curanderas» y la antropología –por Alejandro Frigerio (UCA/CONICET)

Quienes estudiamos religión nos debemos un replanteo de nuestras categorías y una mayor adecuación de nuestras definiciones y conceptualizaciones a la realidad empírica que observamos. Un caso muy pertinente es el de  «curandera» (o «curandero»), una categoría folk que demasiado rápidamente convertimos en analítica. El carácter estigmatizante o peyorativo del término (que coloca al involucrado afuera de la medicina y de la religión, o sea de las «legítimas» artes de curar y de adorar) nos lleva a ignorar el carácter inequívocamente religioso de buena parte (o del total) de sus actividades. En base a naturalizadas e inexactas (o al menos incompletas) ideas de qué sería «religión» y qué «magia», pasamos por alto el hecho de que buena parte de las/os curanderas/os constantemente invocan a seres suprahumanos para beneficio de quienes a elles acuden, transmitiendo ideas muy claras acerca de cuáles son las características de esos seres suprahumanos y qué tipo de relaciones es deseable establecer con ellos. Cada vez más, estas curanderas o sanadores se convierten en mediadores privilegiados entre las personas y los santos de su devoción (como en este caso, San La Muerte). Por ello, son tanto agentes religiosos como de salud, aún cuando no mantengan a su alrededor una congregación estable de personas (aunque esto se va dando con mayor frecuencia, en la medida en que hay una creciente eclesificación de los santuarios de santos populares -como señalé en otra entrada de este blog).

Las curanderas/os cumplen un importante rol en la producción y diseminación de significados y prácticas mágico-religiosas que hacen a nuestra diversidad religiosa, frecuentemente ignorado por nuestras anteojeras teóricas que no las considera suficientemente «religiosas» por no ser producidas en grupos suficientemente organizados y perdurables en el tiempo y por no proponer identificaciones religiosas alternativas. Cuando aparecen en nuestros estudios no se las considera que forman parte del «campo religioso» sino que son ubicadas como manifestaciones del «curanderismo»,  del «espiritualismo» o del «ocultismo», del «espiritualismo» o del «curanderismo» -áreas siempre muy imprecisamente definidas, como argumenté en esta entrada del blog, y, de manera más académica, en este trabajo).

Altar de Perla Rodríguez (CABA). Foto: Alejandro Frigerio

 

«Curandera» por Selva Almada (escritora)

En Buenos Aires hace frío, pero aquí en Empedrado, a 1.000 kilómetros hacia el noreste de Argentina, el invierno es amable, cálido como un verano incipiente.

Ella cura, me dice el chico de la oficina de turismo, con ese susurro inequívoco de las confesiones. Entonces le pido las coordenadas: hay que atravesar el pueblo de una punta a la otra, allí donde el caserío se termina cortado por la barranca que se precipita en las aguas del río. Me dice que se llama Señora Marina.

Llego a la última casa del final de la calle de arena. Afuera hay un pequeño altar con flores y una figurita de yeso. Una mujer joven sale de la casa con un celular en la mano. Le pregunto por la Señora Marina. Se acerca. Tiene el pelo teñido de un rubio rojizo, una sombra de barba y está embarazada. Soy yo, me dice, y aunque esperaba a una vieja bruja llena de verrugas, me digo que con el vello del bozo me alcanza.

Empezó a ver a los 9 años y se asustó. Se lo contó a su abuela que le contó que su bisabuela tenía el mismo don. La niña curandera empezó a curar y eligió a su guía, San la Muerte.

Me invita al templo. Una cripta levantada en el fondo de la casa. Nos descalzamos y ella se sienta en un trono dorado. En una estantería hay distintas figuras del santo: roja para el amor, blanca para la salud, dorada para el dinero. En el piso se amontonan las ofrendas, cada una es un milagro concedido: unas 50 botellas de buen whisky, puñados de cigarros, velas, placas de agradecimiento, un trozo de torta de cumpleaños que se están comiendo las hormigas… todo es bueno para el santito. Me dice que hace unos años hizo caminar a un paralítico. Hablamos un rato largo. De milagros y de sacrificios. Cuando los pies empiezan a enfriarse sobre las baldosas que rezuman la humedad del río, le dejo dinero para que le compre unas velas al santo y me marcho.

No iba a un curandero desde que era una niña. No sé a qué vine, pero salgo más liviana. Me llevo su número agendado en el celular porque también cura a distancia y una nunca sabe.

El cielo está azul y luminoso. Tal vez todas las desgracias del mundo puedan marchitarse bajo un sol como este.

La crónica de Selva Almada fue publicada originalmente en El País.

Para saber más sobre el altar de Perla Rodríguez en el barrio de Congreso (CABA), cuyas fotos ilustran esta entrada, ver aquí

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Selva Almada

Selva Almada

Selva Almada es una reconocida escritora argentina. Entre sus obras se destacan : El viento que arrasa. (2012), Ladrilleros (2013) y Chicas Muertas (2014).
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